Nació en una carpa de circo y ahora ocupa 14.000 metros cuadrados.
Hoy comienza la trigésima edición de la Semana de la Moda de Madrid.
Allí, en febrero de 1985, seis diseñadores afincados en Madrid presentaron sus colecciones en lo que sería el germen de Pasarela Cibeles.
Desde 1996, la semana de la moda madrileña se celebra en un espacio de más de 14.000 metros cuadrados en IFEMA y ninguno de aquellos seis creadores forma parte de su calendario, que este año da cabida a 41 desfiles.
Sólo uno de ellos, Antonio Alvarado, mantiene activa su marca, aunque desde 2011 no ha vuelto a participar en la semana de la moda
. La otra superviviente, Jesús del Pozo, es hoy una enseña de lujo, reformulada tras el fallecimiento de su fundador, que ha cambiado Madrid por Nueva York.
Claves de esta edición
Nuevos nombres:The 2nd Skin, Leandro Cano y Esther Noriega debutan en la sección oficial.Tecnología: El diseñador jienense Rubén Gómez abrirá la pasarela joven con un desfile que le ha valido el Samsung EGO Innovation Project.
Exposición: Bajo el título 30 años de pasarela en Madrid, el pabellón 14.1 de IFEMA acoge un recorrido fotográfico y audiovisual por la historia de la fashion week madrileña.
País invitado: tres diseñadores portugueses mostrarán sus colecciones el lunes 9 a las 20.30 h
Veteranos: Agatha Ruiz de la Prada y Roberto Verino ya participaron en la segunda edición de Cibeles, celebrada en otoño de 1985.
Sigue en el mismo puesto, y no tiene inconvenientes en reconocer el carácter errático, pero ilusionante, de aquellas primeras ediciones.
“La organización era algo muy complicado porque no teníamos práctica, y además tuvimos continuos cambios”, afirma.
Aquella carpa circense pronto sería sustituida por el Museo del Ferrocarril, donde la nómina de diseñadores se abrió además a otras regiones.
Fue así como emergió toda una generación con nombres como Roberto Verino, Adolfo Domínguez, Agatha Ruiz de la Prada o Sybilla. Todos comenzaban y nadie parecía saber muy bien cómo se organizaba un desfile, así que cada diseñador tenía que llevar a sus propias modelos y peluqueros. Una década después de la primera edición, Pasarela Cibeles ya se había mudado a la Casa de Campo, al Palacio de Congresos y Exposiciones y, por fin en 1996, a IFEMA, de donde sólo saldría durante un breve lapso de tiempo, en 2006 y 2007, cuando se escapó al Paseo de Coches del Retiro.
Por aquel entonces, los contrastes eran parte esencial de su ADN. El mismo Javier Larrainzar que, en otoño de 1993, contrataba a Kate Moss para cerrar
Cinco momentos históricos
1985.Seis diseñadores muestran sus colecciones en la plaza de Colón coincidiendo con la Semana de la Moda de Madrid: nace Pasarela Cibeles.1990. Manuel Piña celebra su último desfile en la pasarela madrileña antes de cerrar su marca por motivos económicos.
1996. IFEMA se hace cargo de la financiación y organización de Cibeles, que abandona el centro de la ciudad pero gana en logística y medios.
2002. La colección surrealista de David Delfín lleva la pasarela madrileña a las portadas de todos los periódicos y se convierte, hasta hoy, en la marca más mediática de la MBMFW.
2012 Mercedes-Benz pasa a convertirse en el principal patrocinador de la pasarela.
En plena resaca del llamado “año de España” de 1992, Pasarela Cibeles reproducía las contradicciones del país.
También los esplendores del bum. En aquellos años, los diseñadores más solventes se rascaban el bolsillo para invitar a su desfile a supermodelos como Elle Macpherson o Naomi Campbell.
La primera acudió a Madrid para desfilar con Victorio & Lucchino mientras protagonizaba, dirigida por Roman Polanski, el spot publicitario de la última fragancia de los sevillanos.
La segunda cerraba, con traje de faralaes, un desfile por el que la firma andaluza no tuvo inconveniente en pagar un caché que ascendía a dos millones y medio de pesetas.
Las crónicas de la época retrataban con perplejidad a Claudia Schiffer o Linda Evangelista comiendo sándwiches en un pabellón del Retiro antes de desfilar para Loewe, mientras los periodistas se hacían eco de sus sueldos, de sus caprichos —exigir móviles en 1992— y de sus enemistades.
No sólo había dinero: también creatividad
. A nadie se le escapa que, en sus distintas ediciones, la pasarela ha sido escenario de colecciones y muestras de talento verdaderamente memorables.
“A veces echo de menos la frescura que tenían algunos diseñadores de los primeros años”, afirma Pérez Pita, que recuerda la extraordinaria acogida que la prensa internacional dispensó al evento desde su primera edición.
La barcelonesa Lydia Delgado, que llegó a Cibeles en 1998, coincide con ella: “Siempre se pierde algo de frescura respecto a sus principios”.
Hay nombres muy recurrentes en las evocaciones nostálgicas de Cibeles, como el del malogrado Manuel Piña, que entre 1985 y 1990 llevó a la pasarela madrileña los nuevos aires —deconstrucción, nuevos materiales, planteamientos conceptuales— del diseño experimental que estaba revolucionando la industria desde Amberes, Londres o Japón.
También con vocación espectacular, el valenciano Francis Montesinos —hoy presente en la MBMFW— lograba financiación en septiembre de 1985 para llevar su desfile a un espacio más ambicioso que el Museo del Ferrocarril, y planteaba un espectáculo en la plaza de toros de Las Ventas, donde 10 colecciones distintas pisaban el coso taurino entre 12.000 espectadores, fuegos artificiales, evocaciones folclóricas y actores de la compañía de Lindsay Kemp a modo de acomodadores.
La pirotecnia, sin embargo, no ocultaba por completo los problemas de una pasarela cuya ambición mediática contrastaba con estructuras empresariales muy precarias. “Industrialización, industrialización e industrialización”, dice hoy Leonor Pérez Pita cuando habla de las asignaturas pendientes de la pasarela.
“El sector tiene que creer en el diseño y apostar por él”. La directora de la semana de la moda lleva dando la misma respuesta desde hace tres décadas, y desde luego no se trata de una cuestión menor.
Fueron problemas estratégicos los que alejaron de Cibeles, entre 1999 y 2002, a los conocidos como “disidentes”, un grupo formado por Jesús del Pozo, Roberto Verino, Antonio Pernas y Ángel Schlesser.
El gallego Adolfo Domínguez permanecería una década fuera de la pasarela, a la que sólo volvió en 2009. Un año antes, en 2008, el prometedor dúo Spastor abandonaba IFEMA argumentando con claridad que no querían “vivir de las subvenciones”, una crítica muy recurrente que ha menguado tras la incorporación de nuevos patrocinios.
“Al principio la pasarela era totalmente dependiente de la financiación del Estado, y hoy en día son las marcas las que mayoritariamente la impulsan, lo que permite un desarrollo mayor en el ámbito del marketing y la comunicación”, afirma Lydia Delgado.
El presupuesto de cada edición ronda los tres millones de euros. Los patrocinadores —principalmente Mercedes-Benz, Inditex y L’Oréal— aportan el 65%. IFEMA corre con el 30% y los diseñadores costean con sus cuotas el 5% restante.
Desde 2012, la marca alemana de automoción ha incorporado este evento a su red de pasarelas internacionales, con citas como Nueva York o Berlín.
En términos mediáticos, la mayor fortaleza de la MBMFW es la convivencia de distintas generaciones de diseñadores.
“La moda es un sistema cíclico y, como tal, los cambios son buenos y necesarios”, afirma Modesto Lomba, la cara visible de la Asociación de Creadores de Moda de España, que agrupa a muchos de los diseñadores que desfilan o han desfilado (y lo han hecho más de 300) en la pasarela.
Junto a los veteranos, la incorporación de nuevos talentos ha servido para mantener viva la vigencia de una pasarela que hoy todavía es recordada por polémicas como la generada por un desfile de David Delfín en 2002
. Un año después del 11-S, algunos interpretaron sus referencias a Magritte y Buñuel, sogas y velos incluidos, como guiños al régimen talibán.
En 2006, mientras los medios debatían inclusión del Índice de Masa Corporal en los criterios de selección del casting de modelos, una nueva sección dedicada a las jóvenes promesas —El Ego— introducía en IFEMA una dinámica de renovación generacional que hoy sigue siendo un motor creativo esencial para la pasarela.
Por ello, la exposición de fotografías con la que la MBMFW celebra el treinta aniversario de la que un día llegó a considerarse como “cuarta pasarela” del mundo tiene mucho de nostálgico, pero también de necesario: la constatación de que, a pesar de todo, en la pasarela madrileña han pasado y siguen pasando muchas cosas.
Y gran parte de ellas probablemente merecen ser recordadas.