Cuando los abusos no son la excepción, sino la regla; entonces no hay más remedio que emporcarse.
Un amigo excelente,
de cuyo criterio me fío y al que además admiro, me sugiere que quizá
deba hablar menos de política –y por tanto del actual Gobierno y sus
medidas, reformas y leyes– en estas piezas dominicales.
“No te toca
meterte en el fango en el que viven esos a gusto, o sólo de tarde en
tarde”. Me temo que no es el único que opina así.
Y como suelo tomar en
consideración las recomendaciones de quienes respeto, recapacito, como
se decía antes
. A nadie le agrada dar una imagen de gruñón, cascarrabias
o aguafiestas, ni siquiera de ciudadano airado, por más motivos de
enfado que vayamos acumulando.
También hago recapitulación, y resulta
que, de las trece últimas columnas aquí publicadas (pocas más que las de
2014), he dedicado una a la mirada de John Wayne en El hombre tranquilo, otra a la película Almanya,
otra al catolicismo de mi padre y a la apropiación de su figura por
parte de ciertos políticos y curas, otra a un matrimonio de Texas que me
envía insólitos regalos, otra a las armas con que me nutre
Pérez-Reverte cada noche de Reyes, otra a la posible inutilidad de los
intelectuales, otra a la piratería internética y una más a la
discriminación que sufrimos escritores y músicos al no poder legar
indefinidamente las obras que nos inventamos.
Es decir, ocho artículos
que no trataban de política o lo hacían sólo tangencialmente y de
pasada; algunos, si no me equivoco, bastante bienhumorados.
No sé si es
que esos, que a veces llamo “de tregua”, causan menos efecto y se
olvidan más rápido (se olvidan todos casi nada más ser leídos, en eso no
nos engañemos); en todo caso, parece como si no contaran para dos tipos
de personas: aquellas a las que revientan los más críticos (tertulianos
de la Cope y del TDT Party, por ejemplo) y las que se preocupan por
verme enfangado, como ese querido amigo.
A éste le
contesté que tendría en cuenta su comentario (y eso hago), y también que
desde mi punto de vista nos encontramos en una situación de emergencia
que obliga a mancharse con la suciedad que esparcen nuestros gobernantes
de todo signo
. Cuando los abusos no son la excepción, sino la regla;
cuando no se da abasto a contrarrestar –qué digo: a señalar– los
desmanes y tropelías, entonces no hay más remedio que emporcarse. Ningún
combate se libra desde el tendido.
Y no es que el actual Gobierno sea
el causante de todos los males que aquejan a este país de tradición
malévola: más de una vez he recordado cómo Richard Ford, el viajero del
XIX, observó en sus agudos escritos que España se caracterizaba, desde
época prerromana, por dar gente buena y fiable tomada individualmente,
bastante peor colectivamente, y siempre, sin falta, caudillos y
dirigentes nefastos que arrastraban al conjunto y lo embrutecían.
No
puedo estar más de acuerdo, y, con excepciones, la cosa no ha cambiado
un ápice.
Qué más quisiera yo que mirar desde el tendido con aprobación y
complacencia, y no soliviantarme con las noticias de cada mañana.
Pero no hay forma. Aparte de lo más grave y evidente, no hay día en
que el actual Gobierno no nos cuele medidas vandálicas o autoritarias, y
muchas pasan casi inadvertidas, al no darse abasto, como he dicho.La nueva Ley de Costas que prepara es un canto a la destrucción y el pillaje.
Ya saben que el Ministro Arias Cañete (santo cielo, el menos mal valorado en las encuestas) permite que se edifique a sólo 20 metros del agua, en vez de a los 100 anteriores; también que ha amnistiado las construcciones ilegales –incluso las metidas en las playas– y les ha dado 75 años (!) de prórroga y autorización para ser vendidas y hacer negocio con ellas.
Que no se va a derribar ni un adefesio ni un monstruo condenados por los tribunales. Pues bien, no se queda ahí el vandalismo: el Secretario de Estado de Medio Ambiente, Federico Ramos, lo ha dicho con toda desfachatez: “El impacto que ya está hecho, aprovechémoslo”.
No entiendo cómo este sujeto –o sí, por desgracia lo entiendo– no ha sido destituido en el acto. Salvando las insalvables distancias, es como aquellos nazis que reflexionaron: “Ya que nos estamos cargando a tantos judíos, aprovechemos para hacer jabón con ellos”
. O, para no ser exagerado, algo más neutro y abstracto: “Ya que hay tantos destrozos, cometamos unos cuantos más y así les sacamos beneficio”. Lo cierto es que esta nueva Ley va a multiplicar los chiringuitos playeros
. Duplicará el tamaño que pueden ocupar, hasta los 300 metros; en vez de los 200 hasta hoy exigidos entre uno y otro negocio, ahora serán 150, o, si las actividades son “no similares”, tan sólo 75; ya no se restringirán, sino que se fomentarán en las playas “eventos con repercusión turística” de todo tipo (repugnantes tomatinas, por ejemplo), citas deportivas y “culturales” y fiestas; se recortará la zona de dominio público, esto es, se nos expropiará lo que es de todos para entregarse a los explotadores (ayuntamientos, comunidades autónomas, dueños de garitos y organizadores de chorradas).
Bien, cuando no haya donde bañarse, o se levanten olas de 15 metros y arrasen los chiringuitos, las aberraciones arquitectónicas y los chalets invasores, vayan a pedirles cuentas a Cañete y a Ramos. Mientras tanto, las costas serán una verbena permanente y abigarrada, se verán atronadas por música hortera y plagadas de mirones escupiendo desperdicios.
Lo mejor es el nombre de esta Ley, que me confirma en el título (“Juro no decir nunca la verdad”) de un artículo reciente que sí me enfangó hasta las cejas: Ley de Protección y Uso Sostenible del Litoral. Sublime. Así protegen los vándalos.
elpaissemanal@elpais.es
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