Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

1 nov 2014

“Mi decisión nada tiene que ver con el derecho a decidir”................................................ Javier Pérez Senz


Jordi Savall durante la rueda de prensa para hablar de su rechazo al Premio Nacional de la Música. / carles ribas

“No puedo avalar al aceptar un premio una nefasta gestión política que maltrata a la música y a los músicos”.
 Jordi Savall explicó ayer los motivos que le han llevado a rechazar el Premio Nacional de Música, en la modalidad de interpretación, concedido por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
 Habló claro, sin levantar la voz para imponerse al ruido de flashes de las cámaras en una multitudinaria rueda de prensa que tuvo lugar en un escenario cargado de historia y, detalle anecdótico pero que tiene su morbo, bajo el busto de Carlos III que preside el salón de la Real Academia de las Ciencias y las Artes de Barcelona, de la que es académico.
 Y fue rotundo al responder a quienes vinculan la renuncia al galardón con su compromiso con el proceso soberanista catalán.
 “Defiendo el derecho a decidir del pueblo catalán, y lo he manifestado públicamente, pero este tema no ha influido en mi decisión. Es más, si fuese así, lo habría incluido en la carta de renuncia”, afirmó. “Sólo quiero que mi gesto sirva de revulsivo para lograr que el Gobierno se tome de una vez en serio el patrimonio musical español”.
“La cuestión no es si soy independentista o no, porque lo único que he dicho públicamente es que el pueblo catalán tiene derecho a votar sobre su futuro, que considero un derecho no negociable”, afirmó Savall.
 “Pero vincular mi decisión de no aceptar el premio a la actual situación política es una falsedad”, dijo. Eso sí, confiesa que, viendo la situación europea, “los países pequeños funcionan mejor porque tienen una dimensión más humana”.
No quiso hacer sangre, al menos más de la justa y necesaria ante una situación que considera indignante:
 “En mis cuarenta años de carrera he sido recibido por ministros de muchos países pero en España, el único ministro de Cultura que quiso recibirme fue Jordi Solé Tura – uno de los padres de la Constitución- que fue muy amable conmigo, aunque la reunión no sirvió para nada”, dijo Savall. “Los otros responsables del ministerio jamás se dignaron en recibirme para escuchar propuestas encaminadas a preservar, difundir y grabar el maravilloso patrimonio musical antiguo. Decían que estaban muy ocupados. “Es más, nunca he visto a José Ignacio Wert en mis conciertos”, añadió con sorna.
“Es fácil imaginar mi reacción”, comentó el famoso violagambista, director y compositor catalán, al recibir la noticia de que después de cuarenta años sin hacerme el más mínimo caso, deciden otorgarme un premio.
Primero sentí alegría, pero al pensar en tantos años de absoluto olvido, no podía hacer otra cosa, por lo que ha sido doloroso”, confesó. Lamentó, eso sí, el disgusto que puede haber ocasionado con su decisión a los miembros del jurado que han distinguido su trayectoria.
 “Me han dado una alegría al concederme el premio, un premio que llega tarde, muy tarde, pero he puesto en la balanza los años de desidia y falta de apoyo a mis proyectos y el único camino coherente es rechazarlo y así denunciar la gravísima situación de la música y de toda la cultura”.
“No me quejo para que me den más conciertos, porque afortunadamente doy más de 150 por todo el mundo cada año, lo que me indigna es la situación de crisis, la pobreza que padecen millones de personas, el futuro que les espera a los jóvenes”.
 Lamentó Savall la ineficacia en la gestión de la cultura de un Gobierno “que no ha sido capaz de sacar una Ley de Mecenazgo capaz de contribuir al desarrollo de ambiciosos proyectos culturales”
. Y recordó que, si él, que recibe honores en la escena internacional, recibe semejante trato, que pueden esperar cientos de músicos y grupos que trabajan con ilusión cada día por mantener viva la tradición musical.
Savall tiene claro que una cosa son las reacciones políticas, y otra muy distinta la reacción del público que acude a sus conciertos, tal y como pudo comprobarlo el jueves, el mismo día que comunicó su rechazo al premio institucional, en un concierto en Valladolid. “Fue un concierto maravilloso, el público no quería dejarme marchar, tuve que dar tres propinas”.
Lo que si denuncia es el trato discriminatorio que reciben fuera de Cataluña sus proyectos al frente de La Capella Reial de Catalunya.
 “Es curioso, actuamos en todo el mundo, pero al llegar a España, vemos como en los grandes festivales y auditorios prefieren contratar a conjuntos extranjeros de similar calidad, de hecho apenas damos dos o tres conciertos fuera del ámbito catalán”.
 Recuerda Savall que lleva décadas realizando periódicas visitas al INAEM y lo único que ha conseguido es “ayudas puntuales que no pasan de los 30.000 euros para la organización de centenares de conciertos por todo el mundo en los que difundimos la música española”.
Pero, y lo dice sabiendo que en el medio profesional se le considera uno de los músicos que más subvenciones recibe, “Nunca me han concedido una ayuda estable ni un convenio de colaboración como los que tienen en Francia grupos como Les Arts Florissants, que recibe más de un millón de euros.
 Sólo la Generalitat de Cataluña nos concede ayudas estables que agradecemos profundamente, porque con ellas podemos proyectos que nos hacen más competitivos en el mercado internacional”.

La matanza de Vitoria, un suceso que aceleró el fin del franquismo


Protestas en el primer aniversario de la matanza de Vitoria. / EFE

La decisión de la juez argentina María Servini de Cubría de solicitar la extradición del exministro Rodolfo Martín Villa por la matanza del 3 de marzo de Vitoria ha devuelto a la actualidad uno de los sucesos del tardofranquismo que, en opinión de los historiadores, aceleró el final de la dictadura. Junto a Martín Villa, la magistrada también ha pedido a España que le permita interrogar en Buenos Aires a otro ministro del régimen: José Utrera Molina, suegro del exministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón, y otros 18 cargos franquistas.
La juez pide la detención de Martín Villa por "la represión de la concentración de trabajadores en Vitoria el 3 de marzo de 1976 en la que fueron asesinados Pedro Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo García y Bienvenido Pereda Moral, y en la que hubo más de cien heridos, muchos de ellos por armas de fuego".
 La policía cargó contra una asamblea de trabajadores en una iglesia de Vitoria. Los hechos que investiga la juez Servini se produjeron varios meses después de la muerte de Franco y pocas semanas antes del nacimiento de EL PAÍS.
Al cumplirse el año de la muerte de cinco obreros durante una jornada de huelga general en Vitoria, un multitudinario funeral y concentraciones en la capital alavesa revivieron la tensión de un episodio que, según los expertos, aceleró el final definitivo del régimen franquista.
Esta es la crónica publicada en el periódico el 4 de marzo de 1977.
Página de EL PAÍS con el primer aniversario del 3 de marzo.
Tras varios meses de huelga en demanda de aumentos salariales, el 3 de marzo era jornada de paro general en Vitoria, una ciudad donde se había creado un movimiento asambleario que preocupaba al Gobierno, temeroso de que pudiera extenderse a otras regiones de España.
En la iglesia del barrio obrero de Zaramaga, miles de trabajadores se reunieron en asamblea. Afuera se congrearon muchos más y, en medio, se situó un centenar de agentes de la Policía Armada. Entonces sucedió lo incompresible.
 Por la emisora de radio que comunicaba a los grises con el centro de mando, alguien dio la orden de gasear con bombas lacrimógenas el interior de la iglesia. "Si desalojan por las buenas, vale; si no, a palo limpio. Sacarlos como sea", se escucha antes de la oirse la orden que precipitó la matanza: "Gasear la iglesia. Cambio".

La iglesia sólo había una salida, la puerta principal. Ni ventanas ni terraza
. Cuando empezaron a salir a borbotones para no morir asfixiados, la policía les tiroteó.
 "Que manden fuerza aquí, que hemos tirado más de 2.000 tiros. Cambio", se escucha en las grabaciones.
Las cintas de las emisoras policiales muestran que lo sucedido fue más que una intervención desafortunada.
 "Ya tenemos dos camiones de munición, ¿eh? O sea que a actuar a mansalva, y a limpiar, nosotros que tenemos las armas; a mansalva y sin duelo de ninguna clase".
 Por la manera en que relataron los hechos los agentes participantes, fue una victoria militar sin precedentes contra trabajadores desarmados:
 "En Salinas [plaza Martín de Salinas] hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Cambio.", reportaba por la radio un policía.
La versión oficial, recogida en la sentencia de un tribunal militar, es que la policía hizo uso de la "legítima defensa para responder a una agresión de los trabajadores"
. La justicia militar reconoció que se trataba de "homicidios", pero archivó el caso al no encontrar culpables. Las víctimas, sin embargo, siguen exigiendo justicia, para lo que han acabado recurriendo a los tribunales argentinos.
Por su parte, la magistrada imputa a Utrera Molina "el haber convalidado con su firma la sentencia de muerte de Salvador Puig Antich", ejecutado a garrote vil el 2 de marzo de 1974, a los 23 años, y recuerda que los hechos "son sancionables con las penas de reclusión o prisión perpetua".

entrevista » Cara a cara con Diane Keaton................................................. Joseba Elola


Diane Keaton, a sus 68 años, tiene tres estrenos pendientes. Entre otras, será una de las voces de la secuela de 'Buscando a Nemo'. / Ruven Afanador

Suena el inolvidable Love theme de Nino Rota, melodía inconfundible de El Padrino. Marlon Brando, en la piel de Don Vito, baila, magnífico, con Talia Shire, en el papel de su hija, en la legendaria escena de la gran boda a la siciliana.
 Se está gestando una de las más memorables secuencias de la historia del cine.
En medio de esa prodigiosa concentración de talento en el set, una joven actriz californiana con su traje largo y peluca rubia de más de cuatro kilos se pregunta qué demonios hace una chica como ella en un lugar como ese.
Su nombre artístico: Diane Keaton.
 Tiene entonces 25 años. Y recuerda esos días de leyenda en la habitación de un hotel de Los Ángeles
. La luz entra con fuerza por la ventana, son las tres y media de la tarde. “Y yo, mientras, pensando: ‘No comprendo esta película, no sé de qué va; no sé qué hago aquí. No la vi hasta 15 años más tarde. No quería verla.
– ¿Por qué?
– No me quería ver… ¡¿Qué locura, no?! Es que estoy medio loca.
 No tenía interés en verla. No conseguí ningún trabajo a raíz de hacerla, no cambió mi carrera. No sé cuál fue mi problema con ella, ¿debería verla?
– Bueno, muchos la consideran una de las mejores películas de la historia…
– ¡Qué te parece! Pues la volveré a ver”.
Woody Allen tiene razón. Soy una fuente de problemas. Soy demasiado sensible. Me siento herida con facilidad”
Este intercambio de preguntas y respuestas podría encajar en alguno de los diálogos que Woody Allen escribió para ella.
 Pero, no; esto no es ficción. Keaton, de 68 años, habla de la obra magna de Francis Ford Coppola con esa espontaneidad, y ese aire despistado que tanto le gusta cultivar, y un punto excéntrico marca de la casa.
Sus rarezas, dice, le vienen de familia. Keaton se dispersa en sus respuestas, salta de una cosa a otra, toma un camino, circula, cambia de carril, regresa, vuela. Tiene vis cómica, y la cultiva. Se expresa con palabras atropelladas y se para en seco. Al más puro estilo Annie Hall.
En su repertorio humorístico ocupa un lugar de privilegio la autocrítica despiadada.
 Le encanta desmitificar.
Las reflexiones sobre su papel en la historia del cine le traen al fresco. Ahondando en El Padrino, de hecho, recuerda que gran parte del equipo estaba bebido cuando se rodó la escena de la boda. “Servían bebidas de verdad, algo que luego nunca volvieron a hacer”. Eso sí, cuando cita a Brando, el mundo se para.
Así describe el baile del maestro. “Magnífico. Todos estábamos boquiabiertos”.
La actriz californiana a la que Woody Allen inmortalizó como Annie Hall sigue bien activa. No todas sus compañeras de generación pueden decir lo mismo
. A sus 68 años, Diane Hall (así se llama en realidad) acaba de publicar su segundo libro de memorias, Let’s just say it wasn’t pretty (Digamos simplemente que no fue guapo, título extraído de una frase de su madre en alusión a Dean Martin), una reflexión sobre la belleza que pronto se convierte en relato abierto de las inseguridades físicas de una mujer que se movió en un mundo que entroniza a las bien parecidas.
Retrato de Keaton al principio de su carrera. / Album
Además de su intensa actividad como fotógrafa y compradora y diseñadora de hogares –es devota de la arquitectura–, tiene dos películas pendientes de estreno.
Una comedia que protagoniza junto a Morgan Freeman, Life itself. Y un relato de amor, con tintes de comedia, entre un abuelo solitario y cascarrabias (Michael Douglas ) y su vecina, una mujer dulce que por las noches canta estándares de jazz en pequeños bares de Connecticut. Su título: Así nos va (se estrena en España el 10 de octubre). “Es una película sobre segundas oportunidades”, dice, “esas que llegan cuando menos las esperas”. Se muestra encantada de haber podido cantar en esta película, como ya hizo en Annie Hall. Y se oirá su voz, también, en Buscando a Dory, la secuela de Buscando a Nemo, prevista para finales de 2016.
Keaton se parece mucho a Annie Hall. Woody Allen escribió el papel inspirándose en ella tras años de relación. El personaje de esa chica ansiosa que, cuando se pone nerviosa se trabuca, vacila y recurre a su ya célebre “la di da di da” para escurrir el bulto, fue construido en torno a la personalidad de Keaton. “De mis defectos he hecho virtudes”, afirma la actriz. “El guion que escribió Woody de esa mujer ansiosa…, eso es convertir un defecto en virtud. De algún modo, eso me dio una oportunidad”.
Su madre corroboró el parecido entre la actriz y el personaje el día en que acudió a la proyección de Annie Hall. “Solo vi a Diane”, relata en una carta que Keaton recoge en las memorias que publicó en 2011, Ahora y siempre (Lumen). “Annie con la cámara en mano, masticando chicle, la falta de seguridad en sí misma; Diane en estado puro”, escribió su madre, Dorothy, cuyo apellido de soltera, Keaton, adoptó su hija como nombre artístico.
Allen, por su lado, adoptó el apellido real de Keaton, Hall, para bautizar al personaje. La actriz, además, le transfirió su look. El prolífico director neoyorquino le dio libertad. Le pidió que se soltara en los diálogos, que se olvidara de las marcas –las señales que en el suelo delimitan los movimientos de los actores–. Y le dijo que se vistiera como quisiera. Así nació esa imagen setentera de pantalones anchos, chaleco, corbata y sombrero que la actriz compuso observando a las mujeres del Soho neoyorquino. Un look que la actriz convirtió en su estilo. El mismo que viste y calza en esta soleada tarde californiana: elegante pantalón negro, camisa blanca con el cuello levantado y gafas de carey.
Diane Keaton junto a Woody Allen en 'Annie Hall', por la que recibió el Oscar. / corbis
Keaton sostiene que se lo debe casi todo a su gran amigo y mentor Woody Allen, uno de los hombres de su vida, su padrino cinematográfico.
 Trabajaron juntos en siete largometrajes. Sobre seis de ellos, los que rodó en los setenta –desde Sueños de un seductor (1972) a Manhattan (1979)–, cimentó su carrera
. Recuerda perfectamente el día en que vio a Allen por primera vez en aquel enorme y desierto teatro de Broadway. Fue en el casting de la obra de teatro, y luego película, Sueños de un seductor
 . Acudió por recomendación de su profesor de arte dramático en Orange, el condado californiano en que se crió. Su profesor era amigo de Joe Hardy, que iba a dirigir en Broadway el montaje escrito por ese cómico neurótico que tanto éxito estaba teniendo en televisión; un jovenzuelo llamado Woody Allen.
Ella acudió sin saber si Allen estaría en la audición. “¡Pero estaba ahí!”, recuerda. Ella subió al escenario. “Sabía quién era porque con mi familia solíamos verle en la tele en el show de Johnny Carson. ¡Era tan gracioso, tan mono! ¡Esa expresión usé en aquel entonces! Me subí al escenario con él y pensé: ‘Es bajito”.
Keaton se ríe. Recuerda que Allen estaba tan nervioso como ella leyendo el texto de la obra. Así empezó todo. “Woody Allen no habría salido conmigo de no ser porque hicimos esa obra juntos durante nueve meses.
 Es una de esas personas que es difícil llegar a conocer; no deja que la gente acceda a él fácilmente; pero como estaba allí todo el tiempo, lo conseguí. Obviamente, fue un flechazo, hello, da, tenía sentido del humor, nos reíamos mucho”.
– Allen llegó a decir que vivir con usted era como caminar sobre cáscaras de huevo.
– Sí. Soy demasiado sensible. Soy una fuente de problemas, creo que lo soy; me siento herida con facilidad. Tiene razón.
– Usted se describe a sí misma como un bicho raro y suele decir que no hace las cosas como los demás…
– Sí, tengo algo de bicho raro. Todos los miembros de mi familia lo son. Mis hermanas son inusuales. Somos un poco raros.
– ¿Cómo describiría esa rareza?
– Diría que no somos muy sociales, nos quedamos un poco al margen. Es una pena porque, a medida que te haces mayor, te das cuenta de que es fundamental socializar y mantener buenas amistades. Casi siempre estamos un poco aislados.
Una instantánea de su próximo filme, 'Así nos va', con Michael Douglas.
– ¿Por qué?
– Porque somos muy sensibles, vamos abrumados por la vida, un poco asustados, somos gente ansiosa…, pero no en plan mal.
Sus rarezas fueron materia prima para Allen. “Él es un gran imitador y escritor. Los papeles que ha escrito para mujeres son extraordinarios
. Personajes muy fuertes. Lo consigue porque escucha; y eso le hace único
. ¿Cuántas mujeres han ganado el Oscar gracias a él? Dianne Weist, Cate Blanchett, Mia [Farrow], nominada varias veces; Mira Sorvino…”.
Y ella. Ella, también. Diane Keaton recibió su Oscar a la mejor actriz por Annie Hall en 1977. Subió al escenario con una larga falda y un fular, saltándose todas las convenciones del glamour y la alfombra roja. Quedaba así sellado el símbolo de esa mujer liberada e intelectual que inspiró a toda una generación.
Keaton se llevó su Oscar por un trabajo de comedia, algo poco habitual
. A partir de ese momento, saludó cada una de las décadas siguientes con una nueva nominación, aunque sin llevarse la estatuilla. En los ochenta, por Rojos (1981), película de Warren Beatty sobre el periodista John Reed; en los noventa por La habitación de Marvin (1996), donde unió su talento al de su admirada Meryl Streep y al de un Leo DiCaprio en tiempos mozos, y en el nuevo siglo por Cuando menos te lo esperas (2004), junto a Jack Nicholson, con la que puso fin a unos duros años de sequía.
Cuando ganó el Oscar, subió al escenario con una larga falda y un fular, saltándose las convenciones de la alfombra roja
Keaton recuerda que el rodaje de Rojos fue larguísimo. Beatty era entonces su pareja. Es uno de los hombres más tenaces que ha conocido.
 “Creo que le tenía envidia. Era el príncipe de Hollywood. Un tipo brillante que manipulaba maravillosamente a la gente para seducirla”, explica.
Pacino, Coppola, De Niro, Nicholson. Hay figuras clave en la carrera de Keaton con las que trabajó en los setenta y ochenta, y con las que se vuelve a cruzar veinte años más tarde. En 1990 se reencuentra con Coppola y Pacino para rodar la tercera parte de El Padrino, donde su personaje, Kay, demuestra que es capaz de ser tan malvada como su marido, Michael Corleone. Con su amigo Jack Nicholson rueda Rojos y se reencuentra en 2003 con Cuando menos te lo esperas. Con De Niro, tras El Padrino, vuelve a coincidir en La gran boda (2013).
Lo mismo ocurre con Allen. En 1993 vuelve a ponerse a sus órdenes para rodar Misterioso asesinato en Manhattan; la actriz ha construido gran parte de su carrera sobre la comedia. Ya se lo dijo Allen cuando daba sus primeros pasos.
“Si eres graciosa, tendrás una carrera larga”. Larga está siendo. Ella recuerda que entonces se preguntó: “¿O sea que seré capaz de seguir trabajando cuando tenga 40 o 45 años?”. Así nos va, el largometraje que está punto de estrenar, la vuelve a colocar en ese terreno en el que se siente tan cómoda; esta vez, junto a Michael Douglas, con el que no había trabajado nunca.
 Dice que si por algo la recordará es por el mensaje que envía en una de las secuencias, cuando su personaje, Leah, tras cantar, se dirige a la audiencia y dice: “Seguir cantando a estas alturas y soñando con el amor es suficiente para mí”.
 Eso se lleva de esta película.
“No siempre puedes tener el amor como tú quieres; pero puedes soñar con él; puedes seguir cantando, expresarte, seguir vivo en este mundo”.
– Usted habla de sus rarezas. ¿Tiene esto que ver con eso que dice de que llegó tarde a muchas cosas en la vida, entre otras, a la maternidad –adoptó a los 50 a su hija Dexter, que ahora tiene 18 años; y poco después a su hijo Duke–?
Keaton entre Jack Nicholson (izquierda) y Warren Beatty (entonces su pareja) en 'Rojos' (1981).
– Sí, por supuesto.
Los hombres para los que no fui material de matrimonio, las decisiones que tomé a lo largo de mi vida siendo soltera…
 Recuerdo cuando era pequeña y decía: ‘Mira esa solterona, nunca llegó a casarse’. Un día, en la escuela secundaria, un chico llamado Dale Finney, creo que ese era su nombre, dijo: ‘Algún día vas a ser una buena esposa para un hombre’.
 Y recuerdo que pensé: ‘¿Quiero yo eso? No creo que quiera que mi papel en la vida sea el de una buena esposa’.
– Pero ha tenido relaciones muy fuertes.
– Sí, y creí que eso es lo que quería; pero en realidad no lo deseaba. Supone demasiado compromiso. Fui muy inmadura, o incapaz de asumir mi papel de un modo más amable.
Keaton dice que su expareja Warren Beatty eligió muy bien a la hora de casarse, que forma buen tándem con la actriz Annette Bening. “
¡Uno no puede casarse solo porque está enamorado!
 Hay que pensar si uno puede funcionar con esa otra persona en el día a día; cada cual, aceptando su papel, para bien y para mal
. Pero yo nunca me pude adaptar cuando estuve enamorada.
 Así que fui inteligente: mejor no casarme a tener que hacer frente a uno de esos horribles divorcios…”.
De sus exparejas, con el único que mantiene una relación de amistad es con Woody Allen. Por encima de todo.
 Cuando el cineasta fue acusado de abusos sexuales por su hija adoptiva, Dylan Farrow, Keaton salió en defensa del realizador neoyorquino
. La criticaron duramente por ello. Preguntada por la cuestión, se reafirma en sus palabras: “No tengo nada más que decir, es mi amigo y yo le creo
. Pero ese escándalo ya es una cuestión pasada, ¿no cree?”.
Keaton es una mujer con fuerte apego familiar. El mayor amor de su vida, ha dicho en repetidas ocasiones, fue su madre.
 “La echo mucho de menos”, asegura, “no entiendo la vida sin ella; echo de menos ser la hija”.
La pequeña Diane Hall se crio en una familia de cuatro hermanos (tres de ellas chicas)
. Su padre, Jack Hall, ingeniero de caminos y agente inmobiliario, siempre andaba corrigiendo esas expresiones tan marca de la casa que ella popularizó con su personaje de Annie Hall; esos “ah”, “bueno”, “ehh”, “estoo”
. Esas expresiones de duda exasperaban a su progenitor.
Keaton en 1978, recibiendo el Oscar a la mejor actriz. / Mary Evans (Acionline)
Su madre, Dorothy, ejerció gran influencia sobre su hija. Era aficionada a la fotografía, tocaba el piano, cantaba con un trío vocal, fue declarada Mistress Los Angeles, en un concurso de televisión destinado a elegir al ama de casa perfecta. “Creo que a ella le hubiera gustado ser intérprete”
. En su vida adulta, Keaton ha desarrollado facetas clave de sus padres. Incansable usuaria de Instagram, ha editado cuatro libros de fotografía.
También le gusta escribir.
 Ha blogueado para Huffington Post; ha vendido más de 225.000 copias de Ahora y siempre, su primer libro de memorias
. Y es autora de dos libros de arquitectura y diseño
. Otra de sus pasiones. Forma parte del equipo directivo de Los Angeles Conservancy, organización que trata de preservar el legado arquitectónico de la ciudad.
 Y es una redomada compradora de casas que rediseña y luego pone a la venta.
 Una de ellas, una especie de hacienda deconstruida, llegó hasta la portada de la revista Architectural Digest en 2003. Allí la vio la cantante Madonna. Decidió comprársela.
Esta faceta es una evolución del oficio de su padre. “Solo que él compraba sabiamente”, comenta. “Yo compro el sueño.
El invertía en la casa más fea de la calle, que era la que más se revalorizaba al poco; yo, en cambio, compraba una de Lloyd Wright porque era de Lloyd Wright.
 Él era un hombre práctico; yo, no”.
Pero a estas alturas tiene muy claro lo que desea:
“Ser una persona moderadamente buena. Si consigo eso, será suficiente”.

La soledad de un seductor........................................................ Antonio Lorca


José María Manzanares a hombros del matador Enrique Ponce / Chema Moya (EFE)

"Josemari ha muerto de soledad; no abandonado, pero sí solo e infeliz".
Esta es la sincera y dolida reflexión de uno de los pocos amigos cercanos que tuvo el torero en los últimos tiempos.
José María Dols Abellán (Manzanares para la gloria taurina) fue encontrado sin vida el pasado martes en una habitación de su finca extremeña, donde vivía desde hace años apartado del mundo. Allí, solo el hombre, entre toros, campos de maíz y sus recuerdos, acabó de manera inesperada una existencia jalonada de muchas luces y algunas sombras, de reconocimientos y duras críticas, de conocidos circunstanciales y seguidores veleidosos, de largas fiestas y mujeres guapas, de lances arrogantes y alguna bravuconada, de amigos y enemigos íntimos, de destellos de felicidad y largas noches de tristeza…
Allí, en la finca extremeña, acabó, sobre todo, un torero privilegiado, nacido para la gloria, un creador de belleza, referencia fundamental de la compostura, el gusto, la calidad y el sabor torero; un hombre atractivo, dotado de una gran elegancia y un natural poder de seducción; un consumado artista, indolente, también, inconstante, conformista y de escasa ambición.
Quizá por eso, la huella de su toreo ha sido menos profunda de lo que pudo haber sido a pesar de tantos ditirambos impúdicos como han derramado estos días sus propios compañeros, que han competido a la hora de encontrar adjetivos tan sonrojantes como irreales.
“Era raro como todos los toreros —añade su amigo—, tenía un temperamento fuerte, mantenía una difícil relación con su familia y pasaba los días en su finca apartado de todo y de todos, sin ilusiones”.
“Josemari era un bohemio —señala un admirador de muchos años—, buena persona, muy puro, amigo de sus amigos, respetuoso con sus compañeros y con una afición desmedida”.
Vivió la vida a tope.
 Y convertido ya en personaje famoso fue el objeto de deseo de las bellezas patrias y foráneas
José María Manzanares nació en Alicante el 14 de abril de 1953, hijo de Pepe Manzanares, un enfermo de los toros que dejó sus tareas en el puerto para probar suerte como novillero y ganarse, finalmente, el sustento como banderillero.
 Él fue quien inoculó a su hijo el veneno de la torería, y a los tres años ya toreaba de salón
. Pronto se descubrió que las fibras del chaval eran especiales y en el incipiente aficionado afloró la elegancia clásica con la que ha entrado en la leyenda.
Acababa de cumplir los 18 años cuando tomó una alternativa de lujo en su Alicante natal de manos de dos grandes figuras: Luis Miguel Dominguín como padrino, y Santiago Martín El Viti como testigo.
 Era el 24 de junio de 1971.
Comenzaba ese día una carrera larga, que se extendería hasta el 1 de mayo de 2006, cuando la tarde de la presentación como novillero de un juvenil Cayetano en la Maestranza sevillana decidió romper el guion previsto y robarle el protagonismo al muchacho al decidir en un acto de rabia cortarse la coleta
. Enfadado por el mal juego de sus toros, llamó a su hijo quien, tijera en mano, le desprendió el añadido y puso fin, definitivamente, a su trayectoria.
Fueron 35 años de presencia casi continuada en los ruedos; muchas temporadas —retiradas efímeras y vueltas ilusionantes incluidas— que vinieron a corroborar la clase innata del torero, su corto compromiso con la fiesta y consigo mismo y un carácter díscolo que le provocó no pocos contratiempos.
Figura indiscutible durante muchos años, imprescindible en todas las ferias importantes de España y América, José María Manzanares se convirtió por derecho propio en la referencia del clasicismo taurino. Triunfó en Las Ventas, pero un sector de la plaza lo convirtió en blanco constante de ataques feroces; quizá por eso, lo adoptó Sevilla, a la que deleitó con detalles de su calidad, aunque nunca llegó a traspasar la puerta de la gloria.
 Y mientras muchos aficionados se sentían arrobados por sus sublimes instantes de creación artística, algunos críticos exigentes denunciaban su actitud conformista y ventajista ante los toros.
El diestro José María Manzanares, durante su faena con la muleta en La Maestranza de Sevilla, mayo 2005. / EFE
Se casó en 1977 con Yeyes Samper, con la que tuvo cuatro hijos, dos chicas, Ana María y Yeyes, y dos chicos, José María, matador de toros, y Manuel, rejoneador.
 Vivió la vida a tope, celebró los éxitos —sobre todo, en América— con generosidad y sin prisas, y convertido ya en personaje famoso y con dinero, fue el objeto de deseo de bellezas patrias y foráneas.
Un supuesto romance con una guapa oficial fue el detonante de su divorcio, y, también, de su particular destierro a tierras extremeñas.
 Comenzó, además, una etapa difícil con sus vástagos, que no superaron la separación de sus padres, y un grave desencuentro con José María, por serias discrepancias sobre la gestión de su carrera como matador de toros.
 Y algo más hubo porque el padre no estuvo presente en la boda de su hijo torero.

¿Fue José María un mujeriego? “Josemari quería mucho a su mujer y siempre se ha preocupado por sus hijos; especialmente, por Ana María, que sufre un problema de salud”, responde el amigo cercano.
Pero… “No hay torero bueno al que no le gusten las mujeres…”.
Atrás quedaron sus peleas con un crítico salmantino que lo zahirió y despreció con maldita saña, su enfrentamiento con El Soro en el ruedo de Valencia por un quite a destiempo, y sus gestos arrogantes con algunos presidentes que lo sancionaron por actitudes o decisiones inapropiadas.
 Sin duda, era José María Manzanares un hombre apasionado, aunque no son pocos los que opinan que lo fue más en la calle que en el ruedo.
Admiró a Antonio Ordóñez, visitó muy poco las enfermerías, le gustaba hablar de campo y de toros, le encantaba el flamenco y se atrevía a bailar cuando la ocasión lo requería. Había fumado mucho, pero presumía de ser un atleta, y retaba a sus amigos a igualar los mil abdominales que, aseguraba, hacía cada día.
Genio y figura hasta que se encerró en el campo y la soledad fue su compañía. En Extremadura, con sus angustias a cuestas, abandonado por él mismo, murió un artista seductor, aquejado, como todos, de grietas en su alma, pero tocado por la genialidad, aunque él nunca estuviera dispuesto a desarrollar todo su conocimiento.