Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 jul 2014

“Me gusta ver cómo se unen gentes opuestas”.................................................................... Juan Cruz

Descubrió la emoción de cantar con otros en las plazas del 15M.

Silvia Pérez Cruz debutó en los bares cantando 'Alfonsina y el mar'. / Samuel Sánchez

¿Qué hay en su nombre? Me tendría que haber llamado Adriana. Nací de parto natural; mucha gente alrededor.
 El médico dijo: “¿Adriana? ¿Un nombre tan grande para una niña tan pequeña?” Así fui Silvia. Me gusta más que Adriana.
Mantiene los dos apellidos. Me costó. Mi madre dijo que me llamara Silvia Cruz. Pérez es Galicia, mi padre y él es valorar las cosas pequeñitas; querer la música como nadie, como él la quería.
Descubrió la música con él. Era una forma de expresarse en la familia. Cantando Alfonsina y el mar en los bares.
Y Cruz. Mi madre.
 El Ampurdán, hija de una ampurdanesa total y de un hijo de mineros de La Unión.
 Me ha enseñado que una canción, un cuadro, un paisaje, todo tiene una similitud.
 Me enseñó a ordenar la belleza.
El resultado es una armonía, Silvia Pérez Cruz. Una búsqueda del equilibrio entre cosas distintas que van mutando.
El objetivo final es la armonía, la paz.
¿Qué rompe la armonía? Ahora vivo un cambio de etapa; hace dos años hubo otro, con la muerte de mi padre; dejas grupos; ahora puedo elegir entre un gran abanico; tienes que elegir, eso cuesta. A veces me cuesta parar el tiempo.
Reconozco a la abuela y a la niña que ves en mi cara; me reconozco, están ahí siempre”
Empezó su vida musical con canción de un fracaso. Le pregunté a Serrat si el principio es la primera vez que cobras.
 Entonces debió ser a los trece años... La canción: me la enseñó mi padre cuando yo tenía ocho años. Recuerdo su despacho, escuchaba música clásica; me encantaba bailar sola con la música cuando estaba muy enfadada o triste.
 Un día me dijo que escuchara esa canción...
Un maestro, su padre. Un día me mostró un queso. “Quiero que se pare el tiempo y disfrutemos de esto; aprecio mucho el queso”. Con esa canción fue igual. Me la puso, me quedé loca; no creo que escuchara las palabras
. Creo que escuché la voz de esa mujer, Mercedes Sosa, la melodía. La ensayé luego y un día le dije: “Papá, me la sé”. Iba con él a una taberna de Calella, y un día la cantamos.
 Me doy cuenta de que siempre he cantado de manera natural canciones muy tristes. Con el tiempo descubrí que la música también era para reír.
¿Qué le hace bailar en la vida? La salud. Sin salud no hay baile, ni pena, ni nada.
 Me gusta ver feliz a la gente alrededor. Que aunque pase el tiempo pueda mirar a los ojos a la gente a la que adoro.
¿Qué la lleva a la melancolía? Lo vivo todo muy entregada
. A tope, y eso tiene un precio, es muy cansado. No lo canto nunca en presente; voy almacenando...
El presente. Menudo sitio. No entiendo lo suficiente de política, pero está claro que estamos viviendo un momento difícil.
Y me gusta transmitir ilusión. La música, aparte de curar penas, crea una sensación de esperanza y comunión.
¿Lo ha sentido? Entre otros sitios, en las plazas del 15M. Me encontré con gente de 95, de 18... ¡Qué bueno, pensé, pensamos que vamos solos con nuestras convicciones y hay algo que nos conecta a todos!.
¿Qué le dejó el 15M? Emoción, recuerdo ir andando y notar como ganas de llorar al ver a gentes opuestas unidas.
 Me gusta ver cómo se une la gente que normalmente no se hace caso. Si se unen es que es importante para ellos, hasta que surge la emoción.
Otra vez: ¿qué hay dentro de su nombre, Silvia Pérez Cruz? Silvia es cuando canta. Reconozco en ella a la abuela y a la niña que ves en mi cara.
 Están siempre ahí, me hace feliz.
Cuando veo mi nombre todo me parece mentira.

 

Sotogrande: donde el lujo se esconde

La tranquila y exclusiva urbanización nació como antítesis a la popular Marbella

El torneo de polo atrae a Luis Alfonso de Borbón y a Alejandro Agag

Jaime de Marichalar y sus hijos acuden los veranos en busca de anonimato.

 

Una imagen de Sotogrande donde los barcos se amarran a las puertas de las casas. / EUROPA PRESS

Un pinchazo en el Rolls Royce en el que viajaban a Sevilla el príncipe Maximiliano y su hijo Alfonso de Hohenlohe camino de Sevilla propició que se desviaran hacia Marbella, un pueblo de apenas 1.000 habitantes en el que ya vivía retirado su familiar Ricardo Soriano, marqués de Ivanrey.
 Los Hohenlohe compraron en 1954 una finca por 180.000 pesetas y la convirtieron en un vergel, sentando las bases de lo que pronto se convertiría en el Marbella Club.
 Algo parecido ocurrió con la vecina Sotogrande. Alfredo Melián, Freddy, recibió en 1962 el encargo de encontrar unos terrenos donde levantar una exclusiva urbanización.
 Se lo ordenó su jefe, el coronel y financiero norteamericano Joseph McMicking, espía durante la Segunda Guerra Mundial, con pasaporte filipino y dueño de la compañía Ayala Corporation. McMicking, nieto de un naviero gaditano, quería levantar un oasis de lujo en la cuenca mediterránea, un remanso de tranquilidad para disfrute de la jet setmundial. Freddy Melián recorrió en moto la costa buscando. Incluso pensó en comprar la isla de Formentera.
 Pero la casualidad le llevó a pararse en una finca a orillas del río Guadiaro, en la frontera entre Málaga y Cádiz. Ese era el lugar.
“Mi padre se recorrió media España y parte del sur de Portugal. Pero fue en la finca Paniagua donde encontró todo lo que buscaban.
Había agua por el río, una franja de costa y estaba muy cerca del aeropuerto de Gibraltar”, recuerda Victoria Melián, hija de Freddy
. A la compra de esta finca se sumaron otras. McMicking y sus sobrinos, Jaime y Enrique Zóbel reunieron un grupo de inversores entre los que figuraban Jaime Ortiz Patiño, el rey del estaño; el comerciante de diamantes Phillip Oppenheimer y el director de Nestlé Helmut Maucher.
 Así nació Sotogrande.
“Primero mi padre levantó la casa y construyó el club social El Cucurucho.
 Pronto empezaron a llegar familias y el negocio y la urbanización despegaron", cuenta Victoria Melián sobre los comienzos de Sotogrande. Entonces la presencia española era escasa —no como ahora—. Solo acudían familias como los Álvarez Guerra, Benjumea, Garrigues Walker o Vallejo-Nágera, Zóbel y Melián, emparentados entre sí.
Inés Sastre, una de las veraneantes habituales de Sotogrande. / CORDON
Medio siglo después, Sotogrande se mantiene fiel a sus esencias pese a pertenecer a la cadena NH. Mandan la privacidad, la calma y la discreción, que contrastan con la ostentación del lujo y la animada vida social que impera en algunas zonas de la vecina Marbella, como Puerto Banús, donde rusos y árabes exhiben sin miramientos su poderío.
Cinco campos de golf, entre ellos el afamado Valderrama, 11 canchas de polo, un centro ecuestre, un puerto deportivo, tres hoteles y unas 5.500 viviendas, entre villas, chalés y apartamentos, conforman este lujoso universo apartado del mundanal ruido donde hay censados en torno a 3.000 habitantes, pero que en verano alcanza una población flotante cercana a los 27.000
. Entre ellos, lo más selecto de la aristocracia, las finanzas, el mundo de la política y la empresa y el famoseo patrio.
“No somos ni una ciudad, ni un pueblo, somos una urbanización al estilo americano, en la que prima la tranquilidad
. Aquí se busca la vida en familia, la práctica del deporte y pasar desapercibido.
 No hay apenas tiendas, algunos restaurantes y la vida se suele hacer en los dos clubes sociales y de puertas de casa hacia dentro
. La gente no va a epatar al personal. Quien quiere fiesta escoge Marbella o Ibiza", señala Victoria Melián, quien resalta que pese a su exclusividad Sotogrande no es un oasis dorado
: "Aquí hay apartamentos a la venta por 300.000 euros y las casas oscilan entre los 1 y 15 millones de euros
. No se alcanzan los precios que se dan en Marbella, donde se pagan hasta 40 millones”.
Una calma que se nota en el día a día y que atrae a los Botín, Mora Figueroa, Entrecanales, s Alcocer, Villar Mir, Domecq y a algunos miembros de la Casa de Alba, como Cayetano Martínez de Irujo y el duque de Huéscar, o a Jaime de Marichalar con sus hijos Felipe y Victoria.
Aun así, este aburrimiento es el que cada verano buscan personajes fijos de la urbanización, como Ana Rosa Quintana y su familia, Luis Alfonso de Borbón y su esposa, Margarita Vargas, con sus hijos, a quienes suele visitar su abuela, Carmen Martínez- Bordiú.
Más animación se espera desde este fin de semana, con el inicio del 43º Torneo Internacional Land Rover de Polo, en las instalaciones del Santa María Polo Club. Se trata del cuarto torneo de polo más importante del mundo, donde se dan cita más de 130 jugadores y 1.200 caballos procedentes de 17 países. Un espectáculo que congrega a más de 70.000 espectadores hasta mediados de agosto.
 Y, como apunta la organización, “permite conocer el verdadero estilo de vida de Sotogrande”.
Esta cita deportiva anima las tardes y noches
. A los partidos acuden , por ejemplo, Alejandro Agag y Ana Aznar, a quienes algunos veranos han acompañado el expresidente José María Aznar y Ana Botella, que este verano estrenan casa en la lujosa urbanización marbellí de Guadalmina.
Otros asiduos de Sotogrande son Inés Sastre, Tamara Falcó, Isabel Sartorius, Rafael Medina y su mujer Laura Vecino, Sarah Ferguson y sus hijas Eugenia y Beatriz de Inglaterra, Patricia Rato y sus hijas, el torero Julián López, el Juli y su mujer Rosario Domecq o Hubertus de Hohenlohe, entre otros muchos.
Luis Alfonso de Borbón, en un partido de polo en Sotogrande. / EUROPA PRESS

Una odisea de Kubrick y Clarke.......................................................................... Ignacio Vidal-Folch

Dos genios se unieron para hacer la gran película de ciencia-ficción: '2001, una odisea del espacio'. Casi 50 años después de su estreno, viajamos a su génesis a través de material inédito.

El atuendo de Clarke (izquierda) contrasta con un Kubrick desaliñado.

Estaba el escritor Arthur Clarke en Nueva York, en casa del cineasta Stanley Kubrick, manteniendo una de las primeras conversaciones sobre su colaboración en el guion de su proyectada película Viaje más allá de las estrellas, que pasaría a la historia como 2001, una odisea del espacio; Clarke había visto Lolita dos veces, “la primera para disfrutarla y la segunda para saber cómo estaba hecha”, y sabiendo que se las había con un gran artista, aceptó demorar su regreso a Ceilán (Sri Lanka), donde vivía, entregado a la escritura y el submarinismo, e instalarse durante una larga temporada en el Chelsea Hotel para redactar el guion –el primer guion–.
Por su parte, Kubrick sabía que, con el imaginativo autor de Las arenas de Marte y de cientos de relatos futuristas sólidamente basados en sus conocimientos en astronomía, contaba con el socio ideal para dar cuerpo argumental a su proyecto:
 “Una película de ciencia-ficción realmente buena”. El 17 de mayo de 1964, después de una reunión larga e intensa, un pimpón de ideas extenuante como le gustaba a Kubrick, salieron a relajarse un poco en la terraza y a las nueve de la noche vieron una mancha ovalada de luz resplandeciente cruzando el cielo claro y salpicado de estrellas de la noche primaveral.
 Confirmaron el avistamiento mediante el telescopio con el que el cineasta solía escrutar la bóveda celeste.
 Kubrick quedó sobrecogido por la visión; pero no porque se confirmase ante sus propios ojos la existencia de naves espaciales de otros planetas: eso no le sorprendía, estaba convencido de su existencia y hacía tiempo que esperaba que se manifestasen; no, lo que le turbaba era la posibilidad de que se precipitasen los acontecimientos, se estableciese contacto con los extraterrestres y la película en la que llevaba mucho tiempo pensando, leyendo y documentándose quedase desfasada y obsoleta
. A la mañana siguiente solicitó al Pentágono un formulario de avistamiento que ambos firmaron y enviaron.
 Clarke además pidió a sus amigos del Planetario Hayden que consultasen sus computadores para resolver el misterio.
“Aún recuerdo, con cierta vergüenza”, explica Clarke en su autobiografía, “mis sentimientos de asombro y excitación, y también la idea que me asaltó:
 ‘Esto no puede ser una coincidencia. Ellos están actuando para impedirnos que hagamos esta película”.
Hombre meticuloso, detallista, cuando estaba metido en proyectos de gran envergadura como el de esta película, Kubrick se sentía obligado a controlarlo todo
Por ridícula que sea la suposición de que los alienígenas pudieran interesarse en semejante boicoteo, la anécdota da idea del grado de apasionado compromiso con que los dos narradores, que no eran por cierto un par de cretinos, sino dos inteligencias notables y cultivadas, se habían zambullido en cuerpo y alma en el proyecto, y también da idea de la atmósfera de presagio que se respiraba en ciertos ambientes, mediados los años sesenta, en plena carrera espacial.
 El nerviosismo de Kubrick volvió a excitarse al año siguiente, cuenta su biógrafo Vincent LoBrutto, cuando el Mariner 4 se acercaba a Marte: sintió la necesidad de desarrollar líneas argumentales alternativas en el guion que estaba escribiendo con Clarke por si la nave, que enviaría las primeras fotografías de la superficie del planeta rojo en julio, revelaba la existencia de bases o ciudades marcianas…
Hombre meticuloso, detallista, cuando estaba metido en proyectos de gran envergadura como el de esta película, Kubrick (K) se sentía obligado a controlarlo todo, de manera que incluso intentó asegurar la película en Lloyd’s contra la eventualidad de que la carrera espacial descubriese vida extraterrestre y dejase desfasado el argumento y las novedades de su obra.
 No pudo llegar a un acuerdo, el precio de un contrato así era astronómico (lo que revela, por otra parte, que en Lloyd’s tampoco descartaban sorpresas llamativas para mañana, o pasado mañana…). Por cierto que la respuesta del observatorio Hayden a Clarke fue tranquilizadora: lo que el cineasta y el escritor habían observado era el Echo I, el primer satélite de comunicaciones experimental de la NASA. “Si no hubiera sido así, no habría existido 2001, una odisea del espacio”.
 Y entonces no habríamos tenido una obra maestra del arte del siglo XX, un relato visual muy logrado y entretenido, una interesante meditación sobre la evolución humana y una benéfica influencia sobre tantos realizadores que cultivaron el género de la ciencia-ficción en las siguientes décadas.
Sobre la génesis y la realización de esta obra maestra del cine, como también sobre todas las demás películas de Kubrick, se dispone de un enorme volumen de documentos gracias a la obsesión perfeccionista del cineasta, que se extendía a sus archivos: conservaba perfectamente ordenado y clasificado todo lo relativo a su trabajo pasado y futuro, incluida la correspondencia con sus fans, a la que por otra parte no respondía salvo en casos excepcionales.
 Por cierto que llegar físicamente a esa documentación era sencillo: bastaba con ir a Saint Albans (en Inglaterra, adonde se mudó encantado con el relativo anonimato que le ofrecía la provincia inglesa), cruzar esta localidad a 35 kilómetros al norte de Londres, llegar por una “carretera privada” a una pintoresca urbanización llamada Childwick Green, dejarla atrás y cruzar una valla electrificada con la señal de “No pasar”; luego hay que cruzar unos bosques, y luego cruzar una verja blanca, y luego otra puerta electrificada, y luego otra puerta electrificada, y por fin se llegaba a una extensa propiedad rural; el césped, por donde antaño pastaban los caballos de carreras, está sembrado de contenedores, y los contenedores estaban llenos de cajas; las cuadras, llenas de cajas, y la espaciosa mansión donde vivía la familia Kubrick, con habitaciones llenas de cajas, que por cierto habían sido diseñadas por el mismo Stanley.
 La exhaustiva documentación contenida en esas cajas ha dado pie a la exposición itinerante que ha recorrido Berlín, París, Zúrich y medio mundo y actualmente puede verse en el Museo Nacional de Cracovia.
 Se puede contemplar allí un millar de objetos y multitud de documentos e imágenes sobre Lolita, Espartaco, Teléfono rojo, volamos a Moscú, Senderos de gloria, El resplandor… y también sobre Napoleón Bonaparte, el colosal proyecto largamente acariciado que debía movilizar a docenas de miles de actores y extras y que quedó frustrado precisamente por su propia grandeza, perfeccionismo y ambición.
Esos archivos también han dado pie al monumental libro de sobremesa de la editorial alemana Taschen, lleno de documentos, diseños, fotografías e imágenes inéditas sobre 2001.
El argumento de la película –una experiencia visual, la denominó el director– se divide en tres partes. En la Primera parte, ambientada en la noche de los tiempos, la presencia de un enigmático monolito, negro y liso, infunde en una tribu de primates el conocimiento de las armas y las herramientas con las que el hombre dominará el mundo; en éxtasis triunfal después de matar a una presa con un hueso, uno de los simios arroja a lo alto el hueso, que en la elipsis más audaz y celebrada de la historia del cine se transforma en un cohete, uno entre muchos de los que navegan por el cosmos al compás del vals El Danubio azul; estamos ya en el año 1999, y en una de esas naves, un transbordador a la Luna, viaja Heywood Floyd, funcionario de la Agencia Espacial, para estudiar el hallazgo de un monolito negro de origen extraterrestre, que ha permanecido enterrado desde hace millones de años y envía una señal de radio hacia el planeta Júpiter.
 Segunda parte: 18 meses después se dirige hacia Júpiter la nave Discovery, tripulada por cinco astronautas, tres de ellos en hibernación, y el ordenador de a bordo, llamado Hal 9000 y dotado de una gran inteligencia artificial y emociones y sentimientos.
Para encubrir la comisión de errores que le humillan
, Hal asesina a toda la tripulación por los métodos más ingeniosos, salvo al capitán, el aún más ingenioso Dave Bowman –interpretado por Keir Dullea, con su rostro adecuadamente pétreo y su sugestión de latente psicosis–, que tras un paseo por el espacio en una cápsula unipersonal logra, en otra escena memorable e inolvidable, regresar a la nave pese a la oposición de Hal y desconectar una tras otra sus funciones desoyendo sus lastimeras peticiones de “empezar otra vez su relación desde cero” y su enternecedora versión de la canción Daisy Bell, que le enseñó el ingeniero que lo creó: “Daisy, Daisy, / give me your answer, do / I’m half crazy / for the love of you…”.
En la Tercera parte, el ahora completamente solitario Bowman sigue un viaje alucinado y lisérgico años-luz “más allá del infinito”, donde se encuentra, entre otros prodigios sensoriales, en una habitación en parte futurista y en parte decimonónica que los extraterrestres le han preparado para que se sienta en un entorno cómodo, y donde puede contemplarse a sí mismo envejecido y agonizante, antes de regresar a la Tierra transfigurado como bebé astral… y… THE END.
Rozando la extravagancia por la parte de dentro, el perfeccionismo, el celo insobornable de Kubrick en obtener la máxima excelencia visual y la máxima veracidad científica y verosimilitud sobre incluso el aspecto más insignificante del futuro diseño de aeronaves, vestimenta, objetos, mobiliario y condiciones de la vida del hombre en el espacio, y ello a cualquier coste económico y de tiempo, casi desesperó a Clarke, que, siguiendo sus sugerencias, tuvo que rehacer una y otra vez el guion, y al equipo de más de cien personas, incluidos 36 diseñadores y 25 técnicos en efectos especiales, que trabajando durante años dieron forma al universo de 2001.
Pero a Kubrick –que por otra parte no era un autor minoritario, sino un cineasta americano, veterano de Hollywood, dotado de un certero instinto comercial, e incluso un jugador y ganador en el mercado de valores– nadie le regateaba tiempo ni esfuerzo, convencidos todos de que de su mano participarían en una obra literalmente histórica.
 Y todos acertaron: la MGM obtuvo cuantiosos beneficios; Clarke, aunque tuvo que sudar tinta, demorar la publicación y endeudarse, acabó ganando una fortuna con la novela que escribió a partir del guion y con las secuelas que escribió en años siguientes; y él y todos los demás colaboraron en una obra de arte que no sólo alzó el género de la ciencia-ficción a otra dimensión, sino que ha aguantado muy bien el paso de los años.
Antes de empezar a rodar, el director asimiló en tiempo récord una ingente cantidad de información y especulación sobre la evolución y astronomía.
 Para cada uno de sus proyectos se hacía enviar todo lo que sobre ese tema se hubiera escrito y filmado en cualquier lugar del mundo
. Para 2001 proyectó en el cine de su casa y vio sin flaquear hasta la peor de las películas para niños y adolescentes japoneses sobre monstruos del ultraespacio, y leyó todo lo que pudo encontrar y comprender.
 Contaba además con un equipo de especialistas a los que podía consultar; entre ellos, varios ingenieros de la NASA y del departamento de diseño de IBM; el mismo Sagan, autor de Intelligent life in the universe, y Frederick I. Ordway III, autor de Intelligence in the universe, a cuyos conocimientos y consejos podía recurrir, y por cierto recurría con sus faxes a cualquier hora del día o de la noche…
Kubrick creía en lo que hoy se conoce como el “principio de mediocridad”: la tesis de que el planeta azul no es una excepción en el universo, sino uno de tantos en un inmenso conjunto de cuerpos celestes con parecidas condiciones, y por consiguiente lo que ha sucedido en la superficie de la Tierra es probable que haya sucedido también en muchos otros lugares
. La convicción en la existencia de vida extraterrestre, postulada entre otros por el astrónomo Carl Sagan y por el físico Francis Crick –el descubridor de la estructura del ADN–, y también refutada por quienes subrayan que en realidad no hay muchos planetas como la Tierra (es decir, con las condiciones de permanente estabilidad alrededor de una estrella como el Sol), le conducía también a la idea de una divinidad omniconsciente y omnipotente: “El concepto de Dios está en el corazón de 2001”, le contaba a Eric Norden.
“Pero no una imagen tradicional, antropomórfica de Dios.
 Una vez has aceptado que hay aproximadamente cien mil millones de galaxias sólo en el universo visible, y que cada estrella es un sol proveedor de vida…
 Dado un planeta en una órbita estable ni demasiado caliente ni demasiado frío, y dados unos pocos miles de millones de años de reacciones químicas causadas por la interacción de la energía solar con los elementos químicos del planeta, está claro que puede emerger la vida, en una u otra forma; y es razonable suponer que de hecho tiene que haber miles de millones de planetas en que ha brotado, y las posibilidades de cierta proporción de que esa vida desarrolle inteligencia es alta
. Ahora bien, el Sol no es una estrella vieja, y sus planetas son meros niños en la edad cósmica, así que parece que en el universo no sólo hay miles de millones de planetas donde la vida inteligente está a un nivel inferior que la humana, sino también otros miles de millones donde está a un nivel parecido, y además otros en donde está a cientos de miles de millones de años por delante nuestro.
 Si piensas en las maravillas tecnológicas que el hombre ha sido capaz de realizar en pocos milenios –menos de un microsegundo en la cronología del universo–, ¿te imaginas qué evolución puede haber seguido una vida mucho más antigua?”.
Desde luego, Kubrick había reflexionado mucho sobre el tema (y sí, también es obvio que le gustaba mucho la expresión “miles de millones” –billions, en inglés–)… Sin embargo, su fe en la posibilidad de conocer a los extraterrestres iría palideciendo según fueron pasando los años y las décadas y él constataba que no se manifestaban y que los testimonios de avistamientos no eran fiables.
 Acabó creyendo que las distancias en el espacio son demasiado grandes, y que por mucho que se desarrolle la tecnología ellos nunca llegarán hasta nosotros ni sabrán dónde estamos, y viceversa…
Kubrick casi desesperó a Clarke, que, siguiendo sus sugerencias, tuvo que rehacer una y otra vez el guion, y al equipo de más de cien personas
Clarke había ideado una escena final en la que el Discovery se encontraría con una enorme nave espacial alienígena, de formas redondeadas, bellas y extremadamente “sensuales”; pero Sagan recomendó no mostrar la apariencia de los extraterrestres. Kubrick estuvo de acuerdo: de hecho, además de las muchas cosas maravillosas pero plausibles que se muestran, parte del poder hipnótico de la película reside en las que se escamotean: en la supresión deliberada de explicaciones lógicas y cerradas a los acontecimientos por decisión del director, convencido como estaba de que “menos es más”, como predicó un célebre arquitecto
. Así la película comenzaba con un largo prólogo, de carácter documental y rodado en blanco y negro, en el que una veintena de distinguidos científicos, astrónomos, teólogos y filósofos respondían a la pregunta “¿Estamos solos en el universo?” y otros temas futuristas.
 A última hora, Kubrick decidió que la película tenía que sostenerse sin el socorro de esos discursos y suprimió ese prólogo
. Canceló también la voz en off que facilitaba la inteligencia del argumento, explicando entre otras cosas la función del monolito negro enterrado en la Luna como “señal de alarma” o centinela para avisar a los alienígenas de que la raza humana estaba empezando la conquista del espacio, según el relato de Clarke El centinela, punto de partida del guion. ¿Tenía que decírsele al espectador que las primeras naves espaciales, meciéndose en el vacío al son de un vals vienés, como descendientes que son de las primeras armas de los homínidos, van cargadas de bombas nucleares? Kubrick decidió que no hacía falta.
 Viajando hacia América en el Queen Elizabeth –tenía incluso carnet de piloto de aviación, pero había desarrollado fobia a volar–, en un camarote donde había instalado una cabina de montaje, seguía suprimiendo y cortando.
 Durante el preestreno en Nueva York observaba la reacción de los espectadores, y esa noche en las oficinas neoyorquinas de la productora siguió cortando.
En dos horas de película sólo 40 minutos son de diálogo, y además el carácter de ese diálogo es a menudo deliberadamente de una trivialidad que contrasta con las imágenes espectaculares y el silencio absoluto del espacio exterior.
 Sobre la sólida construcción estructural del relato, las supresiones y silencios lo estilizaron y le aportaron ambigüedad, lirismo, sugestión simbólica.
Kubrick tenía un lema: si algo se puede imaginar, yo lo puedo filmar
. El espectador sigue viendo 2001, una odisea del espacio como un logro de elegancia incesante y un espectáculo deslumbrante.
 El libro y la exposición eran innecesarios para saber que lo es, pero se constituyen en un bienvenido recuerdo.
The making of Stanley Kubrick’s ‘2001:A space Odyssey’, el libro al que pertenecen las imágenes de estas páginas, está editado por Taschen. Son cuatro volúmenes. www.taschen.com

 

Si sólo vivieran los vivos.................................................................... Javier Marías

Hay parques de atracciones cuyos túneles del terror han caído en picado porque pocos conocen sus figuras y no dan miedo.

La cosa empezó hace veinte o más años, y no ha hecho sino ir en ­aumento.
 Mi hermano Fernando, catedrático de Historia del Arte, me contaba ya entonces que no era raro que estudiantes suyos –universitarios especializados, ojo– describieran una Pietà como “mujer llorando la muerte de un hombre”, o una pintura del juicio de Salomón como “dos mujeres disputándose un crío en presencia de un rey” (lo de “rey” lo deducían por el trono) o, según el momento de la escena representado, como “tirano amenazando a un niño con una espada ante la ­desesperación de su madre y otra”. El colmo se produjo cuando un Cristo crucificado le fue descrito como “hombre casi desnudo sobre una cruz”.
 Sí, hace ya tiempo que demasiada gente ha dejado de conocer las referencias bíblicas, y está incapacitada por tanto para interpretar los temas de buena parte de la historia de la pintura y la escultura
. Pero claro, no es sólo cuestión religiosa: también han desaparecido del saber común o elemental (de lo que se llamaba “cultura general” hace no mucho) la mitología griega, y la historia de Roma, y la medieval, y hasta la napoleónica.
 Probablemente habrá ya numerosos individuos que, ante un retrato ecuestre de Bonaparte, digan que se trata de “imagen de jinete antiguo con sombrero raro”.
Que se tenga cierta noción sobre algunos hechos del pasado, o episodios del Antiguo Testamento, depende cada vez más de que surjan una película, una novela o un cómic populares que se ocupen de ellos o los “rescaten”.
 Puede que este año, tras la película Noé, con Russell Crowe, haya jóvenes que, ante un lienzo sobre el asunto, ya no digan “parejas de animales entrando en un barco, en época remota”, sino “el Arca de Noé”.
 Si bien, merced a los incontables traductores que ignoran que los nombres clásicos poseen su forma y su tradición en cada lengua, haya quien crea que “Noah” es alguien distinto de Noé, “Tiberius” otro que Tiberio, o “John Calvin” un americano que en nada se corresponde con el reformista francés del XVI Calvino, que dio nombre al calvinismo.
 Claro que tampoco son tantos los que han oído hablar de esto último.
El problema es que todo lo habido sea inmediatamente relegado al olvido
Pero no nos limitemos a la religión y la historia.
 Hace asimismo décadas, Chávarri y Díaz Yanes, que han dado cursos de cine, me contaban que para sus alumnos ese arte se iniciaba con El Padrino (1972). Dichosos aquellos tiempos.
 Lo último que me dijeron es que los de hoy ya desconocen Pulp Fiction (1994), o en el mejor de los casos les parece una antigualla.
De una película en blanco y negro, por supuesto, consideran que nada pueden aprender, es la prehistoria, así se trate de Ciudadano Kane, Extraños en un tren, La fiera de mi niña o Anatomía de un asesinato
 . Pero ni siquiera el cine o el cómic recientes ayudan mucho al resto de saberes: he leído que numerosos turistas que se caen por las Termópilas en algún viaje por Grecia, se asombran al “descubrir” que era más o menos verdad lo que se relataba en 300, la exitosa película adaptada de la novela gráfica de Frank Miller.
 “Anda, si resulta que existió el tal Leónidas de Esparta”, exclaman, y se dan codazos; “y Jerjes, el vicioso persa”, al que los traductores cenutrios han convertido en “Xerxes”, siguiendo el inglés e ignorando los siglos.
 A la inversa, no son escasos los lectores de El código Da Vinci y demás charlatanadas que creen a pie juntillas los disparates ficticios que hay en ellas y los toman por incontrovertibles lecciones de historia.
Lo último de que me entero es de que hasta la cultura popular (la que más se ha transmitido siempre) empieza a desconocerse.
 Hay parques de atracciones cuyos túneles del terror han caído en picado porque pocos saben quiénes son demasiadas de sus figuras, y por tanto no dan ningún miedo.
 Aparece Drácula y la gente no tiene ni idea de quién se trata, o algunos lo confunden con Batman, por la capa, y se preguntan qué hace el héroe de Gotham en el túnel de los sustos
. La niña de El exorcista deja fríos a los visitantes porque jamás han oído hablar de ella; y hasta Freddy Krueger con sus dedos que rajan, nacido en 1984 y de largas secuelas.
 Los responsables de las atracciones van a jubilar a unos cuantos y a actualizar el elenco.
Y eso que de Drácula hubo una versión de Coppola en 1992, que volvió a ponerlo de moda. El problema no es que el mundo cambie a cada vez mayor velocidad, sino que todo lo habido sea inmediatamente relegado al absoluto olvido. Hay una fecha de caducidad cada vez más corta para cuanto sabemos y hacemos. Lo que hoy es “tendencia” será probablemente ignorado dentro de cinco, diez años con suerte.
 La acumulación se ha barrido, y la conservación no digamos.
 Eso me lleva a recordar una frase de Gabriel Marcel que le oí o leí a mi padre:
“S’il n’y avait que les vivants, la terre serait inhabitable”, o “Si no hubiera más que los vivos, la tierra sería inhabitable”.
 No sé el contexto, pero no me hace falta para entenderla.
 Y sin embargo es a eso a lo que vamos y se procura ir: a que no quede rastro de lo que una vez sucedió o se supo, ni de los muertos, del confortable pasado que nos alivia a veces y nos ayuda a sostenernos, y nos enseña que hubo tiempos, si no mejores por fuerza, sí distintos de los nuestros, y que podrían volver por tanto.
 Acaso tiempos más inteligentes o más libres, más cuerdos o menos mediocres.
 Hoy parece que la intención sea borrar cuanto nos precede, a velocidad de vértigo.

 Que en la tierra no vivan más que los vivos, y sólo si son muy recientes.
elpaissemanal@elpais.es