Mi retrato podría perfectamente estar colgado en esta exposición. Me veo, sí", dice en la inauguración de la nueva muestra del museo que lleva su nombre.
Llegó, tardísimo, como una novia a la boda, con un vestido de encaje
blanco roto -“es de alguien famoso, pero no recuerdo quién, porque quito
todas las etiquetas”, decía a quien preguntaba-, y uno de sus célebres
chales pintados a mano en rosa bebé y azul celeste con una estampa
gentil japonesa. Se bajó de su imponente Mercedes hueso conducido por un
chófer de librea del bracete de Mercedes Lezcano, su amiga del alma y
la pintora que firma los cuadros del salón de sus mansiones, teniendo picassos
por un tubo.
Chocó sus mejillas –pus, pus- con lo más granado de la exigua y distinguida concurrencia, y se dispuso a inaugurar la exposición del verano en el museo que lleva su nombre, propiedad de todos los españoles, como quien abre la terraza de su casa.
Esa es Tita.
Carmen Cervera, baronesa Thyssen, abrió ayer Iconos del pop, la muestra más popular, valga la redundancia, de la escena cultural madrileña en la temporada que empieza.
Una espectacular colección de más de cien lienzos reconocibles hasta por los niños de Primaria, hartos de verlos en reproducciones baratas desde Ikea hasta la tienda de los chinos de su barrio.
Pero con la firma de Warhol, Roy Lichtenstein o Peter Blake en el lomo.
Ni el ministro de Cultura, ni el presidente de la Comunidad, ni la alcaldesa, ni ninguna de las celebridades habituales en eventos de mucha más baja estofa cultural y estética, estimaron oportuno acompañar en el trance a la baronesa. Daba igual, Carmen, viva y coleando a sus 71 espléndidos años, que dirían los cortesanos, y no tanto la Marilyn de Warhol, cadáver exquisito, podría estar perfectamente retratada en uno de los cuadros de la exhibición.
Lo dijo ella misma, sin rastro de soberbia, pero tampoco de falsa modestia:
“Me veo, sí. No desentonaría”.
Su vida y no sus cientos de cuadros son su auténtica obra de arte.
Solo los rostros de Soledad Becerril, defensora del Pueblo y amiga de la anfitriona desde sus tiempos de ministra de Cultura, e Isidoro Álvarez, patrón de El Corte Inglés, resultaban conocidos al visitante ajeno a la pomada de la casa.
Quizá otros invitados de más campanillas y más cargos en ejercicio se estaban arreglando para la otra gran cita de la tarde, porque la Casa del Rey había contraprogramado nada menos que con la cena de gala en el Palacio Real en honor del presidente de México, Peña Nieto, con presencia de los reyes salientes y los entrantes.
La baronesa Thyssen, Tita para cualquiera a los cinco minutos de charla, no echaba de menos a nadie.
“El Rey tiene mi admiración y mi respeto. Seguro que ha meditado muchísimo su decisión para que sea lo mejor para España.
Y los príncipes son encantadores y han venido también muchas veces a esta casa”, dijo.
Fue en 1992 cuando ella misma, junto a su marido, el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, inauguraron con los reyes Juan Carlos y Sofía estas salas
. La colección del barón se quedaba en España, por 40.000 millones de pesetas de los de entonces, gracias a la influencia de su esposa la baronesa.
Fue, quizá, la escena cumbre de la vida pública de esta mujer, Miss España 1961, tres veces viuda –de un actor de Hollywood, Lex Barker; de un vividor venezolano, Espartaco Santoni, que casi la arruina; y de un magnate centroeuropeo, el barón Thyssen, que la terminó de instalar en la leyenda-, madre soltera de un treintañero y de dos gemelas de siete años, capaz de reinventarse tantas veces como ha sido necesario.
Muchos de los que no acuden a sus actos por considerarla una advenediza, no acreditan ni la cuarta parte de los servicios prestados al país, y eso por un tatarabuelo lejano.
Ni siquiera la todopoderosa baronesa Susana Díaz es tan baronesa como ella ni tan capaz de arremangarse a fregar con lejía la habitación de su esposo convaleciente
. Por eso, quizá, Carmen Thyssen se considera una chica pop.
“Me gustan las cosas bonitas”, esgrime, muy capaz de combinar modelazos de alta costura con un broche de los chinos.
Ella siempre sonríe.
Su lema, el de Scarlett O’Hara: “Lo pensaré mañana”.
Para vintage, la baronesa
. Para hipster, Carmen.
Para pop, Tita.
Chocó sus mejillas –pus, pus- con lo más granado de la exigua y distinguida concurrencia, y se dispuso a inaugurar la exposición del verano en el museo que lleva su nombre, propiedad de todos los españoles, como quien abre la terraza de su casa.
Esa es Tita.
Carmen Cervera, baronesa Thyssen, abrió ayer Iconos del pop, la muestra más popular, valga la redundancia, de la escena cultural madrileña en la temporada que empieza.
Una espectacular colección de más de cien lienzos reconocibles hasta por los niños de Primaria, hartos de verlos en reproducciones baratas desde Ikea hasta la tienda de los chinos de su barrio.
Pero con la firma de Warhol, Roy Lichtenstein o Peter Blake en el lomo.
Ni el ministro de Cultura, ni el presidente de la Comunidad, ni la alcaldesa, ni ninguna de las celebridades habituales en eventos de mucha más baja estofa cultural y estética, estimaron oportuno acompañar en el trance a la baronesa. Daba igual, Carmen, viva y coleando a sus 71 espléndidos años, que dirían los cortesanos, y no tanto la Marilyn de Warhol, cadáver exquisito, podría estar perfectamente retratada en uno de los cuadros de la exhibición.
Lo dijo ella misma, sin rastro de soberbia, pero tampoco de falsa modestia:
“Me veo, sí. No desentonaría”.
Su vida y no sus cientos de cuadros son su auténtica obra de arte.
Solo los rostros de Soledad Becerril, defensora del Pueblo y amiga de la anfitriona desde sus tiempos de ministra de Cultura, e Isidoro Álvarez, patrón de El Corte Inglés, resultaban conocidos al visitante ajeno a la pomada de la casa.
Quizá otros invitados de más campanillas y más cargos en ejercicio se estaban arreglando para la otra gran cita de la tarde, porque la Casa del Rey había contraprogramado nada menos que con la cena de gala en el Palacio Real en honor del presidente de México, Peña Nieto, con presencia de los reyes salientes y los entrantes.
La baronesa Thyssen, Tita para cualquiera a los cinco minutos de charla, no echaba de menos a nadie.
“El Rey tiene mi admiración y mi respeto. Seguro que ha meditado muchísimo su decisión para que sea lo mejor para España.
Y los príncipes son encantadores y han venido también muchas veces a esta casa”, dijo.
Fue en 1992 cuando ella misma, junto a su marido, el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, inauguraron con los reyes Juan Carlos y Sofía estas salas
. La colección del barón se quedaba en España, por 40.000 millones de pesetas de los de entonces, gracias a la influencia de su esposa la baronesa.
Fue, quizá, la escena cumbre de la vida pública de esta mujer, Miss España 1961, tres veces viuda –de un actor de Hollywood, Lex Barker; de un vividor venezolano, Espartaco Santoni, que casi la arruina; y de un magnate centroeuropeo, el barón Thyssen, que la terminó de instalar en la leyenda-, madre soltera de un treintañero y de dos gemelas de siete años, capaz de reinventarse tantas veces como ha sido necesario.
Muchos de los que no acuden a sus actos por considerarla una advenediza, no acreditan ni la cuarta parte de los servicios prestados al país, y eso por un tatarabuelo lejano.
Ni siquiera la todopoderosa baronesa Susana Díaz es tan baronesa como ella ni tan capaz de arremangarse a fregar con lejía la habitación de su esposo convaleciente
. Por eso, quizá, Carmen Thyssen se considera una chica pop.
“Me gustan las cosas bonitas”, esgrime, muy capaz de combinar modelazos de alta costura con un broche de los chinos.
Ella siempre sonríe.
Su lema, el de Scarlett O’Hara: “Lo pensaré mañana”.
Para vintage, la baronesa
. Para hipster, Carmen.
Para pop, Tita.