Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 mar 2014

Retrato de mujer............................................................ Gregorio Belinchón

Encuentro en Berlín con la directora Claudia Llosa y las protagonistas de su próxima película, Jennifer Connelly y Mélanie Laurent

Una historia femenina desde una óptica femenina. Así funciona el ‘matriarcado’ de la realizadora latinoamericana.

 

SERGI PONS

Entre creer y crear solo hay una pequeña diferencia.
 Una vocal. Para Claudia Llosa (Lima, Perú, 1976), a veces la frontera es aún más ínfima. Y por eso transita, apasionada, explorando ese terreno, porque en esas arenas movedizas se fusionan la creación de la vida, del arte y el origen de la religión y la mística, todo lo que surge desde las profundidades del ser humano:
 “Me interesa mucho nuestro lado primario, ese bullir que estalla, que normalmente acallamos. Por ejemplo, el grito de una madre dolida. Cuando no encontramos respuestas como personas, buscamos alternativas, y así surge lo sagrado
. Porque el primer arte lo iniciaron artistas que creían en lo que imaginaban, por tanto era mágico. Para mí no hay nada más mágico que el canto de una madre arrullando a su hijo, que parece el canto de un chamán”.
 De ese caldo de cultivo han salido sus tres películas: Madeinusa (2006), La teta asustada (2009) y ahora No llores, vuela, que tras su paso por la sección oficial del Festival Internacional de Cine de Berlín, inaugurará el de Málaga y se estrenará comercialmente el próximo viernes 28.
Con La teta asustada, la carrera de la cineasta afincada en Barcelona salió catapultada: no solo ganó el Oso de Oro del Festival de Berlín, sino que llegó a los Oscar y compitió por la estatuilla al mejor filme de habla no inglesa.
 Durante aquella semana de 2010 en Los Ángeles, los días previos a una ceremonia que el aficionado recordará como la del enfrentamiento entre el exmatrimonio Cameron-Bigelow, en el que Hollywood premió la película de ella En tierra hostil antes que la de él Avatar, Llosa exploró la posibilidad de rodar en inglés, aunque no tenía aún la historia perfilada.
 Allí conoció a Mark Johnson, presidente del comité encargado del Oscar a mejor filme extranjero, que ha acabado convertido primero en amigo y después en productor.
Nacida y criada en Perú, a finales de los noventa se trasladó de Lima a España para estudiar cine.
 Y se quedó. No le costó mucho dar a conocer su talento con un guion bajo el brazo y enseguida estaba armando su primera película. No solo ha dirigido, también ha escrito sus tres largometrajes.
 El primero, estrenado en el Festival de Sundance, se adentraba en una comunidad indígena peruana, en medio del frenesí religioso, a través de los ojos de una adolescente elegida mater dolorosa de la festividad. Con La teta… ahondaba en una extraña enfermedad, sufrida por las mujeres violadas durante los años más duros de su país, que transmitía el miedo de madres a hijas a través de la leche materna.
 Siempre lo sagrado y lo terrenal. Y la creación. A través de los ojos de la mujer. De la madre.
Y de eso también trata No llores, vuela, una película española –el 80% del presupuesto lo aportan las productoras Wanda Vision (que siempre ha estado detrás de la carrera de Llosa) y Arcadia–, pero rodada en Canadá, en carreteras heladas, en paisajes tan desolados y desérticos como los de los trabajos anteriores de Llosa, aunque en el otro extremo: del calor abrasador ha pasado al frío devastador
. La acción avanza en dos épocas: en una está Nana (Jennifer Connelly), que intenta sobrevivir en el límite de la pobreza con dos hijos, el pequeño con una enfermedad degenerativa que podría curar un famoso curandero; en otra, Iván, el vástago mayor (Cillian Murphy), ya crecido, cetrero de profesión, intenta desembarazarse de la presencia de una periodista ansiosa (Mélanie Laurent), que desea indagar en su pasado y en el de su madre. Ese pasado resurge de la nieve sucia para sacudir a Iván y encarar su infancia.
Connelly es a la vez etérea y terráquea, con una mirada que te descoloca, inteligente, rodeada de misterio”, en palabras de la directora y guionista
Juntar a tres actores como Jennifer Connelly, Cillian Murphy y Mélanie Laurent no fue fácil.
 De tres nacionalidades y carreras distintas, de técnicas alejadas, Llosa vio, en cambio, los puntos que los unían entre sí y también los vínculos con ella: “Sus energías coincidían”.
Los cuatro se volvieron a reunir en Berlín para la sesión de fotos que recorre estas páginas, a primera hora de una mañana de febrero, mientras su película se exhibía para la prensa de la Berlinale. Arrancaron así una jornada apretada de promoción que acabó con el estreno de gala. Tras las fotos, entrevistas y la vorágine propia de un festival internacional.
 Los actores y la realizadora mostraron mucha familiaridad, mucha risa cómplice y salió algún secreto: del trío de intérpretes, uno aún no había visto la película y le podían los nervios.
Connelly, que encabeza el reparto, ha sobrevivido a ser estrella infantil y adolescente (Érase una vez en América, Dentro del laberinto) para acabar mezclando títulos más taquilleros (Diamantes de sangre, Una mente maravillosa –por la que fue candidata al Oscar–, Hulk y la próxima Noé) con apuestas más de autor (Réquiem por un sueño, Casa de arena y niebla, Un invierno en la playa). 
 El irlandés Cillian Murphy, único invitado masculino en este matriarcado, hace ya años que encontró en Christopher Nolan a su director fetiche, aunque el mes pasado en la Berlinale se cruzó con Ken Loach (el realizador recibía el premio de honor), que le exprimió en El viento que agita la cebada, y le recordó con mucho cariño.
 Por cierto, Murphy era el único que ya sabía lo que era filmar con un equipo español gracias a Luces rojas, de Rodrigo Cortés.
Y la francesa Mélanie Laurent… hace dos años fue maestra de ceremonias del Festival de Cannes. Ganadora de un César, rubia vengadora en Malditos bastardos, su actuación en aquel certamen –cantando y bailando con desparpajo– coincidió con su debut como directora de largos (Les adoptés) y con el lanzamiento de un disco, En t’attendant. “En Francia, la gente no lo entendió. Bueno, ni el público ni muchos medios de comunicación, que solo permiten el encasillamiento: si haces una cosa, no puedes dedicarte a otra”, cuenta compungida Laurent. 
“En fin, abandoné la música”. Pues el disco no estaba nada mal. “Ya, pero… Suerte que me llamó Claudia. Me sorprendió muchísimo, porque es la primera vez que me reclaman para un papel en inglés por mí misma y no porque en el guion pusiera que mi personaje es una chica francesa. Lo es, pero no importa su nacionalidad, sino que Claudia me quería a mí”.
Laurent, relajada y de buen humor tras la sesión, desgrana alguna broma sobre el género de los protagonistas (“¿Somos un grupo de chicas?
 Sí, fíjate en Cillian afeitado: es muy andrógino… ¡No se lo digas!”), y explica su necesidad de encontrar buenos directores para aprender y aplicarlo cuando ella es la que manda. “Ya estoy en la posproducción de mi segunda película como realizadora: Respire”. 
 La actriz vivió además una curiosa experiencia en No llores, vuela. “Rodé embarazada. Para el vestuario no importaba mucho, con aquellos abrigos gruesos, pero emocionalmente era rarísimo
. Mi personaje es callado, está pasando por algo muy fuerte que la tiene en silencio, y yo en cambio me sentía llena de vida, con ganas de reír y bromear.
 Tenía que bajar mi tono, ahondar en ese dolor. Las hormonas me revolucionaban…”.
Llosa confirma que fue a por quien fue, sin importar la nacionalidad
. Contactó con los actores que quería. “Quedé con ellos, no tanto para ver si valían, que ya lo tenía claro, sino por confirmar que habría química entre nosotros. Ahora nos veo como un grupo familiar, en el que me siento cómoda
. Me fijé, por ejemplo, en si las energías de Jennifer y Mélanie iban a coincidir. Jennifer es a la vez etérea y terráquea, con esa mirada que te descoloca y te enamora a un tiempo. Posee una inteligencia privilegiada.
 Y la rodea un misterio, una sensación de esconder algo… Me sedujo desde el inicio”.
Cuando Connelly entra en una habitación, la llena, tanto física como emocionalmente.
 Su presencia apabulla… “Te hace sentir el poder, ¿verdad? Te ubica en un escalón, te obliga a posicionarte. Y eso es muy complejo, emana del ser humano, no de la interpretación”, según Llosa. Con Laurent, la directora también halló su conexión: “Tiene una pulsión de vida que enamora, que seduce, tal vez más ligada a un rayo de sol. Sale adelante porque es lo que tiene que hacer, y eso también lo posee su papel”.
Connelly es más sosegada que sus compañeros de reparto. También se muestra más seca, puede que por el tiempo que medita las palabras, pero no menos profesional. “No entiendo de cine de autor o de gran producción, porque yo pienso en el guion, en lo que leo
. Cada historia necesita su dinero, eso sí, pero a mí no me llaman los productores, sino los directores, que son con quienes me reúno y por los que tomo mi decisión final”. Ve a su personaje como un regalo, “con tantas aristas, con tantas decisiones enormes que tomar”, aunque confiesa que probablemente ella, como madre, habría tomado una decisión diferente a la de su personaje en pantalla.
No fue fácil juntar a los tres intérpretes, de nacionalidades y trayectorias distintas, y técnicas alejadas. “Pero sus energías coincidían”, dice Llosa
Y luego está Cillian Murphy.
 Es curioso: su comportamiento en la pantalla es el que estamos (mal)acostumbrados a que tengan las mujeres en el cine. Pasivo, huidizo tras los palos del pasado, el personaje de Laurent toma las decisiones por él. “No había pensado en eso. ¿Un cambio de género en los roles principales? Puede, pero entiendo perfectamente qué hace cada uno de ellos y por qué”. 
La claridad y profundidad de la mirada de Murphy concuerdan con la de Connelly, hacen que fluya de manera natural la idea de que sí, de que podrían ser madre e hijo. “Cuando nos cruzamos en pantalla y ella aparece maquillada para aparentar ser vieja, con todas aquellos añadidos… sentí que así era”.
La maternidad, siempre presente en la filmografía de Llosa.
 Y la química entre los actores.
 Al final de la jornada maratoniana en Berlín, en la fiesta que siguió al estreno del largometraje, la cineasta y los intérpretes tenían la sensación de haber hecho un buen trabajo, o al menos eso comentaban
. La “energía” entre ellos había calado en el público.
 Las películas de la peruana empujan al espectador a momentos menos narrativos que emocionales. “Me interesa el universo sensorial, ese que a veces te succiona y a veces te repele
. Y por supuesto, el espacio imaginario, tan poderoso. Según vas creciendo, la gente te dice: ‘Distánciate de él, esas cosas no existen’.
 El niño crece y debe enfrentarse a la frustración que le imponen sus padres: olvídate de la imaginación. A mí me gusta volver ahí, y retar al espectador a entrar en un terreno que parezca real”.
Así llegan la creencia y las creaciones, que comparten lugares comunes y que son el motor de No llores, vuela. 
“¿Qué es la fe? ¿Algo que el ser humano usa para poder masticar la tragedia y los dolores? ¿Una invención, una herramienta? ¿O una pulsión sobre algo real que uno percibe? Estos son mis intereses. Y no te olvides de cuando la creación artística surge como necesidad… Hay que volver al niño, a no cuestionarnos desde lugares terrenales”.
 Llosa complica aún más a su protagonista, Nana, su decisión: debe ser de nuevo niña, cierto, pero es que ella ya es madre y por tanto está al cargo de dos hijos. ¿No puede abandonar sus obligaciones? “Me interesa ese viaje que la imaginación suelta a la razón. Y me apetece forzar al espectador a que se meta en ese desafío”.
El rodaje en Canadá viene obligado por el deseo de la cineasta de “mostrar una naturaleza que nos recuerde nuestra fragilidad”. 
Para nada con una idea de que diera frío. “No veo mi película como fría, sino muy luminosa, aunque puede que no cálida.
 Que mostrara un lugar pacífico en apariencia, hostil en su vivencia. Un poco como el halcón de Iván, una naturaleza agresiva… tal y como es el ser humano. Queremos domesticarnos, olvidarnos de nuestra parte primaria.
 Un error, porque cuando estalla ese volcán interior, ¿qué hacemos?”.

La duquesa de Alba se retira a sus aposentos

La semana que viene cumple 88 años, pero esta vez no habrá fiesta, solo un discreto almuerzo

Cayetana Fizt James, físicamente debilitada, abandona su otrora intensa vida social y se repliega en palacio a ver cine, arropada por sus íntimos.

La duquesa de Alba sale de un restaurante de Madrid, con Alfonso Díez y Naty Abascal. / EUROPA PRESS

Este año no habrá una gran celebración, solo un almuerzo al que acudirán una decena de amigos íntimos. También la visitarán algunos de sus hijos. “Yo iré”, anuncia el primogénito Carlos, el futuro duque de Alba
. Ha sido precisamente el doctor Trujillo, su médico de cabecera y una de las personas que tiene más cerca estos días, quien se ha encargado de organizar el 88 cumpleaños de Cayetana Fitz-James Stuart y Silva en uno de sus restaurantes favoritos de Sevilla
. La duquesa de Alba, 14 veces Grande de España, suma el próximo viernes un año más a una larga e intensa vida que la ha llevado a recorrer medio mundo, a conocer a grandes personalidades —fue compañera de juegos de Isabel de Inglaterra— y a protagonizar momentos que quedan ya para la historia.
 Cayetana es una aristócrata peculiar, que vive en palacios, pero es feliz cuando pisa la calle, algo que no ocurre con tanta asiduidad en los últimos meses.
“Está bien, pero desde que se cayó en Roma el año pasado y se fracturó el fémur se ha dado cuenta de que debe cuidarse más”, cuenta Carmen Tello, su fiel amiga y confidente
. Ella y su esposo, el torero Curro Romero, mantienen un contacto diario con la duquesa. “Ha cogido miedo a salir, a hacerse daño. Además, ya no posee la misma movilidad. Pero los análisis los tiene fenomenal”.
Para la duquesa, sus palacios —a los que ella llama casas— son su tesoro más preciado. Los recorre cada año en su ya famosa tournée veraniega.
 Comienza en San Sebastián y acaba en Ibiza. Pero siempre regresa a Dueñas, a Sevilla.
 Allí es donde ha confesado ser más feliz y donde vive en esta época de retiro.
Alfonso Díez, su marido, le ha organizado una sala para proyectar cine, una de sus grandes aficiones. En una pantalla enorme se pasa las horas viendo sus películas favoritas, entre las que están Retrato en negro, de Lana Turner y Anthony Quinn; Gigante, con Rock Hudson, Elizabeth Taylor y James Dean, y Lo que el viento se llevó, con Vivien Leigh, Clark Gable y Olivia de Havilland.
Algunas veces también, pocas, se escapa a los últimos estrenos en salas de cine y a los de teatro. Hace unos días fue a ver a Lola Herrera, actriz de quien se declara admiradora.
Esta ausencia de Cayetana de Alba de la vida social ha disparado las alarmas sobre su estado de salud.
 Hasta hace unos meses, era frecuente verla en dos o tres sitios en un día, escucharla planear largos viajes y protestar si alguno de sus seis hijos le pedía que bajara el ritmo.
 Tanto Carmen Tello como su familia aseguran que no hay motivo de alarma, que su salud es la que corresponde a una mujer de su edad. Lo que ha cambiado ha sido su estilo de vida. “Ahora selecciona los sitios a los que va a ir. Necesita ayuda para no caerse.
 Tiene miedo. No puede estar mucho tiempo de pie y, además, en su casa no hay ascensor”.
 Aun así, sus hijos se sorprenden todavía de su vitalidad. Carlos, el primogénito, no entra en detalles, pero asegura que su madre “se encuentra bien”.
De vez en cuando, la duquesa regresa a Madrid para darse una vuelta por el palacio de Liria, donde nació y desde donde sus hijos manejan los hilos de la Casa de Alba.
 Esta misma semana ha estado en la capital con su marido.
 La pareja acudió a almorzar con Naty Abascal al restaurante Ten Con Ten, uno de los que están más de moda en la ciudad y que ella quería conocer desde hace tiempo.
 A la salida negó estar enferma.
Cayetana lee todos los días los periódicos y ve la televisión. Sus amigos cuentan que no hay nada que la enfade más que oír que no está bien de salud. “Tenía fiebre, estaba muy acatarrada, pero escuchó en la tele decir que estaba mala y, desoyendo a los médicos, se fue al Rastrillo para demostrar que no era cierto”, recuerda Carmen Tello, sobre su aparición en la feria solidaria de Sevilla de hace casi dos meses.
El 5 de octubre se cumplirán tres años de su boda con Alfonso Díez.
 Fue su último acto de rebeldía.
 Logró convencer a sus seis hijos de que tenía derecho a casarse pese a haber alcanzado los 85 años, con el argumento de que si ella no se había metido en sus bodas y divorcios, ellos tampoco debían opinar.
 Eso sí, antes repartió su patrimonio y condensó el legado de la Casa de Alba en una fundación que dirige su hijo mayor con ayuda de Cayetano, el pequeño de los varones
. Ellos son los encargados de buscar la liquidez necesaria para mantener a flote los tesoros de la familia.
A Cayetana le sorprendió inicialmente la idea de alquilar el palacio de Liria para fiestas o reuniones de empresa, costumbre muy arraigada entre nobles europeos para poder mantener sus mansiones, pero cuando le contaron las cuentas, vio la necesidad de hacerlo
. Carlos, su hijo mayor, explica que en ese tema su madre se muestra ahora “muy participativa”. Y añade: “Nosotros le contamos todas las cosas importantes de la Casa, está informada”. Por eso, aunque ha cedido el mando, los administradores siguen acudiendo a explicarle cómo va todo. A Cayetana de Alba le preocupa la crisis.
“En mayor o menor grado, la situación económica nos afecta como al resto de la sociedad”, reconoce el duque de Huéscar.
Por ello, toda la familia se está adaptando a los nuevos tiempos y ha tomado algunas decisiones sin precedentes como comercializar algunos productos alimenticios con el sello de la Casa de Alba. Cayetana está encantada con el éxito de ventas que tienen los aceites, las naranjas y la carne
. “Para estar en sus inicios, ya que es un proyecto de futuro, el negocio va bastante bien. Estamos contentos”, explica el duque.
En este tiempo de tranquilidad, la aristócrata también se ha reconciliado con su hijo Jacobo, conde de Siruela, con el que mantuvo fricciones por
el reparto de la herencia y por unas declaraciones críticas con su esposa, Inka Martín.
Y es que si hay algo que los años no han logrado, eso ha sido acabar con su peculiar carácter.

 

¿El fin del saqueo?

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NICOLÁS SARTORIUS
La crisis financiera ha sido uno de los “saqueos” más espectaculares de la historia económica de Occidente o, si se prefiere, de Europa.
 El descontrol y la mala gestión de las finanzas junto a la incapacidad de los gobiernos o quizá su nula voluntad política de intervenir a tiempo ha significado que multimillonarias deudas privadas se transformen en deudas soberanas, con el resultado de que el desaguisado nos ha costado a los contribuyentes, es decir, a usted y a mí, la friolera de centenas de miles de millones de euros. Solamente en España alrededor de 60.000 millones de euros, de los que ya veremos lo que se recupera.
Al mismo tiempo, el BCE que se supone maneja el dinero de todos, ha prestado a los bancos, incluidos los españoles, cientos de miles de millones de euros a un tipo de interés del 1% (¿por qué no a otras empresas privadas que producen bienes reales?), al tiempo que estas instituciones financieras se lo prestaban a los estados al interés del 3,4 ,5 % o incluso más, con el doble efecto perverso de que los gobiernos van dependiendo cada vez más de los “mercados” y se va restringiendo el crédito a las familias y a las pymes, con el consiguiente aumento del desempleo. Luego, una vez saneados los bancos en crisis, con el dinero de los ciudadanos, se suelen vender a un precio muy beneficioso a otras entidades financieras redondeándose así la conocida operación de “socializar pérdidas y privatizar ganancias”.
 Una vez los Estados se encuentran duramente endeudados, los gobiernos consideran que la única manera de reducir déficits y deudas es recortando los gastos y las inversiones, la famosa política de austeridad, que empobrece a las grandes mayorías y acrecienta el desempleo.
Con la unión bancaria, la idea era que este saqueo no volviera a ocurrir, es decir, que las crisis de los bancos no las paguemos los contribuyentes sino los accionistas, los grandes acreedores y, en última instancia, a través de un mecanismo único de resolución mediante un fondo capaz de hacer frente a estas crisis
. Pues bien, después de muchas horas de negociación se ha llegado a un acuerdo entre el Consejo y el Parlamento en esta línea si bien, en mi opinión, claramente insuficiente.
Es cierto que el BCE se va convirtiendo en el supervisor principal y que se crea un fondo- en ocho años- de 55.000 millones de euros. Una cifra ridículamente insuficiente a tenor de lo ocurrido en el pasado y lo que puede suceder en el futuro cuando se sepa de verdad la situación real de algunas instituciones financieras.
 Se arguye que se trata de un paso adelante, que mejor esto que nada.
 Es un argumento pobre, muy corriente en los temas europeos. En política, los supuestos “pasos adelante” no siempre lo son, pues depende de lo rápido que cambien las circunstancias y las necesidades de hacer frente a los problemas.
La realidad es como una cinta continua que si adquiere una velocidad superior a la de tus pasos lo más probable es que te caigas.
 Así puede suceder en este caso a pesar de los loables esfuerzos del Parlamento europeo que ha conseguido mejorar el acuerdo hasta un límite. Ese límite viene marcado porque los eurodiputados no son seres independientes de los gobiernos o de los partidos y cuando se trata de las cosas de comer suelen hacer lo que esos gobiernos o partidos les dicen que hagan sobre todo si se acercan las elecciones
. Demostración de que el Parlamento europeo es muy importante pero no debemos olvidar que su importancia y dirección depende de a quien se vote en cada país.
En conclusión: ¿se acabará el “saqueo” con este acuerdo sobre la unión bancaria? En mi opinión, continuará con menor intensidad que en el pasado pues este despojo solo terminará el día que las crisis bancarias las paguen quienes las han provocado- para lo que se necesitan mucho más que 55.000 millones de euros- y el control del sistema financiero sea mucho más estricto. 
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas, periodista, abogado y escritor.

El día en que la mueca de Jagger se congeló

Hubo un tiempo en que nada podía detener el circo, pero la muerte de L'Wren Scott, su pareja durante 13 años, ha alcanzado al corazón del 'rolling stone'.

 La diseñadora era una 'rara avis' entre la aristocracia del rock. Formaba una extraña pareja con el ‘playboy’ devenido en empresario.

 Su pérdida ha recordado a sus satánicas majestades su propia mortalidad

 

Mick Jagger, durante la actuación de los Stones en Shanghái el pasado 14 de marzo, cinco días antes de fallecer L’Wren Scott. / GETTY

Esta vez, sí. Mick Jagger y los Rolling Stones han sido alcanzados debajo de la línea de flotación.
 La decisión de suspender los conciertos en Australia y Nueva Zelanda, tras conocerse el suicidio de L’Wren Scott, de 49 años, no tiene precedentes.
 Los tres miembros oficiales de la banda se han unido públicamente a la consternación de Mick Jagger, que mantuvo una relación de 13 años con la diseñadora.
Que se sepa que, anteriormente, las muertes cercanas no detenían el circo
. En 1969, reaparecieron en Hyde Park dos días después del ahogamiento de Brian Jones en su piscina. Brian llevaba un mes fuera del grupo y los Stones supieron convertir su show londinense en un homenaje al desaparecido.
Al que, en realidad, detestaban y habían dejado por imposible.
En 1976, Tara, el segundo hijo de Keith Richards y Anita Pallemberg, fue hallado muerto en su cuna, en Suiza; tenía poco más de dos meses. Richards estaba en París pero no se movió: decidió que el concierto de esa noche seguiría adelante
. En 2006, cuando falleció el padre de Jagger, tampoco se suspendió la actuación prevista en Las Vegas.
Los otros stones no celebraron la llegada de una mujer con ideas de como vestir a unos rockeros maduros
Así eran los Stones. Duros, profesionales, aparentemente insensibles. En los años salvajes, viajaban con un séquito que vivía al límite.
 Si alguien tropezaba y caía, ni siquiera miraban atrás. Aunque fuera un íntimo, como Gram Parsons, que les introdujo en las secretas claves del country: le derribó una sobredosis en 1973 y nadie viajó a Estados Unidos para presentar sus respetos al cadáve
r. Que, por cierto, fue robado e incinerado en el desierto. Lo más disparatado suele hacerse realidad entre la aristocracia del rock.
No es un mundo al que cualquiera puede acceder. Para alternar, los Stones prefieren gente libre de compromisos laborales, con encanto personal y carteras profundas. L’Wren Scott no daba el tipo: era una emprendedora muy ocupada, que de modelo saltó a diseñadora, tras funcionar como estilista para estrellas de Hollywood.
Dirigía una empresa de moda, LS Fashion Ltd, que, según se ha publicado estos días, acumulaba pérdidas millonarias, algo desmentido ayer por un portavoz de la diseñadora.
 Su autoestima, su orgullo de creadora hecha a sí misma, impedía que se quejara o que pidiera a Mick Jagger que la rescatara.
En la tropa stoniana, era la última en llegar; no podía provocar el mínimo rumor de que se trataba de una cazadora de fortunas
. Y mucho menos entre la extensa familia Jagger, que incluye hijas e hijos de cuatro madres diferentes (su nieta Assisi, hija de Jade, le va a convertir en bisabuelo). Los otros miembros del grupo, con estéticas bien definidas, tampoco celebraron la llegada de una mujer altísima, con conceptos muy claros sobre cómo debían vestir en los escenarios unos rockeros maduros
. Con zafio machismo, algunos asociados insistían en denominarla “la Yoko Ono de Mick”.
L’Wren Scott y Mick Jagger, retratados en julio de 2012. / billy farrell (cordon)
La propia convivencia con Jagger estaba llena de inconvenientes. Asumía sus infidelidades, siempre que fueran discretas
. Durante años, se instalaron en una suite del hotel londinense Claridge’s; luego, se hicieron su nido en el barrio de Chelsea. Encargaron obras, habitaciones especiales en previsión de que ella se quedara embarazada, pero no ocurrió.
La logística de juntar las agendas de dos personas tan atareadas resultaba endiablada
. En materia de impuestos, Jagger es un residente en el extranjero, lo que le obliga a contabilizar escrupulosamente sus días de estancia en territorio británico, para no superar los 180 permitidos por Hacienda. No le faltan residencias —en Francia, Nueva York, la isla caribeña de Mustique—, pero las disfruta menos de lo que quisiera.
En contra de su imagen de playboy, Mick Jagger ejerce de hombre de negocios a tiempo completo
. Su fortuna, estimada en 200 millones de libras esterlinas, se mueve. Superada la frustración por no haber logrado establecerse como cantante solista o actor, Mick invierte en negocios cercanos a sus pasiones. Como aficionado al críquet, fue pionero en ofertar transmisiones de grandes encuentros por Internet. Es uno de los productores de Get on up, una película biográfica sobre James Brown que se estrena en agosto. También tiene los derechos cinematográficos de Último tren a Memphis, la biografía canónica de Elvis, y prepara una serie para HBO en compañía de Martin Scorsese.

Una abeja obrera

La gente de la moda está indignada
. En las noticias sobre la muerte de L’Wren Scott aparecía primero el nombre de Mick Jagger; ella era “la novia de”
. Una vida plena quedaba reducida a una relación sentimental. Justo lo contrario de lo que ella ansiaba: en 2008, afirmaba “quiero ser conocida por lo que hago, no por a quien conozco”. Efectivamente, había vestido a Angelina Jolie, Michelle Obama o Nicole Kidman.
 Trabajó a las órdenes de Bruce Weber, Karl Lagerfeld, Herb Ritts, Thiery Mugler. Lanzó líneas de ropa, pero también de cosméticos o bolsos.
Y ahora es un cliché: “El alma torturada de una gacela glamurosa”, titulaba el Daily Mail. A la hora de las comparaciones con el mundo animal, ella lo tenía claro: “Soy una abeja obrera”.
Educada en una familia mormona, L’Wren no estaba habituada al estilo de vida del rock; ni siquiera era aficionada a esa música
. Se encontró compartiendo techo con un perfeccionista que se parece más a un atleta que a los rockeros de leyenda.
 Alguien calculó que, en sus buenos tiempos, Jagger andaba/corría unos veinte kilómetros en dos horas de concierto. Y eso no se consigue por casualidad o por genética. Mick hace ejercicio todos los días laborables, con un entrenador personal. Tiene su dietista particular y se ha pasado a la comida orgánica. ¿Drogas? Quizás si alguien invita y son días de asueto. ¿Alcohol? Solo si urge celebrar algo.
No le cuesta compartir sus secretos de salud y belleza.
 Por el contrario, mantiene la discreción —encaja malamente en la mitología del rock— sobre sus actividades como gestor. Gestor de su carrera y la de sus compañeros. Y esa es su gran hazaña, nunca reconocida.
Conviene recordar que los Rolling Stones fueron expoliados en los años sesenta por su segundo manager, Allen Klein
. Cuando comenzaban los setenta, como Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, juraron que eso jamás se repetiría. Y se transformaron en una eficaz máquina de hacer dinero. Cabalgaron sobre las olas más lucrativas: los conciertos en estadios, el merchandising, los patrocinios, los discos compactos.
A partir de los ochenta, los Stones no han tenido demasiados éxitos multimillonarios, pero han procurado que su catálogo de grabaciones clásicas esté siempre disponible y dinamizado por reediciones cuidadas.
Al timón, el antiguo estudiante de la London School of Economics. Asesorado discretamente por banqueros y otras figuras del establishment, Jagger ha logrado el prodigio de mantener unido a un grupo sometido a brutales tormentas internas y poderosas fuerzas centrífugas.
Cierto que no podían imaginar que, con 70 años (72 en el caso de Charlie Watts, 66 en el de Ronnie Wood), estarían de gira por el mundo. En 2013, salieron a la carretera empujados por la demanda popular y mediática, por la coincidencia con el 50º aniversario de su debut. No montaron grandes producciones escenográficas, como era habitual. También incumplieron su promesa implícita de presentarse con un disco nuevo bajo el brazo, el detalle que proporcionaba dignidad a sus expediciones y les diferenciaba del resto de comerciantes en nostalgia.
No, no parece haber disco en marcha, aunque Jagger asegure que compone todo el tiempo.
 Ya es suficientemente complicado el reunirles con los músicos contratados para ensayar. Esta no es la típica banda perfectamente engrasada: los Stones requieren semanas de preparaciones para que aquello suene. Íntimamente, agradecen que varios de los conciertos previstos para este verano en Europa se desarrollen en festivales: menos presión, recitales más cortos. Se acabaron los excesos: todos economizan en energía.
Y llevan mal que L’Wren Scott les haya recordado su propia mortalidad.