CRISTINA FALLARÁS
Apreciado cliente:
Bien, señor, el caso es que yo debería haberme encontrado a
gusto, tan a gusto como un hombre puede encontrarse.
Y ya que esto es
una despedida, le voy a ahorrar un nuevo ridículo: Sí, se trata del
arranque de 1280 almas, y si no conoce esa catedral, ya tarda en
guguelizarla.
Pues eso, que debería haberme encontrado tan a gusto como
un hombre puede encontrarse, pero me hallaba ayer tan confundida como
una detective de bien acostumbra
. No es el de los escritores del crimen,
desde ya se lo digo, lugar cómodo. Y menos si lo que anda una buscando
es al culpable
. Se trata de un montón de hombres que se ríe,
salpimentado con cuatro féminas de adorno. Hombres que, quizás por este
particular, no bailan. Pude ayer, en su “fiesta”, comprobarlo, y
desconfíe usted del hombre que no baila.
El encargo encima no era fácil, mucho menos cuando su
tacañería me ha negado un mísero adelanto de mis honorarios.
Sepa usted,
mr. Prisa, que esta gente además bebe. Bebe mucho.
Paso a relatarle, pues, las conclusiones a las que esta
humilde contratada ha llegado en su búsqueda del culpable, tras cinco
días de indagaciones que me han dejado en la ruina:
Primera: Preguntados por el culpable,
todos los sospechosos sin excepción fingen desconocer el crimen.
Setenta veces siete me he tenido que oír: “¿El culpable de qué?”.
Segunda: A mi respuesta “¿De qué va a ser,
pichón, de qué va a ser? Pues de tooodo esto” (gesto con la mano), las
reacciones son dos. A saber: a) cara de usted-parece imbécil e
invitación a un vino; b) cara de pues-claro-ya lo sabía.
Tercera: Pasan entonces a soltarse, lo que
significa articular palabras –llámelas si quiere conceptos– como
imperialismo, capitalismo o luchadeclases que pueden llevar a pensar en
una clara tendencia a la enfermedad de la nostalgia
. ¡Craso error! Se
trata de un código secreto que, si una es capaz de “ablandarlos”
convenientemente, ya me entiende, acaba por regurgitar la violencia
bruta que late en sus corazones. Tal fue el caso del tal Andreu Martín
cuando exclamó ante mi terror: “Nos armaremos y cada vez seremos más”.
Cuarta: No tengo que decirle lo que un nostálgico que no baila puede suponer armado y en manada.
Quinta: Las autoridades aquí están con
ellos. O eso fingen. Muy lejos de autodeterminárseme, como esperaba, los
miembros del consistorio barcelonés se unieron ayer a la revuelta. Aquí
lo dejo.
Sexta: La respuesta más común, al final de
cada una de las conversaciones ha sido: “la culpable eres tú”. Entre
todas ellas, la del tal Zanón y la de un tal Pérez-Andújar que pasaba
por aquí rezumaban, además, cierta saña.
Inciso: Como no soy mujer dada al arredro, he salido hoy
mismo de los círculos del crimen y he interrogado a uno que me han dicho
que escribe sobre eso, un tal Miqui Otero, a quien ya cité, por ser
joven y tendencia, como quien dice.
–Busco al culpable y...
–Y, sin embargo, no aparece. Pero, ¿en qué quedamos? Si hay
víctimas, entonces tiene que haber culpables, ¿no? Que me aclare, si
alguien me mete el dedo en el ojo, no he sido yo el que ha golpeado su
dedo con mi ojo, ¿verdad?
–No te me hagas el moderno. ¿Hay un culpable de todo esto o no?
–Hay. A no ser que todos tengamos la culpa. A no ser que
las víctimas fueran también culpables. Ya, pero eso es de primero de
relato de misterio: al final la víctima que mató al otro pavo con la
pata de cordero congelada, la guisa para los policías.
–O me concretas o te recito a Lorca.
–Señalar a un culpable es ser demagogo. Apuntar con el dedo
es ser reduccionista
. Decir que hay malos y buenos es de novela
popular, de novela barata: es panfletario.
Conclusión: Culpable yo por aceptar un este encargo de
usted, mr. Prisa, tan allá que ni suda, de usted, que me ha llevado a
mendigar centimillos a los malos, de usted, que ha mandado un emisario a
espiarme los pasos. Culpable yo porque muy al contrario de la distancia
que debí establecer, creo haberme enamorado de cada uno de los
sospechosos, incluido el comisario Camarasa. Culpable yo, en fin y sobre
todo, porque ellos lo dicen, y entre ellos, el mismísimo hijo de Manolo
Vázquez Montalbán, dios.
Mañana acudiré a una ceremonia en la librería Negra y
Criminal de Barcelona donde recibiré de manos de la librera Montse Clavé
un mejillón letal
. Obediente, me lo llevaré a la boca. Solo espero que
cumpla usted su parte del trato y mis vástagos reciban aquellos
honorarios cuyo montante todavía ignoro.
Suya hasta la muerte.