Me acaba de llegar por Internet, que es un mar que regurgita objetos del pasado, la foto tomada en 1990 por el Voyager 1
a 6.000 millones de kilómetros de la Tierra en la que se ve la negrura
cósmica atravesada por un polvoriento rayo de luz; parece una de esas
líneas de sol que, llenas de ínfimos corpúsculos, cruzan el aire de los
cuartos oscuros
. Y resulta que, en la foto del Voyager,una de
esas motas de polvo apenas visible, una brizna de nada en la inmensidad,
es nuestro planeta. El Punto Azul Pálido, lo bautizaron.
Somos menos que microbios en el universo pero nos las apañamos para
ser microbios perversos. ¿Cuánto dolor, cuánto fanatismo cabe en un
grumo de polvo? Estoy pensando en las atroces crucifixiones del Estado
Islámico.
Pero esa apoteosis de maldad no sale de la nada: los humanos
podemos ser ignorantes y crueles de muchas otras maneras. Por ejemplo,
hay una continuidad moral (o inmoral) entre la crucifixión de los
islamistas y la tortura necia y sádica del Toro de la Vega en
Tordesillas: en ambos casos disfrutan provocando terror e intolerable
sufrimiento en un ser vivo y se justifican con argumentos delirantes. El
martes que viene, un pobre animal volverá a ser salvaje y lentamente
acuchillado hasta la muerte en Tordesillas
. Eso no es arte, eso no es
cultura, eso es una psicopatía social que fomenta la ausencia de
empatía. Los energúmenos de Tordesillas se sienten importantes porque
matan: igual que los del Estado Islámico
. Que alcen un poco la cabeza de
sus manos ensangrentadas; que miren al cielo; que se vean en lo que
son, menos que microbios.
El próximo sábado 13, a las 17.00, en la plaza
de Colón de Madrid, manifestación contra el Toro de la Vega y contra el
maltrato animal.
Porque hay demasiado dolor en el Punto Azul Pálido.
9 sept 2014
El grito abstracto del último Turner.....................................................................Ángeles García
Controvertido, prolífico, polémico y genial J. M. W. Turner
(Londres, 1775-1851) está considerado, junto a Constable, como el
indiscutible maestro del paisajista y el artista que mejor supo plasmar
el temperamento de la naturaleza
. Precoz en sus inicios —empezó con solo 13 años— y reconocido desde muy joven, es después de cumplir los 60, ya en 1835, cuando consigue desgarrar la luz y el tiempo en sus paisajes hasta el punto de que muchos creyeron que las vistas casi abstractas de su última etapa eran producto de la locura, del desvarío senil o de la acusada presbicia que sufría.
La Tate Britain, propietaria de gran parte de su legado, se ha atrevido en una exposición que mañana abre al público, Late Turner. Painting set free, a cuestionar la idea del artista envejecido para asegurar que los radicales cambios de los últimos años son consecuencia de incansable espíritu rompedor y de su necesidad de desmenuzar el paisaje hasta las últimas consecuencias
. Tres son los comisarios que durante los dos últimos años han trabajado conjuntamente para demostrar al mundo del arte que la obra última de Turner no es producto de un artista ni viejo ni demente, sino de la plenitud de un genio.
Son Sam Smiles, profesor de la Historia del Arte y Cultura Visual de la Universidad de Exeter; David Blayney Brown, comisario de la Fundación Manton de Arte Británico, y Amy Concannon, comisaria asistente, ambos de la Tate Britain.
Dividida en cinco apartados, la exposición comienza con un resumen en el que se cuenta su vida, su trabajo y su legado con algunos de sus primeros paisajes y retratos hechos por artistas contemporáneos suyos en los que siempre se ve a un hombre grueso de baja estatura y gesto ceñudo frente a un caballete sobre el que pinta de manera compulsiva.
Ahí están también dos de sus muchas paletas de colores junto a sendos pares de gafas de montura negra y gruesos cristales que hablan de sus dificultades visuales.
La exposición muestra una gran parte de sus obras más conocidas.
Prueba de que no era un artista acomodaticio es que durante su etapa más madura es cuando decide salir de Inglaterra y buscar nuevos paisajes por toda Europa.
Quiere ver nuevas montañas, nuevos cielos y otras atmósferas. Francia, Austria o Alemania son algunos de los países donde decide dar nuevos bocados a la naturaleza, pero es en Italia donde reintenta de nuevo el paisaje.
A veces lo deja desnudo como un escenario sin personajes y otras veces recurre a los héroes de la Antigüedad para reescribir la historia. Roma antigua, Agrippina desembarcando con las cenizas de Germánico o Boya señalando a un naufragio son algunas de las telas más impresionantes realizadas en este larguísimo viaje.
Con esas energías renovadas pintó también otra de las joyas de la exposición, enfocando energías renovadas a la exploración del desarrollo social tecnológico y científico de la vida moderna, que plasmó en, por ejemplo, Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste (1844).
Puede que lo más controvertido de sus últimos años fueran sus obras realizadas en formas octogonales o redondas; iniciativa que puso en pie de guerra a sus críticos
. En la exposición, aquellas telas raras han sido reunidas en una sala especial y fascinan a los visitantes por los juegos geométricos que acentúan la abstracción de las obras finales.
El colofón está dedicado a sus supuestas pinturas inacabadas que, en realidad, salvo una, todas estaban perfectamente rematadas
. Los comisarios señalan Sombra y oscuridad y Luz y color, ambas de 1843, a modo de ejemplo de cómo Turner desarrolló sus técnicas más revolucionarias con unos planteamientos que después han seguido sucesivos movimientos y legiones de artistas.
Con esta exposición dedicada a Turner, la gran temporada londinense que se avecina no podía empezar mejor.
En solo una semana, el otro gran paisajista británico, John Constable (1776-1837) llega al Victoria & Albert Museum nada menos que con 150 obras.
La muestra trata de explorar las fuentes de inspiración del artista y revela la narrativa oculta tras la creación de lienzos tan conocidos tal como El carro de heno (1821), El maizal (1826) y La catedral de Salisbury desde los campos (1831).
Pero parece que ha sido la casualidad la que ha hecho que ambos maestros del género coincidan en la temporada.
Nada estaba planificado. Lo mismo ocurre con la exposición dedicada al Rembrandt tardío, The late works, que a mediados de octubre se mostrará en la National Gallery de Londres y a partir de la primavera próxima en el Rijksmuseum de Ámsterdam.
. Precoz en sus inicios —empezó con solo 13 años— y reconocido desde muy joven, es después de cumplir los 60, ya en 1835, cuando consigue desgarrar la luz y el tiempo en sus paisajes hasta el punto de que muchos creyeron que las vistas casi abstractas de su última etapa eran producto de la locura, del desvarío senil o de la acusada presbicia que sufría.
La Tate Britain, propietaria de gran parte de su legado, se ha atrevido en una exposición que mañana abre al público, Late Turner. Painting set free, a cuestionar la idea del artista envejecido para asegurar que los radicales cambios de los últimos años son consecuencia de incansable espíritu rompedor y de su necesidad de desmenuzar el paisaje hasta las últimas consecuencias
. Tres son los comisarios que durante los dos últimos años han trabajado conjuntamente para demostrar al mundo del arte que la obra última de Turner no es producto de un artista ni viejo ni demente, sino de la plenitud de un genio.
Son Sam Smiles, profesor de la Historia del Arte y Cultura Visual de la Universidad de Exeter; David Blayney Brown, comisario de la Fundación Manton de Arte Británico, y Amy Concannon, comisaria asistente, ambos de la Tate Britain.
Dividida en cinco apartados, la exposición comienza con un resumen en el que se cuenta su vida, su trabajo y su legado con algunos de sus primeros paisajes y retratos hechos por artistas contemporáneos suyos en los que siempre se ve a un hombre grueso de baja estatura y gesto ceñudo frente a un caballete sobre el que pinta de manera compulsiva.
Ahí están también dos de sus muchas paletas de colores junto a sendos pares de gafas de montura negra y gruesos cristales que hablan de sus dificultades visuales.
La exposición muestra una gran parte de sus obras más conocidas.
Prueba de que no era un artista acomodaticio es que durante su etapa más madura es cuando decide salir de Inglaterra y buscar nuevos paisajes por toda Europa.
Quiere ver nuevas montañas, nuevos cielos y otras atmósferas. Francia, Austria o Alemania son algunos de los países donde decide dar nuevos bocados a la naturaleza, pero es en Italia donde reintenta de nuevo el paisaje.
A veces lo deja desnudo como un escenario sin personajes y otras veces recurre a los héroes de la Antigüedad para reescribir la historia. Roma antigua, Agrippina desembarcando con las cenizas de Germánico o Boya señalando a un naufragio son algunas de las telas más impresionantes realizadas en este larguísimo viaje.
Con esas energías renovadas pintó también otra de las joyas de la exposición, enfocando energías renovadas a la exploración del desarrollo social tecnológico y científico de la vida moderna, que plasmó en, por ejemplo, Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste (1844).
Puede que lo más controvertido de sus últimos años fueran sus obras realizadas en formas octogonales o redondas; iniciativa que puso en pie de guerra a sus críticos
. En la exposición, aquellas telas raras han sido reunidas en una sala especial y fascinan a los visitantes por los juegos geométricos que acentúan la abstracción de las obras finales.
El colofón está dedicado a sus supuestas pinturas inacabadas que, en realidad, salvo una, todas estaban perfectamente rematadas
. Los comisarios señalan Sombra y oscuridad y Luz y color, ambas de 1843, a modo de ejemplo de cómo Turner desarrolló sus técnicas más revolucionarias con unos planteamientos que después han seguido sucesivos movimientos y legiones de artistas.
Con esta exposición dedicada a Turner, la gran temporada londinense que se avecina no podía empezar mejor.
En solo una semana, el otro gran paisajista británico, John Constable (1776-1837) llega al Victoria & Albert Museum nada menos que con 150 obras.
La muestra trata de explorar las fuentes de inspiración del artista y revela la narrativa oculta tras la creación de lienzos tan conocidos tal como El carro de heno (1821), El maizal (1826) y La catedral de Salisbury desde los campos (1831).
Pero parece que ha sido la casualidad la que ha hecho que ambos maestros del género coincidan en la temporada.
Nada estaba planificado. Lo mismo ocurre con la exposición dedicada al Rembrandt tardío, The late works, que a mediados de octubre se mostrará en la National Gallery de Londres y a partir de la primavera próxima en el Rijksmuseum de Ámsterdam.
La mujer que rompe los matrimonios de las estrellas............................................................ Rocío Ayuso
Según Denzel Washington, no es cierto que en Hollywood haya más
disoluciones matrimoniales que en el resto del país.
“El dinero y la fama hace que se preste más atención que a una ruptura en medio de la América profunda”, dice el actor, que lleva casado más de 30 años.
Cierto, en la meca del cine hay fama y hay dinero; y también hay nombres como el de Laura Wasser, más conocida como la reina del divorcio
. A sus 46 años, Wasser es una figura constante entre sus abogados más poderosos.
Un puesto ganado a pulso con cada una de las separaciones de las que se ha encargado. Entre ellas las de Angelina Jolie (de Billy Bob Thornton), Heidi Klum (de Seal), Kim Kardashian (del jugador de baloncesto Kris Humphries), Ashton Kutcher (de Demi Moore), Ryan Reynolds (de Scarlett Johansson), Christina Aguilera (del manager musical Jordan Bratman), Mariah Carey (del cómico Nick Cannon) y Kiefer Sutherland (de la exmodelo Kelly Winn). Wasser también se hizo cargo de quienes fueron esposas de Kobe Bryant y Mel Gibson cuando se separaron de sus ilustres maridos y de Maria Shriver cuando la ex primera dama californiana se cansó de las infidelidades de Arnold Schwarzenegger.
Y ahora representa a Melanie Griffith en su divorcio de Antonio Banderas a una minuta que se calcula en 500 euros la hora.
Esta angelina de mano de hierro y privilegiada agenda nació para ser abogada.
Según ella misma recuerda (o le han contado), fue concebida el día en que su padre, el también abogado con el que comparte despacho Dennis Wasser, se graduó como letrado.
Su madre quería llamarla Rebecca pero en un guiño al destino la pusieron Laura Allison Wasser para que sus iniciales fueran LAW (ley, en inglés).
Este es el tipo de humor que la caracteriza entre quienes conocen a la también autora del libro It doesn’t have to be that way: How to divorce without destroying your family or bankrupting yourself (No tiene por qué ser así: Cómo divorciarse sin destruir la familia o arruinarse), un compendio de lo que no hay que hacer llegado el caso basado en ejemplos de lo que otros han hecho.
Un libro inspirado en sus propias experiencias: es hija de padres que se divorciaron cuando tenía 16 años y admite que la primera ruptura que llevó como abogada fue la suya propia.
Fue en 1993, tras haberse casado a los 25 con un español al que conoció mientras estudiaba derecho. El matrimonio duró un año y un hijo
. Como dice, sabe cómo divorciarse, no cómo estar casada. En la actualidad, esta madre soltera con un segundo hijo de otra relación sigue conservando la amistad con su ex marido, que la visita con regularidad, de la misma forma que sus padres siguen siendo amigos y asistieron juntos a su boda y otras reuniones familiares.
Lo que no aflora nunca en su conversación, ni en ninguna de sus entrevistas, son detalles sobre sus clientes.
De hecho, asegura haber dicho que no a estrellas que solo buscaban revancha en su separación. Como recuerda en su libro, los divorcios no se ganan, “se llega a un buen acuerdo”. También afirma haber recomendado a sus clientes que acudan a un consejero matrimonial antes de que saquen a relucir todos los trapos sucios en su despacho.
Entre otras razones, porque estos consejeros suelen costar un tercio de lo que ella cobra por hora. Y, como les recuerda, todo lo que le paguen a ella se lo quitarán a sus hijos.
Donde Wasser no es tan recatada es en su presencia pública. No habla de los secretos de los famosos porque tampoco lo necesita.
La fama está unida a su nombre y a su físico. Es una de las pocas abogadas amante de la moda y con una amplia presencia en los medios de comunicación.
Sabe posar y posee el rostro de una fashionista que ha contado su vida desde las páginas de Los Angeles Times, Interview o Vanity Fair
. Como le dijo su madre en una ocasión: ya puede morir tranquila, que ha salido en Vogue
. Eso sí, que nadie se llame a engaño porque, como aseguran sus compañeros de profesión, todo el glamour que destila en estos despliegues fotográficos se desvanece cuando la tienes al otro lado de la mesa en la negociación del fin de tu matrimonio.
“El dinero y la fama hace que se preste más atención que a una ruptura en medio de la América profunda”, dice el actor, que lleva casado más de 30 años.
Cierto, en la meca del cine hay fama y hay dinero; y también hay nombres como el de Laura Wasser, más conocida como la reina del divorcio
. A sus 46 años, Wasser es una figura constante entre sus abogados más poderosos.
Un puesto ganado a pulso con cada una de las separaciones de las que se ha encargado. Entre ellas las de Angelina Jolie (de Billy Bob Thornton), Heidi Klum (de Seal), Kim Kardashian (del jugador de baloncesto Kris Humphries), Ashton Kutcher (de Demi Moore), Ryan Reynolds (de Scarlett Johansson), Christina Aguilera (del manager musical Jordan Bratman), Mariah Carey (del cómico Nick Cannon) y Kiefer Sutherland (de la exmodelo Kelly Winn). Wasser también se hizo cargo de quienes fueron esposas de Kobe Bryant y Mel Gibson cuando se separaron de sus ilustres maridos y de Maria Shriver cuando la ex primera dama californiana se cansó de las infidelidades de Arnold Schwarzenegger.
Y ahora representa a Melanie Griffith en su divorcio de Antonio Banderas a una minuta que se calcula en 500 euros la hora.
Esta angelina de mano de hierro y privilegiada agenda nació para ser abogada.
Según ella misma recuerda (o le han contado), fue concebida el día en que su padre, el también abogado con el que comparte despacho Dennis Wasser, se graduó como letrado.
Su madre quería llamarla Rebecca pero en un guiño al destino la pusieron Laura Allison Wasser para que sus iniciales fueran LAW (ley, en inglés).
Este es el tipo de humor que la caracteriza entre quienes conocen a la también autora del libro It doesn’t have to be that way: How to divorce without destroying your family or bankrupting yourself (No tiene por qué ser así: Cómo divorciarse sin destruir la familia o arruinarse), un compendio de lo que no hay que hacer llegado el caso basado en ejemplos de lo que otros han hecho.
Un libro inspirado en sus propias experiencias: es hija de padres que se divorciaron cuando tenía 16 años y admite que la primera ruptura que llevó como abogada fue la suya propia.
Fue en 1993, tras haberse casado a los 25 con un español al que conoció mientras estudiaba derecho. El matrimonio duró un año y un hijo
. Como dice, sabe cómo divorciarse, no cómo estar casada. En la actualidad, esta madre soltera con un segundo hijo de otra relación sigue conservando la amistad con su ex marido, que la visita con regularidad, de la misma forma que sus padres siguen siendo amigos y asistieron juntos a su boda y otras reuniones familiares.
Lo que no aflora nunca en su conversación, ni en ninguna de sus entrevistas, son detalles sobre sus clientes.
De hecho, asegura haber dicho que no a estrellas que solo buscaban revancha en su separación. Como recuerda en su libro, los divorcios no se ganan, “se llega a un buen acuerdo”. También afirma haber recomendado a sus clientes que acudan a un consejero matrimonial antes de que saquen a relucir todos los trapos sucios en su despacho.
Entre otras razones, porque estos consejeros suelen costar un tercio de lo que ella cobra por hora. Y, como les recuerda, todo lo que le paguen a ella se lo quitarán a sus hijos.
Donde Wasser no es tan recatada es en su presencia pública. No habla de los secretos de los famosos porque tampoco lo necesita.
La fama está unida a su nombre y a su físico. Es una de las pocas abogadas amante de la moda y con una amplia presencia en los medios de comunicación.
Sabe posar y posee el rostro de una fashionista que ha contado su vida desde las páginas de Los Angeles Times, Interview o Vanity Fair
. Como le dijo su madre en una ocasión: ya puede morir tranquila, que ha salido en Vogue
. Eso sí, que nadie se llame a engaño porque, como aseguran sus compañeros de profesión, todo el glamour que destila en estos despliegues fotográficos se desvanece cuando la tienes al otro lado de la mesa en la negociación del fin de tu matrimonio.
8 sept 2014
Es la guerra santa, idiotas..............................................................Arturo Pérez-Reverte
Pinchos morunos y cerveza.
A la sombra de la antigua muralla de Melilla,
mi interlocutor -treinta años de cómplice amistad- se recuesta en la
silla y sonríe, amargo. «No se dan cuenta, esos idiotas -dice-. Es una
guerra, y estamos metidos en ella. Es la tercera guerra mundial, y no se
dan cuenta».
Mi amigo sabe de qué habla, pues desde hace mucho es
soldado en esa guerra.
Soldado anónimo, sin uniforme. De los que a
menudo tuvieron que dormir con una pistola debajo de la almohada. «Es
una guerra -insiste metiendo el bigote en la espuma de la cerveza-.
Y la
estamos perdiendo por nuestra estupidez. Sonriendo al enemigo».
Mientras escucho, pienso en el enemigo.
Y no necesito forzar la
imaginación, pues durante parte de mi vida habité ese territorio
.
Costumbres, métodos, manera de ejercer la violencia.
Todo me es
familiar.
Todo se repite, como se repite la Historia desde los tiempos
de los turcos, Constantinopla y las Cruzadas. Incluso desde las
Termópilas.
Como se repitió en aquel Irán, donde los incautos de allí y
los imbéciles de aquí aplaudían la caída del Sha y la llegada del
libertador Jomeini y sus ayatollás.
Como se repitió en el babeo
indiscriminado ante las diversas primaveras árabes, que al final
-sorpresa para los idiotas profesionales- resultaron ser preludios de
muy negros inviernos
. Inviernos que son de esperar, por otra parte,
cuando las palabras libertad y democracia, conceptos occidentales que
nuestra ignorancia nos hace creer exportables en frío, por las buenas,
fiadas a la bondad del corazón humano, acaban siendo administradas por
curas, imanes, sacerdotes o como queramos llamarlos, fanáticos con
turbante o sin él, que tarde o temprano hacen verdad de nuevo, entre sus
también fanáticos feligreses, lo que escribió el barón Holbach en el
siglo XVIII:
«Cuando los hombres creen no temer más que a su dios, no se detienen en general ante nada».
Porque es la Yihad, idiotas.
Es la guerra santa.
Lo sabe mi amigo en
Melilla, lo sé yo en mi pequeña parcela de experiencia personal, lo sabe
el que haya estado allí.
Lo sabe quien haya leído Historia, o sea capaz
de encarar los periódicos y la tele con lucidez.
Lo sabe quien busque
en Internet los miles de vídeos y fotografías de ejecuciones, de cabezas
cortadas, de críos mostrando sonrientes a los degollados por sus
padres, de mujeres y niños violados por infieles al Islam, de adúlteras
lapidadas -cómo callan en eso las ultrafeministas, tan sensibles para
otras chorradas-, de criminales cortando cuellos en vivo mientras gritan
«Alá Ajbar» y docenas de espectadores lo graban con sus putos
teléfonos móviles.
Lo sabe quien lea las pancartas que un niño musulmán
-no en Iraq, sino en Australia- exhibe con el texto: «Degollad a quien insulte al Profeta»
. Lo sabe quien vea la pancarta exhibida por un joven estudiante musulmán -no en Damasco, sino en Londres- donde advierte: «Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia».
A Occidente, a Europa, le costó siglos de sufrimiento alcanzar la
libertad de la que hoy goza
. Poder ser adúltera sin que te lapiden, o
blasfemar sin que te quemen o que te cuelguen de una grúa. Ponerte falda
corta sin que te llamen puta
. Gozamos las ventajas de esa lucha, ganada
tras muchos combates contra nuestros propios fanatismos, en la que
demasiada gente buena perdió la vida: combates que Occidente libró
cuando era joven y aún tenía fe
. Pero ahora los jóvenes son otros: el
niño de la pancarta, el cortador de cabezas, el fanático dispuesto a
llevarse por delante a treinta infieles e ir al Paraíso
. En términos
históricos, ellos son los nuevos bárbaros. Europa, donde nació la
libertad, es vieja, demagoga y cobarde; mientras que el Islam radical es
joven, valiente, y tiene hambre, desesperación, y los cojones, ellos y
ellas, muy puestos en su sitio
. Dar mala imagen en Youtube les importa
un rábano: al contrario, es otra arma en su guerra. Trabajan con su dios
en una mano y el terror en la otra, para su propia clientela.
Para un
Islam que podría ser pacífico y liberal, que a menudo lo desea, pero que
nunca puede lograrlo del todo, atrapado en sus propias contradicciones
socioteológicas.
Creer que eso se soluciona negociando o mirando a otra
parte, es mucho más que una inmensa gilipollez. Es un suicidio.
Vean
Internet, insisto, y díganme qué diablos vamos a negociar.
Y con quién.
Es una guerra, y no hay otra que afrontarla.
Asumirla sin complejos.
Porque el frente de combate no está sólo allí, al otro lado del
televisor, sino también aquí.
En el corazón mismo de Roma.
Porque -creo
que lo escribí hace tiempo, aunque igual no fui yo- es contradictorio,
peligroso, y hasta imposible, disfrutar de las ventajas de ser romano y
al mismo tiempo aplaudir a los bárbaros.
31 de agosto de 2014
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