Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 feb 2015

30 años de pasarela...................................................................... Carlos Primo

Nació en una carpa de circo y ahora ocupa 14.000 metros cuadrados.

Hoy comienza la trigésima edición de la Semana de la Moda de Madrid.

 

1995, los sevillanos Victorio y Lucchino preparan a la supermodelo Elle Macpherson antes de desfilar en Cibeles. / morgana vargas llosa

Las amplias instalaciones que acogen las dos pasarelas y el espacio promocional —Cibelespacio— donde hoy da comienzo la Mercedes-Benz Madrid Fashion Week apenas permiten evocar el recuerdo de una carpa de circo alquilada a Teresa Rabal y situada en la Plaza de Colón.
Allí, en febrero de 1985, seis diseñadores afincados en Madrid presentaron sus colecciones en lo que sería el germen de Pasarela Cibeles.
Desde 1996, la semana de la moda madrileña se celebra en un espacio de más de 14.000 metros cuadrados en IFEMA y ninguno de aquellos seis creadores forma parte de su calendario, que este año da cabida a 41 desfiles.
 Sólo uno de ellos, Antonio Alvarado, mantiene activa su marca, aunque desde 2011 no ha vuelto a participar en la semana de la moda
. La otra superviviente, Jesús del Pozo, es hoy una enseña de lujo, reformulada tras el fallecimiento de su fundador, que ha cambiado Madrid por Nueva York.

Claves de esta edición

Nuevos nombres:The 2nd Skin, Leandro Cano y Esther Noriega debutan en la sección oficial.
Tecnología: El diseñador jienense Rubén Gómez abrirá la pasarela joven con un desfile que le ha valido el Samsung EGO Innovation Project.
Exposición: Bajo el título 30 años de pasarela en Madrid, el pabellón 14.1 de IFEMA acoge un recorrido fotográfico y audiovisual por la historia de la fashion week madrileña.
País invitado: tres diseñadores portugueses mostrarán sus colecciones el lunes 9 a las 20.30 h
Veteranos: Agatha Ruiz de la Prada y Roberto Verino ya participaron en la segunda edición de Cibeles, celebrada en otoño de 1985.
Quien sí permanece es Leonor Pérez Pita, conocida por todos como Cuca Solana, que formó parte del Comité de Moda organizador desde 1985 y que un año después, en septiembre de 1986, se convirtió en directora de la pasarela.
 Sigue en el mismo puesto, y no tiene inconvenientes en reconocer el carácter errático, pero ilusionante, de aquellas primeras ediciones.
 “La organización era algo muy complicado porque no teníamos práctica, y además tuvimos continuos cambios”, afirma.
Aquella carpa circense pronto sería sustituida por el Museo del Ferrocarril, donde la nómina de diseñadores se abrió además a otras regiones.
Fue así como emergió toda una generación con nombres como Roberto Verino, Adolfo Domínguez, Agatha Ruiz de la Prada o Sybilla. Todos comenzaban y nadie parecía saber muy bien cómo se organizaba un desfile, así que cada diseñador tenía que llevar a sus propias modelos y peluqueros. Una década después de la primera edición, Pasarela Cibeles ya se había mudado a la Casa de Campo, al Palacio de Congresos y Exposiciones y, por fin en 1996, a IFEMA, de donde sólo saldría durante un breve lapso de tiempo, en 2006 y 2007, cuando se escapó al Paseo de Coches del Retiro.
Por aquel entonces, los contrastes eran parte esencial de su ADN. El mismo Javier Larrainzar que, en otoño de 1993, contrataba a Kate Moss para cerrar

Cinco momentos históricos

1985.Seis diseñadores muestran sus colecciones en la plaza de Colón coincidiendo con la Semana de la Moda de Madrid: nace Pasarela Cibeles.
1990. Manuel Piña celebra su último desfile en la pasarela madrileña antes de cerrar su marca por motivos económicos.
1996. IFEMA se hace cargo de la financiación y organización de Cibeles, que abandona el centro de la ciudad pero gana en logística y medios.
2002. La colección surrealista de David Delfín lleva la pasarela madrileña a las portadas de todos los periódicos y se convierte, hasta hoy, en la marca más mediática de la MBMFW.
2012 Mercedes-Benz pasa a convertirse en el principal patrocinador de la pasarela.
su desfile, declaraba un año después que “la moda española es un desastre”.
 En plena resaca del llamado “año de España” de 1992, Pasarela Cibeles reproducía las contradicciones del país.
También los esplendores del bum. En aquellos años, los diseñadores más solventes se rascaban el bolsillo para invitar a su desfile a supermodelos como Elle Macpherson o Naomi Campbell.

La primera acudió a Madrid para desfilar con Victorio & Lucchino mientras protagonizaba, dirigida por Roman Polanski, el spot publicitario de la última fragancia de los sevillanos.
La segunda cerraba, con traje de faralaes, un desfile por el que la firma andaluza no tuvo inconveniente en pagar un caché que ascendía a dos millones y medio de pesetas.
Las crónicas de la época retrataban con perplejidad a Claudia Schiffer o Linda Evangelista comiendo sándwiches en un pabellón del Retiro antes de desfilar para Loewe, mientras los periodistas se hacían eco de sus sueldos, de sus caprichos —exigir móviles en 1992— y de sus enemistades.
Desfile de David Delfín que provocaron un escándalo en 2002. / Desmond Boylan (Reuters)
No sólo había dinero: también creatividad
. A nadie se le escapa que, en sus distintas ediciones, la pasarela ha sido escenario de colecciones y muestras de talento verdaderamente memorables.
“A veces echo de menos la frescura que tenían algunos diseñadores de los primeros años”, afirma Pérez Pita, que recuerda la extraordinaria acogida que la prensa internacional dispensó al evento desde su primera edición.
La barcelonesa Lydia Delgado, que llegó a Cibeles en 1998, coincide con ella: “Siempre se pierde algo de frescura respecto a sus principios”.
 Hay nombres muy recurrentes en las evocaciones nostálgicas de Cibeles, como el del malogrado Manuel Piña, que entre 1985 y 1990 llevó a la pasarela madrileña los nuevos aires —deconstrucción, nuevos materiales, planteamientos conceptuales— del diseño experimental que estaba revolucionando la industria desde Amberes, Londres o Japón.
También con vocación espectacular, el valenciano Francis Montesinos —hoy presente en la MBMFW— lograba financiación en septiembre de 1985 para llevar su desfile a un espacio más ambicioso que el Museo del Ferrocarril, y planteaba un espectáculo en la plaza de toros de Las Ventas, donde 10 colecciones distintas pisaban el coso taurino entre 12.000 espectadores, fuegos artificiales, evocaciones folclóricas y actores de la compañía de Lindsay Kemp a modo de acomodadores.
El valenciano Francis Montesinos hizo un desfile en Las Ventas en 1985. / ana torralva
La pirotecnia, sin embargo, no ocultaba por completo los problemas de una pasarela cuya ambición mediática contrastaba con estructuras empresariales muy precarias. “Industrialización, industrialización e industrialización”, dice hoy Leonor Pérez Pita cuando habla de las asignaturas pendientes de la pasarela.
 “El sector tiene que creer en el diseño y apostar por él”. La directora de la semana de la moda lleva dando la misma respuesta desde hace tres décadas, y desde luego no se trata de una cuestión menor.
Fueron problemas estratégicos los que alejaron de Cibeles, entre 1999 y 2002, a los conocidos como “disidentes”, un grupo formado por Jesús del Pozo, Roberto Verino, Antonio Pernas y Ángel Schlesser.
El gallego Adolfo Domínguez permanecería una década fuera de la pasarela, a la que sólo volvió en 2009. Un año antes, en 2008, el prometedor dúo Spastor abandonaba IFEMA argumentando con claridad que no querían “vivir de las subvenciones”, una crítica muy recurrente que ha menguado tras la incorporación de nuevos patrocinios.
 “Al principio la pasarela era totalmente dependiente de la financiación del Estado, y hoy en día son las marcas las que mayoritariamente la impulsan, lo que permite un desarrollo mayor en el ámbito del marketing y la comunicación”, afirma Lydia Delgado.
El presupuesto de cada edición ronda los tres millones de euros. Los patrocinadores —principalmente Mercedes-Benz, Inditex y L’Oréal— aportan el 65%. IFEMA corre con el 30% y los diseñadores costean con sus cuotas el 5% restante.
 Desde 2012, la marca alemana de automoción ha incorporado este evento a su red de pasarelas internacionales, con citas como Nueva York o Berlín.
En términos mediáticos, la mayor fortaleza de la MBMFW es la convivencia de distintas generaciones de diseñadores.
“La moda es un sistema cíclico y, como tal, los cambios son buenos y necesarios”, afirma Modesto Lomba, la cara visible de la Asociación de Creadores de Moda de España, que agrupa a muchos de los diseñadores que desfilan o han desfilado (y lo han hecho más de 300) en la pasarela.
Junto a los veteranos, la incorporación de nuevos talentos ha servido para mantener viva la vigencia de una pasarela que hoy todavía es recordada por polémicas como la generada por un desfile de David Delfín en 2002
. Un año después del 11-S, algunos interpretaron sus referencias a Magritte y Buñuel, sogas y velos incluidos, como guiños al régimen talibán.
 En 2006, mientras los medios debatían inclusión del Índice de Masa Corporal en los criterios de selección del casting de modelos, una nueva sección dedicada a las jóvenes promesas —El Ego— introducía en IFEMA una dinámica de renovación generacional que hoy sigue siendo un motor creativo esencial para la pasarela.
Por ello, la exposición de fotografías con la que la MBMFW celebra el treinta aniversario de la que un día llegó a considerarse como “cuarta pasarela” del mundo tiene mucho de nostálgico, pero también de necesario: la constatación de que, a pesar de todo, en la pasarela madrileña han pasado y siguen pasando muchas cosas.
 Y gran parte de ellas probablemente merecen ser recordadas.

 

Sue Grafton: la lucha de la dama del crimen contra sí misma....una de mis escritoras de serie negra favooritas

Cerca del final de su serie del Alfabeto, la escritora estadounidense habla de su última novela, 'W de Whisky', de sus demonios interiores y de su relación con su personaje.

 

Sue Grafton, este jueves en Barcelona. / MASSIMILIANO MINOCRI

La vida y el proyecto vital y literario de Sue Grafton (Louisville, 1940) se confunden como se confunde su figura con la de su personaje, la detective Kinsey Millhone.
 Vital, divertida y aguda y precisa en sus respuestas, la escritora estadounidense, una de las estrellas de BCNegra, presenta en España W de Whisky (Tusquets), el episodio 23 de una serie que se acerca al final, de un periplo literario que terminará en cinco o seis años cuando llegue a la Z.
Los lectores acuden con devoción a cada nueva entrega de la serie de Millhone, una detective californiana aparentemente sencilla e ingenua pero llena de fuerza y carácter.
 Ellos no se han cansado pero ¿Y su autora? “No me he cansado nunca, pero he vivido siempre con el miedo a que me ocurriera.
 Es una responsabilidad muy grande porque estoy compitiendo contra mí misma y lucho por no repetirme
. Cuando termine la serie estaré muy aliviada de haber sobrevivido
. He aprendido muchísimo sobre el ser humano, sobre leyes, crímenes y venganza y todo gracias a mi viaje personal para sobrevivir a mi propia histeria y ansiedad
. Ha sido un reto apasionante y una gran lección”.
He aprendido muchísimo gracias a mi viaje personal para sobrevivir a mi propia histeria y ansiedad
Los inicios no fueron fáciles y Grafton mira hacia atrás sorprendida y con nostalgia.
 “Era muy joven y muy optimista cuando empecé con A de Adulterio
 . Mi intención ya por entonces era hacer la B, la C y seguir hasta Z pero no tenía nada, ni contrato, ni nada
. No tenía ni la certeza de que se fuera a vender y de hecho no vendió mucho, así que en muchos aspectos estaba trabajando de buena fe, con la esperanza de que los lectores fueran quienes me ayudaran a llegar hasta aquí"
 ¿Cómo cambia una autora a través de más de tres décadas con el mismo proyecto?
"En cierto sentido, cuando escribí el primero era más libre, no lo había hecho antes, no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.
 He releído después algunos de esos primeros libros y me he preguntado ¿Cómo pude hacer esto? Se me ha olvidado todo el sufrimiento que implicaron
. Me intimido a mí misma cuando los leo y me digo: “Mierda, no volveré a ser así de buena”.
Ese pequeño exabrupto es el único rastro en el habla de Grafton de los improperios y palabrotas que a veces usa su personaje.
“Ella es una proyección de mí, pero no es Sue Grafton.
 Cuando la creé decidí que fuera una mujer porque así podía hablar con autoridad, no tiene nada que ver con ningún pronunciamiento político.
Esas cosas me dan igual”, aclara cuando se le pregunta por Kinsey y yo, el libro mitad autobiográfico mitad ensayo que escribió al margen de las novelas.
Los libros de Kinsey Millhone se sitúan en la década de los ochenta y la protagonista se mantiene en la treintena mientras su creadora y sus lectores avanzan.
 “Es raro, pero si la hubiera envejecido a razón de un año por libro ahora tendría 65 años y no era lo mejor para la ficción.
 Tenía que tomar una decisión y lo que hice fue envejecerla un año por cada dos o tres libros.
 Y claro que me da rabia que ella esté tan bien y nosotros nos hagamos viejos”.

Una infancia dura, mágica

Hija de un padre alcohólico y una madre depresiva, Grafton no cambia su alegre tono de voz cuando se le pregunta por sus peores recuerdos.
 “Mis padres eran gente inteligente, muy cultos, hijos de misioneros presbiterianos que vivían en China y ellos hablaban y entendían chino y leían mucho
. Mi padre era muy trabajador
. Mi madre era muy depresiva, bueno, o tenía un problema de ansiedad y se medicaba a sí misma, algo que no fue bueno para ella.
Mis padres no vivieron una vida sana, fumaban demasiado, bebían demasiado, no hacían nunca deporte.
 Yo hago justo lo contrario”. Optimista casi hasta lo patológico, Grafton mira hacia atrás y celebra haber sido una niña desatendida por sus padres:
“A través de la novela negra se pueden exorcizar demonios interiores. Mi infancia junto a mis padres me enseñó mucho
. Crecí sin mucha supervisión, lo que para un escritor es genial.
 Y en esos días no teníamos televisión y yo vivía dentro de mi imaginación y jugaba en mi mundo de vaqueros y caballeros y dragones y era muy divertido”, asegura con una eterna sonrisa en sus finos labios.

Si bien esquiva con gracia las preguntas sobre sus influencias literarias y sólo reconoce a los maestros del hard boiled, Grafton entra de lleno en el asunto de las armas y la violencia en EE UU.
 Poseedora de dos pistolas que están “por algún sitio en casa”, la escritora confiesa que se lo pasa en grande cuando sus amigos de departamento del sheriff del condado de Santa Teresa le dejan disparar en sus campos de entrenamiento, pero no entiende para qué quiere la gente tener rifles de asalto y armas pesadas en casa.
 “Las masacres que han ocurrido en EE UU son algo estremecedor que me deja sin palabras, pero no sé qué votaría si hubiera un referéndum sobre el derecho a llevar armas”, afirma con cierta duda en sus ojos claros, cercados por el pelo blanco y algo revuelto que cae sobre ellos.
El mal está presente de manera inevitable en las novelas de Grafton pero ella, como Millhone, es una mujer práctica, poco dada a las grandes teorías
. “Me gustaría creer que el sistema judicial funciona siempre, pero sé que no es así. 
Entiendo el sentimiento de muchas víctimas, la necesidad de venganza, de que se reestablezca un equilibrio en el universo, pero los ciudadanos no pueden ir tomándose la justicia por su mano.
 Para eso, la novela negra es perfecta”, asegura con una sencillez que parece tomada de su personaje.
Inmersa en la elaboración de la siguiente novela, de la que todavía no tiene título aunque avanza que puede ser X de xenofobia, Grafton ha interrumpido sus rutinas, sus 12 kilómetros diarios de caminata y su relación epistolar con los lectores:
 “Me he escrito con algunos de ellos durante años y sé cuándo nacieron sus hijos, cómo han ido creciendo. Pero ahora estoy absorbida por X.
 Me quedan unas cien páginas por escribir, con lo que estoy empezando a perfilar el final y, como de costumbre, estoy histérica, sudando, sintiendo la presión, pero creo que sobreviviré”, asegura entre risas y aspavientos.

Eso sí, mantiene su costumbre de vivir entre su Kentucky natal y California por el simple gusto de cambiar de casa, de aires, de restaurantes.
 Es casi el único gesto excesivo de una mujer que ha vendido millones de libros y que viaja siempre con el gato, su cocinera y su marido, el tercero.
Defensora a muerte de su proyecto, Grafton no piensa vender nunca los derechos de Millhone para el cine o la televisión:
“Trabajé en Hollywood durante 15 años . Allí no vendes un libro, vendes un personaje y una vez que das el paso pueden hacer con ello lo que quieran
 En el momento en el que un dólar cambia de manos ya tienen todo el control.
 No haré eso nunca.
 Este es el trabajo de mi vida y no veo por qué voy a dar acceso o a ceder el control de eso a alguien. Y además, mis lectores no se pondrían nunca de acuerdo sobre quién es más idónea para protagonizar la serie.
Si llegase a ocurrir, el 50 por ciento se quedarían helados, se enfadarían conmigo”.
¿Cómo se imagina el futuro alguien que lleva más de 30 años escribiendo sobre lo mismo? 
“No sé lo que voy a hacer, pero no quiero seguir escribiendo libros simplemente porque sí, no es justo para el lector.
 Si la pasión dura no seguiré, pero ya veremos lo que pasa cuando llegue ahí.
 Primero tengo que terminar X, luego seguir con 
Y luego con Z, lo que me llevará cinco o seis años. ¿Podrías decirme qué vas a hacer en los próximos cinco o seis años? No.
 Yo tampoco, pero llegaré”, contesta sin asomo de dudas, dando por supuesto que vencerá la batalla contra sí misma.

5 feb 2015

“Estic molt adolorida, però somric”................................................................. Ana Matyszczyk

El desnonament de la dona malalta del Guinardó s'ha parat aquest matí i tot apunta que accedirà a un pis de protecció social.

María Goretti somriu relaxada perquè han aturat el seu desnonament. / Gianluca Battista

Ahir era una il·lusió anhelada però tèrbola, aquest matí s'ha fet realitat. María Goretti, la gallega de 37 anys, víctima de la síndrome de sensibilitat química múltiple, dormirà aquesta nit al seu pis del carrer Sant Antoni Maria Claret
. El seu desnonament ha estat aturat.
“Ahir vivia en xoc perquè pensava que em desallotjaven i ho perdia tot.
 Ara estic en xoc perquè la vorera s'ha omplert de gent, han parat el desnonament i torno a tenir esperances”, ha expressat l'afectada, prostrada a la cadira de rodes, sorpresa per la mobilització que ha generat el seu cas
. Prop de 60 persones de diferents col·lectius socials s'han concentrat a les nou del matí al seu domicili per  impedir-ne el desallotjament.
I donar-li suport. Mitja hora més tard dos mossos li han comunicat que el desnonament s'havia aturat.
La ruleta ha canviat de direcció i la sort sembla somriure la María. A partir d'ara s'agilitaran els tràmits per accedir al pis de protecció oficial
. Així ho ha manifestat Toni Tallada, responsable de la plataforma 500 x 20, després de parlar amb quatre administradors dels Serveis Socials que s'han mostrat favorables a la mesura.
 “Ara falta portar el que s'ha parlat a la pràctica. Nosaltres estarem damunt de la causa per ajudar, pressionar i aconseguir que surti tan aviat com sigui possible”, ha explicat Tallada, qui, a més, ha avançat que també treballarà per aconseguir la renda mínima d'inserció (RMI).
“L'únic problema ara és la normativa de la taula d'emergència, que exigeix a l'afectat cobrar alguna cosa per ingressar al pis de protecció oficial”, ha indicat Tallada, mentre subratlla que és una condició incoherent.
La María no té ingressos. “Tornarem a negociar amb els Serveis Socials. No sé com ho solucionaran, però hauran de posar-se a pensar. Hi hauran de posar remei”.
L'Ajuntament ha assegurat a EL PAÍS que manté el compromís d'atenció amb la María, malgrat entendre que “l'afectada mostra certa negativa” a rebre les ajudes previstes. Fonts del Consistori han revelat que “els Serveis Socials li han ofert diferents ajudes que ella ha rebutjat sempre”. Per exemple, assistències per a la cobertura de necessitats alimentàries i de medicació, la tramitació per a un nou habitatge i el servei d'atenció domiciliària.
La María nega aquesta versió
. Assegura que l'Administració “maquilla” una ajuda que mai acaba de donar. I denuncia que hi ha una mala gestió dels Serveis Socials basada en la falta de comunicació, una gestió del treball lenta i un desconeixement real de la seva malaltia.
“No sé on seré demà, però segur que hi aniré sense por. Avui al matí pensava que tenia un peu a la tomba.
 Però segueixo aquí, i molt agraïda. Estic molt adolorida, però somric”. Entre els seus plans encara no hi ha rendir-se.

 

Nunca nadie sabe nada....................................................................... Javier Vallejo

La ola' reproduce el experimento de un profesor de un instituto de Palo Alto en el '67.

Un momento de la representación de 'La ola', en el Teatro Valle-Inclán.

Un espectáculo sugestivo sobre la propagación del mal, disfrazado de bien y gustosamente aceptado por todos.
 En su famoso experimento realizado en 1963 en los Estados Unidos (y replicado en todo Occidente), el psicólogo Stanley Milgram demostró que cualquiera aceptaría torturar a un conciudadano si quien se lo propone emana autoridad y persuasión suficientes, y que dos de cada tres personas llevarían ese tormento hasta lo insufrible, siempre que para ello no tengan que tocar a su víctima.
Cuatro años después, Ron Jones, profesor de historia en un instituto de Palo Alto (California), hizo un experimento complementario, del que trata este espectáculo: para ejemplificar los mecanismos psicológicos que condujeron a la exitosa implantación del nazismo entre los alemanes, instauró entre sus alumnos un régimen autoritario, aceptado de inmediato por la mayoría, bajo el cual aumentó la cohesión y la productividad del grupo.

La Ola

Autor: I. García May, a partir del experimento de R. Jones.
Idea y dirección: M. Montserrat Drukker.
Intérpretes: A. Ribas, X. Mira, H. Lanza, J. Castro.
Madrid, Teatro Valle-Inclán. Hasta el 22 de marzo
La ola reproduce fielmente los hitos del experimento, comandado por un Ron Jones que en la interpretación magnética de Xavi Mira recuerda no poco al John Keating (Robin Williams) del Club de los poetas muertos, pero también –por el giro copernicano que da de súbito–, a Antonio Malonda cuando, investido del espíritu de Artaud, nos sumergía a sus alumnos de la RESAD en una dinámica de grupo abisal, sin escafandra. Ignacio García May, autor de la función, condensa en siete caracteres bien diferenciados los dos centenares de alumnos partícipes en la experiencia original: el ingenuo, la sagaz, la retraída, el diferente, el escéptico… Marc Montserrat Drukker, director de escena y padre del proyecto, mueve con pericia a un grupo de actores jóvenes a cuál mejor, aunque cabe destacar la graciosísima Wendy de una Carolina Herrera que tiene a Gracita Morales como espíritu protector y la inteligencia que el Robert de Javier Ballesteros emana en su papel de opositor indomable.
Lo bueno de La ola es que la dinámica grupal que Jones pone en marcha (comunión colectiva, aislamiento y posterior integración del disidente, designación de un chivo expiatorio…), lejos de remitirnos a una época y a un régimen relativamente pretéritos (los partidos de corte nacionalsocialista estén reverdeciendo en Ucrania, Grecia, Austria…), evoca la dinámica que algunos sacerdotes activan entre el grupo de alumnos que se les entrega para hacer “ejercicios espirituales”, ciertas tácticas de formación y de motivación en la empresa y esa enconada búsqueda de la excelencia en la producción y del rendimiento máximo, divisa de tantas grandes marcas actuales, incluidas algunas cuyos empresarios exprimieron en su día hasta el último aliento a millones de trabajadores esclavos en los campos de exterminio.
La función, dura, podría ser implacable
. Autor y director desarrollan una labor magnífica, pero no van más allá de la mera alusión en las citas que hacen del nada honorable papel jugado por los Estados Unidos en ciertos episodios de su Historia reciente
. En La ola caben holgadamente el humor, el drama, el apunte de psicología social y de masas y el análisis somero de unos hechos que García May sirve casi al natural, sin edulcorantes ni potenciadores del sabor.