Precursor junto a Turner del impresionismo, John Constable
(1776-1837) intentó llevar al lienzo el movimiento de la naturaleza,
dotar de la mayor realidad a cada uno de sus paisajes, incluido el ir y
venir de los árboles o las nubes.
Para ello, como un moderno director de cine, pintaba por separado bosquejos de los elementos de la composición hasta armar secuencias reales de la obra
. Las piezas las ejecutaba del natural, en pleno escenario en el que la tormenta hacía que se desplomaran los cielos o que las aguas de los ríos desbordaran los campos.
Después, en su estudio, procedía al montaje pictórico.
Mostrar al detalle cómo Constable se enfrentaba a su obra es el objetivo de la exposición The making of a master que el Victoria & Albert abrió el sábado al público.
La muestra, con más de 150 obras, revisa cuáles fueron su fuente de inspiración, su técnica y su legado y coincide con la que la Tate Britain, a pocos metros, dedica a Turner.
Londres se entrega así a dos de sus artistas más amados, maestros del paisajismo inglés y con notables diferencias en sus trayectorias y objetivos.
Mark Evans, comisario de la exposición, recuerda que el V&A posee en sus colecciones un notabilísimo legado del artista gracias a la donación que en 1888 hizo Isabel, su hija menor. “Constable fue un profeta del impresionismo e incluso de la fotografía
. Lo que él hacía era un viaje profundo al interior de cada uno de sus paisajes y quería recoger en la tela hasta la más nimia percepción de la naturaleza”.
Nacido en East Bergholt, en Suffolk, hijo de agricultores bien situados, mientras trabajaba para el negocio familiar se relacionó pronto con la campiña que rodea al río Stour y no tardó en empezar a realizar bosquejos de todo lo que veía y le fascinaba.
En alguna carta de juventud llegó a escribir que no conocía a nadie que, mirando al campo, hubiera visto jamás nada feo. ¿Dónde mejor se pueden poner los ojos?, decía.
A diferencia de Turner, Constable no fue un niño prodigio ni artista de éxito inmediato.
En su aprendizaje en la Royal Academy of Arts tampoco buscó paisajes fuera de Inglaterra.
Sus movimientos no se perdieron por tierras extranjeras. Nada más entrar a la exposición, se proyectan en una pared los lugares que pintó tal como están en la actualidad.
Después, The making of a master recorre los artistas que inspiraron su obra:
Paisaje nocturno (1635-1640) de Rubens, y Paisaje con estanque (1746-7), de Gainsborough, de los que llegó a hacer varias versiones, tal como se muestra, que él llamaba “versiones facsímiles”.
Su propia colección de más de 500 grabados, realizados por paisajistas holandeses, flamencos y franceses, fueron un recurso básico para su obra.
A partir de 1818, con 40 años, Constable había superado las barreras de la aceptación del exigente ámbito académico inglés y se permitía imponer sus normas creativas
. Es entonces cuando crea bosquejos a gran escala para resolver complicadas composiciones como El carro de heno (1821), El salto del caballo (1825) o La catedral de Salisbury (1831), tres obras maestras del arte británico.
Esos bosquejos en óleo hechos al aire libre le permitían capturar los cambios del tiempo, luz y temperatura. En octubre de 1822 escribe que lleva hechos 50 estudios de nubes entre las 11 de la mañana y la medianoche.
Con viento húmedo, seco, fuerte o lento.
Con los prados y aguas de Salisbury creó veinte versiones entre julio y noviembre de 1829. Este es el último periodo en el que pinta del natural.
La obra está considerada estilísticamente perfecta y responde a uno de los momentos más felices de su relación con la naturaleza. Escribe entonces que la artificialidad es incompatible con el paisaje. “No hay que actuar según esquemas literarios o filosóficos.
Al contrario, hay que ser capaz de captar la naturaleza de cada día con inmediatez y espontaneidad, plasmando fielmente sobre la tela los mínimos detalles, los matices y los reflejos más escondidos e imperceptibles”.
La exposición cierra con la versión más práctica del artista. Consciente de la importancia de su legado, en la última década de su vida creó junto al grabador David Lucas una serie de grabados a media tinta a partir de cuadros del pintor incluidos en la muestra.
Nunca fue consciente del valor que sus telas llegarían a conseguir en el incontrolable mercado del siglo XXI. Jamás hubiera soñado con que una obra suya como La esclusa alcanzase 27,9 millones de euros en una puja en Christie’s, tal como ocurrió con este cuadro subastado por la baronesa Thyssen hace un par de años.
Para ello, como un moderno director de cine, pintaba por separado bosquejos de los elementos de la composición hasta armar secuencias reales de la obra
. Las piezas las ejecutaba del natural, en pleno escenario en el que la tormenta hacía que se desplomaran los cielos o que las aguas de los ríos desbordaran los campos.
Después, en su estudio, procedía al montaje pictórico.
Mostrar al detalle cómo Constable se enfrentaba a su obra es el objetivo de la exposición The making of a master que el Victoria & Albert abrió el sábado al público.
La muestra, con más de 150 obras, revisa cuáles fueron su fuente de inspiración, su técnica y su legado y coincide con la que la Tate Britain, a pocos metros, dedica a Turner.
Londres se entrega así a dos de sus artistas más amados, maestros del paisajismo inglés y con notables diferencias en sus trayectorias y objetivos.
Mark Evans, comisario de la exposición, recuerda que el V&A posee en sus colecciones un notabilísimo legado del artista gracias a la donación que en 1888 hizo Isabel, su hija menor. “Constable fue un profeta del impresionismo e incluso de la fotografía
. Lo que él hacía era un viaje profundo al interior de cada uno de sus paisajes y quería recoger en la tela hasta la más nimia percepción de la naturaleza”.
Nacido en East Bergholt, en Suffolk, hijo de agricultores bien situados, mientras trabajaba para el negocio familiar se relacionó pronto con la campiña que rodea al río Stour y no tardó en empezar a realizar bosquejos de todo lo que veía y le fascinaba.
En alguna carta de juventud llegó a escribir que no conocía a nadie que, mirando al campo, hubiera visto jamás nada feo. ¿Dónde mejor se pueden poner los ojos?, decía.
A diferencia de Turner, Constable no fue un niño prodigio ni artista de éxito inmediato.
En su aprendizaje en la Royal Academy of Arts tampoco buscó paisajes fuera de Inglaterra.
Sus movimientos no se perdieron por tierras extranjeras. Nada más entrar a la exposición, se proyectan en una pared los lugares que pintó tal como están en la actualidad.
Después, The making of a master recorre los artistas que inspiraron su obra:
Paisaje nocturno (1635-1640) de Rubens, y Paisaje con estanque (1746-7), de Gainsborough, de los que llegó a hacer varias versiones, tal como se muestra, que él llamaba “versiones facsímiles”.
Su propia colección de más de 500 grabados, realizados por paisajistas holandeses, flamencos y franceses, fueron un recurso básico para su obra.
A partir de 1818, con 40 años, Constable había superado las barreras de la aceptación del exigente ámbito académico inglés y se permitía imponer sus normas creativas
. Es entonces cuando crea bosquejos a gran escala para resolver complicadas composiciones como El carro de heno (1821), El salto del caballo (1825) o La catedral de Salisbury (1831), tres obras maestras del arte británico.
Esos bosquejos en óleo hechos al aire libre le permitían capturar los cambios del tiempo, luz y temperatura. En octubre de 1822 escribe que lleva hechos 50 estudios de nubes entre las 11 de la mañana y la medianoche.
Con viento húmedo, seco, fuerte o lento.
Con los prados y aguas de Salisbury creó veinte versiones entre julio y noviembre de 1829. Este es el último periodo en el que pinta del natural.
La obra está considerada estilísticamente perfecta y responde a uno de los momentos más felices de su relación con la naturaleza. Escribe entonces que la artificialidad es incompatible con el paisaje. “No hay que actuar según esquemas literarios o filosóficos.
Al contrario, hay que ser capaz de captar la naturaleza de cada día con inmediatez y espontaneidad, plasmando fielmente sobre la tela los mínimos detalles, los matices y los reflejos más escondidos e imperceptibles”.
La exposición cierra con la versión más práctica del artista. Consciente de la importancia de su legado, en la última década de su vida creó junto al grabador David Lucas una serie de grabados a media tinta a partir de cuadros del pintor incluidos en la muestra.
Nunca fue consciente del valor que sus telas llegarían a conseguir en el incontrolable mercado del siglo XXI. Jamás hubiera soñado con que una obra suya como La esclusa alcanzase 27,9 millones de euros en una puja en Christie’s, tal como ocurrió con este cuadro subastado por la baronesa Thyssen hace un par de años.