Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 dic 2014

El pesimismo como estado de lucidez............................................... Manuel Vicent

Eduardo Haro Tecglen fue un intelectual de izquierdas sólido, comprometido solo con su inteligencia.

 

Eduardo Haro Teglen con su perro Trotsky en su casa de Madrid. / Santos Cirilo

Era alto, su rostro sombrío emergía de un jersey cuello de cisne, su cabeza poderosa se dejaba ver enseguida en la primera butaca de la tercera fila del teatro en las noches de estreno o sobre la extensión craneal de cualquier cóctel literario, nunca en una manifestación callejera.
 Tenía un aire de intelectual francés en la retaguardia; daba siempre la impresión de que acababa de leer Le Nouvel Observateur, lo último de Sartre, los manifiestos y panfletos que emitían las organizaciones clandestinas.
 Con el corazón repartido entre el Mayo del 68 y el Vietnam de Ho Chi Minh, hacia el final del franquismo Eduardo Haro Tecglen ejerció de oráculo de la izquierda sumergida desde la revista Triunfo, cuyas páginas fagocitaba a través de varios seudónimos.
 Fueron sus años de gloria, que por otra parte siempre le fue muy esquiva.
En aquel tiempo, llevar la revista Triunfo bajo el brazo te definía ideológicamente, era un tic en el que se reconocían los progresistas por la calle, pero ninguno de ellos se atrevía a opinar de nada sin leer previamente la doble página donde Eduardo Haro marcaba la pauta del pensamiento correcto que había que adoptar frente a todas las adversidades de la dictadura.
Así trabajaba Haro Tecglen
bajo un cúmulo de libros
y periódicos abiertos sobre
la mesa, con las gafas
en la punta de la nariz
Nunca escribía directamente de política interior, unas veces por precaución y otras por desprecio
. Al final de la década de los sesenta, el ministro de Información Fraga Iribarne había cortado las alambradas de la censura previa, no sin dejar previamente el campo del periodismo sembrado de minas.
 De hecho, la revista Triunfo saltó varias veces por los aires.
Ya no había que llevar las galeradas al ministerio del ramo para que un tipo impresentable tachara con un lápiz rojo a su antojo lo que no le gustaba.
 Ese escarnio había cesado, pero ahora te jugabas la edición entera a los dados que se echaban sobre el hígado del censor de guardia.
 En defensa propia, Haro Tecglen había desarrollado una maestría al convertir los análisis de personajes y sucesos de la política internacional en un espejo en el que se reflejaban todos los desastres que sucedían en el interior de nuestro país, y en este ardid literario siempre contaba con la complicidad del lector.
Los oráculos suelen habitar en la trasera de los tabernáculos.
 Así trabajaba Haro Tecglen bajo un cúmulo de libros y periódicos abiertos sobre la mesa, con las gafas en la punta de la nariz, en la trastienda de la redacción, el cenicero lleno de colillas cuyo humo extasiado era ametrallado por el teclado de la Olivetti. Mientras Luis Carandell se encargaba de recobrar el surrealismo popular a través de Celtiberia show, lleno de lápidas de cementerio, bares de carretera, bodas y bautizos, funcionarios casposos, santorales y milagros, esquelas y escapularios, capeas en plazas de carros, letrillas de coplas y anuncios macabros, que constituían el costumbrismo hortera o salvaje de la España negra, Haro se limitaba a socavar los cimientos de la sociedad con cargas de profundidad no exentas de amargura.
Venía cargado con los recuerdos de niño republicano, de aquellas acacias de abril que fueron aplastadas por una guerra fratricida.
Su inconsciente se trabó en un Madrid triste y famélico que siguió a la contienda, las colas del aceite, el racionamiento, los anuncios de permanganato en los urinarios públicos, con el padre periodista represaliado, encarcelado, condenado a muerte, conmutada la pena y desaparecido en combate en medio de la miseria
. La amargura existencial de Haro Tecglen se derivaba de haberse visto obligado durante la posguerra, en sus primeros años de periodista en Informaciones y luego como director de La España de Tánger a rendir tributo al dictador mediante crónicas escritas con toda su biología en contra, editoriales y artículos de inserción obligatoria y otros humillantes encargos entre la espada y la pared. Cuando en plena democracia su pluma llegó a convertirse en un acicate perenne contra la extrema derecha, un resabiado se entretuvo en desenterrar de los papeles amarillos de la hemeroteca estas crónicas laudatorias para agraviarle, pero en ese momento Haro Tecglen ya estaba más allá del bien y del mal, solo interesado en vengarse de sí mismo y de la vida propiamente dicha, que tan mal le había tratado.
Su inconsciente se trabó
en un Madrid triste y famélico
que siguió a la contienda, las colas
del aceite, el racionamiento
En sus buenos tiempos de Triunfo, la prosa de Haro necesitaba una calamidad para brillar como un diamante.
Ya se sabe que los oráculos se crecen con las malas noticias
. En su caso, la depresión era un estado de lucidez y su pesimismo antropológico lo convirtió en guardián del muro de todas las lamentaciones.
Un pesimista solo debe contentarse con tener la razón y esperar a que las aguas del Dvina bajen crecidas para arrojarse desde el puente como Ganivet.
 Los que están contentos con la vida no saben lo que se pierden.
De pronto los tiempos comenzaron a cambiar. Muerto Franco, se acabó la rabia.
 La respuesta del viento que cantaba Bob Dylan trajo un día la libertad y la democracia a España. Desde el derrumbe de la Segunda República, el ideal del regeneracionismo, el recuerdo de la Institución Libre de Enseñanza y de la Residencia de Estudiantes, el orteguismo y el cultivo de las élites intelectuales habían quedado en suspensión en el aire, un afán de modernidad guardado secretamente como un tesoro en la memoria de una generación aplastada por el franquismo.
 El diario El País sintetizó ese ideal y, según el juicio de Aranguren, se convirtió en el intelectual colectivo que absorbió todo el material de las revistas Triunfo y Cuadernos para el Diálogo hasta dejarlas sin oxígeno.
Era como ese maqui perdido
en la serranía o tal vez como ese
japonés abandonado en una isla
Periodistas, escritores e intelectuales que escribían en esas revistas pasaron a hacerlo en este periódico, Haro Tecglen el primero.
 Como editorialista, redactor todo terreno y crítico de teatro resistió con lucidez pesimista el festín de la libertad.
 Su oficio de rompeguitarras pronto llegó a captar todo el desencanto que sobrevino al socialismo, y cuando fue relegado a un rincón de las páginas de televisión, que según Tom Wolfe supone la muerte de un escritor, el talento de Haro Tecglen convirtió esa columna trasera en la mejor garita desde cuya aspillera disparaba incluso contra el editorial de su propio periódico.
 Haro Tecglen era como ese maqui perdido en la serranía o tal vez como ese japonés abandonado en una isla que nunca aceptaron que la guerra había terminado todavía y disparaba contra los aviones que creía de combate cuando en realidad iban cargados de turistas.
La mayoría de lectores de El País abría el diario por su columna, el mejor homenaje que se le puede hacer a un periodista, unos para comprobar la intensidad del vitriolo con que zahería a la extrema derecha y a los recuelos del fascismo; otros para asimilar su resentimiento y amargura como un lenitivo de la vida
. Era escaso en el elogio, medía su cordialidad con los compañeros con talento, guardaba un silencio impenetrable ante los imbéciles, se encogía de hombros ante la adversidad, usaba una ironía como refugio de su inteligencia nunca suficientemente valorada.
 La vida le dio a probar el lado más aciago de eso que se ha dado en llamar familia, pero dentro de la hecatombe, a veces los hijos también engendran a los padres
. Uno de sus vástagos, Haro Ibars, nunca dejará de brillar como una de las estrellas de aquel tiempo, cuando parecía que cualquier paraíso estaba al alcance de la mano. Haro Tecglen era un intelectual de izquierdas sólido, comprometido solo con su inteligencia, sin partido ni beneficio, movido por el estímulo de ser un perdedor. En esto no admitía rivales: era el perdedor que primero entraba en la meta.

Lo Leo y no lo Creo El PP, sin mayoría, contemplaría una “gran coalición”con el PSOE

Uno ya pierde la capacidad de asombro....el PSOE sabe que caerá en picado si lo hace.

Dolores de Cospedal se plantea esta opción "para garantizar la gobernabilidad".

La secretaria general del PP, Maria Dolores de Cospedal. / Atlas / Álvaro García

La secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, ha afirmado este martes que su partido "contemplaría" una "gran coalición" con el PSOE si no tuviera mayoría absoluta, tal como sucede en Alemania, según ha dicho en una entrevista en Telecinco recogida por Europa Press.
 Por su parte, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, ha insistido varias veces en que no habrá un pacto con el PP, ya que "es el partido de la corrupción”.
Dicen que todos tenemos un precio y yo no he averiguado aún el mio.
Cospedal ha subrayado que una gran coalición "no se hace para neutralizar a nadie sino para garantizar la gobernabilidad del país", respondiendo así a la pregunta de si un gran acuerdo PP-PSOE sería para neutralizar a Podemos. "Hay que pensar en términos más generosos hacia los ciudadanos", ha argumentado.
A su juicio, en ausencia de mayoría absoluta "los partidos que tienen posibilidad de ser alternativa de Gobierno" tienen ponerse de acuerdo "en los grandes temas de Estado, sin duda alguna".
Además, ha subrayado que el PP siempre tiene disponibilidad para pactar con el PSOE los "grandes temas de Estado", aunque su "actual secretario general", Pedro Sánchez, esté intentando romper uno que se alcanzó recientemente, la reforma del artículo 135 de la Constitución.
"Nosotros hemos ofrecido al PSOE coaliciones importantes en los grandes temas de Estado y hasta la fecha parece que no ha sido muy fructífero el ofrecimiento", ha lamentado, y ha añadido que el PP siempre estaría a favor "para garantizar la gobernabilidad de España, de un acuerdo, de acuerdos, entre partidos democráticos".Todos ponen a "parir" a Podemos !!Que miedo les da una Izquierda gobernando....
Y no señor esto no será Venezuela y eso que muchos canarios emigrarona Venezuela sobre todo de la Isla de Tenerife, y tb a Cuba....
Pero no ataquen con chorradas porque si dicen que Podemos quiere revoluciones marxistas, o quieren justicia social, que los ricos apechuguen porque trabajando nadie se hace rico....

 

1 dic 2014

¿Qué necesidad tiene usted de leer a los clásicos?.......................................... Juan Cruz

Un nueva colección busca quitarles la naftalina de modo que uno pueda entrar a un Julio Verne como si se tratara de un Ken Follet.

 

Expositor del Ministerio de Cultura Mexicano en la FIL / Saúl Ruiz

En 1924 el ministro más extraordinario que ha tenido la cultura en México, José Vasconcelos, lanzó una colección de clásicos que causó un impacto muy duradero en la educación lectora de este país. Su sucesor muchos años después, el intelectual, y ahora otra vez político, Rafael Tovar y de Teresa, presidente de Conaculta, el ministerio mexicano de la cultura, ha acometido parecida tarea.
Y el pasado domingo, en la sala Mariano Azuela (Los de abajo) de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, se presentó la colección.
Ricardo Cayuela, a quien en España se recuerda por su etapa poniendo en marcha entre nosotros la edición española de Letras Libres, es el segundo de a bordo de Tovar y de Teresa, y tiene de éste el encargo de la editorial de este ministerio
. Él presentó la colección, que ha sido elaborada (como es habitual en la edición de clásicos) con títulos que están fuera de derechos, de modo que no compiten con las editoriales comerciales de libros.
Ahí habrá escritores hispanoamericanos y extranjeros, desde Julio Verne o Robert Louis Stevenson al argentino Esteban Echeverría.
 Este último título le dio escalofríos, los escalofríos de la coincidencia, a uno de los presentadores de la colección, el también argentino Martín Caparrós.
Resulta que hace años, en su libro La sombra de Águila, Carlos Fuentes (que en la feria es como un laico patrón al que se rinde homenaje cada tres palabras) hizo que Caparrós, su joven amigo, apareciera como ente de ficción, al mando de un grupo terrorista que respondía al también falso nombre de El Matadero. Y El matadero, precisamente, es este clásico de Echeverría, que vivió poco más de cuarenta años en el siglo XIX y que, en palabras del propio Caparrós, fue antiperonista antes de que existiera Perón.
 El Matadero, como las historias de Herodoto, son volúmenes que adornaron los olores de la adolescencia de Caparrós
. El domingo, revivió el escritor argentino ese tiempo y esos olores exhibiendo ante el público el volumen de Echeverría.
Los clásicos son en efecto imprescindibles; pero nos los enseñaron en las escuelas como si fueran aceite de ricino
Coincidencias aparte, Cayuela convocó a Caparrós y a Alberto Barrera, novelista venezolano, ganador del premio Herralde, y como algunos de sus compatriotas más conspicuos autor de guiones de telenovelas, para que explicaran por qué demonios hay que leer a los clásicos. Barrera quiso asistirse del ya clásico libro de Italo Calvino (que explica en un texto célebre qué utilidad real tiene leer estos grandes libros del pasado), y Caparrós, cronista y novelista que en esta feria presenta su voluminoso, y escalofriante, Hambre, sobre la miseria en el mundo, bromeó con un robo: hasta hace nada los clásicos eran “los libros significativos e imprescindibles sin los cuales alguien no era una persona culta”, pero ahora los clásicos son, por ejemplo, los Madrid - Barça, “uno de los cuales acabo de ver en Madrid”.
Pero ahí están los clásicos, son en efecto imprescindibles; pero nos los enseñaron en las escuelas (en España, por ejemplo) como si fueran aceite de ricino o la consecuencia de esa fórmula ya conocida: la letra con sangre entra
. Lo que quieren Cayuela y sus colegas editores de Conaculta es quitarle a los clásicos la naftalina a la que han olido y ofrecerlos como si fueran novedades editoriales, que se mezclen bajo demanda con lo que hay en las librerías y en las bibliotecas, “relacionando así la actualidad con el legado”.
 Para ello los despojan de notas (excepto las imprescindibles) y de prólogos u otros estudios, de modo que uno puede entrar en un libro de Julio Verne como si (ejem) uno se adentrara en una obra de Ken Follet.
Para nutrirlos se sirven de un comité internacional de escritores (no necesariamente de expertos en educación) que tienen la misión de romper el canon, de aportar títulos que quizá nadie antes consideró que debieran estar en los corsés de colecciones así, de manera que la colección sea también una forma de renovar la nomenclatura y de aportar a la historia de la lectura títulos que se habían muerto sin necesidad ninguna.
En la Universidad de Guadalajara (cuya biblioteca dirige el gran Fernando del Paso, y que está consagrada al nombre de Octavio Paz) tiene una cátedra de Fomento de la Lectura, algo insólito en nuestro mundo (español).
 Esta colección y esa cátedra ponen los dientes largos, por lo menos, a los que en nuestro país (y en otras latitudes, dijo el citado Martín Caparrós, argentino que pone en duda el hábito lector que se atribuye a sus compatriotas) creemos que el Gobierno hace precisamente lo contrario de promover que se lea, y que se lea precisamente a los clásicos.
La colección de clásicos viene a responder a la pregunta: ¿por qué demonios leer a los clásicos? Pues porque si no los lees tú te los pierdes, y si te los pierdes sabes menos que quienes se los han leído. ¿Y para qué saber?
 Bueno, el interrogante es tan infinito como la propia ignorancia de la que parten esas dichosas preguntas.
Sobre la mesa, cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío, las Fábulas de Samaniego, La Regenta de Clarín, Lo que no se debe decir, de Larra… Yo empezaría por Darío, ¿uy usted? ¿o usted de los que piensa para qué demonios hay que leer a los clásicos?
Y ¿Porqué no empezar con la Divina Comedia?
Desde pequeña leí a los clásicos, en una colección de Aguilar especial para niños, Empecé con las novelas ejemplares de Lope de Vega, claro que me gustaba leer y pude leer a Oscar Wilde, no sabía que era pecado, por eso de la lista negra que me enteré más tade.

Sanchos que intentan ser quijotes.............................por Arturo Pérez-Reverte

La RAE lanza una versión de la obra de Cervantes adaptada por Arturo Pérez-Reverte

El novelista y académico explica el proyecto a dos estudiantes de bachillerato

Lisbeth Tipantasig, Arturo Pérez-Reverte y Rodrigo del Campo en la sala de plenos de la Real Academia Española, en Madrid / Alejando Ruesga

Lectores implacables, los jóvenes no se dejan impresionar por el canon. Lisbeth Guadalupe Tipantasig Chato y Rodrigo del Campo Grijalbo comentan sin complejos las virtudes y defectos de El sí de las niñas, una de las lecturas obligatorias de 2º de bachillerato. Es lo que estudian ambos en el IES Cervantes de la calle de Embajadores, un histórico instituto madrileño —Antonio Machado fue allí profesor de francés— donde al autor del Quijote se le conoce como “el jefe”. Mientras atraviesan el paseo del Prado, Lisbeth (nacida en Quito, Ecuador, hace 18 años) y Rodrigo (nacido en Madrid hace 17) mezclan en la conversación a Leandro Fernández de Moratín con la cantante Rihanna (favorita de ella) y el grupo de heavy metal WarCry (favorito de él), Miguel Strogoff, No abras los ojos, Bailando con lobos y Downtown Abbey.
Convocados por Babelia, se encuentran en la Real Academia Española con Arturo Pérez-Reverte, que les enseña la biblioteca deteniéndose en los 28 tomos originales de la Encyclopédie. La RAE pidió un permiso especial para comprar la obra de Diderot y D’Alembert cuando estaba prohibida en España, y esa peripecia, revela el escritor, será objeto de la novela que publicará el año que viene. Su última empresa, no obstante, ha sido medirse, por encargo de la Academia a la que pertenece desde 2003 (silla T), con el jefe del canon español, el Quijote. Se trataba de preparar una versión “para uso escolar” y el resultado, que acaba de llegar a las librerías, se presenta en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México).
Lisbeth, lacónica, y Rodrigo, locuaz, leyeron el año pasado una antología de la novela. En la llamada sala de pastas de la RAE, Arturo Pérez-Reverte explica que su adaptación es otra cosa: “En la Academia nos dimos cuenta de que antologías hay muchas y buenas, pero ningún Quijote como este. En la novela hay un montón de cuentos, digresiones e historias complementarias —el curioso impertinente, la de Dorotea…— que te sacan de la trama fundamental de Don Quijote y Sancho. En tiempos de Cervantes era normal porque esas aventuras insertas en las narraciones eran muy del gusto del lector, pero un lector moderno se pierde. Por eso decidimos podar del texto original todo lo que distrae de la trama básica. Pero en lugar de dejar los cortes, decidimos añadir enlaces como si Cervantes lo hubiera escrito así”.
“O sea, que has reescrito el Quijote”, le dice Rodrigo. “No, no”, matiza el autor de El francotirador paciente. “No podía reescribir a Cervantes. Cuando he eliminado un pedazo he añadido una frase para que hubiese una continuidad y no se notara el corte. Cosas del tipo: ‘Mientras tanto ocurrió que…’. Son pequeñas aportaciones sin importancia que además están tomadas del vocabulario cervantino. Para entendernos, lo he cosido con un hilo que es del propio Cervantes, no mío”.
Chistes viejos pero graciosos
Pérez-Reverte, cuenta, leyó por primera vez las aventuras del hidalgo manchego a los ocho años y en otra antología, la de la editorial Luis Vives: “Está vinculado a mis primeros recuerdos como lector. Luego lo leí completo con 15 años y ya he sido siempre lector habitual del Quijote. Cuanto más lo conoces, más lo disfrutas. Igual que hay libros que lees y dices: ya. Cuanto más sabes lo que dicen don Quijote y Sancho, más te interesa que lo digan como lo dicen. Es como encontrarte con dos amigos cuyos viejos chistes te siguen haciendo gracia”.
"Cuanto más sabes lo que dicen don Quijote y Sancho, más te interesa que lo digan como lo dicen"
Cuando se le pregunta cuál era su idea del Quijote antes de leerlo, Rodrigo salta como un resorte: “Yo es que tengo un problema: de pequeño vivía en Alcalá de Henares y allí sabes que te cae seguro. Vas a la casa de Cervantes, todo se llama Don Quijote y Sancho…”. ¿Y Lisbeth? “Yo tenía esa idea de que el Quijote es un libro difícil de leer y de comprender ya que estaba escrito en castellano antiguo. Luego me di cuenta de que no, aunque algunas palabras tenía que consultarlas en las notas a pie de página, lo que te obligaba a releer el fragmento”. “Eso le pasa a mucha gente”, interviene Pérez-Reverte. “Yo todas las palabras que creía que no se entendían las actualicé. Por ejemplo, jaldes en armas jaldes. Jaldes son amarillas o gualdas, y gualdas se entiende. A veces no llegaba y trabajé con el filólogo Carlos Domínguez Cintas. Procuré que el lector se orientara también por el contexto. La única nota se puso para decir quién fue Avellaneda, el autor del Quijote apócrifo. De todos modos, personas muy cultas y muy leídas también tienen que recurrir al diccionario. La ventaja es que el Diccionario de la Real Academia tiene todas las palabras de Cervantes. Es una de las normas: que todo Cervantes esté en el DRAE. Por cierto, ¿qué concepto tenéis de Cervantes como persona”. “He leído que tuvo un lío de faldas”, responde Rodrigo, “que tiene que huir, que combate en Lepanto y queda manco, que está preso en Argel… Es aventurero porque intenta ir a América y derrotista porque se queda en España, pero ese derrotismo ha dado todas sus obras. La vida lo ha desengañado, siempre ha estado persiguiendo un montón de sueños y cuando sienta la cabeza dice: ‘Vamos a escribir algo de lo que habría querido vivir”.
“Bien visto”, añade Pérez-Reverte, “porque, ¿sabes?, nadie pone lo que no tiene. Ni en el amor ni en la literatura. Si uno no tiene eso dentro no puede ponerlo. Y Cervantes lo tenía”.
Rodrigo del Campo, Lisbeth Tipantasig y Arturo Pérez-Reverte en la sala de pastas de la Real Academia Española, en Madrid. / Alejandro Ruesga
Después de hablar de la importancia en la novela de asuntos humanos y divinos como el humor del escritor o la amistad entre los personajes, la conversación desemboca en la locura de Don Quijote. Se impone la teoría de que no estaba realmente loco. Lisbeth defiende esa tesis con firmeza pero con cuatro palabras: “Se hace el loco”. Días más tarde desarrolla el argumento por correo electrónico: “Solo se hace el loco para lo que le conviene. Para otras cosas está totalmente cuerdo. Don Quijote estaba más cuerdo que todos. Su locura es una excusa para llevar a cabo todas esas aventuras que había leído en los libros de caballerías”. Tirando del hilo de la locura como máscara de libertad, añade: “Si se lo tuviera que recomendar a algún amigo, le diría algo así como: ‘Un libro como el Quijote nos ayuda a sentirnos libres y no darle importancia a lo que la gente piense”.
Un hidalgo en el 15-M
Tomándolos como arquetipos, ¿quiénes serían hoy Don Quijote y Sancho? “Sancho, un alcalde”, dice Lisbeth. “Un alcalde bueno, no corrupto. Eso se encuentra poco”, añade Rodrigo, que prosigue: “Don Quijote es una personalidad tan compleja que podrías asociar a su afán de luchar por los desfavorecidos a un colectivo. Podría ser el 15-M”. Y Pérez-Reverte: “Yo creo que Sancho es lo posible, lo real. A Sancho te lo encuentras en la calle, en lo malo y en lo bueno. Don Quijote, sin embargo, es el ideal. El camino es el que va de Sancho a Don Quijote. Sancho es un labrador que solo piensa en llenar la tripa y la compañía de Don Quijote lo mejora, lo hace superior, admirable, heroico a veces. La lección de Cervantes es que Don Quijote es el espíritu que debe guiar a los Sanchos, pero que es Sancho quien debe hacer el trabajo: quien se moja, quien se mancha, quien pelea, quien debe cambiar. Por eso es más difícil encontrar un Quijote”. “Tal vez seamos un Sancho que intenta ser Quijote”, remata Rodrigo.
"Es conmovedor que incluso de viejo Cervantes esté más orgulloso de Lepanto que del Quijote"
De vuelta al Siglo de Oro, la curiosidad de los estudiantes lleva la charla a la serie de El capitán Alatriste. Concretamente a El sol de Breda —la favorita de Rodrigo, aficionado a los temas militares— y a la escena de la quema de la biblioteca. “Eso lo he visto yo, no me lo han contado”, explica el creador del capitán. “Fui reportero muchos años en países en guerra y vi arder casas y bibliotecas. La de Sarajevo, por ejemplo. Pensaba en ella cuando escribí esa escena. En Sarajevo, en mitad del caos, la gente iba a la biblioteca a salvar los libros”. Inmersos en la guerra, el famoso discurso de las armas y las letras no tarda en aparecer: “Cuando Cervantes escribe el Quijote ha fracasado en el teatro. La poesía daba prestigio y el teatro daba dinero. La novela era menor. Cervantes es un fracasado, pero su orgullo es haber sido soldado. Es conmovedor que incluso de viejo esté más orgulloso de Lepanto que del Quijote. El respeto por lo que fue le permite soportar el fracaso de lo que es”.
“Hay incluso un guiño en ese hombre que viene de Argel y que ha combatido en Lepanto”, recuerda Rodrigo. “El cautivo”, apunta Lisbeth. “Eso me lo he cargado”, avisa Pérez-Reverte. “Ayer lo estuve releyendo por si se me olvidaban cosas”, prosigue el chico sin inmutarse. “No me había fijado la primera vez. Pensé: ‘Mira, un año después veo cosas que no había visto”. “Yo tengo 63 años y lo he leído entero 3 veces, y a trozos, no sé, 15, 20. Y todavía encuentro cosas nuevas. Por eso es grande. El Quijote es un libro que envejece contigo. Hay reflexiones que no había visto porque era incapaz de verlas. Ahora, con mi edad, con mis canas, con mi experiencia, con mi vejez, con mi decadencia física, comprendo mejor”.
Don Quijote de La Mancha. Miguel de Cervantes. Edición de la Real Academia Española adaptada por Arturo Pérez-Reverte. RAE / Santillana. Madrid, 2014. 592 páginas. 10,95 euros (digital: 6,95).