Lo tenía todo para terminar cantando nanas en brazos de algún político francés. Pero la modelo Caroline de Maigret decidió escaparse a otro género vital.
. “Desde muy joven, siempre ha sido mi gran problema. Soy productora musical, pero también modelo, escritora, embajadora de una ONG, madre y ama de casa
. Nunca sé qué escribir
. Por favor, búscame un término que me defina”, solicita. Por edad, currículo y dignidad humana, no nos atrevimos a llamarla it girl. ¿Ha probado con escribir, simplemente, polivalente? “No sé. Los funcionarios nunca lo aceptarán”. Y ella sabe de lo que habla: conoce la administración francesa como el patio de su casa. Además de todos los atributos mencionados, De Maigret también es heredera de una larga dinastía de políticos de origen aristocrático.
Su abuelo, el príncipe Michel Poniatowski, descendiente del último rey de Polonia, fue ministro de Pompidou. Y su padre, el conde Bertrand de Maigret, fue diputado y teniente de alcalde de París.
A Caroline de Maigret, que cumplió los 39 años en febrero y parece curtida en varios frentes de batalla, se la reconoce de lejos. No solo por ser presencia fija en revistas, desfiles y eventos desde hace un par de décadas, sino también porque saca varias cabezas a cuantos se encuentran a su alrededor. Está estirada en una cama que no es la suya, en un apartamento que no le pertenece, en un barrio en el que nunca ha vivido. P
ero parece moverse por estos espacios como si hubiera nacido allí. “Es algo que me sucede siempre. Me encuentro a gusto en todas partes, tanto en un concierto de Alice Cooper como en la mesa de la reina de Inglaterra”, asegura. Hoy se encuentra en una casa con vistas a la impresionante puerta de Saint-Denis.
En el pasado, el lugar fue territorio fronterizo: separaba París de sus arrabales. Desde la ventana, se escucha a un grupo de señores con turbante riendo a carcajadas, a pocos metros de las prostitutas chinas que ofertan sus servicios delante de una librería de segunda mano y de los mayoristas judíos que pueblan las calles del Sentier.
En la esquina, Caroline ha aparcado una vieja moto destartalada, en contradicción frontal con su glamuroso estatus. “Fue la única manera que encontré para que dejaran de robármelas”, se justifica.
En este improbable cruce de culturas y clases sociales, Caroline de Maigret dice sentirse especialmente a gusto. Destinada a convertirse en una refinada señorita, decidió romper con su familia durante la adolescencia.
Sus selectos orígenes familiares siempre le parecieron poco más que una cárcel dorada.
“Entendí que la educación que había recibido, tan tradicional y católica, no se ajustaba a quien era yo. Un episodio familiar [en el que prefiere no ahondar] me reveló que mis padres me habían inculcado valores hipócritas, porque ni siquiera ellos eran capaces de vivir de manera acorde con sus enseñanzas”, dice. A los 15 años, empezó a escaparse por la ventana para salir de noche. A los 18, decidió hacer la maleta. Ya nunca regresó. “Me inscribí a la Sorbona para estudiar filología y empecé a trabajar de modelo para poder pagar mi buhardilla. Mis padres no me hablaron durante un año”, recuerda.
Reconoce que ese oficio, a pesar de que le permitió abrazar la independencia, nunca la terminó por convencer del todo. “Ahora lo llevo mejor, porque no es lo único que hago. Incluso me llena de orgullo ser modelo a mi edad”, asegura. “Pero, cuando era mi único trabajo, no me gustaba nada. Me hacía sentir una gran frustración creativa e intelectual”.
Curiosamente, ese oficio con el que sueñan hordas de adolescentes de todo el mundo suele acabar siendo desdeñado por las que llegan a practicarlo
. La francesa asiente. “Es normal que sea así. Llega un momento, pasada la adolescencia, en que te das cuenta de que no podrás realizarte con un trabajo como este, que nunca estarás orgullosa de practicarlo. Hay que buscar otras cosas para completarlo”.
Una vez dijo que siempre le pareció absurdo que le pagaran tanto solo por caminar. “Me pasé un poco diciendo eso, porque es algo reduccionista
. Pero me costaba aceptar que ganara tanto dinero por no hacer nada. Mis amigos artistas, que trabajan el triple, se morían de hambre. Siempre me pareció muy injusto”. Cual discípula keynesiana, redistribuyó sus sobresueldos para producir a músicos y creadores de su entorno.
Más tarde, creó el sello Bonus Tracks junto a su pareja, el músico Yarol Poupaud (hermano de Melvil, el rohmeriano protagonista de Cuento de verano), con el que produce a grupos rock de la escena parisiense, pero también a leyendas como Winston McAnuff, eterno músico de dub procedente de Jamaica, cuyo trabajo no fue editado en Europa hasta 2002.
Los cuarenta se dibujan en el horizonte, pero dice que nunca había tenido las cosas tan claras. “Cuanto más envejezco, más me acerco a esa antigua quimera de vivir solo en el presente.
Uno no debe pensar en qué hará el fin de semana que viene, ni dónde se encontrará dentro de diez años
. Es imperativo introducir cierta espontaneidad en tu vida para sentirte vivo”, recomienda.
“Lo peor es vivir con miedo. Yo ya no experimento ese sentimiento, incluso en mi vida profesional. ¿Qué pasa si me equivoco? Es como con este libro. Sé que tendré malas críticas por escribir algo así, pero me da totalmente igual”. Habla de How to be Parisian wherever you are, escrito junto con tres amigas –una empresaria de éxito, una periodista de moda y una biógrafa de Françoise Sagan–, que se publica este mes en medio mundo.
El volumen pertenece a ese subgénero literario que tanto éxito tiene en el mercado anglosajón, consistente en vender las virtudes de la feminidad parisiense a las mujeres desde Coventry hasta Carolina del Sur.
Libros que revelan por qué las francesas no engordan, por qué visten con tanto estilo, por qué sus vidas sexuales son envidiables
. Y por qué educan a sus hijos mil veces mejor que tú, inútil anglosajona.
Lo interesante es que Caroline de Maigret no duda en parodiar el género, ridiculizar los tópicos sobre la parisienne y reírse a carcajadas de sí misma. “La única diferencia entre las francesas y las demás mujeres es que nosotras no intentamos jamás convertirnos en quienes no somos”, ironiza. “Hace mucho tiempo que dejamos de querer ser perfectas”.
Pero también cree que cuidan algo más su intelecto. “En Francia, la belleza no se juzga por el escote. A mí me alaba mil veces más que me digan que soy simpática o inteligente que guapa”, asegura esta parisienne de carne y hueso. “Pero, bueno, en el fondo sé que soy una mujer bella. Tal vez por eso me lo ponen todo un poco más fácil”.
De más joven, cuando frecuentaba a macarras e indeseables de la noche de su ciudad, asegura que camuflaba sus orígenes aristocráticos hablando peor de lo que sabía. “Imitaba el deje callejero y deletreaba mal mi apellido para que no supieran que era burguesa. Lo curioso es que ahora valoro todas esas cosas que me sacaban de quicio.
Ahora entiendo que fue una gran suerte recibir esa educación, que ha sido un plus en mi vida. Es algo que intento transmitir a mi hijo”, responde.
Como a sus distinguidos ancestros, la política la tentó, aunque fuera solo brevemente. “Quise estudiar Ciencias Políticas, pero terminé cambiando de opinión. Cuando mi padre entró en el Parlamento, me desencanté. Entendí que era un entorno corrupto.
Cada mañana, se encontraba sobres de dinero en la mesa de su despacho”, explica
. Cuesta visualizarla como ministra de Fomento, aunque no cabe duda de que se dedicaría a la tarea con el mismo ardor que suele gastar en todas sus ocupaciones. Hoy se define como “altamente escéptica” sobre el poder de la clase política para cambiar las cosas y se suma a ese socorrida muletilla que reza que “todos son iguales”. No cree en los partidos políticos, aunque se dice comprometida con las causas justas: por los derechos humanos, contra el racismo y por la educación de las mujeres, que defiende a través de Care, la ONG a la que representa.
En las pasadas elecciones europeas, se indignó públicamente al descubrir el resultado histórico de Marine Le Pen. “Son cosas que sobrepasan la política y que te obligan a reaccionar.
Es tremendamente absurdo censurar a los demás en función de su género, religión o color de piel. Yo parto de la base de que cada cual puede hacer con su vida lo que le dé la gana”
. Por lo menos, ella predica con el ejemplo.