Tras años de excesos, fracasos y traiciones, el autor de 'Hallelujah' sigue seduciendo. ya lo creo, su voz es como si te estuviera amando...
Hay una anécdota que puede ayudar a ilustrar al actual Leonard Cohen
. En uno de sus muchos conciertos, dos chicas se subieron al escenario para ofrecerle unas flores y Cohen, contemplándolas sereno, con algo de condescendencia, tanto a las flores como a las muchachas, dijo, con media sonrisa: “Ah, quién tuviera dos años menos”
. Y se quitó el sombrero, llevándoselo al corazón, en señal de gratitud.
Dos años menos.
El músico seductor, el mismo que compartió cama con Janis Joplin y muchas más, por el que han suspirado miles de mujeres durante décadas, y el poeta, autor de Hallelujah, que fue escritor antes que cantante, no sólo conserva su humor inteligente, sino que, después de años vagando por desiertos, excesos y traiciones, se ha reconciliado consigo mismo
. A punto de cumplir 80 años, Cohen sabe quién es y lo que representa.
Y se le ve orgulloso.
Figura de culto desde que debutó como un maravilloso bardo folk a finales de los sesenta, con canciones como Suzanne o Sisters of Mercy, este canadiense, maestro del susurro, se presenta al mundo como un hombre feliz, templado, que está recogiendo el reconocimiento y el cariño, sobre todo, el cariño de todos aquellos que, entre desasosiegos y asuntos pendientes, acudieron a él como su gran guardián sentimental, de todos aquellos que, entre músicos clichés y productos de medio año, aprendieron a valorar la belleza en pocos acordes.
Pero para llegar a este puerto antes ha tenido que pasar su propia travesía.
No fue fácil
. A los enormes fracasos comerciales que han acompañado algunas de sus mejores obras y una vida con fuertes episodios de pánico y agitada por el alcohol, las drogas y su dependencia a los antidepresivos, se sumó en 2004, tras abandonar el monasterio budista de Mount Baldy, una gran traición, la de Kelly Lynch, su representante y examante, que se embolsó millones de dólares dejándole en la ruina.
Tuvo que vender hasta su casa para salir adelante. Nunca se ha sabido bien qué hubo detrás de esa sonada estafa, que llevó al músico a vender los derechos de sus canciones, en la que se malgastaron millones y se cruzaron buitres de las finanzas con posibles evasiones de impuestos, pero fue el detonante para que regresara a la carretera con más fuerza que nunca, con conciertos magníficos.
Ahí sigue. Sin detenerse pero a su propio ritmo y confiando su alma a la religión.
Ahora, publica Popular problems, cuando todavía resuenan las excelentes vibraciones que dejó hace dos años Old ideas, un álbum de baladas y medios tiempos que, en su voz de cálido invierno, reivindicaba la madurez, el sosiego, cuando la vida ya te ha enseñado a reconciliar el pasado con el presente, a disfrutar sin tormentos.
Dos años menos, decía Cohen, fino como un estilete de otra época, al recoger ese ramo de flores de esas dos chicas mucho más jóvenes que él.
Dos años menos, cuando cualquier otro, a su edad, hubiese dicho, como mínimo, dos décadas menos. Pero Cohen, que nunca fue un rockero desmelenado ni un cantautor de relumbrón y grandes audiencias, es dueño de su propio territorio.
Porque Cohen, Príncipe de Asturias de las Letras, ahora, como siempre, apela a la inteligencia. Porque, con su sombrero Fedora y su mirada felina, seduce con estilo
. A la pregunta de cómo piensa celebrar sus 80 años, respondió ayer: “Fumando un cigarro”. Seguramente, pensando en esos dos años menos, pero también contemplando, entre el humo del pitillo, todo lo logrado, mientras su nombre nos recuerda que el arte y la elegancia no entienden de edades, incluso se podría afirmar que mejoran con los años.
. En uno de sus muchos conciertos, dos chicas se subieron al escenario para ofrecerle unas flores y Cohen, contemplándolas sereno, con algo de condescendencia, tanto a las flores como a las muchachas, dijo, con media sonrisa: “Ah, quién tuviera dos años menos”
. Y se quitó el sombrero, llevándoselo al corazón, en señal de gratitud.
Dos años menos.
El músico seductor, el mismo que compartió cama con Janis Joplin y muchas más, por el que han suspirado miles de mujeres durante décadas, y el poeta, autor de Hallelujah, que fue escritor antes que cantante, no sólo conserva su humor inteligente, sino que, después de años vagando por desiertos, excesos y traiciones, se ha reconciliado consigo mismo
. A punto de cumplir 80 años, Cohen sabe quién es y lo que representa.
Y se le ve orgulloso.
Figura de culto desde que debutó como un maravilloso bardo folk a finales de los sesenta, con canciones como Suzanne o Sisters of Mercy, este canadiense, maestro del susurro, se presenta al mundo como un hombre feliz, templado, que está recogiendo el reconocimiento y el cariño, sobre todo, el cariño de todos aquellos que, entre desasosiegos y asuntos pendientes, acudieron a él como su gran guardián sentimental, de todos aquellos que, entre músicos clichés y productos de medio año, aprendieron a valorar la belleza en pocos acordes.
Pero para llegar a este puerto antes ha tenido que pasar su propia travesía.
No fue fácil
. A los enormes fracasos comerciales que han acompañado algunas de sus mejores obras y una vida con fuertes episodios de pánico y agitada por el alcohol, las drogas y su dependencia a los antidepresivos, se sumó en 2004, tras abandonar el monasterio budista de Mount Baldy, una gran traición, la de Kelly Lynch, su representante y examante, que se embolsó millones de dólares dejándole en la ruina.
Tuvo que vender hasta su casa para salir adelante. Nunca se ha sabido bien qué hubo detrás de esa sonada estafa, que llevó al músico a vender los derechos de sus canciones, en la que se malgastaron millones y se cruzaron buitres de las finanzas con posibles evasiones de impuestos, pero fue el detonante para que regresara a la carretera con más fuerza que nunca, con conciertos magníficos.
Ahí sigue. Sin detenerse pero a su propio ritmo y confiando su alma a la religión.
Ahora, publica Popular problems, cuando todavía resuenan las excelentes vibraciones que dejó hace dos años Old ideas, un álbum de baladas y medios tiempos que, en su voz de cálido invierno, reivindicaba la madurez, el sosiego, cuando la vida ya te ha enseñado a reconciliar el pasado con el presente, a disfrutar sin tormentos.
Dos años menos, decía Cohen, fino como un estilete de otra época, al recoger ese ramo de flores de esas dos chicas mucho más jóvenes que él.
Dos años menos, cuando cualquier otro, a su edad, hubiese dicho, como mínimo, dos décadas menos. Pero Cohen, que nunca fue un rockero desmelenado ni un cantautor de relumbrón y grandes audiencias, es dueño de su propio territorio.
Porque Cohen, Príncipe de Asturias de las Letras, ahora, como siempre, apela a la inteligencia. Porque, con su sombrero Fedora y su mirada felina, seduce con estilo
. A la pregunta de cómo piensa celebrar sus 80 años, respondió ayer: “Fumando un cigarro”. Seguramente, pensando en esos dos años menos, pero también contemplando, entre el humo del pitillo, todo lo logrado, mientras su nombre nos recuerda que el arte y la elegancia no entienden de edades, incluso se podría afirmar que mejoran con los años.