Si uno se siente una piltrafa, por lógica creerá que quien comparte la vida con él tiene que ser una piltrafa al cuadrado"
El alto número de adulterios de los hombres casados no deja de crecer, según las últimas estadísticas.
Shmuley Boteach –un rabino ortodoxo americano– argumenta en su best seller Kosher Lust: Love is Not the Answer que los hombres tienen “rollos” o “ligues” porque su baja autoestima requiere, reclama, exige, constante afirmación.
Se liga para conseguir reconocimiento. Y no para satisfacer deseos sexuales reprimidos en el corsé del matrimonio, un problema que podría resolver de manera más sencilla y barata recurriendo a otras fórmulas o –esta terapia ya sale más cara, pero tiene también sus evidentes ventajas– al divorcio.
Autoestima. Reconocimiento del otro. ¡Esa es la cuestión! ¡Esto es lo que echa en falta el varón americano –o español, es lo mismo–, y cada día más! Cada día –¡cada puñetero día!– oye hablar de lo listo que es Bill Gates o Steve Jobs (¡que encima se murió joven!).
Cada día le muestran la foto de George Clooney, ahora para colmo acompañado de su inteligente, bella, joven y exótica Amal; y cada día, comparándose a fuerza con ellos, se siente un fracasado de tomo y lomo.
Por eso se dedica a ligar: para sentirse por un rato un conquistador, para ver, en los ojos de otro, respeto, sumisión, e incluso admiración. ¿Y eso no se lo puede dar su esposa? No, no puede, dice el sapientísimo rabino; porque si uno se siente una piltrafa, por lógica creerá que quien ha querido compartir la vida con él tiene que ser una piltrafa al cuadrado.
Leyendo las sesudas reflexiones de Boteach me he acordado de una anécdota bastante conmovedora que cuenta Giani Stuparich en su libro La guerra del 15: cuando los soldados italianos eran enviados a misiones nocturnas casi suicidas, saltaban de la trinchera exclamando: “Aiutammi, mamma!”.
Shmuley Boteach –un rabino ortodoxo americano– argumenta en su best seller Kosher Lust: Love is Not the Answer que los hombres tienen “rollos” o “ligues” porque su baja autoestima requiere, reclama, exige, constante afirmación.
Se liga para conseguir reconocimiento. Y no para satisfacer deseos sexuales reprimidos en el corsé del matrimonio, un problema que podría resolver de manera más sencilla y barata recurriendo a otras fórmulas o –esta terapia ya sale más cara, pero tiene también sus evidentes ventajas– al divorcio.
Autoestima. Reconocimiento del otro. ¡Esa es la cuestión! ¡Esto es lo que echa en falta el varón americano –o español, es lo mismo–, y cada día más! Cada día –¡cada puñetero día!– oye hablar de lo listo que es Bill Gates o Steve Jobs (¡que encima se murió joven!).
Cada día le muestran la foto de George Clooney, ahora para colmo acompañado de su inteligente, bella, joven y exótica Amal; y cada día, comparándose a fuerza con ellos, se siente un fracasado de tomo y lomo.
Por eso se dedica a ligar: para sentirse por un rato un conquistador, para ver, en los ojos de otro, respeto, sumisión, e incluso admiración. ¿Y eso no se lo puede dar su esposa? No, no puede, dice el sapientísimo rabino; porque si uno se siente una piltrafa, por lógica creerá que quien ha querido compartir la vida con él tiene que ser una piltrafa al cuadrado.
Leyendo las sesudas reflexiones de Boteach me he acordado de una anécdota bastante conmovedora que cuenta Giani Stuparich en su libro La guerra del 15: cuando los soldados italianos eran enviados a misiones nocturnas casi suicidas, saltaban de la trinchera exclamando: “Aiutammi, mamma!”.