Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 sept 2014

Las causas de la muerte de Peaches Geldof: un trágico, premonitorio y triste final

Lo intentó, se lo propuso una y mil veces y aunque estuvo a punto de conseguirlo, desgraciadamente no lo logró. Tres meses después de la triste e inesperada desaparición de Peaches Geldof se han dado a conocer los análisis oficiales sobre las causas de su muerte, los que han desvelado que la ‘it-girl’ falleció, aquel fatídico 7 de abril, por una sobredosis de heroína, repitiéndose así la trágica muerte de su madre, Paula Yates, quien desaparecía en el año 2000 a los 41 años de edad, cuando ella era tan solo la niña, por las mismas causas que Peaches. 
Peaches
La modelo, presentadora e hija del cantante Bob Geldof tenía 25 años cuando cayó desplomada en una cama de la habitación de invitados de la casa en la que residía junto a su marido, Tom Cohen y sus dos hijos, en Wrotham, en el Condado de Kent. Llevaba dos años luchando con ahínco por desintoxicarse y salir adelante y aunque seguía un tratamiento y casi estaba curada, en el último mes, Peaches tuvo una fuerte recaída que finalmente la llevaría a escribir su trágico final. 

Consciente de que estaba haciéndolo muy mal, la ‘it-girl’ mantuvo en secreto su recaída a todos aquellos que la rodeaban y también a su marido, quien a pesar de sospechar algo, no creyó que su mujer se encontrara a borde del abismo, pues delante de él intentaba disimular que todo iba bien. El fin de semana anterior a su muerte, Tom se encontraba ensayando en Londres acompañado de su hijo mayor, Astala, de 2 años, mientras que Phaedra, de uno se encontraba con su madre. La última vez que hablo con ella fue la tarde del domingo 6 de abril en torno a las 17: 40 horas y la notó tan coherente y tan bien que no se imaginó el fatal desenlace. 


Peaches Geldof

Sin embargo, horas antes de su muerte y como si fuera una premonición, Peaches publicó en las redes sociales una foto de ella, de pequeñita, con su madre y junto a la imagen este mensaje: "Me and my mum". (Yo y mi mamá). Y es que la modelo nunca superó la muerte de su madre, la que llevó clavada en el corazón hasta el día de su fallecimiento.
Encontrada sin vida por su marido, los primeros informes tras su muerte decretaron que las drogas habían intervenido en su fallecimiento, pero no ha sido has ahora cuando se ha conocido el veredicto final, en donde se señala a la heroína como la única culpable.
 Peaches, quien confesaba que la maternidad le había hecho madurar y cambiar radicalmente su vida, estaba siendo tratada con metadona y aunque hizo todo por salir adelante, su marido, sus hijos y sus familiares y amigos lloran hoy su muerte.

Aquí fabricamos líderes........................................................................ David López


Jackie Kennedy y familia en la graduación de John Jr. en la escuela Phillips, situada en Andover (Massachusetts) / UPI (Contacto)

Levita, pantalón negro y camisa blanca. El mismo uniforme para todos.
 Y da igual si uno será príncipe, como Guillermo y Enrique, arzobispo de Canterbury, como Justin Welby, o actor, como Hugh Laurie.
 Es el atuendo que visten los alumnos de Eton, en Berkshire, en la rivera del Támesis, acaso el internado más famoso del mundo
. De allí han salido ya 19 primeros ministros de Reino Unido, el último de ellos, David Cameron
. Y de su ejemplo se pueden extraer las características básicas que han tenido, y siguen teniendo, las escuelas donde se forma la elite.
 Un centro histórico, en este caso con un relato que se remonta a 1440; un precio, 36.000 euros por curso, que implica ya una selección (falsamente) natural; un programa que incentiva el debate, el deporte y el arte, sobre todo el teatro; y en este caso, una mentalidad que fuerza a los alumnos a que deban gestionar sus espacios, sus clases y sus clubes deportivos, a que negocien entre ellos, a que se convenzan unos a otros, a que exhiban carisma y a que sean elegidos por los suyos
. La cantera perfecta para el mundo de la política y de los negocios.
“El networking vuelve a ser muy importante. E ir a colegios como Eton o Harrow da acceso a determinados círculos.
 Si vas a Eton, lo harás toda la vida”, explica Alonso González de Gregorio, de la consultora de educación The Gregorian Manor House. “Las empresas, además, en tiempo de recesión, son más conservadoras. Ya no bajan el listón como antes a la hora de contratar.
Y van a las universidades top. Y a ellas se entra tras haber asistido a colegios top”, añade.
En príncipe Enrique en Eton, departiendo sobre el futuro del mundo / Anwar Hussein (Getty)

Alumnos multitarea

Inglaterra y Suiza acaparan todavía hoy los colegios más elitistas del mundo.
 Aquellos en los que coinciden en sus aulas algunos de los apellidos de las familias que dirigen las finanzas y la política.
 Esos centros que se mantienen aferrados a su tradición y que intentan ahora adaptarse a los nuevos tiempos para no perder su condición
. Porque, como explica González de Gregorio, “la educación actualmente responde a las necesidades de la anterior revolución industrial: lo necesario es hacer el trabajo a tiempo, bien, memorizar.
 Pero la del futuro es distinta.
 Los alumnos deben ser emprendedores, saber gestionar su tiempo.
Y los profesores se convierten en guías. Una educación muy personalizada.
 Y aunque los colegios más famosos siguen teniendo muy buenos programas, son antiguos y les está costando renovar su sistema educativo”.
 Frente a los centros británicos y suizos, surgen hoy propuestas estadounidenses.
 Colegios en los que ya es posible encontrar, como explica este consultor, “propuestas más interesantes, como departamentos de creación de empresas o que reproducen la bolsa de Wall Street”.
Sin embargo, los centros europeos todavía marcan el camino
. Eton es uno de los más prestigiosos. Pero en el Reino Unido hay más
. En Harrow, otro internado solo para chicos, al noroeste de Londres, estudió Winston Churchill y rodaron las películas de Harry Potter. Sus equivalentes femeninos son Benenden, en Kent, o el centro católico St. Mary Ascot, donde estudió Carolina de Mónaco.
 Y en Suiza está Le Rosey, en Rolle, en el cantón de Vaud, a orillas del lago Leman, y con unas instalaciones en la estación de Gstaad para la parte invernal del curso. Allí han estudiado, entre otros monarcas, Don Juan Carlos I o Raniero de Mónaco.
 El centro, considerado uno de los colegios más caros del mundo, con un coste superior a los 40.000 euros al año, acoge hoy a 400 alumnos de 61 países y tiene como norma no aceptar a más de un 10 por ciento de ellos del mismo lugar.
 También suizo, Aiglon traslada el modelo inglés al pueblo de Chesiers-Villars, en los Alpes, donde hay estudiantes de más de 50 nacionalidades que aprenden a esquiar y a desarrollar su faceta más artística en las clases de teatro. O el Alpin International Bau Soleil, mixto, en Villars-sur-Ollon, en el que a sus alumnos de polos blancos y jerseys grises les hacen afrontar retos deportivos como escalar montañas, competir en carreras de 20 kilómetros o hacer esquí nocturno.
En la Rosey estudiaron don Juan Carlos I o el príncipe Rainiero. Un curso allí sale por 40.000 euros
“¿El coste de una escuela internacional vale la pena?
La respuesta debe ser afirmativa si se cree que las perspectivas internacionales, las redes, las amistades y las asociaciones que se hacen tendrán un impacto en la vida de su hijo”, afirma Mark Silverstein, de Aiglon, cuando se le pregunta si en este tipo de centros aún se forman las élites. “Lógicamente, en un colegio con 400 estudiantes no todos pueden, ni pudieron nunca, ser reyes o presidentes
. Pero cualesquiera que sean sus orígenes, es cierto que muchos alumnos muestran ya unas cualidades personales e intelectuales que les llevarán a ser líderes en el mundo de la política, la empresa, la banca y la cultura”, concede en cambio Robert Gray, director de Le Rosey, que además revela que “bastantes alumnos llegan con la posibilidad o quizás la obligación de asumir ese puesto de élite”.
Mozalbetes de bien esperando turno para jugar al críquet en Harrow, Londres / Peter Dench (Cordon Press)
Fuera de estos dos países también hay algunos centros similares. Un plan B para aquellos que no pueden pagar la educación británica puede ser St. Columba’s, en Dublín, con un precio de 12.000 euros
. Una escuela de día e internado mixto que fomenta una educación católica, el deporte y el debate y en la que, como afirma su director, Lindsay Haslett, intentan “replicar un modelo familiar en el que todos los individuos se conocen, todas las personalidades se respetan y todos los talentos se potencian”.
 Y en el centro de Europa se pueden encontrar también casos como el American International School, de Salzburgo, o el Herlufsholm, en Susa, al sur de Dinamarca.
 Pero hay que cruzar el Atlántico e ir a Estados Unidos para hallar equivalentes a los centros suizos y británicos.
 Como el Trinity, fundado en Nueva York en 1709, donde estudió John McEnroe, aunque el énfasis en el latín y el griego del programa escolar no le ayudaba a hablar mejor en las pistas. O la Phillips Academy, en Andover, Massachusetts, donde estudiaron sus últimos años de bachillerato los expresidentes, padre e hijo, George Bush. O The Lawrenceville, en Nueva Jersey, un vivero de congresistas, senadores y gobernadores estilo british que fomenta el método socrático. Aunque, eso sí, estudiar en uno de estos centros no es una garantía.
 Recientemente la consultora Gallup publicaba una encuesta que revelaba que haber pasado por estos colegios o por las mejores universidades no es sinónimo de éxito y felicidad. Según sus resultados, solo cuatro de cada diez graduados confesaban estar atraídos por sus trabajos, sin diferencias entre los estudiaron en estos colegios de élite.
 Aunque, eso sí, siempre da más lustre llamar a un amigo Kennedy o Borbón para quejarse del jefe.

¿Qué se puede conservar del viejo periodismo?..............................................Juan Cruz

1364678385_895888_1364678487_noticia_normal

Es mentira que hubiera nunca nuevo periodismo, igual que no hubo boom de la literatura latinoamericana.
 Las etiquetas son simplificaciones afortunadas que luego marcan la historia, de modo que es lógico que se siga hablando del nuevo periodismo según la ocurrencia de los que primero lo dijeron y que se siga creyendo que, como en el inicio del mundo, hubo un boom que marcó el nacimiento de la más fructífera caterva de escritores que tuvo el siglo en la literatura escrita en lengua española.
       La existencia del nuevo periodismo llevó a pensar que el que no se hizo desde entonces (desde los años 60 de nuestra era) era justamente viejo periodismo.
Por lo cual se desviaban al desván periodistas tan importantes, y tan distintos, como Manuel Chaves Nogales, Ernest Hemingway o Albert Camus, tan importantes y tan distintos.
 El nuevo periodismo, desde Wolfe a Talese, revitalizó la mirada del periodista, lo hizo más próximo a los asuntos, menos sucinto, más generoso en las descripciones de lo que veía gracias, también, al espacio del que dispuso para contarlo.
 Digamos que la combinación de aquel viejo periodismo (por llamarlo así) de Hemingway (o de Azorín, no se olvide a Azorín), que iba “derechamente a las cosas”, con el nuevo periodismo de periodos exuberantes de narración daría de sí un verdadera y estimulante definición de lo que podría ser el buen periodismo.
 Un periodismo en el que el periodista no se detenía en el preámbulo o en la apariencia, sino que trataba de descubrir, con palabras (con más palabras) lo que había en el alma de las personas y de las cosas.
 No era tan nuevo, pero se llamó nuevo, y ya se sabe qué ocurre con el etiquetado.
       Pues no hay ni viejo periodismo ni nuevo periodismo, sino periodismo, y a ser posible buen periodismo.
 Pero ya que existen los adjetivos e inevitablemente éstos van marcando las gradaciones que tiene el oficio, déjenme decirles alguna idea que se me ocurre para poner en valor al viejo periodismo, sin deseo alguno de enfrentarlo al nuevo.
       Azorín decía que el adjetivo era una medicina que había que tomar con cautela, porque, en efecto, había que ir derechamente a las cosas, contando con una enorme economía de medios (y de adjetivos) la esencia de lo que viéramos
. A Hemingway ya se sabe que su redactor jefe le pedía, cuando viajaba a las guerras, que se centrara en la acción, “mándame verbos”, le decía.
 Los despachos de agencia, que son la expresión más urgente de ese periodismo, estaban llenos de verbos y de fuentes, carecían de adjetivos.
 El legendario guionista Rafael Azcona solía decir que en cine lo más caro eran los adjetivos, porque si tú decías cielo ya podías rodar cualquier cielo, pero sí decías cielo azul tenías que esperar a que en el rodaje se produjera una circunstancia que casara con el adjetivo
. En periodismo pasa igual: si tú describes una cara y dices que ésta es rozagante ya tendrás que decir en algún momento que la cara dejó de ser rozagante, pues nadie está todo el rato de la misma manera. Por otra parte, tanto en columnas como en información, un adjetivo tiene tal peso en la definición que o es cierto o es una cuchillada, o un elogio demasiado untuoso.
El adjetivo obliga al periodista a demostrar más de lo que sabe; a veces se acompaña de artes que no son suyas para explicar que lo que dice casa con la realidad. EL PAÍS publicó hace unos días la fotografía de un futbolista, Pedro León, que miraba hacia el suelo mientras se entrenaba; como miraba hacia el suelo y la información hacía deducir que el hombre estaba triste, el autor del pie de foto se fue por el adjetivo, así que escribió, para decir qué había en la fotografía: “Pedro León, cabizbajo”.
Es fácil deducir que si a Pedro León lo hubieran fotografiado mirando al frente hubieran escrito algo así como: “Pedro León mira con preocupación al futuro”. Hace muchos años el periodista Miguel Ors retransmitía un partido de fútbol y la cámara se detuvo en el balón sobre el césped. Ors dijo:
 “Este es el balón”. Era una manera de decir cabizbajo.
       El adjetivo es, en información, una muletilla de doble filo, pues ilustra y compromete
. Para que Hemingway llegara a un adjetivo primero tenía que vencer su propia reticencia al circunloquio y, naturalmente, después tenía que vencer la resistencia del redactor jefe que le pedía verbos.
 Entonces lo que llamamos el redactor jefe era en realidad la tradición del periodismo, pues ese hombre (el Lou Grant de los viejos periódicos, que no están tan lejanos) representaba la frontera entre lo que a los periodistas les daba (les da) la real gana y la línea que no se puede traspasar
. Antes el adjetivo, en el que caíamos, era la expresión de una tendencia a decir más de la cuenta; hoy el adjetivo suele ser la consecuencia de la falta de prestigio que tiene hoy la neutralidad, el triunfo de la suposición, la ascensión a los cielos del lugar común que casi siempre se condensa en un adjetivo, que el viejo periodismo (y el nuevo periodismo) repelían como el gato escaldado huye del agua.
 Pues eso hay que conservar, a mi juicio, del periodismo que hemos conocido, el pavor ante el adjetivo.
Foto: Jimmy Breslin, el editor George Hirsch, Tom Wolfe y el fundador de 'New York', Clay Felker, en una fiesta de la revista en 1967. / david gahr (getty)

7 sept 2014

La conjunción de mil azares.......................................................................... Javier Marías

La mayoría de ustedes podría descubrir cosas parecidas, supongo, a cada uno suelen llegarle las noticias que lo atañen.
 En un breve espacio de tiempo he recibido dos que me demuestran cuán fácil habría sido que yo no hubiera existido
. La primera es relativa a un bisabuelo (el padre de mi abuelo materno) de cuyo paso por la tierra lo había ignorado todo hasta ahora, incluso su nombre
. (Nunca me ha interesado saber de dónde ni de quiénes procedo, más allá de las personas cercanas, aquellas a las que he conocido; y si estoy enterado de las andanzas, la personalidad o las maldiciones padecidas por algún antepasado, ha sido sólo porque esas maldiciones y andanzas constituían un buen relato en sí mismo, que alguien se dignó contarme y luego yo he utilizado.)
 Ahora mi tía Tina, o Gloria, me narra lo siguiente, a sus ochenta y ochos años: la familia del padre de su padre (es decir, de mi abuelo Emilio, médico militar) venía de algún sitio de Aragón
. En no sé qué año del siglo XIX, hubo una grave epidemia de cólera en la zona en la que vivían, y la enfermedad se cebó de tal modo que cayeron familias enteras, entre ellas la de mi bisabuelo, incluido él mismo aparentemente, que a la sazón era un casi recién nacido. 
Cuando llevaban sus cadáveres a ser quemados (lo habitual en las enfermedades contagiosas), amontonados tal vez en una carreta, un vecino se percató, en el último instante, de que el bebé gemía muy débilmente
. “Este niño no está muerto”, dijo, y así lo salvaron de la pira. Alguien se ocupó de él, o lo prohijó, o lo adoptó; y por fuerza le dio estudios, puesto que, con el tiempo, aquel niñito se convirtió en el Doctor Ricardo Franco Roy (profesión que seguiría su hijo, mi abuelo), al parecer un hombre bondadosísimo
. Gracias a un vecino aragonés de fino oído, yo estoy aquí, como mi tía Gloria o Tina y como también estuvo mi madre.
La otra noticia no lo es propiamente
. En realidad no hay nada en ella que ignorara, y es más, me he servido de esa historia –con permiso de mi padre– en mi novela Tu rostro mañana. Y también él contó los pormenores en sus memorias, Una vida presente. La historia es la de la delación, encarcelamiento y juicio que sufrió recién terminada la Guerra Civil. Lo delataron dos personas: un antiguo compañero y “amigo del alma” y un catedrático al que ni siquiera conocía. Ahora mis sobrinos Laura y Daniel me remiten una copia de la denuncia que el segundo delator firmó el 12 de abril de 1939, tan sólo once días después de la entrada de Franco en Madrid. Se dio prisa el catedrático, que encabeza así su escrito: “Julio Martínez Santa-Olalla, camisa vieja de Falange Española, militante de FET y de las JONS, catedrático de Universidad y Comisario General de Excavaciones Arqueológicas, con domicilio en Serrano 8, tercero derecha, DENUNCIA. “A continuación hay diez apartados, cada uno dedicado a una o más personas. Alguno llama la atención por lo vagarosas y “de oídas” que son las acusaciones: la “… que fue cocinera en mi casa … parece blasonaba ante las criadas del segundo izquierda … de que ‘del señorito pequeño no tendrían noticias porque era muy fascista y le hemos denunciado mi marido y yo’. En esta forma según referencia de dichas criadas aludía a mi hermano Antonio asesinado el 8 de noviembre de 1936”.
Todos existimos por el fino oído de un vecino o por la decencia de un testigo que dijo la verdad
En el apartado 7º se lee: “Julián Marías Aguilera, domiciliado en Espartinas 7, es uno de los organizadores de la propaganda rojo-separatista en las primeras semanas, y continuador de ella en la forma más canallesca. Él fue el gran acompañante voluntario del gran bandido Deán de Canterbury que tan maravillosamente utilizaron Inglaterra y Francia para sus designios. El tal Marías presumía de colaborar en Pravda y desde luego lo hacía en Abc y Mundo Obrero. Este sujeto debe poseer documentación abundante y nombres de todos los que intervenían en aquella criminal propaganda. Sobre este sujeto y sus actividades se le podría pedir información a Héctor Maravall con domicilio en Larra nº 12”. Lo único no falaz de todo esto es que mi padre había escrito en Abc: unos artículos muy moderados, que hoy pueden leerse como representación de la llamada “tercera España”. Aunque sabía la historia (y en mi novela me preocupé de averiguar y contar quién era ese “gran bandido Deán de Canterbury” al que mi progenitor jamás había visto), me dejó mal cuerpo la lectura de la delación e imaginar lo que supuso para un joven de veinticuatro años; ver el siniestro documento del catedrático, que –él sí– acompañó a su amigo Himmler durante la visita del preboste nazi a Montserrat y otros sitios. No sé si hoy se percibe que unos cargos como esos, en abril del 39, significaban para el reo su casi seguro fusilamiento, además de una incitación a torturarlo antes. Mi padre tuvo suerte. Lo contó en sus memorias, y alegra saber que se encontró con un juez y con testigos decentes en unas fechas en que era dificilísimo serlo. Cuán fácil habría sido que no saliera con vida de su detención, un mes más tarde, el 15 de mayo. Todos estamos aquí, todos existimos tal como somos por la conjunción de mil azares, por el fino oído de un vecino o por la decencia de un testigo que se prestó a decir la verdad. Nuestras existencias son tan frágiles y tan improbables –una verdadera lotería- que sólo eso debería bastarnos para jamás sacar pecho por nuestro nacimiento y quitarnos toda importancia.
elpaissemanal@elpais.es