Artista como su abuelo y espoleado por la misma pasión hacia los
exotismos insulares, Paul-René Gauguin formó parte de la avanzadilla de
intelectuales y bohemios que en tiempos de la Segunda República
eligieron Ibiza como particular edén.
Gauguin se relacionaba con uno al
que llamaban El Miserable por su forma de vida, y que resultó ser el
filósofo alemán Walter Benjamin
. También se le veía con otro al que
llamaban El Loco del Puerto, un francés rubio, alto y corpulento,
empeñado en construir una casa en la ladera de la montaña que abriga la
cala de Sant Vicent, un remoto rincón al noreste de la isla al que sólo
se accedía en barco o mula.
El Loco era Raoul Alexander Villain, que llegó a la cala en 1932,
precisamente en mula, con una maleta llena de los misterios y
extravagancias con los que se ganó su apodo.
“Parecía un caballero
bastante hortera en aquel ambiente, vestido elegantemente con traje y
sombrero, paseándose arriba y abajo y hablando un francés agudo y
chillón.
No tardó en revelar toda una serie de rasgos que poco decían a
su favor: su fina y afectada voz, su absurdo comportamiento. Todas las
mañanas tomaba un vaso de aceite de oliva para su evacuación
intestinal”, recordaba años más tarde en su libro
El camino a San Vicente (1967) el noruego Leif Borthen, otro de los extranjeros perdidos en la isla.
Villain proyectó una casa con dos torres unidas por una arcada
pensando en una pequeña fortaleza desde la que se podía observar los
movimientos en la cala
. Si llegaban intrusos, lo harían en barca
.
Gauguin le ayudó y, accediendo a otro de los caprichos del francés,
decoró un friso con flores de lis. Villain no logró disfrutar mucho de
la casa.
En septiembre de 1936 unos desconocidos que, como temía,
llegaron por la playa, acabarían a tiros con su vida.
El escritor Eduardo Jordá cree que un grupo de anarquistas mató a Villain
Más de 25 años después Gauguin se reencontraría con el rostro de
Villain durante una visita al museo que Castres (Francia) dedica al más
célebre de sus hijos: el líder socialista y director de
L‘Humanité, Jean Jaurès,
tiroteado el 31 de junio de 1914 por un patriota enardecido que se creyó obligado a acabar con el político que más esfuerzos hacía para evitar
la guerra.
El Loco de la Cala, al que Gauguin ayudó a levantar la casa, era el asesino de Jaurès.
Sobre la autoría del magnicidio —la talla política del “acaso el
primer orador de Francia”, como le describía la prensa, permite elevar
el grado del delito— no hay dudas. Villain, 29 años, reconoció haber
disparado a Jaurès por la ventana del parisino Café Croissant, adonde
solía ir a cenar con compañeros del periódico.
Pacifista e
internacionalista, Jaurès desplegaba esos días una incesante actividad
diplomática para evitar que miles de trabajadores alimentaran la
maquinaria de la guerra.
Ya lo había hecho el año anterior oponiéndose a
la ampliación del servicio militar
. Para Villain, era “un enemigo del
interior” que había que eliminar para emprender una guerra que
permitiera recuperar los territorios perdidos de Lorena y Alsacia.
Tres
días después de su muerte —el 31 de julio se cumplió un siglo— la
contienda comenzó.
Lo que sigue siendo un misterio es quién o quiénes, 22 años después,
acabaron con Villain en una ignota playa de Ibiza y si se trató de una
venganza retardada
. Villain fue detenido tras perpetrar su crimen y pasó
encarcelado los cuatro años de guerra mientras morían 1,3 millones de
franceses.
En marzo de 1919 un jurado, aún bajo la excitación de la
victoria, le absolvió tras una vista en la que se juzgó más el
patriotismo de la víctima que al homicida. “Un veredicto monstruoso que
proclama que su asesinato no es un crimen”, escribió el futuro premio
Nobel de Literatura, Anatole France. “¿Se buscaba condenar con ello la
política de un partido o acaso dar un ejemplo de reconciliación?”, se
preguntaba el cronista del
Evening Post al analizar la
absolución. Villain se sentaría de nuevo en un banquillo en 1920 —por
traficar con moneda falsa— con la misma buena suerte. El tribunal
consideró que dado su estado mental bastaba una multa de 100 francos.
Poco se sabe de lo que hizo en esos 12 años hasta recalar en Ibiza.
José Serradilla, que investigó su biografía mientras trabajaba en el
Diario de Ibiza,
imaginó una vida en huida constante perseguido por masones que
intentaban vengar la muerte de uno de sus miembros. Serradilla tenía en
realidad la mente puesta en un guion cinematográfico, que finalmente no
cuajó, al escribir
El francés de la cala (1998), pero se
reafirma en la teoría de los masones. “La logia es fuerte y constante,
¿quién si no va a mantener un plan de venganza durante 22 años?”.
Y
remite a Baltasar Porcel, que desarrolló parecida teoría.
El novelista mallorquín Eduardo Jordá se encontró con la leyenda de
Villain flotando en la cala en sus visitas infantiles. “Allí hablaban de
un tipo raro.
Pero en las islas siempre ha habido tipos raros. Lo que
me llevó a él fue una canción de Jacques Brel en la que se preguntaba:
'¿Por qué mataron a Jaurès?”.
Así se titula un relato de Jordá en el que
refleja la versión que considera más verídica sobre su muerte.
“Está
comprobado que el 13 de septiembre de 1936 desembarcó en la cala un
destacamento de anarquistas que regresaba a Barcelona desde Mallorca.
Ibiza había cambiado de manos tres veces en el verano de 1936.
A la
patrulla quizá le llama la atención el crucifijo de la casa de Villain,
que era muy beato. Pensarían que era un espía y lo encerraron.
Parece
que entonces hubo un bombardeo de los nacionales, y en represalia le
pegaron dos tiros”. Tardó dos días en morir abandonado en la arena.
Jordá cree que los asesinos no sabían quién era. Como tampoco los
lugareños
. “Estos quizá sospecharan que ocultaba algo, pero no sabían el
qué”.
De hecho, Villain no solía revelar su identidad
. En la cala era Alex,
y así firmó un poema en francés sobre la isla que en 1993 envió al
Diario de Ibiza.
“Era un artista frustrado”, recuerda Jordá para justificar tal
arrebato
. No fue lo único que contó al periódico, que el 16 de marzo de
1933, un año después de su llegada, le dedicó la nota titulada
Capilla Católica:
“Ayer hablamos con el súbdito francés sr. Alex, quien nos dijo que
había adquirido terrenos en San Vicente proponiéndose levantar allí una
capilla dedicada al culto católico”.