El cineasta Hans-Christian Schmid indaga en la familia de clase media en su película más personal: '¿Qué nos queda?'
Gitte es una madre y esposa de cristal.
Al menos lo es para su familia; para su marido Günter y para sus dos hijos: Marko y Jakob
. Ser maníaco depresiva y bipolar hace que la traten como si siempre estuviera a punto de caer y hacerse añicos.
Y por esa actitud le ocultan sus secretos y dramas, creyendo que fingir (mentir) es lo mejor que pueden hacer.
Esta situación, que conoce "muy de cerca", es la que el director alemán Hans-Christian Schmid ha elegido como leitmotif de ¿Qué nos queda?, su sexta película y su tercera colaboración en tándem con el guionista Bernd Lange:
"Esta vez queríamos contar algo más personal.
Nuestro anterior filme juntos, La tormenta [2009], nos exigió un año de investigación, mucho trabajo exterior, de comprender y estudiar algo que no conocíamos
. No tuvimos espacio para desarrollar los personajes, porque el motor de la historia era el argumento, no sus protagonistas.
Ahora queríamos hablar desde el interior, de nuestras experiencias personales, y construir un retrato veraz de una familia de clase media".
Christian-Schmid y Lange son ya en sí una pequeña familia cinematográfica.
Conectaron desde su primera colaboración, en Réquiem (2006), un filme también centrado en los problemas psicológicos: el agotamiento emocional de una joven epiléptica.
Para ¿Qué nos queda? el dúo optó por un proceso creativo muy estrecho en la primera fase y más independiente en la segunda:
"Nos juntamos durante una intensa semana para preparar la historia entre los dos.
Teníamos claro que necesitábamos contar los problemas de una familia acomodada, ahora que las oportunidades de los hijos para superar o igualar el nivel de vida de sus padres son tan escasas".
Pero después de esa semana, Schmid dejó a solas con la pluma a Lange y se limitó a revisar y proponer cambios a cada nuevo borrador del libreto.
Ya en el plató, Schmid tenía muy claro de qué iba su película, qué la haría funcionar o fracasar:
"La clave era conseguir que la troupe de intérpretes se sintiera como una familia".
Para conseguirlo, el cineasta dedicó todo su esfuerzo y atención a la dirección de actores, una faceta para él más importante que repensar el encuadre, movimiento de cámara o iluminación.
"Llevo tres filmes trabajando con un director de fotografía polaco [Bogumil Godfrejow] y le digo cosas como
: 'Por favor, ilumina para que los actores se puedan mover sin problemas y no te metas mucho en el medio' [ríe].
Pero él se lo toma bien. Entiende perfectamente qué tipo de cine estamos haciendo"
. Un cine que se rueda a cámara en mano y sin marcas, abierto a la improvisación.
Trabajar con el reparto es para este realizador alemán una cuestión más de instinto que de alquimia: "No hay reglas. Cada actor necesita algo distinto.
Los hay que quieren hablar contigo después de cada escena.
Los hay que te piden material para investigar
. Y también los que te dicen: 'No, no quiero copiar a nadie
. Quiero hacer mi propia versión del personaje".
En ¿Qué nos queda? la tarea se complicaba por el minimalismo narrativo y la necesidad de lograr que todas las piezas de la familia, desde el nihilista Marko hasta el responsable y sobreprotector Zowie, encajaran:
"Fue un casting complicado. Partí de Marko y luego fui añadiendo piezas: quién podía ser su madre, quién podía ser su padre
. Y luego tuve que encontrar el terreno común para que todos se entendieran y actuaran con naturalidad".
Aunque los cineastas suelen poner los ojos en blanco ante la pregunta, ¿Cuál es tu escena favorita?, Hans Christian-Schmid tiene una en ¿Qué nos queda?
. Al piano, Marko, el hijo escritor, tocando para su hijo. De pronto la abuela y madre, Gitte, aparece y comienza a cantar con el pianista. Günter, el abuelo, que leía en el sofá se levanta; y el dúo se convierte en trío.
"Un día entero para rodarla.
Improvisando. Comienza con humor, muy dulce
. Y de pronto vemos que Gunther y Gitte están a punto de llorar y se abrazan.
Creo que ahí logramos resumir la película". La canción acaba con estos versos, cantados a dúo por la pareja que lleva tantas décadas casada y ve cómo su matrimonio ensancha sus grietas:
"Si solo callaras, sería hermoso.
Pero te abandonas. Te abandonas".
Al menos lo es para su familia; para su marido Günter y para sus dos hijos: Marko y Jakob
. Ser maníaco depresiva y bipolar hace que la traten como si siempre estuviera a punto de caer y hacerse añicos.
Y por esa actitud le ocultan sus secretos y dramas, creyendo que fingir (mentir) es lo mejor que pueden hacer.
Esta situación, que conoce "muy de cerca", es la que el director alemán Hans-Christian Schmid ha elegido como leitmotif de ¿Qué nos queda?, su sexta película y su tercera colaboración en tándem con el guionista Bernd Lange:
"Esta vez queríamos contar algo más personal.
Nuestro anterior filme juntos, La tormenta [2009], nos exigió un año de investigación, mucho trabajo exterior, de comprender y estudiar algo que no conocíamos
. No tuvimos espacio para desarrollar los personajes, porque el motor de la historia era el argumento, no sus protagonistas.
Ahora queríamos hablar desde el interior, de nuestras experiencias personales, y construir un retrato veraz de una familia de clase media".
Christian-Schmid y Lange son ya en sí una pequeña familia cinematográfica.
Conectaron desde su primera colaboración, en Réquiem (2006), un filme también centrado en los problemas psicológicos: el agotamiento emocional de una joven epiléptica.
Para ¿Qué nos queda? el dúo optó por un proceso creativo muy estrecho en la primera fase y más independiente en la segunda:
"Nos juntamos durante una intensa semana para preparar la historia entre los dos.
Teníamos claro que necesitábamos contar los problemas de una familia acomodada, ahora que las oportunidades de los hijos para superar o igualar el nivel de vida de sus padres son tan escasas".
Pero después de esa semana, Schmid dejó a solas con la pluma a Lange y se limitó a revisar y proponer cambios a cada nuevo borrador del libreto.
Ya en el plató, Schmid tenía muy claro de qué iba su película, qué la haría funcionar o fracasar:
"La clave era conseguir que la troupe de intérpretes se sintiera como una familia".
Para conseguirlo, el cineasta dedicó todo su esfuerzo y atención a la dirección de actores, una faceta para él más importante que repensar el encuadre, movimiento de cámara o iluminación.
"Llevo tres filmes trabajando con un director de fotografía polaco [Bogumil Godfrejow] y le digo cosas como
: 'Por favor, ilumina para que los actores se puedan mover sin problemas y no te metas mucho en el medio' [ríe].
Pero él se lo toma bien. Entiende perfectamente qué tipo de cine estamos haciendo"
. Un cine que se rueda a cámara en mano y sin marcas, abierto a la improvisación.
Trabajar con el reparto es para este realizador alemán una cuestión más de instinto que de alquimia: "No hay reglas. Cada actor necesita algo distinto.
Los hay que quieren hablar contigo después de cada escena.
Los hay que te piden material para investigar
. Y también los que te dicen: 'No, no quiero copiar a nadie
. Quiero hacer mi propia versión del personaje".
En ¿Qué nos queda? la tarea se complicaba por el minimalismo narrativo y la necesidad de lograr que todas las piezas de la familia, desde el nihilista Marko hasta el responsable y sobreprotector Zowie, encajaran:
"Fue un casting complicado. Partí de Marko y luego fui añadiendo piezas: quién podía ser su madre, quién podía ser su padre
. Y luego tuve que encontrar el terreno común para que todos se entendieran y actuaran con naturalidad".
Aunque los cineastas suelen poner los ojos en blanco ante la pregunta, ¿Cuál es tu escena favorita?, Hans Christian-Schmid tiene una en ¿Qué nos queda?
. Al piano, Marko, el hijo escritor, tocando para su hijo. De pronto la abuela y madre, Gitte, aparece y comienza a cantar con el pianista. Günter, el abuelo, que leía en el sofá se levanta; y el dúo se convierte en trío.
"Un día entero para rodarla.
Improvisando. Comienza con humor, muy dulce
. Y de pronto vemos que Gunther y Gitte están a punto de llorar y se abrazan.
Creo que ahí logramos resumir la película". La canción acaba con estos versos, cantados a dúo por la pareja que lleva tantas décadas casada y ve cómo su matrimonio ensancha sus grietas:
"Si solo callaras, sería hermoso.
Pero te abandonas. Te abandonas".