Es tímida
Carme Riera (Mallorca, 1948); profesora, novelista, académica, afronta la vida aún como si fuera la niña que hay en sus memorias
(Tiempo de inocencia / Temps d’innocència. Alfaguara, Edicions 62,
2013).
Cuando la ves de cerca, responder, mirar, parece que quiere
abrigarse contra los miedos, así que se echa la chaqueta sobre los
hombros como si la fuera a levantar una ventisca.
Ese miedo le viene de lejos. "Entre todos los miedos, el miedo al
infierno era el que me atormentaba en la niñez…
A mí lo que me ocurre es
que tengo miedo a que se mueran mi nieta, mis hijos, mi marido, las
personas a las que quiero… No puedo evitarlo"
. No tiene otros miedos,
pero "tengo miedo a padecer alzhéimer, el peor de los condicionantes de
la vejez, que no son pocos". Pero hay que aguantarse y continuar.
Enfrentarse al espejo.
"Y enfrentarse al espejo es difícil.
Juan García Hortelano
me citó para desayunar.
'Puedes venir a las cinco', me dijo. ¿Y por qué
te despiertas tan temprano?, le pregunté. Me dijo: 'Me levanto a esta
hora para enfrentarme paulatinamente con el espejo'.
Me pasa lo mismo,
me da miedo el espejo. La degradación física me horroriza.
Por lo demás,
no tengo ningún miedo especial".
Pues sí que son miedos. "Los afronto, en cualquier caso, con mi
voluntad de capricornio
. Trabajar duro me ayuda; no hacerlo me
desazona". Y a veces tendrá ganas de no hacerlo. "Siempre aspiro a unas
largas vacaciones, como aquellas que teníamos cuando niños"
. Ese libro
suyo la retrata con una intensidad que le viene a los ojos, su cuerpo
agarrado a su chaqueta azul, escribiendo de la niña que fue. "Crecer
significa madurar, ser adulto; para serlo has de dejar atrás a la niña
que fuiste.
No mirar hacia atrás demasiado, que la nostalgia no te
acogote".
Pero esa niña "a ratos viaja conmigo; muchas veces mis ataques de
timidez tienen que ver con ella, pero necesito que desaparezca para
poder seguir porque uno no puede quedarse en la etapa infantil". Rasgos
de esa infancia adivinaron el terror de la vida, el recuerdo alrededor
de la guerra, en Mallorca. "En todas las casas de entonces, por lo menos
en aquellas en las que se consideraba que Franco era un horror,
habitaba el fantasma de la guerra.
Y en las palabras de los mayores las
referencias al antes y al después de la guerra eran el lugar común".
El padre era un conspirador antifranquista,
"un demócrata convencido", que no la educó como educaban los
vencedores…
“Mi padre me leía, mi madre no me dice nada, ni de este
libro ni de otros, es su manera de expresarse”.
Ella escribió esta
memoria suya para su nieta, "porque he pensado que la Mallorca que ella
encontrará será totalmente distinta; la de hoy no se parece en nada a la
mía.
Y lo he escrito como un modo de anclar recuerdos y sensaciones en
la última vuelta del camino para que no se pierdan.
Piensa que cuando yo
era pequeña en mi casa no había nevera eléctrica sino un gran cajón en
el que se metían unos bloques de hielo. Por las mañanas pasaba el señor
del hielo con el carro tirado por un caballo".
El mundo es distinto para la nieta, pero quizá no resulta tan
apetecible.
"A mí me parece que el apetecible era el mío, a lo mejor es
porque miro el pasado con nostalgia; creo que no tiene que ver con el de
los chicos de ahora, los juegos, la manera de enfrentarse al futuro.
Los niños de hoy ya nacen con las pantallas de las tabletas incorporadas
y buscan ahí sus juegos. Creo que tendrán mucha menos imaginación que
la que albergamos nosotros"
. Y, además, el tamaño de la esperanza de los
chicos parece haber menguado. "Es muy dramático. Me preocupa mucho;
quizá mi mayor preocupación es pensar que tengo una hija de 26 años,
química, que ha trabajado durísimo.
Está en el Instituto Químico de
Sarriá haciendo una tesis sobre nanopartículas, aquello que puede llevar
a la curación del cáncer, y gana menos que cualquier señora de la
limpieza.
Cuando termine la tesis se buscará la vida Dios sabe dónde".
—Esto no será sólo consecuencia de la crisis, sino de la planificación educativa…
—Hemos planificado muy mal. Me parece que en Madrid habrá 25.000
periodistas que nunca encontrarán trabajo, pero químicos sí parece que
faltan.
—¿Qué va a pasar? ¿Cuál es el tamaño de su esperanza?
—Muy chiquito. Yo empecé en la Literatura en la Universidad Autónoma
de Barcelona, llevo enseñando desde que terminé la carrera…
Sigo con el
mismo ánimo, pero el problema de mi entusiasmo es que tiene poco
diálogo, poca capacidad de entusiasmar a los que tengo delante.
Esa pasión de los chicos "terminó hace diez años
. Ahora no sé qué
hacen ahí… Creo que uno de los defectos de nuestro sistema educativo es
la falta de formación profesional; un buen lampista, una buena peluquera
son importantísimos… En cambio, tenemos la idea de que un título
universitario es mucho más prestigioso.
No es así, faltan buenos
profesionales".
Era preguntona. ¿Ahora qué se pregunta? "La realidad es la que me
lleva a preguntarme
. Ante el espanto que vivimos, ante la gente que pide
en la calle, desahuciada, con hambre, pienso en cómo habrá llegado
hasta aquí. Qué le habrá ocurrido. ¿Será que nadie les quiere, nadie
puede hacer nada por ellos? ¿Por qué dejamos que esto ocurra? ¿Por qué
lo permitimos?".
Ella dice que inventamos la literatura para escribir sobre aquello
que hemos perdido… "Este país ha perdido pero también ha ganado, no
vayamos a ser tan estúpidos de pensar que estamos como estábamos en los
tiempos de Franco, no es así.
Hemos ganado en democracia, en calidad de
vida, en alimentación o en sanidad…, lo que ocurre es que también hemos
perdido otras cosas.
Soy admiradora de la literatura de Delibes; cuando
lo releo me doy cuenta de la cantidad de palabras que ya no se usan.
Esa
riqueza la hemos perdido, y cuando perdemos palabras perdemos un
mundo".
Cuando releo a Delibes me doy cuenta de la cantidad de palabras que ya no se usan.
Esa riqueza la
hemos perdido
Ella es la autora de ensayos y antologías sobre la generación de Barral,
Ángel González,
Gil de Biedma, todos ellos
partidarios de la felicidad…
González decía que se le adelgazaba el futuro cuando tachaba los
nombres de sus muertos. "No los tacho", dice Carme. "No soy capaz de
tacharlos, no están, sé que no están, pero no importa. En mi agenda
están Montserrat Roig,
Tony Catani,
ese fotógrafo tan bueno al que yo había visto un día antes de morir,
tan encantador.
Murió un primo de mi marido de un infarto repentino,
tengo su teléfono en el móvil, no lo voy a quitar.
Esa sensación de
fragilidad, de vulnerabilidad, no tanto por uno mismo, que también, sino
porque el mundo en el que estabas anclado va desapareciendo, creo que
es lo más terrible de envejecer. Lo peor".
En un ensayo sobre el Quijote, Carme Riera
recoge la antigua diatriba sobre catalanes y españoles. ¿Qué siente
ante lo que ocurre ahora? ¿Miedo, resquemor, podría ser de otra manera?
"Creo que debe ser todavía de otra manera.
Por supuesto que hay un hecho
diferencial. Cataluña tiene muchas características que no tienen que
ver con Galicia, Castilla o Andalucía, y deben ser respetadas, incluso
conocidas y amadas por el resto del país.
Y a partir de ahí, pienso que
Cataluña debe buscar un nuevo encaje y un anclaje dentro de España. No
concibo otra cosa. Considero que la independencia llevaría a los
catalanes a un callejón sin salida, a la ruina y al sacrificio de varias
generaciones".
Ella enumera. “Europa no permitirá su entrada", la de Cataluña.
"¿Vale la pena?
Me parece que no. Considero que tal vez ahora, con el
relevo de la institución monárquica, puedan venir otros y se abra un
nuevo periodo de reajustes y cambios que permitan llegar a un nuevo
entendimiento Cataluña-España. Precisamente es mi amor por esta tierra y
sus gentes lo que me lleva a considerar que la independencia sería un
desastre".
Si tienes convicciones las tienes que expresar, aunque es más fácil no hacerlo, disimular, pero no me parece ético
—¿Por qué cree usted que esa idea no se expresa habitualmente, sino que se cuchichea en Cataluña?
—Porque somos gregarios y es más fácil estar con la mayoría que
pensar por ti mismo.
Me parece que si tienes convicciones las tienes que
expresar, aunque es más fácil no hacerlo, disimular.
Pero no me parece
ético aunque piense que mis ideas contrarias a las de la mayoría no
gustaran. Respetado el hecho diferencial catalán, por decirlo de alguna
manera, el encaje con España tiene que ser posible y evidentemente
discuto con cantidad de amigos independentistas a los que respeto,
faltaría más, aunque distingo entre los que lo son desde siempre y los
que se suben al carro del poder. Ciertamente me molesta el
independentismo acomodaticio de muchos en busca de pesebre.
La memoria, la realidad, la controversia.
Aquella niña de
Tiempo de inocencia
aparece con ella, mirando esta época.
Desde aquí la adulta dice que con
la niña no se ha llevado mal, "ha resuelto bastantes temores aunque a
veces sobrevienen y es cuando aparecen mis ataques de timidez infinita".
Se agarra la chaqueta azul de vivos blancos como si se abrigara de ese
miedo o como si convocara la memoria.
"Recuperar el pasado", dice, "es
un truco, uno de tantos que los humanos usamos para aferrarnos a la
vida".