Dice que
Terrence Malick llevaba años en lo más alto de su panteón personal.
Cuando estudiaba Psicología en Harvard,
Natalie Portman (Jerusalén, 1981) descubrió una película llamada
Días del cielo.
“Me fascinó.
Ha sido mi favorita desde entonces”, recordaba ayer en una
suite
de su hotel berlinés, a la que se presentó con sonrisa indeleble y
ganas de conversar.
Hace diez años, la actriz se atrevió a pedir una
cita a ese cineasta esquivo que había marcado sus años universitarios.
“Aceptó conocerme y seguimos en contacto varios años, hasta que me llamó
y me propuso esta película”.
El resultado se titula
Knight of cups y ha dejado a
la Berlinale
dividida entre el aplauso y el bostezo, entre quienes ven en ella un
superfluo monólogo interior con la misma carga metafísica que un anuncio
de perfume y los que creen que condensa nuestro merodeo existencial en
un par de horas de increíble belleza.
Portman forma parte,
decididamente, de los segundos.
“Cada director es distinto, pero todos
los rodajes se parecen.
Primero te peinan y te maquillan
. Luego ensayas
mientras preparan las luces
. Y después ruedas tres tomas, o un millar si
el director es
David Fincher”,
bromea la actriz, “Malick te recuerda que no existen las normas
. En sus
películas no hay focos ni marcas en el suelo.
Su único objetivo es
abrazar lo fortuito y capturar algo bello cada día.
Si se pone a llover,
rueda bajo la lluvia.
Si pasa un helicóptero, lo integra en la
película. Si ve volar un pájaro, lo filma durante una hora”.
En esta cinta lírica y sin argumento definido, un hombre en plena
crisis existencial —un Christian Bale taciturno y doliente— recuerda,
una por una, las relaciones que han marcado su vida.
Entre ellas figura
el personaje de Portman, una mujer casada con la que pondrá fin a una
larga racha de aventuras con modelos y
strippers.
“La película
resume la experiencia del hombre moderno, que busca algo sin saber qué
es.
A un nivel u otro, todos nos podemos identificar con eso”, afirma la
actriz.
La experiencia descrita es universal, pero no parece casualidad que
Malick la haya ubicado en Los Ángeles
. Ni tampoco que su protagonista
alcance la gloria en la meca del cine.
Cuando se afina el oído, se
escucha recitar
El progreso del peregrino, superventas del
siglo XVII firmado por John Bunyan, un predicador puritano que consiguió
un enorme éxito entre los primeros colonos del Nuevo Mundo.
Malick te recuerda que no existen las normas, su fin es abrazar lo fortuito”
¿Qué habrá sucedido para que la lejana utopía de los padres
fundadores se haya convertido en una ostentosa bacanal en una mansión
hollywoodiense?
“Es un lugar al que todo el mundo llega con un sueño,
con un deseo puro que a veces se transforma en una búsqueda de cosas
vacías, como el dinero, la fama o la atención ajena”, reinterpreta
Portman. “Ya decía
Saul Bellow que, si levantáramos el país por el lado derecho, todo lo que no está sólidamente arraigado terminaría en Los Ángeles”.
Portman conoce bien el mundo que esboza la película.
Lleva actuando desde los 12 años, cuando debutó en
El profesional (Léon).
“Cuando empiezas tan joven, se te acaba curtiendo la piel.
Estás
acostumbrada a escuchar tantos piropos desmedidos como horrores sobre tu
persona.
Al final, acabas por no creerte nada”, asegura la actriz, que
se hizo con
el Oscar en 2011 por su papel en
Cisne negro.
“Fue bonito, pero al día siguiente regresé a la vida real”, sostiene.
“Cuando alcanzas lo que los demás definen como éxito, confiando en que
todo será genial cuando lo consigas, te das cuenta de que nada cambiará
.
No es algo que te llene o te complete, lo que para muchos resulta
desconcertante. Esa plenitud la encuentras en otras cosas.
Ya sabe, esos
clichés…”. Obligada a precisar cuáles, agrega: “La hallas en tu
relación con tus amigos y familiares. Pero también con los extraños. Tu
forma de interactuar con un desconocido resulta clave”.
Los personajes de Malick se encuentran a la deriva.
Buscan consuelo
en el amor, en los excesos nocturnos, en la oración religiosa y las
cartas del tarot. Se buscan sin encontrarse, se refugian en la vida
familiar y se clavan tenedores en la piel para poder sentir algo.
Portman parece más centrada que todos ellos juntos.
En los últimos cinco
años, se ha casado, ha tenido un hijo y se ha mudado a Francia, donde
su pareja, el coreógrafo
Benjamin Millepied,
dirige la Ópera de París.
“Todo ha cambiado tan rápido que me he dado
cuenta de que no puedo controlar el futuro
. Lo mejor es vivir el
instante, guiarte por tus pasiones y estar abierto a lo que pueda
suceder”, concluye la actriz antes de desaparecer.
“Igual que en una
película de Malick”.