Nancy Fraser es ese tipo de mujer que parece avanzar en la edad sin
inmutarse, acumulando sabiduría
. A caballo entre la serenidad reflexiva y
la pasión intelectual, analiza las crisis del presente, su complejidad,
con un foco de largo alcance.
Sus trabajos en el campo de la filosofía
política se han centrado en los problemas de la justicia social.
En su
libro Escalas de justicia (Herder, 2008) aborda las tres dimensiones que
considera esenciales, todas ellas definidas por palabras que empiezan
por r: los problemas de redistribución de la riqueza en el plano
económico; los de reconocimiento en el ámbito de los derechos
individuales y colectivos, y los problemas de representación, en el
ámbito político. Fraser, estadounidense de 67 años, ha vivido y
analizado el paso del capitalismo de Estado organizado, del que surgió
el modelo social europeo que ha propiciado las mayores cotas de justicia
social, al capitalismo neoliberal, que ha minado el Estado de bienestar
y nos ha llevado a la grave crisis de 2008.
Ahora está convencida de
vivir a las puertas de otra transición. ¿Hacia dónde?
En cualquier caso,
los problemas que hay que afrontar, los procesos que condicionan la
vida de la gente, desbordan por completo el marco westfaliano.
Son
transfronterizos, globales.
Cuatro ideas
- ¿Un libro? Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism, de Wolfgang Streeck. El autor combina un análisis brillante con la llama de la justa indignación.
- ¿Una cita? “Si la oposición constructiva es
imposible, quienes no se conformen con dedicar su vida a pagar las
deudas contraídas por otros no tienen otra salida que la opción
destructiva” (Buying Time).
- ¿Una voz que debería ser escuchada? Todas las que componen el 99% de la humanidad. Y amortiguar una: la de los mercados financieros.
- ¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor?
Una tasa global sobre las emisiones de CO2; la Tobin, sobre las
transacciones financieras; y más reformas que subordinen el poder
privado a los poderes públicos.
Nancy Frasser alerta sobre las consecuencias del aumento de las
desigualdades y sobre la obsolescencia de las formas actuales de
participación política. Considera urgente encontrar nuevos mecanismos
para la toma democrática de decisiones.
También a escala trasnacional.
De ello hablamos, aprovechando una visita a Barcelona, invitada por el
Centro de Cultura Contemporánea.
Pregunta. La crisis que se inició en 2008 ha
trastocado muchas cosas y aún no parece que quiera irse. ¿Cómo cree que
influirá a largo plazo?
Respuesta. Esta crisis tiene muchas dimensiones.
Estalló en 2008 como una crisis financiera y rápidamente derivó en una
crisis económica general, pero no quedó ahí.
Al tener que endeudarse los
Gobiernos para hacer frente a sus consecuencias, pronto se convirtió en
una crisis de la deuda soberana, y como la respuesta a esta situación
fue la política de austeridad, ha terminado provocando una grave crisis
social.
Y todo ello sobre otra crisis de fondo, de la que se habla poco
pero que continúa agravándose, que es la ecológica.
El resultado ha sido
un gran sufrimiento para la población.
La precariedad se ha instalado
como horizonte de futuro y, claro, eso está derivando en una crisis
política de imprevisibles consecuencias.
P. ¿Qué tipo de crisis política?
R. La severidad del sufrimiento social y la falta de
respuesta han llevado a los ciudadanos a pensar que sus Gobiernos
trabajan para los bancos y los inversores, en lugar de trabajar para la
gente. La legitimidad de los Gobiernos, de toda la estructura política,
ha quedado muy dañada, tanto en el ámbito nacional como en el europeo, y
también globalmente.
Se ponen en cuestión aspectos fundamentales del
sistema político, y también del económico. La ciudadanía percibe que no
tiene instituciones o canales a los que puedan dirigir sus quejas, sus
reclamaciones, sus propuestas.
Es un momento muy difícil, muy parecido
al que se vivió en los años treinta del siglo pasado.
P. Las desigualdades ya crecían antes, pero la
crisis las ha exacerbado
. Algunos se sorprenden de que, con el paro que
hay y el rápido empobrecimiento de amplias capas de la población, no se
haya producido un estallido social. ¿Cómo cree que evolucionará el
sistema a partir de ahora?
“La falta de respuesta a la crisis ha llevado a pensar que los Gobiernos trabajan para los bancos en lugar de para la gente”
R. Hay diferentes posibilidades
. Una es que las
élites políticas, hasta ahora pasivas, tomen conciencia del problema, se
pongan en marcha y acuerden introducir ciertas reformas en el control
de las instituciones financieras para prevenir una situación como la que
se produjo en 2008 por falta de regulación.
En este caso, el sistema
seguirá cojeando más o menos como está, la desigualdad seguirá
aumentando y aspectos fundamentales, como la crisis ecológica, seguirán
sin abordarse. El segundo escenario es que las élites políticas no
reaccionen y la situación continúe deteriorándose.
En ese caso las cosas
pueden ponerse muy feas.
Podemos ver un planeta gravemente dañado,
desgarrado por guerras y conflictos por el agua, el petróleo o las
tierras cultivables; escasearán recursos fundamentales y el deterioro
social llevará a un deterioro ético; será un mundo lleno de tensiones en
el que predominará la mentalidad del “sálvese quien pueda”.
P. Algo de eso ya se está empezando a ver. ¿Sería el
triunfo del individualismo egoísta, de la sociedad de cazadores de la
que habla Zygmunt Bauman?
R. Sí, algo así. Pero hay una tercera posibilidad, y
es que los movimientos sociales, organizados en sociedad civil, fuercen
a las élites políticas a cambiar, a revisar las estructuras, desde la
forma de los partidos a los mecanismos de participación.
Y que ello
permita crear nuevas formas de participación que propicien cambios
sociales profundos. Cambios a mejor, que hagan evolucionar el actual
capitalismo financiero de corte neoliberal a una forma de capitalismo
más igualitarista y, por tanto, más estable.
P. En su descripción, este último parece el menos costoso.
R. Sí, pero aún cabe un cuarto escenario, muy
distinto: el de que se desencadenen grandes cambios revolucionarios que
nos lleven más allá del capitalismo, aunque este es muy poco probable.
En cualquier caso, la gran cuestión que subyace en el trasfondo de las
crisis que vivimos es la forma que vaya a adoptar el capitalismo.
P. En las últimas décadas hemos asistido al
afianzamiento del sector financiero como motor de todo el sistema.
Esta
forma de capitalismo, que crece con la globalización, tiene un
componente especulativo estructural, intrínseco al modelo. ¿Cree que
aceptará reglas y restricciones?
R. Es difícil, pero ha habido otros periodos en los
que el propio sistema ha sabido encontrar formas de cambiar.
Por
ejemplo, en los años treinta del siglo pasado, tras la gran recesión de
1929, supo articular una nueva forma de capitalismo más regulado, que ha
perdurado muchos años
. Precisamente la ruptura de esas reglas por la
hegemonía de las teorías neoliberales es lo que nos ha llevado a la
actual situación.
P. Pero entonces las empresas tenían unos
propietarios interesados en llegar a compromisos con las fuerzas
sociales para asegurar la estabilidad del sistema.
Querían legar las
empresas a sus hijos. Ahora, las sociedades pertenecen a miles de
propietarios dispersos y con escasa capacidad de decisión.
La gestión
está en manos de unos ejecutivos que ya no tienen ni los mismos vínculos
ni las mismas motivaciones.
R. Todo eso hace que sea más difícil imaginar que
pueda surgir un impulso reformador desde el interior del propio sistema.
Pero también hemos escuchado algunas voces individuales muy
influyentes, como las de Warren Buffett, George Soros o Bill Gates,
gente con cierta visión que piensa diferente
. Sin embargo, lo que puede
forzar al mundo de los negocios a reaccionar y aceptar cambios es la
militancia organizada desde la base de la sociedad
. En los años treinta,
el capital tenía mucho miedo de las revoluciones sociales.
Había
sindicatos poderosos…
“La idea de que los movimientos sociales puedan tener un pie en la política y otro en la sociedad civil es muy interesante”
P. Pero el miedo a la revolución también llevó a buena parte del poder económico a los brazos del fascismo.
R. Sí, esa posibilidad también está ahora sobre el
escenario
. Lo hemos visto en las elecciones al Parlamento Europeo:
formas de fascismo o neofascismo.
P. En España, Grecia o Portugal, los países más
castigados por la crisis, se han producido huelgas generales y amplias
protestas contra la política de austeridad que han sido ignoradas.
¿No
le parece peligroso que, en ciertos círculos radicales, pueda prosperar
la idea de que a lo único a lo que el poder parece sensible sea la
violencia?
R. Coincido en la crítica que se hace a la completa
falta de responsabilidad de los poderes públicos, que solo parecen
responder a las presiones de los mercados y los inversores.
Pero la
tentación de la violencia es muy preocupante y espero que los
movimientos sociales no evolucionen en esa dirección, porque sería un
desastre
. La única vía para cambiar realmente las cosas es la
organización pacífica de la gente.
Si hay violencia, la gente les dará
la espalda, no les seguirá por esa vía.
P. Las encuestas reflejan la crisis de los partidos
tradicionales. ¿Qué tipo de organización permitiría superar el
descrédito de su forma de intermediar?
R. En este periodo en el que la actividad política
toma la forma de movimientos sociales, vemos una creciente distancia
entre el cuerpo electoral y los representantes de los partidos
políticos.
Pero recientemente, a causa de la severidad de la crisis,
hemos visto también la emergencia de fuerzas políticas como Syriza en
Grecia, o el fenómeno Podemos en España, organizaciones de nuevo cuño
que aspiran a llegar a las instituciones sin renunciar a sus formas de
representación de base.
La idea de que los movimientos sociales puedan
tener un pie en el sistema político y otro en la sociedad civil me
resulta muy interesante.
P. ¿Y es compatible?
R. Sí, creo que sí, que se puede intentar
. Veremos cómo evoluciona.