La auxiliar que ha logrado vencer al ébola, muy enfadada por lo ocurrido con su can.
El jueves fue un día de lágrimas, rabia y tensión en el matrimonio de Teresa Romero (la primera persona contagiada de ébola en España) y su marido Javier Limón.
Pero no porque haya discusiones entre ellos o se lleven mal.
Todo lo contrario: en sus diálogos telefónicos reinan el respeto y el cariño.
Pero ahora la voz de Teresa se eleva cuando se acuerda de su perro, Excalibur, y solo se apacigua cuando Javier le comenta las novedades del exterior.
Ella sigue aislada en el hospital Carlos III, con la esperanza de que el último análisis sobre fluidos que se le ha hecho descarte definitivamente la presencia del ébola en su cuerpo.
¿Cómo te encuentras hoy?, le pregunta Javier a través del móvil, desde una habitación del despacho de su abogado, José María Garzón, que prepara una contundente acción judicial por las omisiones y dejaciones que pudieron determinar el contagio de Teresa.
Y también para que se reparen los daños y perjuicios que el maldito virus ha causado al matrimonio.
—"Estoy muy cansada, me duelen los hombros", —contesta Teresa.
—"Pero eso debe ser de estar en la cama... casi sin moverte".
Teresa está muy recuperada.
Y se le nota, y su voz cambia de tono según el tema que trate con su marido. Lo de Excalibur la exacerba.
Se siente feliz ante la proximidad del alta médica, pero le aterra pensar en el momento de franquear la puerta de casa y ver que no estará allí Excalibur para saludarla, como hacía siempre.
"¡No quiero ninguna entrevista, lo que necesito es a mi perro...", se la escucha en voz alta al otro lado del teléfono cuando Javier le comenta el deseo de este periódico de charlar con ella.
"¡Solo quiero que me den a mi perro… ¿Qué le han hecho a mi perro esos hijos de su madre? ¡¿Por qué me lo han matado?!", se oye gritar a Teresa, llena de rabia e impotencia.
Javier Limón, que ha perdido cinco kilos este mes, se emociona escuchando a su esposa.
Su rostro también refleja dolor
. Sobre todo cuando evoca el sufrimiento que, explica, debió pasar Excalibur aquellos nefastos días, cuando a Teresa le diagnosticaron ébola en el hospital de Alcorcón, al que acudió con fiebre dejando al animal en casa, en la creencia de que regresaría, y ya con España conmocionada por la noticia.
Teresa y Javier fueron aislados en el hospital y durante dos días Excalibur estuvo solo en casa, hasta que fue sacrificado.
Una nube negra que, de pronto, arrasó la tranquilidad del matrimonio: acercó a Teresa a la muerte y mató a Excalibur.
Javier recuerda con gran amargura aquellos momentos. "No quiero ni pensar cómo debió sentirse aquellos días mi perro, al ver que pasaban las horas y ninguno de los dos llegábamos a casa, mientras a través de las ventanas oía ruido fuera y en la calle", recuerda Javier, llorando. "Imagino lo nervioso que debió ponerse cuando oyera a extraños echar la puerta abajo, y ver entrar a hombres encapuchados de pies a cabeza, que iban a por él…".
Excalibur tenía 12 años, "pero estaba muy bien de salud y jamás fue agresivo con nadie: iba por la calle y él notaba que alguien le miraba a los ojos, él también lo miraba y se iba hacia él moviendo el rabo para que lo acariciara. Daba igual niños o mayores", recuerda Javier.
Teresa y su marido están muy dolidos con lo sucedido: "Había muchas opciones antes que sacrificarlo: ponerlo en cuarentena y observarlo..
. Cuando vinieron a casa a por mí, me despedí de Excalibur, y le toqué la boca, labios, los ojos, todo… y aquí estoy yo, y no me contagió nada.
¿Por qué sí iba a estarlo él?". A Teresa no se le va de la cabeza la pérdida de su perro desde que supo la noticia.
Incluso en los malos momentos preguntó por el animal, pero los médicos le retiraron el teléfono móvil para que no viese las noticias.
Javier estaba también aislado en el hospital y era una forma de escabullirse de las preguntas de su esposa sobre Excalibur.
Sabía que le dolería mucho: por eso esperó al segundo análisis, que también dio negativo al ébola, para confesárselo. "Sí, lo han sacrificado".
Se hizo un silencio "y los dos nos pusimos a llorar", recuerda Javier.
Pero no porque haya discusiones entre ellos o se lleven mal.
Todo lo contrario: en sus diálogos telefónicos reinan el respeto y el cariño.
Pero ahora la voz de Teresa se eleva cuando se acuerda de su perro, Excalibur, y solo se apacigua cuando Javier le comenta las novedades del exterior.
Ella sigue aislada en el hospital Carlos III, con la esperanza de que el último análisis sobre fluidos que se le ha hecho descarte definitivamente la presencia del ébola en su cuerpo.
¿Cómo te encuentras hoy?, le pregunta Javier a través del móvil, desde una habitación del despacho de su abogado, José María Garzón, que prepara una contundente acción judicial por las omisiones y dejaciones que pudieron determinar el contagio de Teresa.
Y también para que se reparen los daños y perjuicios que el maldito virus ha causado al matrimonio.
—"Estoy muy cansada, me duelen los hombros", —contesta Teresa.
—"Pero eso debe ser de estar en la cama... casi sin moverte".
Teresa está muy recuperada.
Y se le nota, y su voz cambia de tono según el tema que trate con su marido. Lo de Excalibur la exacerba.
Se siente feliz ante la proximidad del alta médica, pero le aterra pensar en el momento de franquear la puerta de casa y ver que no estará allí Excalibur para saludarla, como hacía siempre.
"¡No quiero ninguna entrevista, lo que necesito es a mi perro...", se la escucha en voz alta al otro lado del teléfono cuando Javier le comenta el deseo de este periódico de charlar con ella.
"¡Solo quiero que me den a mi perro… ¿Qué le han hecho a mi perro esos hijos de su madre? ¡¿Por qué me lo han matado?!", se oye gritar a Teresa, llena de rabia e impotencia.
Javier Limón, que ha perdido cinco kilos este mes, se emociona escuchando a su esposa.
Su rostro también refleja dolor
. Sobre todo cuando evoca el sufrimiento que, explica, debió pasar Excalibur aquellos nefastos días, cuando a Teresa le diagnosticaron ébola en el hospital de Alcorcón, al que acudió con fiebre dejando al animal en casa, en la creencia de que regresaría, y ya con España conmocionada por la noticia.
Teresa y Javier fueron aislados en el hospital y durante dos días Excalibur estuvo solo en casa, hasta que fue sacrificado.
Una nube negra que, de pronto, arrasó la tranquilidad del matrimonio: acercó a Teresa a la muerte y mató a Excalibur.
Javier recuerda con gran amargura aquellos momentos. "No quiero ni pensar cómo debió sentirse aquellos días mi perro, al ver que pasaban las horas y ninguno de los dos llegábamos a casa, mientras a través de las ventanas oía ruido fuera y en la calle", recuerda Javier, llorando. "Imagino lo nervioso que debió ponerse cuando oyera a extraños echar la puerta abajo, y ver entrar a hombres encapuchados de pies a cabeza, que iban a por él…".
Excalibur tenía 12 años, "pero estaba muy bien de salud y jamás fue agresivo con nadie: iba por la calle y él notaba que alguien le miraba a los ojos, él también lo miraba y se iba hacia él moviendo el rabo para que lo acariciara. Daba igual niños o mayores", recuerda Javier.
Teresa y su marido están muy dolidos con lo sucedido: "Había muchas opciones antes que sacrificarlo: ponerlo en cuarentena y observarlo..
. Cuando vinieron a casa a por mí, me despedí de Excalibur, y le toqué la boca, labios, los ojos, todo… y aquí estoy yo, y no me contagió nada.
¿Por qué sí iba a estarlo él?". A Teresa no se le va de la cabeza la pérdida de su perro desde que supo la noticia.
Incluso en los malos momentos preguntó por el animal, pero los médicos le retiraron el teléfono móvil para que no viese las noticias.
Javier estaba también aislado en el hospital y era una forma de escabullirse de las preguntas de su esposa sobre Excalibur.
Sabía que le dolería mucho: por eso esperó al segundo análisis, que también dio negativo al ébola, para confesárselo. "Sí, lo han sacrificado".
Se hizo un silencio "y los dos nos pusimos a llorar", recuerda Javier.
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