El retratista judío fotografió a decenas de celebridades para la revista 'Life'
Una exposición en Suiza muestra 300 fotos del hombre que logró hacer saltar a Marilyn Monroe
Las imágenes se recogen en un libro que ha salido a la venta esta semana.
Philippe Halsman fue acusado con 22 años de matar a su propio padre.
Sucedió durante una excursión que ambos, nacidos en Letonia, realizaron a los Alpes austriacos para practicar montañismo, una de sus actividades favoritas.
A final de la jornada, el padre yacía muerto en el suelo y nadie dudó en acusar al joven judío
. Corría el año 1928 y los humos antisemitas ya empezaban a atufar el corazón de Europa, por lo que la pantomima de juicio y la injusta condena a dos años de prisión que le impusieron fue para muchos uno de los primeros síntomas de la enfermedad racista que asolaría después el continente.
El caso Halsman, por aquellas estudiante de ingeniería en Dresde, despertó una solidaridad sin precedentes entre la intelectualidad judía.
Albert Einstein desde Berlín, Sigmund Freud desde Viena y Thomas Mann en Munich fueron algunos de los que denunciaron la injusticia, advirtiendo que aquello era solo la punta del iceberg de un odio racial que iba in crecendo.
“Aquella experiencia le hizo replantearse hacia dónde quería enfocar su vida. Se decidió por París y se convirtió en uno de los fotógrafos más relevantes del siglo XX”, explica Anne Lacoste, comisaria de la exposición Etonné-moi! (¡Asómbrame!) en el Musée de L'Elysée de Lausanne (Suiza) que reúne hasta el 11 de mayo más de 300 piezas del artista de Riga en un intento por indagar en su cuidado proceso creativo.
Las imágenes se recogen en un libro que el 24 de febrero lanza la editorial Prestel Publishing.
El creador de la saltología –los retratos de celebrities, políticos e intelectuales en pleno vuelo–, de 101 portadas de la revista Life o de las imágenes más icónicas de Salvador Dalí, decidió dar carpetazo a aquel episodio, del que nunca volvería a hablar demasiado
. Lo consiguió con una cámara, su fina ironía, un humor mordaz, amplísimos conocimientos técnicos y, quizá lo más importante, una admirable capacidad a lo largo de toda su carrera para adaptarse a nuevos lugares, medios y formas narrativas.
Halsman vivió en París durante los años treinta, aprovechando un nuevo tipo de soporte que se tornaría esencial para la fotografía: las revistas.
En la capital francesa, influenciado por el movimiento surrealista, experimentó con la manipulación de los negativos y arrancó las series de imágenes duplicadas y sobreexposiciones que desarrollaría a lo largo de toda su trayectoria
. En aquellos años, las fotografías a personalidades de toda índole entrenaron el ojo de uno de los mejores retratistas de la historia.
Sin embargo, el tiburón antisemita andaba al acecho y el estallido de la Segunda Guerra Mundial le obligó a emigrar a Nueva York ayudado por uno de los espontáneos amigos que le surgieron durante sus dos años de prisión: Albert Einstein.
Años después, el científico sería elegido por la revista TIME como Personaje del Siglo XX y quedó inmortalizado para siempre en su retrato más recordado y reproducido, firmado por Philippe Halsman.
Se cumplía así, como ocurrió con muchas otras de sus instantáneas, una de las ansias del creador y que él mismo explicó en varias ocasiones: “Intento captar la esencia de los sujetos de forma sincera y sin artificios.
Mi aspiración es crear un retrato que perdure en la historia como la imagen que defina a esa persona, para que, cuando la gente recuerde a una gran figura del pasado, lo que vea sea una fotografía creada por mi cámara y mi ojo”.
En Nueva York tocó volver a readaptarse a otra cultura iconográfica que huía de los artificios y las distorsiones de la imagen a los que estaba acostumbrado.
En EEUU se exigía precisión y perfección y Halsman, un tipo con recursos, lo entendió a la primera.
“Su adaptabilidad es una de sus mayores virtudes. Él conocía muy bien el mercado y enseguida vio que en América no podía hacer las fotografías que hacía en París.
Su imagen para la campaña publicitaria de pintalabios de Elizabeth Arden (con la modelo Connie Ford posando ante una bandera americana), fue todo un éxito y demuestra que entendió muy rápido el mensaje”, explica Anne Lacoste
. Para Lacoste, lo que diferencia a Halsman del resto de fotógrafos de posguerra es su afán por aportar a su trabajo una carga artística y el hecho de que inventara un nuevo formato editorial.
“Fue el primero en publicar un libro de fotos con las imágenes a página en The Frenchman, su bestseller con la entrevista visual, sólo a través de gestos, que le hizo al cómico francés Fernandel.
Lo mismo hizo después con el volumen dedicado al bigote de Dalí”.
También introdujo el concepto de copyright y fue el primero en proteger los derechos de los fotógrafos frente a las publicaciones.
Pero antes de todo esto, por la cámara de Halsman pasaron las más grandes personalidades de la época como Alfred Hitchcock, una desconocida Grace Kelly, los Kennedy, Anjelica Huston enterrada en flores, Martha Graham, Andy Warhol o Rita Hayworth, a la que colocó tomando un batido en una de sus primeras portada para Life.
Fue en esta revista de y para fotógrafos donde Halsman obtuvo carta blanca para poder mostrar su visión de la realidad y viajar con encargos como el de buscar a las mujeres más elegantes del mundo. En otra misión sobre jóvenes promesas de Hollywood conoció a una novata Marilyn Monroe y quedó inmediatamente cautivado por la rubia, a la que volvería a retratar en varias ocasiones más.
Marilyn fue de las pocas que rehusó saltar para él.
Demasiada exposición para una mujer escondida detrás de un mito. Sí lo hizo cinco años después, donde incluso brincó de la mano del fotógrafo.
La famosa serie Jumpology (saltología) surgió como método para seguir excavando en su aproximación psicológica del retrato, hacer caer a golpe de botes la máscara que todo el mundo lleva pegada al rostro.
Al final de cada sesión, Halsman pedía al retratado que saltara para él.
Casi nadie se negó y gracias a eso podemos ver hoy el elegante brinco de los duques de Windsor, el recatado de Richard Nixon o el eufórico de Brigitte Bardot.
Cuando el cine y televisión comenzaron a tomarle terreno a las revistas como soporte de la publicidad y la promoción cinematográfica en las que se había especializado, Halsman no se achantó, como otros, y agarró el reto con entusiasmo
. Su llamamiento a incentivar la creatividad en la fotografía para asegurar así su permanencia se materializó en la realización de secuencias de fotos, en nuevos efectos con el color y, en 1961, en su asociación con varias figuras como Richard Avedon e Irvin Penn, para abrió el Famous Photographers School, donde impartían seminarios sobre el medio y su relación con el mercado.
“La fotografía es la forma de arte más joven. Todo intento de ampliar sus fronteras es importante y debe fomentarse”, reivindicaba el letón.
Pese a su éxito como retratista, el autor mantuvo viva su otra faceta, la artística, la más personal y en la que se permitía seguir agitando la mirada
. Es el caso, por ejemplo, de los retratos que realizó a Jean Cocteau en 1949 con dos cabezas, tres piernas u ocho manos
. “Ningún escritor es acusado de escribir lo que está en su imaginación.
Ningún fotógrafo debería ser acusado cuando, en vez de captar la realidad, intenta mostrar cosas que sólo ha visto en su imaginación”, reivindicaba en sus múltiples clases magistrales.
Horizontes que agrandaba con colaboraciones como la que mantuvo durante décadas con Salvador Dalí, al que fotografió por primera vez en 1941 y por última en 1978.
A ambos les unía su interés por el psicoanálisis, la ironía, el humor y la conciencia del valor de los medios de masas
. Con el creador catalán formaría una simbiosis artística única que mantuvo viva la pequeña parcela de locura que el fotógrafo se preocupó de proteger toda su vida.
“En mi trabajo serio me esfuerzo por alcanzar la esencia de las cosas y objetivos que puede que sean inalcanzables. Por otro lado, me atrae lo cómico y una vena infantil me lleva a tener todo tipo de comportamientos frívolos”
. Reflexiones de un hombre que asombró al mundo pero al que el mundo jamás pudo pillar por sorpresa.
Sucedió durante una excursión que ambos, nacidos en Letonia, realizaron a los Alpes austriacos para practicar montañismo, una de sus actividades favoritas.
A final de la jornada, el padre yacía muerto en el suelo y nadie dudó en acusar al joven judío
. Corría el año 1928 y los humos antisemitas ya empezaban a atufar el corazón de Europa, por lo que la pantomima de juicio y la injusta condena a dos años de prisión que le impusieron fue para muchos uno de los primeros síntomas de la enfermedad racista que asolaría después el continente.
El caso Halsman, por aquellas estudiante de ingeniería en Dresde, despertó una solidaridad sin precedentes entre la intelectualidad judía.
Albert Einstein desde Berlín, Sigmund Freud desde Viena y Thomas Mann en Munich fueron algunos de los que denunciaron la injusticia, advirtiendo que aquello era solo la punta del iceberg de un odio racial que iba in crecendo.
“Aquella experiencia le hizo replantearse hacia dónde quería enfocar su vida. Se decidió por París y se convirtió en uno de los fotógrafos más relevantes del siglo XX”, explica Anne Lacoste, comisaria de la exposición Etonné-moi! (¡Asómbrame!) en el Musée de L'Elysée de Lausanne (Suiza) que reúne hasta el 11 de mayo más de 300 piezas del artista de Riga en un intento por indagar en su cuidado proceso creativo.
Las imágenes se recogen en un libro que el 24 de febrero lanza la editorial Prestel Publishing.
El creador de la saltología –los retratos de celebrities, políticos e intelectuales en pleno vuelo–, de 101 portadas de la revista Life o de las imágenes más icónicas de Salvador Dalí, decidió dar carpetazo a aquel episodio, del que nunca volvería a hablar demasiado
. Lo consiguió con una cámara, su fina ironía, un humor mordaz, amplísimos conocimientos técnicos y, quizá lo más importante, una admirable capacidad a lo largo de toda su carrera para adaptarse a nuevos lugares, medios y formas narrativas.
Halsman vivió en París durante los años treinta, aprovechando un nuevo tipo de soporte que se tornaría esencial para la fotografía: las revistas.
En la capital francesa, influenciado por el movimiento surrealista, experimentó con la manipulación de los negativos y arrancó las series de imágenes duplicadas y sobreexposiciones que desarrollaría a lo largo de toda su trayectoria
. En aquellos años, las fotografías a personalidades de toda índole entrenaron el ojo de uno de los mejores retratistas de la historia.
Sin embargo, el tiburón antisemita andaba al acecho y el estallido de la Segunda Guerra Mundial le obligó a emigrar a Nueva York ayudado por uno de los espontáneos amigos que le surgieron durante sus dos años de prisión: Albert Einstein.
Años después, el científico sería elegido por la revista TIME como Personaje del Siglo XX y quedó inmortalizado para siempre en su retrato más recordado y reproducido, firmado por Philippe Halsman.
Se cumplía así, como ocurrió con muchas otras de sus instantáneas, una de las ansias del creador y que él mismo explicó en varias ocasiones: “Intento captar la esencia de los sujetos de forma sincera y sin artificios.
Mi aspiración es crear un retrato que perdure en la historia como la imagen que defina a esa persona, para que, cuando la gente recuerde a una gran figura del pasado, lo que vea sea una fotografía creada por mi cámara y mi ojo”.
En Nueva York tocó volver a readaptarse a otra cultura iconográfica que huía de los artificios y las distorsiones de la imagen a los que estaba acostumbrado.
En EEUU se exigía precisión y perfección y Halsman, un tipo con recursos, lo entendió a la primera.
“Su adaptabilidad es una de sus mayores virtudes. Él conocía muy bien el mercado y enseguida vio que en América no podía hacer las fotografías que hacía en París.
Su imagen para la campaña publicitaria de pintalabios de Elizabeth Arden (con la modelo Connie Ford posando ante una bandera americana), fue todo un éxito y demuestra que entendió muy rápido el mensaje”, explica Anne Lacoste
. Para Lacoste, lo que diferencia a Halsman del resto de fotógrafos de posguerra es su afán por aportar a su trabajo una carga artística y el hecho de que inventara un nuevo formato editorial.
“Fue el primero en publicar un libro de fotos con las imágenes a página en The Frenchman, su bestseller con la entrevista visual, sólo a través de gestos, que le hizo al cómico francés Fernandel.
Lo mismo hizo después con el volumen dedicado al bigote de Dalí”.
También introdujo el concepto de copyright y fue el primero en proteger los derechos de los fotógrafos frente a las publicaciones.
Pero antes de todo esto, por la cámara de Halsman pasaron las más grandes personalidades de la época como Alfred Hitchcock, una desconocida Grace Kelly, los Kennedy, Anjelica Huston enterrada en flores, Martha Graham, Andy Warhol o Rita Hayworth, a la que colocó tomando un batido en una de sus primeras portada para Life.
Fue en esta revista de y para fotógrafos donde Halsman obtuvo carta blanca para poder mostrar su visión de la realidad y viajar con encargos como el de buscar a las mujeres más elegantes del mundo. En otra misión sobre jóvenes promesas de Hollywood conoció a una novata Marilyn Monroe y quedó inmediatamente cautivado por la rubia, a la que volvería a retratar en varias ocasiones más.
Marilyn fue de las pocas que rehusó saltar para él.
Demasiada exposición para una mujer escondida detrás de un mito. Sí lo hizo cinco años después, donde incluso brincó de la mano del fotógrafo.
La famosa serie Jumpology (saltología) surgió como método para seguir excavando en su aproximación psicológica del retrato, hacer caer a golpe de botes la máscara que todo el mundo lleva pegada al rostro.
Al final de cada sesión, Halsman pedía al retratado que saltara para él.
Casi nadie se negó y gracias a eso podemos ver hoy el elegante brinco de los duques de Windsor, el recatado de Richard Nixon o el eufórico de Brigitte Bardot.
Cuando el cine y televisión comenzaron a tomarle terreno a las revistas como soporte de la publicidad y la promoción cinematográfica en las que se había especializado, Halsman no se achantó, como otros, y agarró el reto con entusiasmo
. Su llamamiento a incentivar la creatividad en la fotografía para asegurar así su permanencia se materializó en la realización de secuencias de fotos, en nuevos efectos con el color y, en 1961, en su asociación con varias figuras como Richard Avedon e Irvin Penn, para abrió el Famous Photographers School, donde impartían seminarios sobre el medio y su relación con el mercado.
“La fotografía es la forma de arte más joven. Todo intento de ampliar sus fronteras es importante y debe fomentarse”, reivindicaba el letón.
Pese a su éxito como retratista, el autor mantuvo viva su otra faceta, la artística, la más personal y en la que se permitía seguir agitando la mirada
. Es el caso, por ejemplo, de los retratos que realizó a Jean Cocteau en 1949 con dos cabezas, tres piernas u ocho manos
. “Ningún escritor es acusado de escribir lo que está en su imaginación.
Ningún fotógrafo debería ser acusado cuando, en vez de captar la realidad, intenta mostrar cosas que sólo ha visto en su imaginación”, reivindicaba en sus múltiples clases magistrales.
Horizontes que agrandaba con colaboraciones como la que mantuvo durante décadas con Salvador Dalí, al que fotografió por primera vez en 1941 y por última en 1978.
A ambos les unía su interés por el psicoanálisis, la ironía, el humor y la conciencia del valor de los medios de masas
. Con el creador catalán formaría una simbiosis artística única que mantuvo viva la pequeña parcela de locura que el fotógrafo se preocupó de proteger toda su vida.
“En mi trabajo serio me esfuerzo por alcanzar la esencia de las cosas y objetivos que puede que sean inalcanzables. Por otro lado, me atrae lo cómico y una vena infantil me lleva a tener todo tipo de comportamientos frívolos”
. Reflexiones de un hombre que asombró al mundo pero al que el mundo jamás pudo pillar por sorpresa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario