Se hace indispensable la emulación. Necesitamos referencias e incluso, en determinadas ocasiones, lo más que cabe hacer es procurar imitar
. Y hay quienes ofrecen perspectivas y horizontes tan abiertos y amplios que prácticamente son permanente inspiración. Dicen y dan que decir. Pero, también en tal caso, ello requiere no limitarse a copiar
. Incluso reproducir no es sin más repetir. Ciertas actitudes son contagiosas. Y muy singularmente en la cultura y en la educación.
Se infiltran, se instalan, y van fraguando una suerte de naturalidad que pronto se vive como indiscutible.
Puede hablarse entonces de ejemplaridad, para bien y para mal.
Al respecto, es sorprendente la manifiesta mala educación de tantos supuestamente bien educados. Incluso con modales depurados, no es difícil encontrar quienes adolecen de una inadecuada educación
. No es poco ser impecable en las formas, algo cada día más de agradecer, sin embargo, llama la atención que, incluso sin que ellas se pierdan, puede esfumarse la educación por los vericuetos de las maneras.
Hay quienes finamente son sencillamente maleducados. Y en lugar de vincular el respeto a la dignidad, lo identifican con la etiqueta.
No es cosa de cuestionar un comportamiento cuidado, sin duda requerible y necesario, sino de no reducir a ello la educación.
Una cohorte de correctos pueden resultarnos poco atractivos y ejemplarizantes. Con modales impecables también cabe desconsiderar absolutamente la educación.
Muy singularmente por quienes en determinados ámbitos la tienen como un mero instrumento para la buena reputación, es decir, un simple medio con fines derivados y externos.
No solo una mera apariencia, sino la reducción de esta a la efectiva realidad.
A su juicio, no se trataría tanto de ser educado cuanto de estar educado para algo
. En última instancia, consistiría en un adiestramiento, a fin de responder como corresponde. Por supuesto, a lo establecido. Pero para ratificarlo.
Algunas formas de la llamada "mala educación" no siempre obedecen simplemente a la desconsideración, ni a la falta de aprendizaje
. Ni siquiera están en todo caso configuradas
. Hay ciertamente factores históricos y sociales que condicionan comportamientos, y no siempre la transgresión es, sin más, mala educación.
También puede poner en cuestión estereotipos inadecuados.
Sin embargo, la ignorancia obstaculiza incluso la impugnación. La mala educación empieza por ser una falta de conocimiento, incluso de información. O la improcedente relación con él.
Quienes ostentosamente se sienten afectados por el espectáculo de la mala educación, en general siempre ajena, no pocas veces encuentran dificultades para reconocer hasta qué punto la propia falta de análisis, de diagnóstico, de comprensión, son ya una muestra inequívoca de educación, al menos, insuficiente.
Y todos hemos de ser críticos al respecto, para empezar, con nosotros mismos.
Ciertamente, la forma como contenido, el modo de actuar con determinado proceder y las instituciones como espacio de posibilidad requieren toda una tarea de paideia, incluso de metanoia, una auténtica conversión a la acción, algo que los clásicos latinos vinculan a un retorno hacia sí mismo (ad se convertere), como modo de cuidado de sí.
Por ello, la mala educación empieza por impedir esta acción libre, tratando de imponer actuaciones, más que de propiciar acciones y su capacidad de activarlas.
La mala educación es desatención y desconsideración para con lo legado, para con lo recibido, abandonado a su suerte.
Se trataría más bien, siquiera de valorarlo, de reescribirlo o de someterlo al juicio crítico, lo que no significa su mera descalificación.
Al contrario, ignorarlo resultaría un tanto frívolo y poco ilustrado, hasta para la más creativa frivolidad.
La falta de sensibilidad, la desconsideración para con uno mismo o la entronización permanente de sí, el provecho propio como supremo valor, la carencia de sentido de la medida, la incapacidad no ya para lo incomprensible, sino incluso para lo inesperado, hacen de estas formas de mala educación algo poco recomendable, también por su estilo, que no es mera pose y que, en esa medida, en general es torpe y zafio, por muy presentable que pretenda ser.
Precisamente, el estilo no es un condimento de la acción, dado que ofrece sentido.
No es un aliño, es un modo de ser y de hacer. Y ello no impide, antes al contrario, apreciar y promover el conocimiento, con convicciones, con valores, con aptitudes, con habilidades. Pero conocimiento.
La mala educación se caracteriza por un proceder ansioso e indelicado, precipitado, fascinado por la inmediatez y la mera actualidad, por identificar lo urgente con lo imperioso.
Confunde así la eficacia con la prontitud y considera, erróneamente, que esta es siempre celeridad. No sabe demorarse, se aturde y ofusca por intervenir en cualquier circunstancia
. Considera que, dado que no hay tiempo que perder, avasallar es el camino. O se copia o se desestima.
En definitiva, ignora la mediación. Para ella, lo llamado útil o eficaz, sin más precisiones o contemplaciones, es la adopción de medidas sin pararse en otros efectos siempre colaterales. La mala educación es entonces peligrosa.
Para empezar, para los demás.
No se trata de no ser resolutivo, ni exigente, ni esforzado, ni de dejar de ser capaces de incidir, de decidir.
Se trata de no entender que ser ejecutivo es ejecutar cuanto obstaculiza nuestros objetivos, nuestros resultados. Para el maleducado, ser resolutivo consiste en ser resultadista.
De cualquier manera.
Puestos a reivindicar la educación, la buena educación, y hemos de hacerlo, conviene, siquiera para ser creíbles, no proceder maleducadamente.
Y nos corresponde a todos y a cada quien estar bien atentos.
En los discursos sobre educación, en las disposiciones al respecto, y en determinados comportamientos también se ponen en evidencia otras formas que inciden en los sistemas, en los procedimientos y en los logros, y que reproducen, no siempre lo mejor ni de la mejor manera, aquello que precisamente dicen combatir.
(Imágenes: Obras maestras de la pintura reproducidas fotográficamente. Alex Rowe, fotografía paralela a partir del cuadro de Grant Wood, The American Gothic, 1930; Jennison Smith, a partir del cuadro de Leonardo Da Vinci, San Juan Bautista, 1514; Jordan Pettinger, a partir del cuadro de Johannes Vermeer, La joven de la perla, 1665; Adam Lambert, a partir del cuadro de Diego Velázquez, Cabeza de hombre joven de perfil, 1616)