Es curioso que en pleno escándalo por los desnudos robados de la nube, las dos personas más famosas de Hollywood consigan casarse en exclusivo secreto.
Estoy grabando un programa de prime time para una cadena
latina en EE UU. Los estudios pertenecen al parque temático de Universal
en Orlando, Florida. Mientras los aspirantes a ser el nuevo ídolo
musical latino afinan sus notas, se escuchan los gritos de los turistas
subidos en las atracciones.
De repente, mi maquilladora, la muy afroamericana Rochelle, interrumpe gritando: “¡Se divorcian los reyes de España!” con una revista en la mano y una Coca-Cola XL en la otra.
Ella casi se quedó blanca cuando le respondí con otra pregunta: “¿Cuáles?”. En un principio creyó que me burlaba y que no le daba crédito a su información. “Lo dice People en Español”, insistió, haciendo referencia a la publicación anglosajona equivalente al ¡Hola! Uno de los productores, catalán, intentó explicarle que en junio tuvimos una sucesión express, que duplicó el número de monarcas. Rochelle seguía sin entendernos.
La noticia del supuesto divorcio surgió del diario italiano La Repubblica. “Con respeto, no me creo que sea verídico, ¿para que se van a divorciar después de tantos años?”, expresó más tarde una anfitriona mexicana en Florida. “Manito, no van a divorciarse para luego casarse otra vez, a esta edad”, insistió. “¿Y quién se lo habrá pedido a quién? Yo como mujer, preferiría que fuera ella, pero la verdad con todo lo que ha pasado recientemente en esa familia, un divorcio ahora es como si le hubiera cogido gustito a eso del escándalo” sentenció, saboreando el éxito de sus palabras y de su picante acento de Jalisco entre los españoles que la escuchaban.
Llevaba razón en una cosa: nos hemos vuelto aficionados al escándalo. Y a observarnos a nosotros mismos, entrando o saliendo de ellos. Y así como inmortalizamos en selfies cualquier momento, plato de comida, traje o mueca, también disfrutamos retratando nuestra belleza mientras es joven. Y célebre. Y precisamente muchas de esas celebridades se fotografiaban en distintos grados de desnudez y erotismo doméstico, confiadas por estar en las nubes, hasta que esta semana un hacker hizo trizas ese sueño. Arrastrando en la caída la supuesta seguridad de Apple.
El escándalo de las fotos hackeadas recuerda al mito de Narciso, pero en clave tecnológica. Es probable que una de las fascinaciones de la tecnología sea poder enamorarnos de nosotros mismos y que la prueba de su éxito comercial sea crear una nueva necesidad, esa urgencia de registrarlo todo. Queremos fotografiarnos en la playa, haciendo retos con cubos de agua helada, calibrando nuestros abdominales o el torneado de nuestros hombros. Queremos fotografiarnos hablando con otros mientras conducimos o haciendo la compra. A todo eso, por cierto, no lo llamamos fotografiar sino inmortalizar. Sin darnos cuenta nos hemos convertido en esclavos de esa inmortalidad.
Narciso tuvo la imprudente elegancia de morir ahogado en la contemplación de su propio reflejo. Resulta curioso que en pleno escándalo de los desnudos robados de la nube, las dos personas más famosas de Hollywood consigan casarse en exclusivo secreto. A Rochelle, mi maquilladora, le encanta el rimbombante titular en las revistas: “Angelina y Brad se casan en su château francés”. “Porque mi nombre también es francés”, me confiesa, sintetizando que a los gringos todo lo francés les entusiasma. Desde luego en nuestros palacios de gobierno no hay ese tipo de glamour. “Siempre habrá niveles”, retoma Rochelle ojeando la boda de los Brangelina (como se bautizó a la pareja en sus inicios). “La gran diferencia entre una celebridad con solera y una celebridad nueva es que no se hacen tantos selfies. Los selfies son para los desclasados”, sentencia implacable.
A Angelina muchos le han celebrado que permitiera que sus hijos le tunearan el velo. “Mi amor, mucho más chic que regresar del trabajo y que el niño te haya garabateado toda la cocina”, dice una bailarina cubana cerrando la puerta del camerino con un golpe de cadera. El velo de Angelina algo tiene que ver con el de otro traje de bodas que vuelve a estar de actualidad: el de lady Di, a su vez otro tipo de fantasma europeo que, al igual que el de la guerra, nunca nos abandona. El hijo menor de Diana, Enrique, cumplirá treinta años el 15 de este mes y recibirá entonces la parte de la herencia dispuesta por su madre. Entre otras cosas, el traje de novia más comentado, criticado, vilipendiado de la historia de los trajes de novia. Para sorpresa de todos, vuelve a ser bello. Y grande. Desde el minimalismo de los noventa se le empezó a calificar de “exagerado” y después el grunge lo reconoció como “singularmente feo”. Durante lo que va de siglo, el pobre traje de novia vivió una especie de maldición, como si su diseño tuviera la culpa de todo lo que sucedió. Enrique y su hermano pretenden exhibirlo en el palacio de Kensington, la última residencia de su madre. Habrá que adaptar un área especial para que quepa. Y fuertes medidas de seguridad, porque si las rusas deciden invadir Inglaterra (bélicamente, porque por todo lo demás, Londres igual que Ibiza parecen territorios anexionados), será lo primero que querrán ponerse. El sueño de muchísimas novias rusas, ricas o no, siempre fue parecerse a lady Di. Lo mismo que ha hecho ahora Angelina Jolie.
De repente, mi maquilladora, la muy afroamericana Rochelle, interrumpe gritando: “¡Se divorcian los reyes de España!” con una revista en la mano y una Coca-Cola XL en la otra.
Ella casi se quedó blanca cuando le respondí con otra pregunta: “¿Cuáles?”. En un principio creyó que me burlaba y que no le daba crédito a su información. “Lo dice People en Español”, insistió, haciendo referencia a la publicación anglosajona equivalente al ¡Hola! Uno de los productores, catalán, intentó explicarle que en junio tuvimos una sucesión express, que duplicó el número de monarcas. Rochelle seguía sin entendernos.
La noticia del supuesto divorcio surgió del diario italiano La Repubblica. “Con respeto, no me creo que sea verídico, ¿para que se van a divorciar después de tantos años?”, expresó más tarde una anfitriona mexicana en Florida. “Manito, no van a divorciarse para luego casarse otra vez, a esta edad”, insistió. “¿Y quién se lo habrá pedido a quién? Yo como mujer, preferiría que fuera ella, pero la verdad con todo lo que ha pasado recientemente en esa familia, un divorcio ahora es como si le hubiera cogido gustito a eso del escándalo” sentenció, saboreando el éxito de sus palabras y de su picante acento de Jalisco entre los españoles que la escuchaban.
Llevaba razón en una cosa: nos hemos vuelto aficionados al escándalo. Y a observarnos a nosotros mismos, entrando o saliendo de ellos. Y así como inmortalizamos en selfies cualquier momento, plato de comida, traje o mueca, también disfrutamos retratando nuestra belleza mientras es joven. Y célebre. Y precisamente muchas de esas celebridades se fotografiaban en distintos grados de desnudez y erotismo doméstico, confiadas por estar en las nubes, hasta que esta semana un hacker hizo trizas ese sueño. Arrastrando en la caída la supuesta seguridad de Apple.
El escándalo de las fotos hackeadas recuerda al mito de Narciso, pero en clave tecnológica. Es probable que una de las fascinaciones de la tecnología sea poder enamorarnos de nosotros mismos y que la prueba de su éxito comercial sea crear una nueva necesidad, esa urgencia de registrarlo todo. Queremos fotografiarnos en la playa, haciendo retos con cubos de agua helada, calibrando nuestros abdominales o el torneado de nuestros hombros. Queremos fotografiarnos hablando con otros mientras conducimos o haciendo la compra. A todo eso, por cierto, no lo llamamos fotografiar sino inmortalizar. Sin darnos cuenta nos hemos convertido en esclavos de esa inmortalidad.
Narciso tuvo la imprudente elegancia de morir ahogado en la contemplación de su propio reflejo. Resulta curioso que en pleno escándalo de los desnudos robados de la nube, las dos personas más famosas de Hollywood consigan casarse en exclusivo secreto. A Rochelle, mi maquilladora, le encanta el rimbombante titular en las revistas: “Angelina y Brad se casan en su château francés”. “Porque mi nombre también es francés”, me confiesa, sintetizando que a los gringos todo lo francés les entusiasma. Desde luego en nuestros palacios de gobierno no hay ese tipo de glamour. “Siempre habrá niveles”, retoma Rochelle ojeando la boda de los Brangelina (como se bautizó a la pareja en sus inicios). “La gran diferencia entre una celebridad con solera y una celebridad nueva es que no se hacen tantos selfies. Los selfies son para los desclasados”, sentencia implacable.
A Angelina muchos le han celebrado que permitiera que sus hijos le tunearan el velo. “Mi amor, mucho más chic que regresar del trabajo y que el niño te haya garabateado toda la cocina”, dice una bailarina cubana cerrando la puerta del camerino con un golpe de cadera. El velo de Angelina algo tiene que ver con el de otro traje de bodas que vuelve a estar de actualidad: el de lady Di, a su vez otro tipo de fantasma europeo que, al igual que el de la guerra, nunca nos abandona. El hijo menor de Diana, Enrique, cumplirá treinta años el 15 de este mes y recibirá entonces la parte de la herencia dispuesta por su madre. Entre otras cosas, el traje de novia más comentado, criticado, vilipendiado de la historia de los trajes de novia. Para sorpresa de todos, vuelve a ser bello. Y grande. Desde el minimalismo de los noventa se le empezó a calificar de “exagerado” y después el grunge lo reconoció como “singularmente feo”. Durante lo que va de siglo, el pobre traje de novia vivió una especie de maldición, como si su diseño tuviera la culpa de todo lo que sucedió. Enrique y su hermano pretenden exhibirlo en el palacio de Kensington, la última residencia de su madre. Habrá que adaptar un área especial para que quepa. Y fuertes medidas de seguridad, porque si las rusas deciden invadir Inglaterra (bélicamente, porque por todo lo demás, Londres igual que Ibiza parecen territorios anexionados), será lo primero que querrán ponerse. El sueño de muchísimas novias rusas, ricas o no, siempre fue parecerse a lady Di. Lo mismo que ha hecho ahora Angelina Jolie.