24 mar 2014
Directo | Los Príncipes llegan a la capilla ardiente
Miles de ciudadanos esperan entrar en el Congreso de los Diputados para visitar la capilla ardiente de Adolfo Suárez, el expresidente del Gobierno que lideró la Transición, fallecido el domingo a los 81 años
. La fila llegaba sobre las dos de la tarde hasta la plaza de Cibeles. A ella se ha acercado el presidente del Congreso, Jesús Posada, para saludar a los ciudadanos.
El presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, también ha querido rendir homenaje a Suárez.
A su salida del Congreso de los Diputados, Mas ha aprovechado la ocasión para destacar "la visión, el coraje y la generosidad de Adolfo Suárez" y recordar que el expresidente se atrevió a restituir la Generalitat como institución de autogobierno de Cataluña, incluso antes de que se aprobara la Constitución.
Durante el acto, se ha conocido además que el aeropuerto de Barajas pasará a llamarse aeropuerto Adolfo Suárez a propuesta del presidente de Gobierno, Mariano Rajoy.
El Ministerio de Fomento ha aprobado el cambio de nombre.
La despedida a Suárez reúne a todos los presidentes y fuerzas políticas
El Rey tras el homenaje a Suárez en el Congreso: “Una gran pena”
El martes se celebrará una misa en la catedral de Ávila, donde será enterrado el expresidente.
El Congreso de los Diputados
ha inaugurado los actos de homenaje a Adolfo Suárez con el espíritu de
consenso que marcó el proyecto político del primer presidente de la
democracia.
Todas las fuerzas políticas, los expresidentes y varios mandatarios autonómicos han acudido este lunes a la Cámara baja, donde a partir de las dos de la tarde se espera la llegada del presidente de la Generalitat, Artur Mas, que mantiene su desafío soberanista con el Gobierno.
El féretro del exjefe del Ejecutivo ha llegado a la Cámara baja a las diez, recibido por las autoridades del Estado encabezadas por el jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy.
Todos los portavoces parlamentarios, los miembros de las Mesas del Congreso y del Senado y los presidentes de los órganos constitucionales han aguardado en el salón de los Pasos Perdidos la llegada de los Reyes de España y de la infanta Elena, quienes han hecho su entrada a las 10.30 en punto, los tres vestidos de riguroso luto.
Tras el presidente del Gobierno y los presidentes del Congreso y del Senado, el primer saludo ha sido el de los expresidentes Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero.
Los tres han entrado en coche en el Patio de la calle Floridablanca, donde les esperaban Rajoy, y su esposa, Elvira Fernández, los presidentes del Congreso y del Senado, Jesús Posada y Pío García Escudero, y los del Poder Judicial: el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, y el del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos.
En medio del salón está expuesto, y ahí quedará hasta mañana a las diez de la mañana, el féretro de uno de los padres de la democracia española, sobre el que se ha extendido una bandera de España. Las paredes de la sala están tapizadas de coronas de flores de todas las instituciones.
A las 9.30 el Gobierno ha celebrado un Consejo de Ministros extraordinario para aprobar la concesión del Collar de Carlos III al primer presidente de la democracia (1976-1981).
Ha sido el Rey quien ha colocado el collar, la máxima condecoración que concede el Gobierno, sobre el féretro.
El hijo mayor de Suárez, por su parte, ha llevado el Toisón de Oro, máxima condecoración de la Casa del Rey, que don Juan Carlos entregó personalmente al expresidente en 2008.
El Monarca expresó ayer en un mensaje de vídeo su "gran dolor" y "permanente gratitud" hacia Adolfo Suárez
. También hoy, antes de abandonar el Congreso ha lamentado la muerte de su "amigo leal": "Es una gran pena", ha dicho antes de meterse en el coche y regresar a La Zarzuela. Los Reyes y la Infanta Elena, que han enviado, como los Príncipes, tres coronas de flores al Congreso, han permanecido unos 25 minutos en la capilla ardiente, donde han dado el pésame a los hijos del expresidente.
Esta tarde, a las 15.00 horas se espera la llegada de don Felipe y doña Letizia, que esta mañana han viajado a Bilbao para asistir al funeral del exalcalde Iñaki Azkuna, junto a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría
. La infanta Cristina, apartada de la vida oficial de la Casa del Rey desde la imputación de su marido en el caso Nóos, no ha acompañado a los Reyes.
La Zarzuela ha suspendido todos sus actos institucionales durante los tres días de luto oficial por la muerte de Suárez. De hecho, los reyes de Bélgica, que tenían previsto viajar a España este martes, han aplazado su visita.
El próximo lunes asistirán al funeral de Estado.
El público, varios centenares de personas, en su mayoría mujeres, entre los que se cuentan numerosos jóvenes, está accediendo a la capilla ardiente del Congreso, a través de la Puerta de los Leones, desde del mediodía.
La cola, pasadas las diez de la mañana, llegaba hasta el Banco de España.
El protocolo de los actos, que el Parlamento, La Moncloa y La Zarzuela preparan desde el sábado, contempla el traslado del féretro el martes por la mañana hasta la catedral de Ávila, donde se celebrará una misa córpore insepulto.
Posteriormente, Suárez será enterrado en el claustro de la catedral cerca del presidente del Gobierno en el exilio durante la II República, Claudio Sánchez-Albornoz, y hasta allí se trasladarán los restos de su esposa, Amparo Illana, fallecida en 2001.
El Boletín Oficial del Estado ha publicado este lunes el decreto que declara tres días de luto oficial, en el que se aplicará el protocolo habitual, por el que hasta el miércoles todas las banderas de los edificios públicos ondearán a media hasta.
Todas las fuerzas políticas, los expresidentes y varios mandatarios autonómicos han acudido este lunes a la Cámara baja, donde a partir de las dos de la tarde se espera la llegada del presidente de la Generalitat, Artur Mas, que mantiene su desafío soberanista con el Gobierno.
El féretro del exjefe del Ejecutivo ha llegado a la Cámara baja a las diez, recibido por las autoridades del Estado encabezadas por el jefe del Ejecutivo, Mariano Rajoy.
Todos los portavoces parlamentarios, los miembros de las Mesas del Congreso y del Senado y los presidentes de los órganos constitucionales han aguardado en el salón de los Pasos Perdidos la llegada de los Reyes de España y de la infanta Elena, quienes han hecho su entrada a las 10.30 en punto, los tres vestidos de riguroso luto.
Tras el presidente del Gobierno y los presidentes del Congreso y del Senado, el primer saludo ha sido el de los expresidentes Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero.
Los tres han entrado en coche en el Patio de la calle Floridablanca, donde les esperaban Rajoy, y su esposa, Elvira Fernández, los presidentes del Congreso y del Senado, Jesús Posada y Pío García Escudero, y los del Poder Judicial: el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes, y el del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos.
En medio del salón está expuesto, y ahí quedará hasta mañana a las diez de la mañana, el féretro de uno de los padres de la democracia española, sobre el que se ha extendido una bandera de España. Las paredes de la sala están tapizadas de coronas de flores de todas las instituciones.
A las 9.30 el Gobierno ha celebrado un Consejo de Ministros extraordinario para aprobar la concesión del Collar de Carlos III al primer presidente de la democracia (1976-1981).
Ha sido el Rey quien ha colocado el collar, la máxima condecoración que concede el Gobierno, sobre el féretro.
El hijo mayor de Suárez, por su parte, ha llevado el Toisón de Oro, máxima condecoración de la Casa del Rey, que don Juan Carlos entregó personalmente al expresidente en 2008.
El Monarca expresó ayer en un mensaje de vídeo su "gran dolor" y "permanente gratitud" hacia Adolfo Suárez
. También hoy, antes de abandonar el Congreso ha lamentado la muerte de su "amigo leal": "Es una gran pena", ha dicho antes de meterse en el coche y regresar a La Zarzuela. Los Reyes y la Infanta Elena, que han enviado, como los Príncipes, tres coronas de flores al Congreso, han permanecido unos 25 minutos en la capilla ardiente, donde han dado el pésame a los hijos del expresidente.
Esta tarde, a las 15.00 horas se espera la llegada de don Felipe y doña Letizia, que esta mañana han viajado a Bilbao para asistir al funeral del exalcalde Iñaki Azkuna, junto a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría
. La infanta Cristina, apartada de la vida oficial de la Casa del Rey desde la imputación de su marido en el caso Nóos, no ha acompañado a los Reyes.
La Zarzuela ha suspendido todos sus actos institucionales durante los tres días de luto oficial por la muerte de Suárez. De hecho, los reyes de Bélgica, que tenían previsto viajar a España este martes, han aplazado su visita.
El próximo lunes asistirán al funeral de Estado.
El público, varios centenares de personas, en su mayoría mujeres, entre los que se cuentan numerosos jóvenes, está accediendo a la capilla ardiente del Congreso, a través de la Puerta de los Leones, desde del mediodía.
La cola, pasadas las diez de la mañana, llegaba hasta el Banco de España.
El protocolo de los actos, que el Parlamento, La Moncloa y La Zarzuela preparan desde el sábado, contempla el traslado del féretro el martes por la mañana hasta la catedral de Ávila, donde se celebrará una misa córpore insepulto.
Posteriormente, Suárez será enterrado en el claustro de la catedral cerca del presidente del Gobierno en el exilio durante la II República, Claudio Sánchez-Albornoz, y hasta allí se trasladarán los restos de su esposa, Amparo Illana, fallecida en 2001.
El Boletín Oficial del Estado ha publicado este lunes el decreto que declara tres días de luto oficial, en el que se aplicará el protocolo habitual, por el que hasta el miércoles todas las banderas de los edificios públicos ondearán a media hasta.
23 mar 2014
Adolfo Suárez, el político más solitario de la democracia
Adolfo Suárez fue, seguramente, el político más solitario que ha
existido en la democracia española y, sin embargo, fue el que más se
empeñó, en una época peligrosamente incierta, en promover el diálogo y
la distensión.
Sus discursos, entonces muy criticados por la clase política, no solo en la oposición sino incluso en su propia formación política, estuvieron incansablemente llenos de llamamientos al “acuerdo”, el “esfuerzo común” o la “concordia” y toda su actividad política es la plasmación de ese ahínco.
Su primera gran apelación al pacto la formuló cuando todavía no era más que un joven y extravagante ministro Secretario General del Movimiento, siete meses después de la muerte del dictador. Ante las últimas Cortes franquistas, que representaban la enorme estructura levantada durante casi cuatro décadas de dictadura, aquel ministro de 43 años lanzó el 9 de junio de 1976 lo que sería el principal hilo conductor de su vertiginosa actuación política:
“Vamos, sencillamente, a quitarle dramatismo a nuestra política. Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal.
Vamos a sentar las bases de un entendimiento duradero bajo el imperio de la ley”.
Es lógico que en aquellos momentos Suárez despertara toda clase de cautelas y resquemores en una oposición humillada por una Guerra Civil perdida y por tantos años de franquismo, pero leído ahora, 37 años después, su discurso en defensa de la descafeinada Ley de Asociación Política, que permitía la legalización de los partidos, salvo del Partido Comunista de España (PCE), es una pieza parlamentaria magnífica y marcaba perfectamente cuál iba a ser la voluntad política de quien escasamente un mes después sería elegido por el Rey como su verdadero primer presidente del Gobierno (el anterior, Carlos Arias Navarro, había sido nombrado por Franco).
Suárez fue presidente cinco años y medio, los más inciertos y peligrosos de la Transición española, y si algo caracterizó, por encima de todo, su Gobierno fue la extrema velocidad que imprimió a las reformas, el ritmo vertiginoso con el que impulsó los cambios
. Doce meses después de aquella apelación a la “normalidad”, aquel simpático político al que la mayoría comparaba con un dependiente de grandes almacenes, un funcionario de medio pelo con un currículo muy poco presentable, había concedido una amnistía que todavía no era total pero que desbloqueaba las relaciones con la oposición; había hecho aprobar una Ley de Reforma Política que dinamitaba, desde la legalidad, toda la estructura franquista; había disuelto el Movimiento Nacional, legalizado al Partido Comunista de España y a los sindicatos Comisiones Obreras y UGT; había creado un nuevo partido político, UCD, y celebrado, y ganado, las primeras elecciones democráticas desde la República; había puesto en marcha unas Cortes Constituyentes, que elaborarían la primera Constitución de consenso en la historia española…
No tardó ni quince días después de ganar esas elecciones del 15 de junio de 1977 en presentar la candidatura formal de España para ingresar en la entonces Comunidad Económica Europea y no pasaron ni cuatro meses antes de autorizar el regreso a España de Josep Tarradellas como president provisional de la Generalitat de Catalunya, y antes de recibirlo con un fuerte apretón de manos en la Moncloa.
Durante todo este tiempo, Adolfo Suárez insistió, una y otra vez, en el mismo mensaje:
“Os invito a que iniciemos la senda racional de hacer posible el entendimiento por vías pacíficas”. “Este pueblo no nos pide milagros ni utopías. Pienso que nos pide, sencillamente, que acomodemos el derecho a la realidad”. “Quitemos dramatismo a nuestra política”. “Reconozcamos la realidad del país”.
El mérito de este discurso permanente de concordia de Suárez cobra todavía más relieve si no se olvida, como muchas veces se hace, que todo este proceso de normalización democrática se hizo en medio de huelgas, manifestaciones, una inflación disparada y un paro creciente, presiones y desplantes militares, una larga lista de feroces atentados de ETA, del GRAPO y de los grupos ultra y fascistas, y de una creciente incomprensión política.
Cuando finalmente dimitió, el 29 de enero de 1981, Adolfo Suárez tenía 48 años.
Había soportado, con la única amistad de Fernando Abril Martorell y del general Manuel Gutiérrez Mellado, más crisis que ningún otro político de la democracia y se encontraba aterradoramente aislado.
El presidente del Gobierno presentó su renuncia ante las cámaras de televisión, demacrado y agotado, sometido a la fuerte crispación política que promovía sin cesar la oposición socialista, a las luchas internas de su propio partido, a la creciente falta de confianza del Rey y, por supuesto, a la interminable y furiosa presión militar que desembocaría ese mismo año en el golpe de Estado del 23-F.
Para entonces ya había demostrado una formidable capacidad de aguante, un gran coraje y un firme deseo de interpretar sinceramente la voluntad de la mayoría de los españoles.
Aquel joven funcionario que propuso a los herederos del franquismo quitar dramatismo a la vida política española fue el mismo que cinco años después, en retirada y derrotado, sin que casi nadie le reconociera que había cumplido gran parte de sus compromisos políticos, culminó su tarea institucional negándose en el Congreso de los Diputados a tirarse al suelo pese a las amenazas de un teniente coronel golpista.
Sus discursos, entonces muy criticados por la clase política, no solo en la oposición sino incluso en su propia formación política, estuvieron incansablemente llenos de llamamientos al “acuerdo”, el “esfuerzo común” o la “concordia” y toda su actividad política es la plasmación de ese ahínco.
Su primera gran apelación al pacto la formuló cuando todavía no era más que un joven y extravagante ministro Secretario General del Movimiento, siete meses después de la muerte del dictador. Ante las últimas Cortes franquistas, que representaban la enorme estructura levantada durante casi cuatro décadas de dictadura, aquel ministro de 43 años lanzó el 9 de junio de 1976 lo que sería el principal hilo conductor de su vertiginosa actuación política:
“Vamos, sencillamente, a quitarle dramatismo a nuestra política. Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal.
Vamos a sentar las bases de un entendimiento duradero bajo el imperio de la ley”.
Es lógico que en aquellos momentos Suárez despertara toda clase de cautelas y resquemores en una oposición humillada por una Guerra Civil perdida y por tantos años de franquismo, pero leído ahora, 37 años después, su discurso en defensa de la descafeinada Ley de Asociación Política, que permitía la legalización de los partidos, salvo del Partido Comunista de España (PCE), es una pieza parlamentaria magnífica y marcaba perfectamente cuál iba a ser la voluntad política de quien escasamente un mes después sería elegido por el Rey como su verdadero primer presidente del Gobierno (el anterior, Carlos Arias Navarro, había sido nombrado por Franco).
Suárez fue presidente cinco años y medio, los más inciertos y peligrosos de la Transición española, y si algo caracterizó, por encima de todo, su Gobierno fue la extrema velocidad que imprimió a las reformas, el ritmo vertiginoso con el que impulsó los cambios
. Doce meses después de aquella apelación a la “normalidad”, aquel simpático político al que la mayoría comparaba con un dependiente de grandes almacenes, un funcionario de medio pelo con un currículo muy poco presentable, había concedido una amnistía que todavía no era total pero que desbloqueaba las relaciones con la oposición; había hecho aprobar una Ley de Reforma Política que dinamitaba, desde la legalidad, toda la estructura franquista; había disuelto el Movimiento Nacional, legalizado al Partido Comunista de España y a los sindicatos Comisiones Obreras y UGT; había creado un nuevo partido político, UCD, y celebrado, y ganado, las primeras elecciones democráticas desde la República; había puesto en marcha unas Cortes Constituyentes, que elaborarían la primera Constitución de consenso en la historia española…
No tardó ni quince días después de ganar esas elecciones del 15 de junio de 1977 en presentar la candidatura formal de España para ingresar en la entonces Comunidad Económica Europea y no pasaron ni cuatro meses antes de autorizar el regreso a España de Josep Tarradellas como president provisional de la Generalitat de Catalunya, y antes de recibirlo con un fuerte apretón de manos en la Moncloa.
Durante todo este tiempo, Adolfo Suárez insistió, una y otra vez, en el mismo mensaje:
“Os invito a que iniciemos la senda racional de hacer posible el entendimiento por vías pacíficas”. “Este pueblo no nos pide milagros ni utopías. Pienso que nos pide, sencillamente, que acomodemos el derecho a la realidad”. “Quitemos dramatismo a nuestra política”. “Reconozcamos la realidad del país”.
El mérito de este discurso permanente de concordia de Suárez cobra todavía más relieve si no se olvida, como muchas veces se hace, que todo este proceso de normalización democrática se hizo en medio de huelgas, manifestaciones, una inflación disparada y un paro creciente, presiones y desplantes militares, una larga lista de feroces atentados de ETA, del GRAPO y de los grupos ultra y fascistas, y de una creciente incomprensión política.
Cuando finalmente dimitió, el 29 de enero de 1981, Adolfo Suárez tenía 48 años.
Había soportado, con la única amistad de Fernando Abril Martorell y del general Manuel Gutiérrez Mellado, más crisis que ningún otro político de la democracia y se encontraba aterradoramente aislado.
El presidente del Gobierno presentó su renuncia ante las cámaras de televisión, demacrado y agotado, sometido a la fuerte crispación política que promovía sin cesar la oposición socialista, a las luchas internas de su propio partido, a la creciente falta de confianza del Rey y, por supuesto, a la interminable y furiosa presión militar que desembocaría ese mismo año en el golpe de Estado del 23-F.
Para entonces ya había demostrado una formidable capacidad de aguante, un gran coraje y un firme deseo de interpretar sinceramente la voluntad de la mayoría de los españoles.
Aquel joven funcionario que propuso a los herederos del franquismo quitar dramatismo a la vida política española fue el mismo que cinco años después, en retirada y derrotado, sin que casi nadie le reconociera que había cumplido gran parte de sus compromisos políticos, culminó su tarea institucional negándose en el Congreso de los Diputados a tirarse al suelo pese a las amenazas de un teniente coronel golpista.
Muere Adolfo Suárez, el líder que cambió la historia de España
Adolfo Suárez dirigió el cambio de un Estado dictatorial hasta una democracia constitucional
El proceso duró solo dos años y medio
El expresidente dijo: "Nosotros fuimos nuestro propio antecedente".
Fue el coraje hecho persona y el más firme defensor de los valores del diálogo y del consenso. Pero por encima de todo, Adolfo Suárez González,
que ha fallecido este domingo 23 de marzo a los 81 años tras una larga
enfermedad neurodegenerativa, entra en la Historia por haber dirigido un
auténtico cambio en el curso de los asuntos públicos de España, que
transitó desde el Estado dictatorial hasta la democracia constitucional
en solo dos años y medio, a pesar de la intensidad de los esfuerzos de
la extrema derecha y del terrorismo de ETA y del GRAPO para impedirlo, y
de las conspiraciones de franquistas atrincherados en el inmovilismo.
Un golpe de timón del rey don Juan Carlos fue precisamente lo que desbloqueó el camino de una reforma política que tuvo muchos padres. Suárez había redactado una hoja de ruta de la futura democracia, “unas cuartillas” que puso en manos del Rey en el mayor de los secretos, según afirma su círculo íntimo
. Esa versión contrasta con las Memorias póstumas de Torcuato Fernández Miranda, el maduro profesor que ofició de mentor político de don Juan Carlos en sus primeros años como Rey, en las que se atribuye a sí mismo el papel de diseñador de la Transició
n. Líderes de la izquierda, como Felipe González y Santiago Carrillo, también participaron de lleno en las decisiones de la Transición, y aunque más tardíamente, también hay que reconocer el papel de Manuel Fraga.
Pero lo cierto es que nada hubiera sido posible si Suárez, al frente del segundo Gobierno del Rey, hubiera titubeado o se hubiera atascado en la conducción del proceso durante el año escaso que transcurrió entre su nombramiento como jefe del Gobierno y las elecciones del 15 de junio de 1977. Decidió una primera amnistía de presos políticos, disolvió el Movimiento Nacional, legalizó a los partidos que pugnaban por la democracia; socialistas y comunistas contuvieron a los más radicales y Suárez se fajó para que las estructuras franquistas se hicieran el haraquiri, como un general que tuerce el brazo a sus tropas, siempre por el procedimiento "de la ley a la ley"
. De ahí la inquina que le guardaron los elementos inmovilistas.
Don Juan Carlos despidió a Carlos Arias, su primer presidente del Gobierno, el 30 de junio de 1976. Este no había presentado la dimisión, pero tampoco se resistió
. En las jornadas sucesivas, Fernández Miranda maniobró para hacer posible que los consejeros del Reino incluyeran el nombre de Suárez en el trío de propuestas para nuevo presidente ("terna", en la jerga de la época).
Era un asunto delicado porque, según la legislación de la dictadura, el jefe del Estado solo podía designar a uno de los tres que le propusiera aquel órgano dominado por franquistas de toda la vida. De ahí la habilidad con que Fernández Miranda condujo las deliberaciones para que el nombre de Suárez figurase como si fuera de relleno.
Al término, anunció: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido", sin especificar en qué consistía
. El secreto se guardó hasta el día en que el Monarca convocó a Suárez a La Zarzuela para pedirle "el favor" de aceptar la presidencia del Gobierno
. Y al futuro conductor de la Transición solo se le ocurrió esta primera respuesta: "¡Por fin!".
Suárez contaba entonces con 43 años
. Criado políticamente en el Movimiento Nacional (el partido único de Franco, un magma de falangistas, sindicalistas verticales y cargos públicos), llevaba nueve dedicado a la política. Había comenzado como procurador en Cortes (hoy, diputado) por Ávila, su provincia natal, hasta desempeñar la secretaría general del Movimiento en el primer Gobierno del Rey.
Una trayectoria con poco brillo y demasiada juventud para la élite intelectual y funcionarial de la época, que compartió con la oposición clandestina, sin quererlo, la impresión de que el Rey había cometido el error de su vida.
No habían transcurrido dos semanas desde la designación cuando el nuevo Ejecutivo anunció la celebración de elecciones en menos un año, y se fijó el plazo máximo del 30 de junio de 1977. Abandonada la titubeante reforma política del Gobierno anterior, el nuevo proyecto pasaba por establecer un objetivo más claramente democrático.
La base para ello salió del cerebro de Fernández Miranda, lo que él mismo llamó el documento "sin padre".
Por corto que parezca ahora el objetivo, se trataba de elegir un Parlamento por sufragio universal, por primera vez desde 1936.
Para conseguirlo era necesario que las Cortes franquistas lo aprobaran por mayoría de dos tercios
. En el intento de salvar obstáculos, Suárez protagonizó el 8 de septiembre una reunión con el alto mando militar de la que salió la versión de que el presidente había prometido no legalizar al PCE.
Por eso cuando lo hizo, nueve meses más tarde, una parte del alto mando se sintió traicionado y le pareció pretexto suficiente para protagonizar un conato de rebelión.
Primero fue la ley de reforma política, negociada no con la oposición ilegal -aunque se le tuvo al corriente- sino con Alianza Popular, el grupo que acababa de fundar Manuel Fraga y que contaba con 200 procuradores en las Cortes franquistas.
El 18 de noviembre de 1976, una gran mayoría de procuradores en Cortes (425 a favor, 59 en contra, 13 abstenciones) aprobó la ley que autorizaba al Gobierno para convocar elecciones a Congreso y Senado, salvo 40 senadores reservados a la designación del Rey. Inmediatamente se convocó un referéndum de ratificación, que contó con una participación del 77% (pese a la abstención solicitada por la oposición), de los cuales votó a favor el 94%.
Suárez consiguió una gran victoria tras torcer el brazo a sus propias tropas.
Ese triunfo reforzó al presidente del Gobierno frente a Fernández Miranda, que se había limitado a actuar en la sombra
. Ahí comenzó el distanciamiento entre los dos. Suárez tomó decididamente las riendas de la negociación de las condiciones en que iban a celebrarse las primeras elecciones, la legalización de los partidos clandestinos (no todos, pero sí los que se suponía más potentes) y los preparativos para las urnas.
El terrorismo de ETA, de los GRAPO y de la extrema derecha se abatió sobre el incipiente proyecto democrático, pero eso no impidió la legalización de los principales grupos de izquierda que iban a ser la base de la estructura política del Estado reformado.
El 9 de abril de 1977 quedó legalizado el Partido Comunista, poco después de que fuera retirado el gigantesco yugo y las flechas instalado en la madrileña Alcalá 44, la sede del partido único (hasta entonces).
El 11 de abril dimitió el ministro de Marina, almirante Pita da Veiga, y el 12 se produjo la reunión del Consejo Superior del Ejército que expresó la "repulsa general" a la legalización del PCE "en todas las unidades del Ejército"
. La publicación de este comunicado militar coincidió con la primera reunión pública del PCE en Madrid, que trató de contrarrestar la movida militar colocando la bandera rojigualda en la misma sala donde estaba la bandera roja.
Su secretario general, Santiago Carrillo, hizo una ostensible declaración de reconocimiento a la Monarquía.
La mayoría de la prensa, que en enero había publicado un editorial conjunto contra la desestabilización, volvió a difundir otro en abril, No frustrar una esperanza, en defensa de la democracia y de la neutralidad de los militares.
El presidente del Gobierno confirmó la voluntad de ir a las elecciones. Él mismo quiso competir en ellas: carecía de partido político alguno, pero desembarcó en una coalición de 14 grupos (democristianos, liberales, socialdemócratas) que pululaban bajo el nombre de Centro Democrático y, sobre la base de desplazar a su figura principal, José María de Areilza, se alzó con el mando de la improvisada UCD. También entró ahí mucha gente suya, a la que se llamó los azules por el color de la camisa falangista.
De la campaña a las elecciones de 1977 data una de sus frases más famosas, "puedo prometer y prometo", sugerida por su colaborador Fernando Ónega.
. La coalición nacionalista de Jordi Pujol obtuvo 11 y el PNV, 8.
Sin mayoría absoluta, pero al frente de la fuerza dominante (UCD), Suárez se lanzó en múltiples direcciones.
Por una parte trató de reforzar su autoridad sobre UCD, empujando a sus diversos partidos hacia la disolución a favor de la unidad, apoyándose para la tarea de gobierno en un número dos de confianza, Fernando Abril Martorell.
Por otra, reconoció la legitimidad de la Generalitat de Cataluña en la persona de su presidente en el exilio, Josep Tarradellas. Y al tiempo, lanzó a la arena pública el invento del "consenso", cuyo primer fruto fueron los pactos de la Moncloa (otoño de 1977), que reunieron a un amplio abanico de partidos y sindicatos en un acuerdo frente a la crisis económica.
La Constitución fue el segundo fruto del consenso. Fue elaborada a lo largo de 1978, mientras la derecha y parte de los centristas rechinaban contra Suárez, su poder y su actitud presidencialista.
El malestar militar iba en aumento y el terrorismo etarra dejó bien claro su intento de acabar con la incipiente democracia. En esas condiciones se cerró el acuerdo de la Constitución y se celebró el referéndum por el que se aprobó, el 6 de diciembre de 1978.
Ni la participación en el referéndum fue demasiado elevada (67%) ni se consiguió el apoyo del PNV al texto constitucional, que optó por la abstención en el País Vasco.
En todo caso, se consideró un gran triunfo haber llegado a promulgar una Carta Magna elaborada con participación activa de la derecha (AP), el centroderecha (UCD), el socialismo, el comunismo y el nacionalismo catalán. Pero ahí se acabó el consenso.
A partir de ese resultado compartido, cada sector político decidió continuar su propio camino.
El presidente disolvió las Cortes constituyentes, convocó nuevas elecciones y volvió a ganarlas en marzo de 1979, en términos similares a las precedentes: sin mayoría absoluta, pero otra vez en posición dominante.
Felipe González le devolvió la pelota en la sesión de investidura de Suárez, exhibiendo su pasado en el Movimiento Nacional.
Un año más tarde, la moción de censura socialista contra Suárez no obtuvo votos suficientes para derribarle, pero le fragilizó.
Las posiciones dentro de UCD se dividieron; la ley del divorcio y la del Estatuto de Centros Docentes tropezaron con la oposición interna de los democristianos.
La opinión publicada de la época usó las palabras desilusión y desencanto para referirse a la situación del país en 1980. El ambiente de confusión y malestar caló en la opinión pública, que retiró rápidamente el apoyo a Suárez, según las encuestas de la época.
Si la clave del consenso había sido una reforma democrática compartida por la derecha civilizada, la izquierda y el nacionalismo catalán, a finales de 1980 el presidente del Gobierno ya no tenía fuerza para convencer a los barones de su propio partido. Las conspiraciones militares y cívico-militares avanzaban a buen ritmo. Los principales banqueros presionaban a parte de UCD para que abandonara a Suárez —que acaba de implantar una política fiscal digna de tal nombre—. "Querían que nos incorporásemos a la derecha pura y dura, es decir, al grupo de Alianza Popular", ha explicado el democristiano Fernando Álvarez de Miranda en sus Memorias.
El trato entre el Rey y Suárez se enfrió: el presidente quería ser el responsable constitucional de un Rey que se le escapaba, fiel a la idea de que prefería atribuir los éxitos del Gobierno a la Corona y sus fracasos, al propio Gobierno. Y el terrorismo etarra continuaba su tarea de demolición implacable de la confianza en la democracia.
A finales de enero de 1981, Adolfo Suárez decidió tirar la toalla y renunció a la presidencia del Gobierno
. Esto aceleró el nerviosismo de los implicados en las diversas conspiraciones militares en marcha. Desconocedor de lo que se tramaba, asistió como presidente dimisionario a la segunda y definitiva votación de investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981, cuando el entonces teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Congreso al frente de cientos de guardias civiles. Ahí resurgió el mejor Suárez, el hombre arrojado que se enfrentó a los asaltantes sin más respaldo que el de su valor personal frente a las armas sublevadas.
Salió prestigiado de aquella prueba, pero en realidad fue su canto del cisne: el animal político de raza intentó recuperarse y ya no pudo. España dejó caer al líder genial, considerando que su tiempo había pasado y otros protagonistas pugnaban por abrirse paso.
Todavía construyó otro partido, el Centro Democrático y Social (CDS), pero los resultados fueron mediocres. Suárez se retiró del primer plano de la política en 1991 y se refugió en un discreto despacho profesional como abogado
. En 2003 empezó a sufrir los síntomas del Alzheimer y la noticia, mantenida en la discreción por su primogénito, Adolfo, se hizo pública 1 de junio de 2005.
Y a partir de entonces todo han sido homenajes y reconocimientos al estadista, al hombre adecuado en el momento oportuno, sublimado en la consideración pública por la nostalgia de un tiempo en que los conflictos políticos se resolvían por el diálogo y la negociación, en una España donde la crispación era de los extremismos y no afectaba a las corrientes centrales de la política. En todo caso, nadie puede regatearle méritos a Adolfo Suárez en la obra de haber conducido el tren de la Transición sin que descarrilara. Y sin conocer la vía por la que circulaba.
Como recuerda su biógrafo Juan Francisco Fuentes, Adolfo Suárez había dicho que no había modelos nacionales o internacionales que pudieran servir de falsilla para la transición española, y por eso dijo: "Nosotros fuimos nuestro propio antecedente"
Nadie hizo tanto en tan poco tiempo.Como es Creyente que Dios lo tenga en su gloria, y para los que le debemos ser legalizados tener Amnistia que nadie lo borre de su memoria, la Historia pone siempre en su sitio. Descanse en Paz..
Un golpe de timón del rey don Juan Carlos fue precisamente lo que desbloqueó el camino de una reforma política que tuvo muchos padres. Suárez había redactado una hoja de ruta de la futura democracia, “unas cuartillas” que puso en manos del Rey en el mayor de los secretos, según afirma su círculo íntimo
. Esa versión contrasta con las Memorias póstumas de Torcuato Fernández Miranda, el maduro profesor que ofició de mentor político de don Juan Carlos en sus primeros años como Rey, en las que se atribuye a sí mismo el papel de diseñador de la Transició
n. Líderes de la izquierda, como Felipe González y Santiago Carrillo, también participaron de lleno en las decisiones de la Transición, y aunque más tardíamente, también hay que reconocer el papel de Manuel Fraga.
Pero lo cierto es que nada hubiera sido posible si Suárez, al frente del segundo Gobierno del Rey, hubiera titubeado o se hubiera atascado en la conducción del proceso durante el año escaso que transcurrió entre su nombramiento como jefe del Gobierno y las elecciones del 15 de junio de 1977. Decidió una primera amnistía de presos políticos, disolvió el Movimiento Nacional, legalizó a los partidos que pugnaban por la democracia; socialistas y comunistas contuvieron a los más radicales y Suárez se fajó para que las estructuras franquistas se hicieran el haraquiri, como un general que tuerce el brazo a sus tropas, siempre por el procedimiento "de la ley a la ley"
. De ahí la inquina que le guardaron los elementos inmovilistas.
Don Juan Carlos despidió a Carlos Arias, su primer presidente del Gobierno, el 30 de junio de 1976. Este no había presentado la dimisión, pero tampoco se resistió
. En las jornadas sucesivas, Fernández Miranda maniobró para hacer posible que los consejeros del Reino incluyeran el nombre de Suárez en el trío de propuestas para nuevo presidente ("terna", en la jerga de la época).
Era un asunto delicado porque, según la legislación de la dictadura, el jefe del Estado solo podía designar a uno de los tres que le propusiera aquel órgano dominado por franquistas de toda la vida. De ahí la habilidad con que Fernández Miranda condujo las deliberaciones para que el nombre de Suárez figurase como si fuera de relleno.
Al término, anunció: "Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido", sin especificar en qué consistía
. El secreto se guardó hasta el día en que el Monarca convocó a Suárez a La Zarzuela para pedirle "el favor" de aceptar la presidencia del Gobierno
. Y al futuro conductor de la Transición solo se le ocurrió esta primera respuesta: "¡Por fin!".
Suárez contaba entonces con 43 años
. Criado políticamente en el Movimiento Nacional (el partido único de Franco, un magma de falangistas, sindicalistas verticales y cargos públicos), llevaba nueve dedicado a la política. Había comenzado como procurador en Cortes (hoy, diputado) por Ávila, su provincia natal, hasta desempeñar la secretaría general del Movimiento en el primer Gobierno del Rey.
Una trayectoria con poco brillo y demasiada juventud para la élite intelectual y funcionarial de la época, que compartió con la oposición clandestina, sin quererlo, la impresión de que el Rey había cometido el error de su vida.
"Obrad sin miedo"
Eso dijo el Rey en la primera reunión del Consejo de Ministros formado por Suárez, según testimonio de su entonces vicepresidente, Alfonso Osorio.No habían transcurrido dos semanas desde la designación cuando el nuevo Ejecutivo anunció la celebración de elecciones en menos un año, y se fijó el plazo máximo del 30 de junio de 1977. Abandonada la titubeante reforma política del Gobierno anterior, el nuevo proyecto pasaba por establecer un objetivo más claramente democrático.
La base para ello salió del cerebro de Fernández Miranda, lo que él mismo llamó el documento "sin padre".
Por corto que parezca ahora el objetivo, se trataba de elegir un Parlamento por sufragio universal, por primera vez desde 1936.
Para conseguirlo era necesario que las Cortes franquistas lo aprobaran por mayoría de dos tercios
. En el intento de salvar obstáculos, Suárez protagonizó el 8 de septiembre una reunión con el alto mando militar de la que salió la versión de que el presidente había prometido no legalizar al PCE.
Por eso cuando lo hizo, nueve meses más tarde, una parte del alto mando se sintió traicionado y le pareció pretexto suficiente para protagonizar un conato de rebelión.
Primero fue la ley de reforma política, negociada no con la oposición ilegal -aunque se le tuvo al corriente- sino con Alianza Popular, el grupo que acababa de fundar Manuel Fraga y que contaba con 200 procuradores en las Cortes franquistas.
El 18 de noviembre de 1976, una gran mayoría de procuradores en Cortes (425 a favor, 59 en contra, 13 abstenciones) aprobó la ley que autorizaba al Gobierno para convocar elecciones a Congreso y Senado, salvo 40 senadores reservados a la designación del Rey. Inmediatamente se convocó un referéndum de ratificación, que contó con una participación del 77% (pese a la abstención solicitada por la oposición), de los cuales votó a favor el 94%.
Suárez consiguió una gran victoria tras torcer el brazo a sus propias tropas.
Ese triunfo reforzó al presidente del Gobierno frente a Fernández Miranda, que se había limitado a actuar en la sombra
. Ahí comenzó el distanciamiento entre los dos. Suárez tomó decididamente las riendas de la negociación de las condiciones en que iban a celebrarse las primeras elecciones, la legalización de los partidos clandestinos (no todos, pero sí los que se suponía más potentes) y los preparativos para las urnas.
El terrorismo de ETA, de los GRAPO y de la extrema derecha se abatió sobre el incipiente proyecto democrático, pero eso no impidió la legalización de los principales grupos de izquierda que iban a ser la base de la estructura política del Estado reformado.
El 9 de abril de 1977 quedó legalizado el Partido Comunista, poco después de que fuera retirado el gigantesco yugo y las flechas instalado en la madrileña Alcalá 44, la sede del partido único (hasta entonces).
El 11 de abril dimitió el ministro de Marina, almirante Pita da Veiga, y el 12 se produjo la reunión del Consejo Superior del Ejército que expresó la "repulsa general" a la legalización del PCE "en todas las unidades del Ejército"
. La publicación de este comunicado militar coincidió con la primera reunión pública del PCE en Madrid, que trató de contrarrestar la movida militar colocando la bandera rojigualda en la misma sala donde estaba la bandera roja.
Su secretario general, Santiago Carrillo, hizo una ostensible declaración de reconocimiento a la Monarquía.
La mayoría de la prensa, que en enero había publicado un editorial conjunto contra la desestabilización, volvió a difundir otro en abril, No frustrar una esperanza, en defensa de la democracia y de la neutralidad de los militares.
El presidente del Gobierno confirmó la voluntad de ir a las elecciones. Él mismo quiso competir en ellas: carecía de partido político alguno, pero desembarcó en una coalición de 14 grupos (democristianos, liberales, socialdemócratas) que pululaban bajo el nombre de Centro Democrático y, sobre la base de desplazar a su figura principal, José María de Areilza, se alzó con el mando de la improvisada UCD. También entró ahí mucha gente suya, a la que se llamó los azules por el color de la camisa falangista.
De la campaña a las elecciones de 1977 data una de sus frases más famosas, "puedo prometer y prometo", sugerida por su colaborador Fernando Ónega.
Bipartidismo imperfecto
Los resultados del 15-J diseñaron aquel "bipartidismo imperfecto" que perdura todavía, con un partido dominante pero sin mayoría absoluta (UCD) que obtuvo 166 diputados, en todo caso muchos más que la Alianza Popular de Manuel Fraga, que se quedó en 16. Mientras, el PSOE se alzaba con la hegemonía de la izquierda, 118, frente al PCE de Santiago Carrillo, que logró 19. La coalición nacionalista de Jordi Pujol obtuvo 11 y el PNV, 8.
Sin mayoría absoluta, pero al frente de la fuerza dominante (UCD), Suárez se lanzó en múltiples direcciones.
Por una parte trató de reforzar su autoridad sobre UCD, empujando a sus diversos partidos hacia la disolución a favor de la unidad, apoyándose para la tarea de gobierno en un número dos de confianza, Fernando Abril Martorell.
Por otra, reconoció la legitimidad de la Generalitat de Cataluña en la persona de su presidente en el exilio, Josep Tarradellas. Y al tiempo, lanzó a la arena pública el invento del "consenso", cuyo primer fruto fueron los pactos de la Moncloa (otoño de 1977), que reunieron a un amplio abanico de partidos y sindicatos en un acuerdo frente a la crisis económica.
La Constitución fue el segundo fruto del consenso. Fue elaborada a lo largo de 1978, mientras la derecha y parte de los centristas rechinaban contra Suárez, su poder y su actitud presidencialista.
El malestar militar iba en aumento y el terrorismo etarra dejó bien claro su intento de acabar con la incipiente democracia. En esas condiciones se cerró el acuerdo de la Constitución y se celebró el referéndum por el que se aprobó, el 6 de diciembre de 1978.
Ni la participación en el referéndum fue demasiado elevada (67%) ni se consiguió el apoyo del PNV al texto constitucional, que optó por la abstención en el País Vasco.
En todo caso, se consideró un gran triunfo haber llegado a promulgar una Carta Magna elaborada con participación activa de la derecha (AP), el centroderecha (UCD), el socialismo, el comunismo y el nacionalismo catalán. Pero ahí se acabó el consenso.
A partir de ese resultado compartido, cada sector político decidió continuar su propio camino.
El presidente disolvió las Cortes constituyentes, convocó nuevas elecciones y volvió a ganarlas en marzo de 1979, en términos similares a las precedentes: sin mayoría absoluta, pero otra vez en posición dominante.
El tren se atasca
El resultado de las elecciones de 1979 marcó una ruptura nítida entre Adolfo Suárez y el grupo socialista situado en torno a Felipe González, cargada de consecuencias para el futuro. Suárez cerró la campaña electoral con una intervención televisada en la que atacó al PSOE como un defensor del "aborto libre", "la desaparición de la enseñanza religiosa" y "una economía colectivista".Felipe González le devolvió la pelota en la sesión de investidura de Suárez, exhibiendo su pasado en el Movimiento Nacional.
Un año más tarde, la moción de censura socialista contra Suárez no obtuvo votos suficientes para derribarle, pero le fragilizó.
Las posiciones dentro de UCD se dividieron; la ley del divorcio y la del Estatuto de Centros Docentes tropezaron con la oposición interna de los democristianos.
La opinión publicada de la época usó las palabras desilusión y desencanto para referirse a la situación del país en 1980. El ambiente de confusión y malestar caló en la opinión pública, que retiró rápidamente el apoyo a Suárez, según las encuestas de la época.
Si la clave del consenso había sido una reforma democrática compartida por la derecha civilizada, la izquierda y el nacionalismo catalán, a finales de 1980 el presidente del Gobierno ya no tenía fuerza para convencer a los barones de su propio partido. Las conspiraciones militares y cívico-militares avanzaban a buen ritmo. Los principales banqueros presionaban a parte de UCD para que abandonara a Suárez —que acaba de implantar una política fiscal digna de tal nombre—. "Querían que nos incorporásemos a la derecha pura y dura, es decir, al grupo de Alianza Popular", ha explicado el democristiano Fernando Álvarez de Miranda en sus Memorias.
El trato entre el Rey y Suárez se enfrió: el presidente quería ser el responsable constitucional de un Rey que se le escapaba, fiel a la idea de que prefería atribuir los éxitos del Gobierno a la Corona y sus fracasos, al propio Gobierno. Y el terrorismo etarra continuaba su tarea de demolición implacable de la confianza en la democracia.
A finales de enero de 1981, Adolfo Suárez decidió tirar la toalla y renunció a la presidencia del Gobierno
. Esto aceleró el nerviosismo de los implicados en las diversas conspiraciones militares en marcha. Desconocedor de lo que se tramaba, asistió como presidente dimisionario a la segunda y definitiva votación de investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, el 23 de febrero de 1981, cuando el entonces teniente coronel Antonio Tejero asaltó el Congreso al frente de cientos de guardias civiles. Ahí resurgió el mejor Suárez, el hombre arrojado que se enfrentó a los asaltantes sin más respaldo que el de su valor personal frente a las armas sublevadas.
Salió prestigiado de aquella prueba, pero en realidad fue su canto del cisne: el animal político de raza intentó recuperarse y ya no pudo. España dejó caer al líder genial, considerando que su tiempo había pasado y otros protagonistas pugnaban por abrirse paso.
Todavía construyó otro partido, el Centro Democrático y Social (CDS), pero los resultados fueron mediocres. Suárez se retiró del primer plano de la política en 1991 y se refugió en un discreto despacho profesional como abogado
. En 2003 empezó a sufrir los síntomas del Alzheimer y la noticia, mantenida en la discreción por su primogénito, Adolfo, se hizo pública 1 de junio de 2005.
Y a partir de entonces todo han sido homenajes y reconocimientos al estadista, al hombre adecuado en el momento oportuno, sublimado en la consideración pública por la nostalgia de un tiempo en que los conflictos políticos se resolvían por el diálogo y la negociación, en una España donde la crispación era de los extremismos y no afectaba a las corrientes centrales de la política. En todo caso, nadie puede regatearle méritos a Adolfo Suárez en la obra de haber conducido el tren de la Transición sin que descarrilara. Y sin conocer la vía por la que circulaba.
Como recuerda su biógrafo Juan Francisco Fuentes, Adolfo Suárez había dicho que no había modelos nacionales o internacionales que pudieran servir de falsilla para la transición española, y por eso dijo: "Nosotros fuimos nuestro propio antecedente"
Nadie hizo tanto en tan poco tiempo.Como es Creyente que Dios lo tenga en su gloria, y para los que le debemos ser legalizados tener Amnistia que nadie lo borre de su memoria, la Historia pone siempre en su sitio. Descanse en Paz..
Suscribirse a:
Entradas (Atom)