Escribió George Orwell que el único crítico literario válido es el
tiempo.
Y ese único crítico literario de fiar, los años, es el que ha
bendecido con creces
Stoner.
Esta novela, del estadounidense John Williams, que en su día ganó el
National Book Award pero que nunca fue consagrado como un escritor
memorable, se publicó en 1965.
Pero ha sido este año, medio siglo
después, cuando ha encontrado cientos de miles de lectores en todo el
mundo. Es un extraño fenómeno que se ha venido fraguando desde hace
tiempo: en la primera década de este milenio,
Stoner apenas
había vendido 5.000 ejemplares
. Pero 2013, medio siglo después de que el
autor le explicara a su agente que para él era consuelo suficiente
haber presenciado cómo su tipógrafa lloraba de emoción mientras tecleaba
el capítulo número 15, fue su año: entre junio y noviembre, por
ejemplo, vendió casi 150.000 ejemplares en EE UU.
“Stoner' es una discreta oda al trabajo bien hecho. y lo han comprado
20.000 personas en nuestro país. Que amen el trabajo bien y hecho y
sepan leer de verdad debe de haber 30.000 personas en todo el país. Las
demás, ramonean por las praderas.
Por eso estamos tan mal”.
-Enrique Vila-Matas
Dicen los especialistas que en un país en el que el autobombo marca
el ritmo del progreso y del éxito es extraño que funcione una novela
sobre un tipo que representa precisamente la renuncia a lo espectacular y
en cierto modo el conformismo (que, incluso, elude ir a la guerra),
pero es que en Europa ha explotado aún más.
Desde que triunfó en Francia
en 2011, ha vendido unas 200.000 copias en Holanda y unas 80.000 en
Italia.
Sin embargo el primer país europeo donde se editó es precisamente
donde el fenómeno no ha terminado de cuajar: España.
A nuestras
fronteras lo trajo Baile del Sol, una editorial tinerfeña que la ha
seguido reimprimiéndolo, mimando de cerca su progresión como se cuida a
una mascota querida. El editor Tito Expósito recuerda que olió el
boom:
“En 2009, leyendo una entrevista a una autora francesa a la que admiro,
Anna Gavalda, decía que había leído una novela que le había gustado
mucho y que le había propuesto a su editor que comprara los derechos
para publicarla en Francia y ella se encargaría de traducirla.
Me dije
que si a Gavalda le gustaba esta novela y a mí me gustaba Gavalda,
seguramente me gustaría también
Stoner.
Después de contactar
con la editorial norteamericana que la había reeditado, pudimos hacernos
con los derechos para castellano.
Nuestra primera edición salió en
diciembre de 2010, por lo tanto fuimos los primeros en editarla en
Europa”.
Así, el libro fue la primera promoción a gran escala de Expósito.
Stoner
se vio inmersa en el carrusel promocional, rodeada de otros ejemplares
de promoción ensobrados que se acumulan como torres de Watts en las
mesas de los periodistas y los brotes fueron naciendo pronto: una reseña
de Rodrigo Fresán la dio a conocer al público.
Después de que Enrique
Vila-Matas publicara otra en EL PAÍS, el libro llegó a los 20.000
lectores.
"'Stoner' le habla. ¿Le escucha?"
Su protagonista, William Stoner, hijo de unos campesinos de Misuri
que lo envían con gran esfuerzo a estudiar a la Facultad de Agricultura,
encuentra su vocación en una pregunta, la que le formula uno de sus
primeros profesores:
“El señor Shakespeare le habla a través de 300
años, señor Stoner, ¿le escucha?”.
El protagonista quiere escuchar, pero no entiende. Shakespeare le
habla aún en un idioma incomprensible, tan inútil como el esperanto y
tan raro como el kazajo.
Pero en esa incógnita, y no en una certeza,
encuentra la epifanía que lo empuja a abandonar su carrera y a dedicarse
a una vida de abnegación monacal para estudiar lo que realmente le
quiere decir. John Williams procede luego a explicar la vida de este
antihéroe, que encaja humillaciones sin esbozar muecas de Bisolgrip
forte, sin alardes, con estoicismo casi sadomasoquista.
Su historia de
vida, un elogio de la anécdota mínima y de la importancia de los gestos,
nos habla ahora a través de cincuenta años.
“La gente está deseando que le recomienden libros que no procedan del
marketing que lo domina todo", recuerda ahora Vila-Matas.
"Fue raro que gustara tanto
Stoner,
pues a fin de cuentas narra una existencia inmóvil y sin colorido. Pero
su éxito viene del eficaz estilo de John Williams, que, por ejemplo,
satiriza con genio la sordidez del mundo universitario o transforma una
mínima disputa conyugal en tragedia.
Todo lo anodino cobra el sabor de
los viejos mitos”.
Sin embargo, esas cifras son llamativamente inferiores a las de otros
países. ¿Es una cuestión cultural?
Puede, pero Stoner está triunfando
en Europa y América a la vez. ¿Es una cuestión de tiempo? “Creemos que
seguirán sus ventas y seguirá ampliándose su número de lectores",
comenta Expósito. "No se trata de un libro de consumo inmediato y
temporal sino, como toda obra maestra, un libro que se va conociendo
gracias al boca a boca y al gran número de fans que va adquiriendo.
Su
difusión se comporta como la humedad, que va penetrando poco a poco pero
termina abarcando lo inimaginable, en el fondo, se ha convertido en un
producto de transmisión viral”.
Vila-Matas es más pesimista: “Es, además, una discreta oda al trabajo bien hecho.
Stoner
lo han comprado 20.000 personas en nuestro país”, explica Vila-Matas
,
“Que amen el trabajo bien y hecho y sepan leer de verdad debe de haber
30.000 personas en todo el país. Las demás, ramonean por las praderas.
Por eso estamos tan mal”.
¿Qué tiene esta novela haber triunfado 50 años después?
John Williams le dijo a su agente en que no quería que vendieran su
libro como una “novela de campus” más. Sin embargo, en las novelas de
campus todo tiene una lógica interna que las vuelve irresistibles
. El
azar cómico puede derivar en tragedia (como cuando en
La mancha humana, de Philip Roth, el profesor se refiere a dos alumnos ausentes con el término
spook,
que sirve tanto para hablar de fantasmas como para menospreciar a los
afroamericanos) y la cadencia vital más monótona puede resultar
tronchante, como en
Decadencia y caída, de Evelyn Waugh, o como en
La suerte de Jim,
de Kingsley Amis (en el que el profesor en cuestión acaba sufriendo un
colapso nervioso que lo empuja a decir en público, tras encadenar
demasiadas resacas, que la Vieja Inglaterra, tema de la asignatura que
imparte, sólo interesa a los “aficionados a la cerámica artesanal, a la
agricultura orgánica, a la flauta de pico, al esperanto…”).
Sin embargo no hay distancia irónica ni vocación de chanza en
Stoner más allá de lo paradójico del nombre del protagonista.
Si Stoner podría sonar a personaje de película de
Cheech y Chong
(en la acepción de fumador de marihuana), en realidad él sólo quiere
vivir una vida convencional de reposo y estudio, de educación y
descanso, que se ve saboteada una y otra vez por las maniobras
pasivoagresivas y altamente arteras de su esposa infeliz. “El autor
condensa con verdadero genio, en 400 páginas, sesenta años de vida, sin
olvidarse de ningún personaje”, apunta Vila-Matas.
William Stoner vive así:
“Cuando no estudiaba ni escribía peparaba
clases, corregía ejercicios o leía tesis”. Una vida tan anodina como la
de otra novela que salió publicada a contracorriente, en el momento de
la algarada de la beat generation:
El hombre del traje gris, de
Sloan Wilson.
Allí, en una casa también en ruinas, el matrimonio
protagonista porfiaba por su porvenir y solo cosechaba interrogantes:
“Tom y Betsy, de rodillas, se afanaron en revocar la grieta y repintaron
toda la pared; pero cuando la pintura estuvo seca la gran escotadura
junto al suelo quedó perfectamente visible y arrancando de ella el trozo
curvado que subía hasta el techo dibujaba un signo de interrogación”.
Un signo de interrogación con el que arranca, también,
Stoner.
Cuando vive su epifanía, William mira el cielo gris del campus que ya
no lo oprime, “como si viera una posibilidad que no sabía nombrar”
(aunque, como se apunta en otra novela de formación,
Las tribulaciones del estudiante Törless:
“Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente.
Creemos que
hemos descubierto en una gruta maravillosos tesoros y cuando volvemos a
la luz del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de
vidrio”).
En esa incógnita crece una historia en la que el hombre humilde que
salva su futuro por la vía del humanismo pronto ve cómo se aleja de sus
padres más primarios (una mezcla de desapego tierno, de empatía penosa y
a contrapelo, similar a la que siente John Fante por sus progenitores
italoamericanos en novelas como
Llenos de vida).
Stoner
plantea una paleta de personajes increíblemente mezquinos que presentan
como favores las peores tretas.
Un libro en el que cada gesto cuenta,
del mismo modo que una fotografía robada a alguien cuando no posa
explica mucho más de esa persona que una confesión católica o una
autobiografía.