Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 mar 2014

Hablar de la Guerra Civil con sonrisas y bellas mujeres

La galería Blokker expone 'Mi querida España', seis óleos con los que Borja Bonafuente busca romper tópicos y abrir debate

 

'Mi querida España', óleo hiperrealista de Borja Bonafuente.

Tomar distancia y aprender. Esa es la receta de Borja Bonafuente (Madrid, 1978) para superar de una vez el silencio hostil que despierta hablar de la Guerra Civil. "Han pasado 80 años y cada vez que se saca este tema, cualquiera, de un bando o de otro, te miran como si te fueran a soltar una hostia", confiesa el artista rodeado por los seis óleos de su Mi querida España, la exposición que estrena en la Blokker Gallery de Madrid desde el pasado 14 de marzo hasta el 30 de abril. Los motivos de sus cuadros, mujeres bellas pintadas con hiperrealismo y en actitudes nada hostiles, muchas veces sonriendo.
Sonríe la pieza central de la muestra, titulada también Mi querida España (5.000 euros), que nos muestra a una recluta con la cara ensangrentada pero con una mirada que el artista describe como "serena". "Este fue el primero que pinté y resume todo lo que quiero contar.
Todos los golpes que se le dio a esa España a la que se mató o se echó del país y como se levantó con una sonrisa, como diciendo: '¡Aquí estoy!"
. El que el estilo de Bonafuente sea hiperrealista no es, ni más ni menos, que la senda artística que el pintor ha ido siguiendo, sin que haya que buscar mayor justificación en ello.

Autorretrato

Borja Bonafuente Gonzalo. Madrileño.
Marrones... verde oscuro... según el día y la hora.
El amor por los Beatles.
Café.
Spaguettis con tomate.
No veo raro ninguno de los sitios en los que me haya acostado con nadie.
Niño: Que las interpretaciones sobre última profecía de Nostradamus tuviesen razón.
Adulto: No morir de golpe.
Amigo: El que te hace la cobertura con la amiga borde.
Viaje al fin de la noche de Celine.
Zazie en el metro de Louis Malle.
Tener obra en esos cuatro grandes museos que te quitan el hipo.
El cuadro que rompe en parte la unidad es Ay Carmen. Aquí no hay sonrisa.
 De hecho, no sabemos qué dibujan los labios de la retratada. Su mano derecha esconde la emoción, la misma mano sobre la que se dibuja un código concentracionario: 7301. "Es un homenaje a toda esa gente que se fue de España a países como Francia pensando que les iría mejor y luego acabaron en Mauthausen". Sobre el pecho desnudo de la mujer, una S encerrada en un triángulo invertido y azul que recuerda una peculiar anécdota histórica: "Franco consideró a todos los que habían huido de España desterrados.
 Al principio, en los campos de concentración se identificaba a los comunistas con el rojo
. Pero Franco pidió que se les quitara este color tan simbólico para España y se les cambió por el azul.
 Tal vez eso los hizo pasar más desapercibidos.
 Aunque mucho no les ayudó: el número que lleva en la mano mi retratada es 7301 porque fueron enviados 7300 a Mathausen. Pocos volvieron".
Que las mujeres sean hermosas, aunque no se trate de una belleza impostada, de canon de anuncio, no es casual. Bonafuente buscó entre sus amigas modelos que le permitieran acercar la Guerra Civil al espectador, invitarlo a mirar al conflicto a través de una femeneidad que atrae, que invita a mirar el conflicto de otra manera: "Busco un contraste con las imágenes tópicas de la guerra. No quería violencia explícita, imágenes que repelieran.
 Sino todo lo contrario. Por eso retratar la belleza femenina, aunque con señales del sufrimiento [la sangre, las lágrimas, los labios que se esconden], me parecía lo adecuado".
'Ay Carmela' uno de los seis óleos hiperrealistas de 'Mi querida España', de Borja Bonafuente.
El realismo histórico va parejo al hiperrealismo en el estilo. En el óleo Por siempre Madrid una mujer sostiene una portada de La Vanguardia del 29 de marzo de 1939 con el titular: Madrid se ha incorporado a España. Y hasta los anuncios de la contra son los de ese ejemplar. Igual de verídico es el póster franquista que hace jirones la protagonista Aunque me tiren puente, verso de la canción..., un cartel encabezado por "Gloria" en el que la figura tapa el siguiente mensaje, dejando apenas intuirlo: "A los que derraman su sangre por el caudillo". El pintor cree que ser lo más detallista posible contribuye a que se vea este periodo no como algo de lo que no se puede hablar, sino como un período histórico ya superado y que necesita estudiarse al "detalle en las escuelas" y "debatirse con normalidad en la calle".
Lo de pintar hiperrealismo en el siglo XXI lo lleva muy bien. De hecho, "salvo que me diera una vuelta a la cabeza mañana", asegura, piensa seguir por esta senda. Bonafuente es de los que creen que la abstracción en el arte contemporáneo tuvo su momento de dominio, pero que ya es hora de contar cosas más allá de obsesionarse por lo novedoso, por epatar llamando la atención a toda costa. "Esta edición de Arco fue muy buena. Pero en otras, cuando veía cosas como un saco de cemento como una obra, tuve la sensación, que creo que tiene mucha gente, de tomadura de pelo. Creo que los artistas deberíamos ser más humildes y limitarnos a contar las cosas que nos muevan. No buscar la sorpresa, sino aquello en lo que creemos".

 

Así protegen los vándalos......................................... Javier Marías

Cuando los abusos no son la excepción, sino la regla; entonces no hay más remedio que emporcarse.

 

Un amigo excelente, de cuyo criterio me fío y al que además admiro, me sugiere que quizá deba hablar menos de política –y por tanto del actual Gobierno y sus medidas, reformas y leyes– en estas piezas dominicales.
 “No te toca meterte en el fango en el que viven esos a gusto, o sólo de tarde en tarde”. Me temo que no es el único que opina así.
 Y como suelo tomar en consideración las recomendaciones de quienes respeto, recapacito, como se decía antes
. A nadie le agrada dar una imagen de gruñón, cascarrabias o aguafiestas, ni siquiera de ciudadano airado, por más motivos de enfado que vayamos acumulando.
 También hago recapitulación, y resulta que, de las trece últimas columnas aquí publicadas (pocas más que las de 2014), he dedicado una a la mirada de John Wayne en El hombre tranquilo, otra a la película Almanya, otra al catolicismo de mi padre y a la apropiación de su figura por parte de ciertos políticos y curas, otra a un matrimonio de Texas que me envía insólitos regalos, otra a las armas con que me nutre Pérez-Reverte cada noche de Reyes, otra a la posible inutilidad de los intelectuales, otra a la piratería internética y una más a la discriminación que sufrimos escritores y músicos al no poder legar indefinidamente las obras que nos inventamos.
 Es decir, ocho artículos que no trataban de política o lo hacían sólo tangencialmente y de pasada; algunos, si no me equivoco, bastante bienhumorados.
 No sé si es que esos, que a veces llamo “de tregua”, causan menos efecto y se olvidan más rápido (se olvidan todos casi nada más ser leídos, en eso no nos engañemos); en todo caso, parece como si no contaran para dos tipos de personas: aquellas a las que revientan los más críticos (tertulianos de la Cope y del TDT Party, por ejemplo) y las que se preocupan por verme enfangado, como ese querido amigo.
A éste le contesté que tendría en cuenta su comentario (y eso hago), y también que desde mi punto de vista nos encontramos en una situación de emergencia que obliga a mancharse con la suciedad que esparcen nuestros gobernantes de todo signo
. Cuando los abusos no son la excepción, sino la regla; cuando no se da abasto a contrarrestar –qué digo: a señalar– los desmanes y tropelías, entonces no hay más remedio que emporcarse. Ningún combate se libra desde el tendido.
 Y no es que el actual Gobierno sea el causante de todos los males que aquejan a este país de tradición malévola: más de una vez he recordado cómo Richard Ford, el viajero del XIX, observó en sus agudos escritos que España se caracterizaba, desde época prerromana, por dar gente buena y fiable tomada individualmente, bastante peor colectivamente, y siempre, sin falta, caudillos y dirigentes nefastos que arrastraban al conjunto y lo embrutecían.
 No puedo estar más de acuerdo, y, con excepciones, la cosa no ha cambiado un ápice.
 Qué más quisiera yo que mirar desde el tendido con aprobación y complacencia, y no soliviantarme con las noticias de cada mañana.
Pero no hay forma. Aparte de lo más grave y evidente, no hay día en que el actual Gobierno no nos cuele medidas vandálicas o autoritarias, y muchas pasan casi inadvertidas, al no darse abasto, como he dicho.
 La nueva Ley de Costas que prepara es un canto a la destrucción y el pillaje.
 Ya saben que el Ministro Arias Cañete (santo cielo, el menos mal valorado en las encuestas) permite que se edifique a sólo 20 metros del agua, en vez de a los 100 anteriores; también que ha amnistiado las construcciones ilegales –incluso las metidas en las playas– y les ha dado 75 años (!) de prórroga y autorización para ser vendidas y hacer negocio con ellas.
 Que no se va a derribar ni un adefesio ni un monstruo condenados por los tribunales. Pues bien, no se queda ahí el vandalismo: el Secretario de Estado de Medio Ambiente, Federico Ramos, lo ha dicho con toda desfachatez: “El impacto que ya está hecho, aprovechémoslo”.
 No entiendo cómo este sujeto –o sí, por desgracia lo entiendo– no ha sido destituido en el acto. Salvando las insalvables distancias, es como aquellos nazis que reflexionaron: “Ya que nos estamos cargando a tantos judíos, aprovechemos para hacer jabón con ellos”
. O, para no ser exagerado, algo más neutro y abstracto: “Ya que hay tantos destrozos, cometamos unos cuantos más y así les sacamos beneficio”. Lo cierto es que esta nueva Ley va a multiplicar los chiringuitos playeros
. Duplicará el tamaño que pueden ocupar, hasta los 300 metros; en vez de los 200 hasta hoy exigidos entre uno y otro negocio, ahora serán 150, o, si las actividades son “no similares”, tan sólo 75; ya no se restringirán, sino que se fomentarán en las playas “eventos con repercusión turística” de todo tipo (repugnantes tomatinas, por ejemplo), citas deportivas y “culturales” y fiestas; se recortará la zona de dominio público, esto es, se nos expropiará lo que es de todos para entregarse a los explotadores (ayuntamientos, comunidades autónomas, dueños de garitos y organizadores de chorradas).
 Bien, cuando no haya donde bañarse, o se levanten olas de 15 metros y arrasen los chiringuitos, las aberraciones arquitectónicas y los chalets invasores, vayan a pedirles cuentas a Cañete y a Ramos. Mientras tanto, las costas serán una verbena permanente y abigarrada, se verán atronadas por música hortera y plagadas de mirones escupiendo desperdicios.
 Lo mejor es el nombre de esta Ley, que me confirma en el título (“Juro no decir nunca la verdad”) de un artículo reciente que sí me enfangó hasta las cejas: Ley de Protección y Uso Sostenible del Litoral. Sublime. Así protegen los vándalos.
elpaissemanal@elpais.es

El sexo de 'El príncipe'.........................................................del Blog Eros.Vaya que Frungen todos.

Mañana llega el séptimo capítulo y el interés no decae. El príncipe, la serie de Telecinco, está resultando un éxito de audiencia que no sé si alguien se esperaba.
Hay morbito por el descubrimiento de unos márgenes desconocidos para la mayoría peninsular (aun con algún estereotipo non sancto) y morbito también por las relaciones cristiano-musulmanas que van subiendo de tono: en Ceuta, un grupo de agentes del CNI se infiltran en la policía para descubrir al 'topo' aliado con una célula terrorista.
 Resulta ciertamente oportuna una trama de amor y balas en la frontera africana de España, en días en que las horribles vallas, la represión y el tema del regreso de combatientes de la guerra en Siria abren casi todos los informativos y webs de periódicos.
Faruq y leila
Faruq y Leila son marido y mujer en 'El Príncipe'. 
Cuando me contaron de qué iría la serie, yo pensé que sería una especie de Homeland a la española: en la serie norteamericana, un marine retornado de Irak (y convertido al islam) le da 'dolores de cabeza' a la CIA, especialmente a una eficiente agente (Carrie/magnífica Claire Danes), que está convencida de que él está integrado a Al Qaeda y ha vuelto a su país a cometer atentados.
 Entre tanto, como no podía ser de otra manera, la tensión sexual entre Carrie y Brodie (Damian Lewis) nos contagia una cierta agradable inquietud de este lado de la pantalla.
Nada más sexy que aquella escena primera de amor en una cabaña, lejos de las cámaras de la CIA. ¿Se acuerdan? Fue cuando, en plena mutua complacencia post-cama, ella mete la pata y él se da cuenta de que ella lo está investigando: "¿Cómo sabes cuál es el té que bebo?".
Amorprohibido_homeland
El amor prohibido de 'Homeland' entre la agente de la CIA y el sospechoso marine retornado de Irak y convertido al islam.
Todo esto para decir que nos 'ponen' las historias de suspense donde el erotismo se cuela en territorio del deber.
 Pero, no, El Príncipe no es Homeland, porque es un policial, sí, pero mucho más virado a la telenovela que hacia el thriller político, aunque no faltan la sangre a borbotones, las corridas y los estruendos.
"A ver si alguna vez me toca otro papel además del de terrorista o del moro que pasa haschís", me decía un actor marroquí, hace no mucho tiempo.
 Pero, bueno, hacer el yihadista da trabajo y ya sabemos que hasta los intérpretes canarios o andaluces reclaman este encasillamiento que sufren en la ficción ibérica.
Beso_morey

Morey y Fátima (o Álex González e Hiba Abouk): en la tele o en Ceuta, un  beso cristiano-musulmán.  
Decíamos, entonces, que más allá de algunos grupos humanos aplanados por el peso del prejuicio o del cómodo lugar común, la serie funciona muy bien como un folletín de los de toda la vida.
 O atrapa como un Shakespeare en trazos gruesos, donde en lugar de Capulettos y Montescos hay musulmanes (marroquíes y también españoles, por cierto) y cristianos que se gustan y se enamoran, se encuentran y se desencuentran, entre explosiones, sospechas y familias que se llevan las manos a la cabeza, porque "esto no estaba previsto" y porque "no te criamos para que nos decepcionaras".
También hay sexo entre musulmanes, como la primerísima escena hermosa y contagiosamente erótica de la serie, aquella entre el derrite-glaciares Faruq (convincente Rubén Cortada) y su bella Leila (María Guinea).
 Por cierto, sé de primera mano que la escena generó alguna incomodidad entre el numeroso público del país vecino, porque "la gente no está acostumbrada a ver momentos tan hot "en la tele, a la hora de la cena, y en familia".
A propósito, he escuchado en las calles de alguna ciudad marroquí, con cierta ironía, "está bien que los norteamericanos y los europeos tengan sexo en pantalla; pero nosotros, no". Y es que muchos marroquíes prefieren no verse reflejados en la intimidad recreada por el cine o la TV.
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Morey y Fátima, con Ceuta entrando por la ventana. 

Sea para criticarla o para disfrutar con los romances -los legales o los escondidos- en una telenovela donde todos tienen algún amor prohibido (desde Faruq, el narco musulmán, hasta Fran/José Coronado, el policía corrupto, todos tienen mujer legal y líos), parece que somos muchos los que sabemos de qué va la trama.
 Y la seguimos a pie juntillas, porque no queremos perdernos ningún festival de contoneos (con o sin velo), desnudos cuerpos tersos, besos sin inhibición y roces (con) infieles (a la religión). Confesado queda.

Carrie/ Claire Danes que, como Morey (A. González) no saben si es el amor o el deber lo que les lleva a buscar tanto ese  otro cuerpo.

Párrafo aparte merece la historia de amor central, la de Morey (Alex González) -policía/agente del CNI- con Fátima (Hiba Abouk), hija de una familia ceutí atravesada por el dolor de un hijo desaparecido (al parecer, captado por una célula de Al Qaeda) y otro hijo narco, el mentado Faruq. Ella es maestra, solidaria con los niños pobres del barrio de El Príncipe y está prometida con Khaled, un buen chico tangerino, pero sufre hasta por los codos... y, por tanto, se merece todo el goce que hoy le propone esta historia romántica y prohibidísima con el cristiano que acaba de llegar a Ceuta. De él se sabe poco, ni siquiera podemos asegurar si hay verdadero amor o solo deber (y ambición profesional) en ese cortejo a Fátima.
Desde aquella primera vez en que él le quitó suavemente el velo a ella y, en una metáfora de todos los tabúes que derribaba, besó su pelo, y lo olió, las escenas de sexo entre ellos han sido profusas (nos anuncian que las veremos repetidas en los próximos capítulos, por el chantaje del que serán objeto).
 Hemos visto con bastante detalle los contornos generosos de la voluptuosa Hiba (española hija de libio y tunecina) y el trabajado torso de González... aunque al acabar de hacer el amor, ella le pida a él si puede darse la vuelta, para vestirse sin ser mirada.
He escuchado a alguna gente criticar por inverosímil el hecho de que una chica (supuestamente) virgen, musulmana y prometida se metiera, diligente, en la cama del hombre que la llama por teléfono y por toda pregunta le espeta: "¿vienes en una hora a mi apartamento?"...
Y ella: "vale".
¿Es lo que queremos creer? ¿Queremos creer que las chicas musulmanas no tienen deseo sexual o que todas se resisten en su fortaleza de virtud a disfrutar del amor y del erotismo con el chico que les pone más que nada en el mundo?
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Irresistible Faruq, también para la compañera de trabajo de su hermana. 
Lo que no nos cuentan (y no creo que ningún guionista de TV vaya a meterse tan hondo en lugares de verdad conflictivos) es qué tipo de sexo se supone practican Morey y Fátima.
 Sabemos que, empujadas por las tradiciones árabes, hay bastantes chicas que prefieren preservar su himen intacto para mostrárselo al futuro marido y, hasta la boda, practican exclusivamente sexo oral y anal.
 ¿Se sienten de verdad vírgenes o se adaptan como pueden a un hostil mundo de apariencias? De estos corsets culturales habla precisamente la escritora Shereen El Feki, autora de Sex and the citadel.Intimate life in a changing arab world, y es que efectivamente muchas cosas se están moviendo en el mundo árabe, pero esto es motivo de otra entrada.
Volviendo a los guionistas de El príncipe: lo que sí se permiten es la gracia de una secuencia en que Fátima, la misma del tórrido romance con el policía, le abre la puerta al bueno de Khaled, su prometido, y le dice:
 "No puedes pasar, estoy sola en casa".
Y es que eso parece tan humano y tan femenino, y casi una verdad de perogrullo; es decir, poner excusas al que no te gusta y dejar pasar al que te gusta, más allá de cualquier dogma y promesa social o divina.
Por fin, damos por descontado que no se le puede pedir verosimilitud o naturalismo a una serie de tiros, flagelos y muertos de a ramilletes por capítulo (es de admirar la capacidad para recuperarse de los duelos que tienen los personajes en esta telenovela).
 Pero sí podemos gozar con algunas escenas sexies y bien construidas, por no decir, disfrutar del placer voyeur de erotizarse con el apetecible vientre o la mirada arrogante que derrite del cubano Rubén Cortada
. Bromeamos con un amigo (abusando de los tics y clisés con que carga cada nacionalidad): imposible no decirle a Faruq Cortada un "Uaja, miamol' (uaja es la fonética del "OK, de acuerdo" en árabe)
Lo dicho este verano me voy a Ceuta.

Suárez, el hombre que cimentó el consenso

Políticos como Santiago Carrillo o Soledad Becerril recuerdan a Suárez

Las entrevistas fueron rodadas a mediados de la pasada década.

 

"Se consumió en un proceso, consciente de que se estaba consumiendo", explica Federico Mayor Zaragoza
 . La calidad de estas imágenes no es la mejo
r. Lo que recoge este vídeo son grabaciones de hace más de diez años, sin la alta tecnología actual pero con un contenido potente, que perfila históricamente la figura de Adolfo Suárez, el hombre que cimentó la Transición.
Son voces que parten de todos los espectros de la política española, desde los que venían del régimen hasta los que estaban amordazados por él
. Si escuchan con atención, la palabra más pronunciada es "consenso", uno de los pilares del talante y la personalidad de Suárez, que desmontó el Estado franquista desde dentro, contando con todas las sensibilidades en un ejercicio de funambulismo con la altura de miras de un político excepcional.
Así lo explica Marcelino Oreja, que comenzó su andadura política dentro del régimen en el Ministerio de Exteriores y llegó a ser titular de esta cartera de la mano de la Unión de Centro Democrático entre 1976 y 1980.
 "Era casi obsesiva en Adolfo Suárez la necesidad de llegar constantemente a acuerdos".
 Del mismo modo opina Federico Mayor Zaragoza, que ocupó, entre otros, el cargo de ministro de Educación y Ciencia tanto con Carlos Arias Navarro en el franquismo como con el segundo Ejecutivo de UCD. Mayor Zaragoza recuerda también que el primer presidente tras la dictadura del general Franco asumió el desgaste que ese proceso conllevaba.
Rodolfo Martín Villa, que conocía al expresidente desde los tiempos de la universidad, dice que en la Transición se encontró con un Suárez "que era el mismo de siempre pero mejorado".
 Ambos coincidieron en sus tiempos universitarios, en los que Suárez no destacaba por su rendimiento académico pero sí por su capacidad de liderazgo.
Sin embargo, el abulense contó con él en dos de sus Ejecutivos. Para Martín Villa, Suárez demostró con sus actuaciones por qué el Rey confió en él.
El divulgador científico Eduard Punset, vinculado en su juventud a la izquierda clandestina, formó parte, sin embargo, del Gobierno de UCD en 1980 como ministro para las Relaciones con la Comunidad Europea. Punset reseña que Suárez supo "más que la gente de la izquierda, que sin un partido, en democracia no haces nada".
A los que llegaban del otro extremo, ese espíritu conciliador fue lo que les convenció de las intenciones de ese político singular, empeñado en aunar voluntades.
 El fallecido Santiago Carrillo, líder desde la posguerra del Partido Comunista de España, recuerda que en su primer encuentro —clandestino, de más de seis horas— se convenció de que el que tenía delante "no era un hijo de los vencedores, sino de los vencidos".
Todas estas voces son solo una muestra de la impronta que dejó Adolfo Suárez.
Explican cómo un hombre cuya formación política estaba en el régimen se sacrificó, política y personalmente, para cimentar el consenso necesario para construir la democracia y reconciliar a las "dos Españas".

Texto: Marta Castro / Vídeo elaborado y editado por: Lucía Rodríguez de la Peña, Delia Muñoz, Manuel Morales, Lorenzo Calonge y Marta Castro