Ramiro Arribas viste chaqueta de cuero y camisa azul arrugada.
Tiene
marcado acento cubano. Sentado sobre una mesa de trabajo con Sira
Quiroga, pregunta a la dama qué tomará para beber.
La mira. Aparta la
mirada. Lentamente, vuelve a dirigir sus ojazos verdes hacia ella
. En
los diálogos de esta escena, al actor se le notaba muy verde. Pero
destilaba un magnetismo y un erotismo implícito difícil de describir.
Fue la primera aparición que Rubén Cortada (Isla de la Juventud, Cuba,
1984) preparó para El tiempo entre costuras en 2011.
Poco podría
imaginarse entonces que aquella serie, que tardó casi dos años en
estrenarse, acabaría poniéndolo en el mapa interpretativo español el
pasado otoño.
Nueve años antes, Rubén Cortada era un estudiante de Ingeniería
Automática en La Habana como tantos otros
. Su imponente físico pasaba
desapercibido entre tantos otros cubanos con cuerpo escultural y acento
hipnótico.
Tan solo era un muchacho ávido por conocer mundo
. Así que
cuando unos amigos lo convencieron para viajar a Europa, no se lo pensó
dos veces
. Y ahí comenzó su auténtica travesía vital. Tardó poco en
convertirse en modelo mediante un contrato con la agencia View en
Barcelona. La ingeniería quedó aparcada.
Más que ser modelo, Cortada intuyó en la profesión una plataforma que
le permitiría ganar dinero y viajar por el mundo de forma gratuita.
Lo
recuerda hoy a media tarde en un estudio fotográfico madrileño antes de
la sesión que ilustra estas páginas. “Tenía hambre de aventuras y me
dejé llevar.
Si no hubiera dado aquel paso, ahora sería ingeniero en La
Habana”. Alto, fibroso, extremadamente educado y vestido como cualquier
otro treintañero que puedas encontrar por la calle, la estrella rememora
sus pinitos como modelo en Barcelona, París, Milán, Nueva York, Los
Ángeles, Londres… Lo ficharon desde Jean Paul Gaultier hasta Dolce &
Gabbana, pasando por Guess y Calzedonia
. Pero un día se cansó. Sintió
que lo trataban como un pedazo de carne y no daba de sí todo lo que
podía. Así que volvió a la casilla de inicio
. En su patria estaba la
respuesta a todos sus interrogantes.
Una tarde calurosa en La Habana, Humberto Rodríguez lo vio llegar
caminando por el Malecón. Llevaba camiseta, pantalones cortos, unas
chanclas y una gorra
. Cortada iba en su busca porque quería convertirse
en actor
. Hizo una prueba y entró en el grupo de teatro para aficionados
que dirige Rodríguez, uno de los más reputados mentores del país, de
cuya escuela han salido consagrados como Jorge Perugorría. “Durante un
año le di clases de actuación, dicción, expresión corporal e historia
del teatro”, recuerda hoy al teléfono el maestro. “Trabajábamos desde
que empezaba el día hasta bien entrada la tarde. Rubén atesora muy buena
imagen, es obvio, y una voz excelente.
Tenía vocación. Y talento. Así
que solo tuve que inculcarle el tesón del oficio”.
Curtido con Humberto Rodríguez, Cortada se lanzó a cruzar de nuevo el
charco.
Aterrizó en 2009 en España. El último consejo que había
recibido de Rodríguez antes de partir fue que tuviera claro que ya no
era modelo, sino actor.
“Y así tenía que presentarme al mundo”. Ya en
Madrid, solicitó audiencia ante quien ahora es su representante, Kalia
Garzón.
Juntos planearon una estrategia. El primer casting fue un
fracaso. Su acento no encajaba.
Se había preparado el personaje del
Güero para la adaptación televisiva de la novela La reina del sur, pero
el narcotraficante ideado por Arturo Pérez Reverte era mexicano.
No le
dieron el papel. “El director de casting era muy amigo mío y me dejó ver
las pruebas”, explica hoy la agente
. “En ese momento me di cuenta de
que si no hubiera sido por el acento, el papel hubiera sido suyo. Se
comió la cámara”. KO al primer asalto.
Tras aquel revés inicial, encontró acomodo en Bandolera, una serie
diaria de sobremesa que emitía Antena 3 en 2011.
Durante 11 episodios se
metió en la piel del fornido Jorge Infante, el capataz cubano de los
Viñedos Reeves.
Acababa de lanzarse a los leones.
De contar con meses
para ensayar obras de Federico García Lorca o Carlos Felipe en La
Habana, pasó a memorizar guiones kilométricos en menos de 24 horas.
Su
vida se redujo a pasar noches en vela estudiando. Así lo recuerda el
director de la serie, Joan Noguera.
“Cuando llegó estaba todavía muy
verde. Se le notaba que venía del mundo de la moda, pero con el ritmo
frenético de una serie diaria tardó poco en espabilar”.
Al tiempo que vencía el sueño durante el rodaje de Bandolera, las
directoras de casting Eva Leira y Yolanda Serrano se las veían y se las
deseaban en busca de alguien que diera vida a Ramiro Arribas, el truhán
engatusador por el que Sira Quiroga lo deja todo en la novela de María
Dueñas El tiempo entre costuras.
Las dos llevaban más de cinco meses
haciendo pruebas y no daban con un galán que, con solo hacer acto de
presencia, pudiera volver loca de amor a la protagonista de la
adaptación televisiva.
Una amiga del dúo, relacionada con el mundo de la
moda, puso a Leira sobre la pista de Cortada.
No sabían nada de él.
Pero le llamaron para una prueba de cámara.
Necesitaban un personaje
arrebatador. Estaban a punto de encontrarlo.
Los gestos cautivaron a las directoras de casting.
Su mirada, atenta y esquiva por momentos, transmitía el mensaje
Cuando Yolanda Serrano lo vio por primera vez, corrió a cuchichear
con su compañera.
“¡Es el tío más guapo que he visto en mi vida!”
. A
continuación, Yolanda se sentó con él a ensayar la prueba
. En la escena,
Ramiro y Sira se encontraban en un café y él le preguntaba qué quería
beber
. No fueron las palabras, sino los gestos, los que cautivaron a las
directoras de casting. Su mirada, atenta y esquiva por momentos,
transmitía el mensaje.
Era capaz de seducir con solo apartar la vista.
Si alguna vez hacer la comanda en una cafetería ha podido tener un sesgo
erótico fue aquella.
Las directoras de casting sabían que no iban a encontrar a un Ramiro
más atractivo y magnético que Cortada
. Aunque tenía un inconveniente: el
acento. Nadie que hubiera leído el libro de Dueñas (fue el más vendido
de 2012) se creería que Ramiro Arribas era cubano.
Tuvieron que vérselas
con los productores, a los que convencieron de que el doblaje era una
buena opción. Quizá la única.
“Habíamos visto a más de 30 actores
diferentes para este papel, que fue el último en cerrarse, y ninguno
encajaba.
Además, el tiempo apremiaba. No hay nada como tener poco
tiempo para que las cosas salgan adelante”, dice Leira.
Pasaban los meses y
El tiempo entre costuras, una producción
cara (el presupuesto de cada capítulo rondó el medio millón de euros) y
ambiciosa, no se estrenaba.
Desde su rodaje en 2011 hasta finales de
2012, cuando Rosa Estévez lo llamó para entrar en El Príncipe, Rubén
Cortada no encontró trabajo.
Al fin y al cabo, solo había aparecido
durante 11 episodios como secundario.
“No necesito mucho para vivir, así que pude sobrellevarlo”, recuerda
hoy el actor.
“Hice de todo, desde cargar y descargar camiones hasta
mudanzas”. El infalible espionaje vía YouTube proporciona pistas sobre
sus otras facetas durante aquel tiempo.
Un anónimo lo grabó participando
en una coreografía grupal del tema Checherereche, de Gustavo Lima.
Al
más puro estilo zumba. Medio millón de internautas ya han reproducido el
vídeo de su dionisiaco menear de caderas.
“Tenía que mantenerse con
algo”, justifica su representante.
Pero volvamos a finales de 2012.
Rosa Estévez llevaba entonces dos años buscando personajes
para El Príncipe,
uno de tantos proyectos televisivos de los que no se sabía si verían la
luz.
La biblia de la serie (en el argot de la industria, el libro en el
que se incluye el esqueleto de la producción) se había modificado
varias veces.
En una de aquellas reformulaciones se introdujo a un nuevo
personaje: Faruq, el hermano malvado de Fátima, la protagonista.
Su
perfil debía corresponder con un
hombre de rasgos árabes,
físico hercúleo y una mirada inolvidable
. La directora de casting
buscó “en Oriente Próximo, lejano y parte de Occidente” sin encontrar un
actor capaz de quitar el sentido a las televidentes. Telecinco acababa
de partir peras con Miguel Ángel Silvestre (anteriormente El Duque en
Sin tetas no hay paraíso).
La cadena necesitaba un nuevo objeto de deseo
con el que reemplazarlo.
Rosa Estévez se acordó de aquel “chulazo cubano” que un tiempo atrás
le había enseñado Kalia Garzón y pidió unas fotos suyas actuales.
Su
piel morena podría hacerle pasar por marroquí.
Y su físico le encantaría
a Telecinco. Pero no encajó a la primera.
“El casting fue horroroso.
Tenía un acento terrible. Tal y como se presentó ese día, no daba el
perfil para interpretar a un traficante ceutí”, recuerda Estévez. Pero
se quedó con el runrún en la cabeza. Había entrevistado a más de ochenta
actores y ninguno de ellos irradiaba el carisma de Cortada.
“Me llamó
la atención el aplomo y la seguridad que mostraba, teniendo tan poca
idea de ser actor”, dice hoy Estévez
. Así que cogió el toro por los
cuernos y empezó a trabajar con él, al tiempo que le recomendó un buen
logopeda.
A los dos meses repitió la prueba y el avance fue
espectacular.
Los productores de la serie le ofrecieron al cubano una
solución in extremis: si en tres meses más conseguía hablar con acento
español, el papel sería suyo.
El pasado 4 de febrero, Rubén Cortada
volvía a colarse en la parrilla televisiva española.
En su primera
escena ya iba sin camiseta, con el pelo rapado, un sello dorado en el
dedo anular y una gran cadena de plata al cuello
.
Se había transformado en Faruq,
uno de los más peligrosos vecinos del ya de por sí conflictivo barrio
de El Príncipe, en Ceuta.
El primer episodio obtuvo un 21,9% de cuota de
pantalla, y la serie fue líder de audiencia en todas sus emisiones.
Fe
ciega, el capítulo que cerró la temporada, mantuvo a más de seis
millones de españoles pegados al televiso. Y estalló la pasión por
Rubén Cortada.
Uno de los últimos revuelos en torno a su figura tuvo lugar el pasado
18 de marzo en El Corte Inglés del madrileño paseo de la Castellana.
Las dependientas que trabajaban aquella mañana no recuerdan haber visto
jamás una aglomeración semejante.
En el centro del remolino, el icono se
dejaba fotografiar al lado de un cartelón de Loewe Perfumes. “El
retorno que tiene es increíble”, explica Kalia Garzón, representante del
cincelado agitador de masas.
“Me miran más por la calle, pero intento
seguir con mi vida”, dice hoy el actor.
“Es una esponja”, sintetiza el director de El Príncipe, Ignacio
Mercero, que ya había coincidido con Cortada en El tiempo entre
costuras.
“Tiene la cabeza muy bien amueblada y sabe perfectamente lo
que tiene que mejorar”.
Rosa Estévez vaticina que su ambición y su
aplomo le abrirán muchas puertas.
“En el cine español hacen falta
miradas elocuentes, y su primer plano es impagable.
Aunque debe
seleccionar bien los proyectos en los que entra, priorizando el tipo de
personaje y el argumento antes que el medio en el que se va a
proyectar”.
Pero ¿quién es realmente Rubén Cortada, más allá de un actor con un
cuerpo escultural?
Hijo de un ingeniero hidráulico y una microbióloga,
dice haber crecido feliz en Isla de la Juventud (a 60 kilómetros al sur
de Cuba) y haber formado parte del equipo nacional de tenis hasta los 15
años. Poco más se sabe de su vida.
Al ser preguntado si tiene una
hermana, responde: “Ni confirmo ni desmiento que la tenga”.
Es como
darse contra un muro que no está dispuesto a ceder. Su representante
interviene: “Reivindicar la vida privada no es ocultar algo.
Nos
dedicamos a crear ilusiones.
Cuanto menos lo conozcan como persona, más
se creerán los personajes” .