Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 ago 2014

Antonio Banderas vuelve a España por primera vez desde su divorcio.....................................................

El actor malagueño presentó en Marbella 'Mercenarios 3' junto a Sylvester Stallone.

Banderas y Stallone en Marbella junto al resto del reparto. / A.L.F. (EFE)

Marbella puso ayer los focos sobre el cine dentro del festival Starlite.
 En ese halo se encontraba Antonio Banderas, en España por primera vez desde su divorcio con Melanie Griffith a principios del pasado junio.
 Pisa ahora tierras malagueñas para presentar Mercenarios 3 junto a los actores Sylvester Stallone, Jason Statham, Wesley Snipes y Kellan Lutz.
Banderas, que quiso alejarse del revuelo de la noticia de la separación y se marchó de vacaciones a Perú con su hija Stella, ha aparecido en contadas ocasiones desde entonces
. La última, justo a principios de esta semana en Londres, también para presentar el filme.
 Conocer del interés que despierta su vida privada, durante la rueda de prensa de ayer pidió a los periodistas que las preguntas se limitaran a la última entrega de esta saga.
 Y así fue. Entre risas y anécdotas de los compañeros de reparto.
La tercera entrega de esta saga de acción se estrenará el próximo 14 de agosto con un numeroso y conocido elenco en el que cada estrella tiene su momento: Sylvester Stallone, Jason Statham, Wesley Snipes y Kellan Lutz, son los veteranos. Junto a ellos, y por primera vez, aparecerán el actor malagueño, Mel Gibson, Harrison Ford y Wesley Snipes.
 Estrellas que, según lo que se contó ayer, no han competido por acaparar primeros planos.
"Cuando hay quince hombres juntos, siempre hay competición, porque es nuestra naturaleza, pero la clave está en darle a cada uno algo interesante que hacer", dijo Stallone para explicar que cada uno de ellos había tenido un "marco" en el que desarrollar su personalidad.
"Si yo impongo la mía, no hay película".
Banderas, recién incorporado a la cinta de Patrick Hughes, interpreta a Galgo, un miembro de élite de las Fuerzas Armadas españolas que durante una secuencia canta un fragmento del himno de la Legión Española, El novio de la muerte, mientras Stallone se preocupa más por las labores mecánicas.
Algo que pone el toque de humor en una película llena de tiroteos, peleas y hombres duros.
El malagueño recordó que cuando Stallone le envió el guion le dijo que podía sentirse "libre" para modificar el personaje según sus propias sensaciones
. Ya así lo hizo. Inventó un pasado para su personaje e improvisó muchos de los momentos:
"Me encontré con un caldo de cultivo para poder hacer acción y también comedia con un personaje que es un solitario y que utiliza como autodefensa el humor".
En medio de las bromas en la presentación, Banderas aseguró que si se hiciera una versión española de Los mercenarios, él interpretaría el papel de Stallone, el jefe, y que contaría en su equipo con Javier Bardem, Santiago Segura y Dani Rovira.
"Ahí tenéis el comando al completo", bromeó.
Por el momento, el comando "real" lo integran personajes como Rocky, Terminator, Indiana Jones, Transporter, Mad Max, Desperado, Blade y el Zorro
. Con esa mezcla como base, Stallone anunció que habrá una cuarta entrega donde no cree que ninguno de sus compañeros quiera pasarse al "lado oscuro" para interpretar el papel de malo. "Ninguno quiere que lo maten para seguir en nuestras películas", apostilló.

 

La insobornable mirada de Edna O’Brien......................................................... José María Guelbenzu



Esta novela es la continuación de Las chicas de campo (Errata Naturae, 2013), la novela con la que se dio a conocer Edna O’Brien
. Aquella terminaba con el paso de las dos amigas (Caitlin y Baba) del medio rural cerrado y sofocante de la católica Irlanda a la ciudad de Dublín.
 La chica de ojos verdes cuenta la vida dublinesa de Caitlin y Baba, sobre todo de la primera.
Hay un paralelo entre ambas novelas que se establece en la relación de Caitlin con el señor Gentleman, un hombre mayor que pretende seducirla vergonzantemente, y Eugene, el hombre maduro y mundano que la seduce
. En ambas relaciones lo que está presente es la ingenuidad de Caitlin, el deseo de emparejarse, el desamparo en que la ha dejado la muerte de la madre y la necesidad de apoyar sus sueños y esperanzas en una figura masculina, en ambos casos bastante mayor que ella.
 Baba es más avezada que Caitlin, aunque el desconocimiento del mundo sea semejante en ambas.
 Lo que sucede es que Baba aprende deprisa, es rápida y lista, y desdeña los sueños.
 En cambio, la soñadora Caitlin se convierte en carne de cañón para un afectuoso y seguro de sí mismo Eugene, que deslumbra a la pobre chica rústica.
 Ella está arrebatada por el amor que siente y que acabará por llevarla a un desenlace inevitable. Entremedias hay dos momentos de tensión: cuando el padre, un penoso borrachín autoritario, la devuelve al pueblo y cuando el padre y un grupo de paletos se presentan en casa de Eugene dispuestos a apalearlo y llevarse a Caitlin.
Bien, ésta es la anécdota.
 ¿Dónde está la importancia de este libro
? Edna O’Brien escribe de manera directa, sin virtuosismos e innovaciones, con una escritura tradicional.
 Por tanto, todo el esfuerzo está puesto en su insobornable y penetrante mirada, un don que desemboca, de primeras, en la naturalidad expresiva
. A Caitlin, recién llegada a Dublín, a la libertad, la definen el dinero como ausencia, las ganas de ligar, la estrechez, la vida encerrada, las pocas perspectivas…, y todo eso lo resolverá Eugene, al que se entrega ciegamente, pero paso a paso, exquisitamente medidos por la autora
. Los pequeños detalles, la caracterización de sus defectos y virtudes, los gestos minúsculos, las manías, el pudor, el dolor y la alegría de Caitlin, su debilidad sustancial, su dependencia de otro… se iluminan por medio de una percepción admirable de la trascendencia de las cosas pequeñas, la cotidianidad vital, servida por una prosa directa, espontánea y cautivadora donde el humor, las divertidas peripecias, frustraciones y torpezas, episodios hilarantes y sentimientos elementales van tejiendo el retrato de las emociones y experiencias de una muchacha simple y noble camino de la maduración.
La chica de ojos verdes. Edna O’Brien. Traducción de Regina López Muñoz. Errata Naturae. Madrid, 2014. 336 páginas. 18,50 euros

No te olvides de mirarla..................................................... Pablo Ordaz

'La gran belleza' de Paolo Sorrentino gustó más a los que conocen Roma de vista que a quienes se acostumbraron a su hermosura.

 


 
Toni Servillo y Sabrina Ferilli, en una imagen de 'La gran belleza'.

Hace unos cuantos siglos, los extranjeros que llegaban a Roma buscando la absolución para algunos de sus pecados especialmente graves no tenían más remedio que recurrir a intérpretes que tradujesen al italiano su confesión en la basílica de San Pedro
. La sorpresa venía cuando, una vez en paz con Dios, los peregrinos –por lo general pudientes— eran constreñidos por los intérpretes a pagarles una cantidad de dinero a cambio de mantener el secreto de lo dicho en confesión.
 Para intentar frenar una extorsión que se convirtió en costumbre, el papa Benedicto XII creó en 1338 una hermandad de asistencia a los pereg
rinos que, dos siglos después, Alejandro VII alojó en un magnífico edificio contiguo al Vaticano.
 El palacio Della Rovere aún se conserva, aunque demediado al estilo de Roma: la mitad pertenece a la medieval Orden Ecuestre del Santo Sepulcro, y la otra mitad, a un hotel de lujo cuyo restaurante es frecuentado, a veces en curiosa convivencia, por prelados de la Curia vaticana y por viajeros de paso. Es ahí, bajo unos frescos de Pinturicchio, donde el director Paolo Sorrentino sitúa una de las escenas de La Grande Bellezza (La gran belleza), aquella en la que el periodista Jep Gambardella invita a Ramona a fijarse en la mundana desenvoltura de un cura pidiendo champán Cristal –nunca por debajo de los 200 euros-- y cortejando a una monja:
--No te puedes imaginar lo instructivo que resulta vivir rodeado de tal cantidad de órdenes religiosas.
La mirada irónica, descreída y cansada de Jep Gambardella hacia sí mismo, hacia los demás y, sobre todo, hacia Roma no sólo atraviesa toda la película gracias a la interpretación de Toni Servillo, sino que también constituye –en contra de lo que parece sugerir el título— su columna vertebral.
“Si me preguntan”, explica Paolo Sorrentino, “qué significa La grande bellezza", sería demasiado fácil y tentador responder: Roma.
 En cambio, para mí, “La grande bellezza es más exactamente ese gigantesco cansancio de vivir que se esconde tras la vida de Jep Gambardella”.
 Una vida, recuerda el director de cine, que el protagonista –un periodista que jamás logró sobreponerse al éxito de su primera y única novela—consume entre los monumentos más bellos, las rancias fiestas mundanas y el sexo por costumbre mientras intenta recuperar, inútilmente, el rastro perdido de la literatura.
El director de cine, nacido en Nápoles en 1970, cuenta que desde el día en que, a los 19 años, paseó por Roma por primera vez se quedó asombrado por la ciudad y por “ese universo que gravita en torno al Vaticano” y que tan bien refleja –por el arte, la historia, la picaresca y la mundanidad disfrazada con sotana—el restaurante del palacio Della Rovere. “Aquel gran asombro de los 19 años”, añade, “no me ha abandonado nunca. Pienso que, quizás de forma inconsciente, aquel día nació la idea de hacer no una película sobre Roma, sino una película que la explicase”.
Ha tardado casi 30 años.
Tal vez porque Roma es tan difícil de explicar, de catalogar, como su propia película, que ha encandilado a muchos –ahí está el Oscar, el Globo de Oro, el BAFTA— y que ha dejado frío a otros. No deja de ser curioso que, por lo general, la película haya gustado más a quienes solo conocen la ciudad de vista o se acercaron a ella desde fuera –a sus amantes--, que a quienes, después de haber crecido entre tanta belleza, se olvidaron de mirarla.
“Es una ciudad que en realidad no conozco”, admite Sorrentino, “y, de hecho, es una ciudad que no quiero conocer en profundidad, porque como todas las cosas que se entienden bien, el riesgo de la desilusión está siempre al acecho.
 Por lo tanto, me limito a intuirla, a atravesarla todos los días como un turista sin billete de retorno, y soy feliz así.
 Finjo no escuchar las críticas incesantes de sus habitantes ni creer las invectivas furibundas de los de fuera sobre la pobreza cultural y moral de la ciudad. Cobardemente, me tapo los oídos.
 No quiero que me arruinen el sueño. Prefiero concentrarme en la dulzura de ciertas puestas de sol, en la inexplicable suavidad del clima y del estado de ánimo que sólo Roma te consiente, en los lentos paseos sin destino que te prometen siempre llevarte a lugares inéditos e irrepetibles
. Y que, a veces, hasta mantienen la promesa”. Esa es Roma.
 O esa es, al menos, la Roma que muestra Sorrentino a través de Jep Gambardella: un paseo infinito y adictivo en búsqueda de la belleza, un paseo que puede durar toda una vida y por el que se puede llegar a pagar un alto precio:
--¿Por qué no has escrito otro libro?
--Porque he salido demasiado a menudo por las noches.
Como en Roma, la gran belleza de la película está en las pequeñas bellezas que encierra y que, a veces, solo deja entrever.
 La belleza del italiano que, en la dicción y la voz de Toni Servillo, curtidas por toda una vida de teatro, es un placer que convierte en un crimen el mejor de los doblajes
. La belleza de los guiños –o lo que parecen ser guiños—a míticas películas que también tuvieron a Roma por escenario: la visita de una monja a un cirujano plástico recuerda a aquel desfile de moda religiosa de la Roma de Fellini
; el zapato que se desprende del pie de La Santa evoca al que se le cae a Audrey Hepburn en la recepción de autoridades de Vacaciones en Roma…
La belleza de admitir, durante la diatriba de Jep contra Stefania en el ático frente al Coliseo, el pacto implícito de cinismo e hipocresía que rige la relación con los amigos de las francachelas diarias: “Estamos todos al borde la desesperación y tenemos un único remedio: hacernos compañía y tomarnos un poco el pelo”.
 Pero también la belleza al reconocer la excesiva dureza del ataque a su amiga:
“Lo sé. He exagerado
. Pero es lo que hacen los escritores fracasados”.
Paolo Sorrentino utiliza la capacidad del cine para hacer más hermoso lo que ya de por sí lo es, utilizando el montaje para añadir jardines a palacios que jamás los tuvieron o para, simplemente, demostrarle a los romanos que la belleza puede también cegar, que ese torrente de hermosura heredada que tantas veces maltratan sigue fluyendo como una hemorragia imposible de cortar.
 De boca de sus mayores –Alberto Moravia, Ennio Flaiano o Mario Soldati--, Sorrentino aprendió que “en Roma se intenta hacer pasar por sentido de la eternidad una cierta atonía moral”, o que “vivir en Roma es una forma de perder la vida”, o que aquí se descubre mejor que en cualquier otra ciudad que “el sentido de la eternidad es en realidad el sentido de la nada”.
 Y, aun dándoles la razón, Sorrentino intenta redimir a Roma –y con ella a su película—con unas frases, hermosas por sí mismas, que Jep Gambardella pronuncia al final de la película a modo de resumen de su propia vida.
--Siempre termina así.
 Con la muerte. Antes, sin embargo, estuvo la vida. Escondida bajo el bla, bla, bla. Sepultada bajo la cháchara y el ruido. El silencio y el sentimiento.
 La emoción y el miedo
. Los demacrados e inconstantes destellos de belleza.

Unos se mueren y otros sobreviven........................................ Luis Hidalgo ....Una extraña pareja, su hija realmente murió?


Al Bano y Romina Power en su reaparición en Peralada. / ICONA / JOAN CASTRO

En un escenario veraniego, con tiros moderadamente largos y bronceados a la luz de la luna, una pareja que fue feliz y lo cantó a destajo como una franquicia de Cupido, escenificaba que ahora, tras años de matrimonio y otros muchos de divorcio, pueden verse sin escozor.
 No, que nadie se equivoque, Al Bano y Romina Power están separados y no se van a reconciliar, pero por razones de amistad debidamente aliñadas con otros argumentos menos intangibles, la ex pareja feliz ha realizado unos pocos conciertos en los que han vuelto a ser pareja artística
. Uno de ellos tuvo lugar en casa de sus amigos, los señores Suqué, artífices del festival de Peralada, donde en la noche del martes se dieron un homenaje que hizo pensar en que no hay desamor que mil años dure.
 Todo esto en un concierto eterno que no fue exactamente un concierto de Al Bano y Romina Power, sino un concierto de Al Bano y su familia, entre la que lógicamente estaba su exmujer.
 Nada como el concepto mediterráneo de familia, cualquier cosa por los hijos.
Sí, fue verdad, el concierto fue un atasco que sólo en la parte final se hizo algo fluido.
 Como marcando territorio fue Al Bano quien lo comenzó, vestido con un traje gris alpaca de los que El Fary usaba en alguna muy señalada fiesta de guardar
. Pero ya se sabe que el fuerte de Al Bano no está ni en su carisma ni en la variedad de la montura de sus gafas, sino en su voz de tenor, potente aún más porque él la siente potente y la exhibe como su musculatura un chaval aún imberbe.
 Tampoco el tino estuvo en el grupo de acompañamiento -batería, bajo, guitarra y teclados con una orquesta dentro-, cuyos arreglos fueron bastante planos. Un cuarteto de vocalistas ataviadas de boda, reforzaron el apartado vocal.
 Y precisamente, tras calentar su herramienta con unas cuantas piezas, sí Al Bano tiene una voz tan lírica que incluso permite olvidar las canciones cuando son medianías e imaginarla en composiciones de fuste, introdujo a Romina sin apenas cruzarse con ella, escatimando la foto que todo el mundo buscaba.
Contrastó el gris Al Bano con los vaporosos tejidos azules con los que su exmujer apareció en escena para interpretar en inglés un par de canciones bastante mediocres, declamar un poema y certificar como la maternidad ciega hasta ver gracilidad en el trotar de un paquidermo
. Yari Carrisi, segundo fruto de la relación con Al Bano, le acompañó en una pieza por él compuesta para mamá y con pocos visos de ser recordada por alguien que no sea mamá.
 Luego, para extraviar un poco el sentido de la velada, Yari hizo una versión de los Beatles y otra de Pink Floyd y se quedó tan pancho
. Metido por el calzador protector de la familia, Yari cantó tanto que pegó el cante.
Pero nadie pareció ponerse tiquismiquis, la fiesta celebraba un reencuentro, el de la pareja con Peralada tras 20 años de ausencia
. Tras el hijo, Al Bano homenajeó un escenario tan lírico como aquel marcándose unas arias y la famosísima y popular "Funiculì, funiculà" napolitana.
 Cayó, por supuesto, su "Ave María", en cuya presentación Al Bano confundió espiritualidad con religiosidad, algo muy católico
. Más tarde compartió escena con Romina, espléndida en su sentido del humor sobre el paso del tiempo, inspirado en la seguridad de quien no se siente muy desportillada por los años.
 Romina, todo clase aún en sandalias, ya vestida en fucsia también vaporoso, dignificó la estampa de su ex, quien dejando la alpaca en el camerino ganó enteros.
Hubo humor incluso repitiendo la entrada de Romina en escena para cantar a dúo, pues un problema en la batería impidió que fuese digna de la situación y de las deseadas fotos.
Y este fue el tramo del concierto que había movido los suspiros.
 La pareja, comportándose como una razonable pareja de divorciados, cantó piezas como "Nostalgia canaglia", "Siempre, siempre" o "Vivirlo otra vez", interpretados sin necesidad de parecer víctimas de un amor diabético
. En este sentido los diálogos entre ambos y sus miradas nos hablaron de una pareja normal que ya no tiene que vender post adolescencia, sino sentimientos que no por morir conducen de por vida al resquemor.
 Casi resulta más esperanzador este mensaje que el amor a quintales, llovido como una catarata de sentimientos marcados por arrobas de acné. Incluso fue tierno el tímido e inseguro baile que la pareja protagonizó bajo los acordes de "Vivirlo otra vez", en el tramo final de un concierto innecesariamente largo y titubeante.
 Hay esperanza más allá del divorcio, pero cuidado con la familia.