Se ha dicho de él que es muy de izquierdas; y muy de derechas
. Que es
muy osado; y un timorato.
Que es el azote del Partido Popular; y que
ayuda al Gobierno de Mariano Rajoy. Que es muy independiente; y muy
obediente.
Que es indeciso; y demasiado decidido
. En lo único en lo que
todo el mundo parece estar de acuerdo es en que
Pablo Ruz (Madrid, 1975) es minucioso y trabajador.
A partir de ahí, según el caso que haya investigado en cada momento —
Faisán,
Gürtel,
Bárcenas,
Pujol,
Neymar...— cada uno se ha hecho una imagen distinta del juez que sustituyó a
Baltasar Garzón
al frente del juzgado central número 5 de la Audiencia Nacional.
El
mismo que dejará casi con total seguridad dentro de tres meses.
Y en
circunstancias polémicas. Como su antecesor.
Ha sido uno de los personajes públicos de los que más se ha hablado
en este año que se acaba.
Pero, pese a la trascendencia de sus casos,
este magistrado de 39 años tímido hasta el rubor y de carácter
reservado, no es el tipo de persona que busca protagonismo.
A diferencia
de Garzón y de otros compañeros de ese tribunal, su personalidad no
encaja en el prototipo de juez estrella.
Lo es por las noticias que
genera, pero a su pesar. Ruz se considera a sí mismo un funcionario que
trata simplemente de sacar adelante su trabajo.
Con discreción. Aún
extrema las cautelas al hablar con los periodistas, con los que ahora,
también a su pesar, ha de tener trato casi diario.
Fue uno de los fundadores del grupo ‘Otro derecho penal es posible’
Llegar a la Audiencia Nacional no es fácil de digerir.
El tribunal,
que aparece día sí día también en los medios, es una oportunidad, pero
expone a los jueces a las críticas como ningún otro.
Tras un breve paso
en 2008 para sustituir a
Juan del Olmo (instructor del 11-M) Ruz aterrizó allí en junio de 2010, tan solo nueve años después de acceder a la carrera judicial.
Venía de un juzgado de pueblo, Collado-Villalba (Madrid).
No podía
imaginar entonces, cuando aún el terrorismo copaba la agenda de la
Audiencia, que iba a tener en sus manos tantos y tan importantes casos
de corrupción
. Tampoco que se quedaría cinco años.
Algún colega del
tribunal dice de él que es una “anomalía” porque no es el titular de la
plaza en un juzgado de extraordinaria importancia.
La mayoría, sin
embargo, reconoce su dedicación.
No deja un papel sin leer y no toma
decisiones sin haber reflexionado largo y tendido —para algunos, en
exceso—.
De carácter reservado, no busca el protagonismo en los medios
Ruz, procedente de una familia de clase media, fue un buen
estudiante. Estudió en un colegio religioso y cursó Derecho en la
prestigiosa
ICADE.
En
esa época compatibilizaba sus estudios con un fuerte compromiso social
encauzado en comunidades cristianas de base.
En ese entorno dedicó parte
de sus ratos libres a la música, pero también a proyectos educativos
con niños procedentes de colectivos desfavorecidos
. Ese compromiso lo
ligó al profesor de Derecho Penal de la Universidad Pontificia de
Comillas
Julián Ríos, conocido por su empeño para lograr la reinserción de los presos y por su trabajo con inmigrantes.
Ríos y Ruz se conocieron cuando el juez estudiaba quinto de carrera.
“En esa época estaba trabajando en un proyecto sobre la inhumana
situación de los presos encarcelados en módulos de aislamiento que se
titulaba
Mirando el abismo”, recuerda Ríos. “Y Pablo me ayudó”.
Junto a él fundó la plataforma
Otro Derecho Penal es Posible,
crítica con lo que llaman “populismo punitivo”: el endurecimiento de
las penas por puro electoralismo ante crímenes de gran alarma social.
Trata de quitar importancia a
su próxima marcha
de la Audiencia
De entre todas las salidas de una licenciatura en Derecho, Ruz eligió
ser juez como una prolongación de sus inquietudes sociales
. En una
reciente conferencia en Santander ante estudiantes de Derecho, citando a
la juez estadounidense Shirley Hufstedler, definió lo que, a su juicio,
debe esperarse de los jueces:
“Que defiendan nuestra libertad, que
reduzcan las tensiones raciales, que condenen la guerra y la
contaminación, que nos protejan de los abusos de los poderes públicos,
que compensen las diferencias entre los individuos, que resuciten la
economía...”.
En definitiva, que participen activamente en la
transformación de la sociedad.
Ruz tardó solo dos años y medio en sacar la oposición.
Lo hizo en 2001. Su preparador fue Jaime Moreno, el
número dos de la Fiscalía durante el mandato del
recién dimitido Eduardo Torres-Dulce
.
Nada más abandonar la escuela judicial, en 2003, su primer destino fue
Navalcarnero (Madrid).
De allí saltó al juzgado de Instrucción 1 de
Bilbao
. En esos años se incorporó como coordinador al
proyecto de mediación penal
puesto en marcha por Félix Pantoja, entonces vocal del Poder Judicial a
propuesta de Izquierda Unida.
El plan trataba de humanizar la justicia
penal dando la oportunidad a las víctimas de entrar en contacto con los
autores de los delitos para que negociaran el castigo más apropiado.
Para reparar el daño causado y facilitar la reinserción del delincuente
sin recurrir a la prisión.
“Es un juez de procedencia cristiana, pero
claramente progresista; muy sensibilizado con los pobres, con los
presos...”, asegura uno de los magistrados de la Sala de lo Penal que lo
conoce más de cerca.
Mientras estudiaba colaboraba con comunidades cristianas de base
En abril de 2008, Ruz pisa por primera vez la primera división de la
judicatura: la Audiencia Nacional.
Lo consigue por casualidad. Su esposa
y sus dos hijos (ahora son cuatro) residían en Madrid y él aprovechaba
cada concurso para pedir cualquier plaza en esa ciudad y reunirse con su
familia. Su llegada al juzgado de Del Olmo se debió solo a la renuncia
del juez inicialmente propuesto. Tras una breve salida en la que fue a
dar en un juzgado de Collado-Villalba (Madrid), Ruz volvió a la
Audiencia en junio de 2010.
Lo hizo para encargarse del juzgado con las
causas más calientes, el central 5. Una de ellas, el
caso Gürtel,
había hecho caer a Garzón. Afrontó el reto de sustituirlo y heredó sus
casos más delicados, como la trama de corrupción del PP y el chivatazo
del Faisán.
Durante esas investigaciones, sus detractores lo han dibujado como un
juez sin iniciativa. Alguien demasiado inseguro que no da un paso
adelante sin el apoyo del fiscal, lo que provoca retrasos en la
instrucción
. En su entorno no niegan que trate de hacer equipo frente a
las decisiones más trascendentes, pero aseguran que es por prudencia, no
por inseguridad.
Sin embargo, varias de sus actuaciones más sonadas las
ha adoptado solo. Frente a todos. Como el registro de la sede del PP
ante su negativa de facilitarle la documentación sobre los
papeles de Bárcenas.
O la decisión de llamar a declarar como imputado a Ángel Acebes,
exsecretario general del PP, y, como testigos, no solo a la actual
número dos, María Dolores de Cospedal, como pedía el fiscal, sino
también a sus antecesores Francisco Álvarez Cascos y Javier Arenas.
Durante los días de la pugna con su compañero Javier Gómez Bermúdez por hacerse con el caso Bárcenas,
desde la izquierda que ahora pide su continuidad se le tildó de “juez
preferido del PP”. “Un juez de prestado” sin plaza en propiedad cuya
“precariedad laboral” dependía de un Poder Judicial escorado hacia ese
partido, le haría vulnerable a las presiones del Gobierno, se dijo
entonces. Ruz, que es muy consciente de su provisionalidad, asegura que
siempre ha sentido garantizada su independencia por la Sala de Gobierno
de la Audiencia Nacional y la comisión permanente del Poder Judicial.
Pero ese apoyo se esfumó el 9 de diciembre, cuando esa misma comisión sacó su plaza a concurso,
lo que provocará su salida en marzo a pesar de que podía permanecer en
el puesto hasta junio.
Lo hizo solo dos semanas después de que
provocara la dimisión de la ministra Ana Mato,
al considerarla beneficiaria de los delitos presuntamente cometidos por
su marido, el exalcalde de Pozuelo Jesús Sepúlveda, en el
caso Gürtel.
Ruz, sin embargo, no abandona una prudencia a prueba de bombas y
niega cualquier tipo de relación entre ambos hechos.
Aunque sus próximos
aseguran que estos últimos días los ha vivido con evidente ansiedad, el
juez quita importancia a su marcha de la Audiencia Nacional y dice con
elegancia que el día del adiós, tarde o temprano, tenía que llegar.