Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

4 dic 2013

El turrón de autor muerde mercado..............................Novedades dulces con las firmas de Albert Adrià, los Roca, Paco Torreblanca, Oriol Balaguer o Christian Escribà


Turrón de Albert Adrià con los artesanos Torrons Vicens, inspirado en el postre de elBulli 'Pisada lunar'.

Los elaboradores de turrón quieren que el producto sirva para todo el año, más allá de la Navidad: un postre gourmet sin caducidad. Y que no haya fronteras entre dulce y salado.
Aunque la excelencia lleva siglos en manos anónimas, grandes chefs se suman a la inquietud por el turrón. Nuevas formas (alargadas, en rulo, cuadradas, ovoidales...) y texturas y sabores rompedores abren boca en la tendencia de turrones de autor.
 “Las buenas elaboraciones siempre tienen sitio en la alta cocina y la clave es dar en el gusto popular con la mayor calidad”, afirma Albert Adrià, que se ha lanzado este año por primera vez a la elaboración de turrones. Ha trabajado con las manos en la masa (“no solo doy mi nombre”) en complicidad con Torrons Vicens, una firma artesana de Agramunt (Lleida) nacida en 1775 que produce más de 80 tipos de turrón. La nueva línea con Adrià “ha recogido sabores de postres de elBulli” y la integran cinco creaciones: Pisada lunar (trufa al romero con crujiente de avellana y frambuesa), Raíces (trufa con toffe y mazapán de yuzu), Barcelona (crema catalana con praliné de carquiñolis y caramelo), Frambuesa (mazapán de frambuesa con azúcar de flor de violeta) y Piña colada (mazapán de coco al ron con gelatina de piña).
Además de la línea de Adrià, el dueño de Torrons Vicens y artífice de sus nuevas creaciones, Ángel Velasco, lanza el turrón soufflé, que lleva aire inyectado y cuya textura juega entre lo blando y lo duro.
 El año pasado hizo un turrón salado con tomate y pimienta, almendras saladas y chocolate amargo.
La impronta de los artífices del mejor restaurante del mundo, El Celler de Can Roca, también se come en turrón. Además de los helados de turrón de almendra de su gelatería Rocambolesc, los hermanos Joan, Josep y Jordi Roca se han aliado con el chocolatero de Girona Damian Allsop, quien creó en 2002 una nueva técnica para la ganache (mezcla de chocolate con crema y mantequilla), sustituyendo la crema por agua de manantial para “mantener el sabor puro del chocolate”.
 Juntos han creado tres piezas en forma ovoidal, presentados en unas cajas desplegables, “inspirados la personalidad de cada hermano”.
 El de Joan lleva una base de chocolate, arroz inflado y almendra y una ganache de chocolate 70% aceite y sal. Josep: ganache de 70% gelatina de frutos rojos y pasas y choco negro. Jordi: ganache de chocolate negro con regaliz y una gominola de mandarina.
Turrones inspirados en la personalidad de los hermanos Roca, aliados con el chocolatero Damian Allsop.
Oriol Balaguer, también entrenado en las artes dulces de elBulli, ha elaborado un turrón especial para público infantil, decorado con figuras de Papá Noel y los Reyes Magos y relleno de crema de avellanas y cereales. én en formato chocotube, ha diseñado un lingote de turrón de oro, con interior de cremoso y crujiente de crema de avellanas y perlas crujientes de chocolate negro.
 Otra novedad es su cacao en dos tiempos, un pastel de chocolate cubierto de frambuesa que esconde nubes de colores.
Christian Escribà, mago de la repostería de fantasía, ha ideado turrones en forma de árbol de Navidad, que se sostienen de pie.
Con siete variedades (incluso sin azúcar) llevan los ubicuos chocolate y almendras, así como frutas, cítricos, whisky e incluso petazetas.
Turrones verticales en forma de árbol de Navidad, diseño de Escribà.
El maestro alicantino Paco Torreblanca, pionero de las mezclas atrevidas en el mundo del dulce, lanza un ron-turrón en formato cuadrado. En colaboración con Jorge González Cidoncha, embajador de Ron Barceló Imperial, ha creado una tableta inspirada en aromas y sabores tropicales (e incluye ingredientes clásicos como chocolate, nata, avellanas, miel), sin colorantes ni conservantes.
En la tradición vasca del dulce, la firma de Tolosa Gorrotxategi aporta inventiva con una larga lista de turrones.
 Entre las novedades: mil y una noches (con cacao de Venezuela, frutas naturales, frutos secos y pétalos de rosa de Alejandría).

Coherencia en la confusión..............................Juan José Millás

Erik de Castro (Reuters)

El objeto de las imágenes que se nos muestran después de una calamidad es el de confirmar la calamidad.
 El fotógrafo ha llegado al lugar de los hechos con dificultades de todo tipo y no puede decepcionar ni decepcionarse.
 Imposible escribir un reportaje sobre la muerte en una maternidad o una crónica sobre el río Amazonas navegando por el Manzanares.
Todo en la vida tiene un orden, una lógica, una intención.
 Si en una lata donde pone “sardinas” encuentras mejillones, es probable que se te erice la piel.
 Quizá ni te los comas, aunque se encuentren en perfecto estado. ¿Por qué? Por si acaso. ¿Por si acaso qué? No tenemos ni idea, pero si debiendo ser una cosa han resultado otra, quizá sepan a una tercera que no alcanzamos a imaginar.
De ahí el valor de esta fotografía, tomada en la localidad filipina de Tacloban, víctima del tifón que se ha ensañado con el país asiático.
 Ahí tienen a centenares de supervivientes que han pedido la vez para recibir comida y agua de los lugares de abastecimiento.
 Nada que ver con las imágenes de hambrientos asaltando los camiones de ayuda humanitaria o saqueando los comercios
. He aquí un cuerpo social que funciona como cuerpo social y no como un conjunto de individualidades en lucha, unas con otras, por la supervivencia.
 Vale la pena coger una lupa y observar la actitud solidaria (el orden como forma de solidaridad) de quienes, además de padecer hambre y sed, han sufrido la experiencia de la pérdida en todas sus variantes.
 ¡Qué ojo el del fotógrafo, capaz de detectar esta muestra de coherencia en medio del desorden total!

Una bestia llamada Michael Fassbender

Es buen actor y es atractivo pero no le he visto como un genio de la interpretación ni tan guapisimo y eso que necesitamos actores con atractivo no planos.

En cinco años ha pasado de las calles de Londres al estrellato.

Una carrera fulgurante para uno de los actores más relevantes de los últimos tiempos.

Entrevista al actor por el que todo Hollywood suspira.

De origen alemán, su nueva película, ‘12 años de esclavitud’, es una descomunal obra que suena en todas las quinielas para los Oscar.

 

REUTERS

El actor viste vaqueros y un polo verde.
Se calza unos zapatos perfectamente lustrados. Nada de traje y corbata. Ni séquito que consulte compulsivamente el móvil en esta suite del hotel Conrad, en el downtown neoyorquino.
 Nada en Michael Fassbender (1977, Heidelberg, Alemania) es como cabría esperar en una estrella de su ­calibre.
 Al contrario. Todo en él parece muy de la vieja escuela.
Se ha convertido en uno de los actores más relevantes que ha engendrado el séptimo arte en los últimos años
. Un todoterreno para el que no existe reto imposible
. Ni papel menor. Un renacentista con aspecto de gentleman que ha conquistado Hollywood al asalto en una guerra fulgurante que le ha llevado desde las calles de Londres, donde comenzó a foguearse, hasta la meca del cine en tan solo cinco años.
En su particular lustro de oro, este pelirrojo de ojos azules y aficionado a las Dr. Martens pasó de ser un pequeño actor con especial talento para las tablas a un icono global capaz de manejarse con igual soltura en el cine independiente o en los grandes taquillazos y de ponerse el yelmo de un villano como Magneto (en X-Men: primera generación) o de un sintético algo perverso (en Prometheus) sin necesidad de despeinarse.
“No puedo interpretar mis personajes sin implicarme a fondo, igual que uno no puede conducir un coche a 300 por hora agarrando el volante con una mano”
Michael Fassbender
Fassbender, que llegó a protagonizar cuando era un desconocido anuncios animando a la juventud a alistarse en las SAS (las fuerzas especiales del Ejército británico) o a beber la célebre cerveza Guinness, se lo debe –casi– todo al realizador londinense Steve McQueen.
 Aunque el segundo ya era un prestigioso artista visual antes de pasarse al cine para dirigir Hunger, su primer largo (estrenado en 2008), en él se juntaron por primera vez.
 Y la alianza les ha llevado a ambos a la cima. Repitieron en Shame (2011).
 Y ahora regresan de la mano con su apuesta más ambiciosa, 12 años de esclavitud, una descomunal película que ya figura en todas las quinielas al Oscar (se estrena el 13 de diciembre en España) y que cuenta la historia de un hombre libre de raza negra, Solomon Northup, raptado en Washington a mediados del siglo XIX, vendido como esclavo y confinado al trabajo en diversas plantaciones hasta que fue rescatado 12 años después.
En el filme, Fassbender interpreta a Edwin Epps, un esclavista de la peor calaña. Aunque al actor todo le parece discutible
: “Tú crees que es malo, simplemente malo
. Pero yo no puedo trabajar así, necesito examinarlo de otro modo.
 Si lo veo como al demonio, no voy a poder darle al director ni al personaje lo que esperan de mí.
 En mi opinión, Epps es una víctima de su contexto y de su época, y en cierto modo siento empatía por él. Es un tipo enamorado de su esclava y que cree que infligiendo dolor a sus semejantes conseguirá librarse de ese sentimiento: obviamente no le funciona, y esa frustración genera más violencia”.
Steve McQueen, hombre de pocas palabras, resume en una imagen su entrega: “Estábamos rodando una escena muy intensa de la película y de pronto se desmayó, cayó redondo al suelo. Ese es Michael Fassbender, alguien que pone todo lo que es, todo lo que tiene, en lo que está haciendo: por eso es un actor extraordinario, no se guarda ni un gramo de energía. Te lo da todo”.
El secreto del actor parece ser ese arrojo –a veces suicida– que pone en su profesión junto a una elegancia clásica, que recuerda a las grandes estrellas de antaño y le hermana directamente con (el otro) Steve McQueen y Cary Grant: tipos con clase que gustaban por igual a hombres y mujeres y que representaban un seguro para la taquilla. Para muchos Fassbender es un actor de otro tiempo, un intérprete excepcional que aúna lo mejor de Hollywood con las cualidades artísticas del Viejo Continente. “Michael es como un Errol Flynn moderno: un tipo divertido, jovial, con gran sentido del humor, al que le gusta salir de noche, pero que a la mañana siguiente se presenta en el plató excelentemente preparado
. Compartimos además nuestro amor por las motocicletas y la velocidad. Le vi en Hunger y luego en Malditos bastardos y pensé que era mi hombre
. No me equivocaba”, explica el realizador canadiense David Cronenberg, que le tuvo a sus órdenes en Un método peligroso, filme en el que encarnaba al psiquiatra Carl Jung.
En estos cinco años dorados, Michael Fassbender ha ganado premios de todas las clases y colores, ha disparado su caché y se ha colocado en el Olimpo de los cinéfilos, allí donde van a parar aquellos artistas que trascienden con mucho el ámbito de la pantalla grande. “Solo me falta hacer una película en alemán”, confiesa el actor. “Malditos bastardos no cuenta”, dice entre risas.
Son las diez de la mañana, y este alemán de madre irlandesa va ya por su segundo té, mientras se frota las manos y apoya la nuca contra el respaldo del sofá.
 Tiene una larga jornada por delante: “Estaré aquí todo el día dando entrevistas y –permíteme la franqueza– no me seduce la idea”, confiesa con una sonrisa de medio lado.
Hace unos instantes, antes de entrar en la sala para la entrevista, una publicista ha retenido al periodista para recordarle el mantra habitual: “Nada de preguntas personales”.
Michael Fassbender en su última película, '12 años de esclavitud'
La advertencia llega, quizá, porque Fassbender está considerado como un Casanova del tamaño de un portaaviones y porque se le ha emparejado con cada actriz con la que ha trabajado –y algunas que no– en una interminable lista (y presunta, el actor es la discreción personificada) que incluye a Eva Mendes, Charlize Theron, Megan Fox, Zoë Kravitz o Rosario Dawson.
 Actualmente se le relaciona con la atleta británica Louise Hazel. Aunque, como siempre, él ni confirma ni desmiente. La prensa amarilla estadounidense llegó a colgarle un hijo con January Jones, algo que la actriz desmintió en una entrevista con The New York Times.
Michael Fassbender nació en Alemania, pero pasó su infancia en Killarney, al suroeste de Irlanda. Sus padres regentaban allí un restaurante, y él, adolescente con melenas, le daba al heavy-metal: “[Risas] Teníamos un grupo con el que éramos capaces de echar a la gente de cualquier sitio, especialmente por el volumen al que tocábamos”. Formado como actor en la Central School of Speech and Drama y acostumbrado a lidiar ya desde muy joven con las ansiedades del directo en las tablas de un teatro, el intérprete sacó por primera vez la cabeza en Hermanos de sangre, la miniserie de HBO sobre la II Guerra Mundial producida por Tom Hanks y Steven Spiel­berg
. Pero pasó por ahí de puntillas
. “Para serte franco, le recuerdo vagamente, pero si hubiera sabido entonces lo que sé ahora de Michael Fassbender, habríamos hecho un episodio de la serie solo para él”, recordaba Hanks recientemente en Berlín al ser preguntado por el actor.
Luego llegaría 300, a las órdenes del realizador Zack Snyder, en la que el actor se metería en la piel de uno más de entre esos tres centenares de espartanos; y al fin, en 2008, la película que le puso en el punto de mira de la cinefilia mundial: Hunger. La cinta relataba la historia (real) de Bobby Sands, el mártir del IRA que murió a causa de una huelga de hambre en una prisión norirlandesa en 1981.
“Estuve 10 semanas en las que apenas comí y probé mis propios límites porque era necesario para llegar donde el papel requería y porque siento un inmenso respeto por mi profesión, y si acepto un rol es porque creo que puedo hacerlo. ¿Miedo?
 Cada vez que me miraba al espejo [risas]”.
Fassbender parece disfrutar cruzando esas fronteras.
 “Michael es un hombre de integridad única y enseguida entendió lo que yo buscaba”, cuenta el cineasta McQueen sobre aquella primera colaboración.
 “Estábamos narrando la historia de un hombre atrapado en los límites de su cuerpo y que murió defendiendo una causa que él consideraba justa.
 Creo que la confianza que depositamos el uno en el otro fue la clave para que la pe­lícula saliera bien. Eso y la fiereza de Michael, que no se arruga ante nada”.
Es curioso cómo la expresión “límite” aparece en boca de casi todos los que han trabajado con el intérprete a lo largo del último lustro.
 “Michael da miedo. Tiene una intensidad en lo que hace que he visto en pocos actores a lo largo de mi carrera.
 A veces tenía la impresión de que si el guion hubiese puesto que tenía que morirse, él habría muerto”, decía la actriz Carey Mulligan en las entrevistas de promoción de Shame a cuenta de la falta de barreras del actor a la hora de encarar un trabajo, ese lo que sea necesario que todos destacan después de haber trabajado con él. “Bueno, ese es mi trabajo, ¿no?”, dice Fassbender quitándose importancia.
 “Tratar de no poner barreras a lo que hago. Shame [su segunda colaboración con McQueen] hablaba de un adicto al sexo, y 12 años de esclavitud, de un negrero que arranca la vida de sus esclavos con un látigo. No son personajes que puedas interpretar sin implicarte a fondo, del mismo modo que no se puede conducir un coche a 300 kilómetros por hora agarrando el volante con una sola mano”.
“No ha habido desde Marlon Brando un actor como Michael: uno de esos tíos que salen una vez por generación”,
Steve McQueen
Shame fue noticia en su momento no solo por su (apabullante) vertiente cinematográfica, sino por una bastante más frívola, los desnudos frontales del actor.
 “Si me preguntas ahora, me lo tomo a risa.
 Si quieres la respuesta seria, te diré que los desnudos eran imprescindibles para entender el personaje y que por eso los hice. Por otro lado, no entiendo que el desnudo frontal masculino sea tan polémico, pero que las actrices lo hagan y a todos les parezca de lo más normal. ¿La respuesta no-tan-seria?
 Mi madre tenía que estar allí el día del estreno en Londres y sufrió un fuerte dolor de espalda que se lo impidió. ¿Necesito decirte más? Desde entonces creo un poco más en Dios”, confiesa el actor entre risotadas.
Con 12 años de esclavitud, Fassbender reafirma aquella máxima de Tarantino en el rodaje de Malditos bastardos (“Michael puede hacer una toma de 12 formas distintas y todas son buenas. Es un jodido genio”) y clava su interpretación de un personaje (real) que hizo de la crueldad una forma de vida. Uno de los hombres que convirtieron la existencia de Solomon Northup en un infierno: “Cuando Steve [McQueen] me dio el libro, pensé que era imposible que aquello hubiera pasado.
 Un tipo libre es raptado y vendido como esclavo y nadie puede hacer nada por él durante 12 años. Es una auténtica locura.
 En cuanto a mi personaje, no había mucha documentación, así que me limité a buscar en el libro y lo cierto es que Northup era un escritor magnífico, con mucho ojo para los detalles
. Después me dejé llevar por la humedad de Luisiana y los colores de las plantaciones.
 Es increíble lo que uno puede llegar a captar en esas tierras si presta la atención suficiente”.
El germano-irlandés tiene ahora 36 años y al menos ocho películas en cartera. Ridley Scott (por partida doble: El consejero y Prometheus 2), Terrence Malick o Bryan Singer son algunos de los directores que le tendrán en sus manos.
“No tengo ningún plan. Es absurdo pretender que puedes planear algo en esta profesión. ¿Intuición? Es solo otro factor. A veces es el director; otras, mis compañeros de reparto; con Steve [McQueen], siempre es Steve… y sobre todo busco hacer cosas que me parezcan distintas. ¿Prometheus 2? [risas]. Vale, ahí me has cogido”. El actor ha protagonizado 16 películas desde 2009 y no parece que tenga intención de tomarse ningún descanso:
 “Cada uno tiene su método; para mí, la manera más rápida de deshacerme de un personaje es meterme en otro.
 Siempre he funcionado así, y así es como voy a seguir haciéndolo mientras me lo pueda permitir. ¿Descansos? Claro que me tomo descansos; mira, no hace mucho estuve en tu país.
 Mi padre y yo cogimos la moto y nos dimos una vuelta por Europa, pasamos unos días en Sarajevo, después Venecia, luego una semana en Barcelona y de allí a San Sebastián: hicimos unos 3.000 kilómetros. Eso cuenta como descanso, ¿no?”.
Con Keira Knightley en 'Un método peligroso' (2011).
El actor habla de su hiperactividad en términos profesionales en contraposición a su labor como productor: “En 2011 miré atrás y me di cuenta de que había hecho seis películas seguidas, empalmando una con otra, así que decidí parar unas semanas
. Mis amigos me decían: ‘Tío, estamos hartos de ver tu cara por todas partes’ [risas], así que paré y me dediqué a mi productora, DMC, porque no quería que fuera otro de esos proyectos que son solo una fachada. Ahora por fin tenemos una película en la que podemos implicarnos como compañía. ¿Cuál? Voy a producir Assassin’s creed, la adaptación cinematográfica del videojuego”.
Hace unas semanas, Matthew Vaughn, director de Kick Ass o X-Men: primera generación (donde coincidió con el actor), fue preguntado sobre la posibilidad de dirigir un filme de la franquicia Bond:
 “Solo habría una posibilidad de que yo aceptara hacer ese trabajo: si Michael [Fassbender] interpretara a James Bond”.
 Al intérprete no le disgusta la idea: “¿Eso dijo Matthew?
 Bueno, la verdad es que yo soy un gran fan de Daniel Craig y creo que es un Bond maravilloso.
 Así que de momento lo veo difícil. ¿Si él lo dejara? [sonríe]. Entonces ya hablaríamos”.
Los rumores bondianos sobre el actor, al que colocan como uno de los dos favoritos para hacerse con el rol en la etapa pos-Craig –el otro es Idris Elba, que sería el primer Bond negro de la historia–, no han cesado de sonar mientras Hollywood se cabreaba con Fassbender tras el anuncio de este de que no piensa hacer ninguna campaña para los Oscar con 12 años de esclavitud.
El actor no quedó muy contento de la maratoniana promoción que le llevó de costa a costa de Estados Unidos para Shame y que se saldó con un cero en su casillero.
 Esto es: no fue nominado. “Los Oscar me dan igual, es un honor si me lo dan, pero no me preocupa”, es su lacónica respuesta cuando se le inquiere por el asunto.
Ha aparecido en todas las listas de actores influyentes, guapos y talentosos que elaboran revistas, periódicos, webs y festivales de cine, no se encuentra muy lejos ya de la estatuilla dorada.
“No ha habido desde Marlon Brando un actor como Michael. Se trata de uno de esos tíos irrepetibles que salen una vez por generación”, asegura Steve McQueen.
 A tenor de lo visto, parece difícil llevarle la contraria

Tutelas permanentes..........................Javier Marías

Las novelas, se dijo hace ya mucho, cuentan, entre otras cosas, la vida privada de las naciones, y lo más curioso es que a mi parecer la cuentan mejor y más nítidamente las que no nacen con ese ánimo, las que no pretenden ser realistas ni costumbristas ni trazar un “fresco” de su época.
 Yo veo mejor el Londres del siglo XIX en las obras de Dickens, llenas de personajes estrafalarios e inverosímiles, de casualidades que bordean lo inaceptable y de exageraciones sin cuento, que el Madrid de Galdós, que a menudo me resulta acartonado, sobre todo en tantos diálogos impasables y en tantas estampas apegadas en exceso a la literalidad de su tiempo, es decir, al reportaje.
 Uno de los reproches más tontos y rancios que se pueden hacer a una ficción (todavía increíblemente frecuente) es señalar que la gente no habla “así”, esto es, como los personajes.
 Dan ganas de contestar: “Pues claro que no, por fortuna
. Una pieza literaria es siempre un artificio, un destilado de la realidad, algo calculado y despojado del soporífero ritmo del habla verdadera. La cortesía del autor es no obligarnos a tragarnos lo que ya conocemos y padecemos en la vida diaria.
La reproducción exacta de las peculiaridades verbales de los individuos (eso que tanto elogian los críticos rudimentarios, que cada personaje tenga ‘su voz reconocible’) no deja de ser un abuso y una grosería”.
Nuestras sociedades reclaman una minoría de edad y una tutela permanentes para los ciudadanos
Pero me he ido por las ramas.
Quizá una de las razones por las que hoy vemos tantas series televisivas es que son éstas las que mejor nos muestran cómo son las sociedades actuales, sobre todo –de nuevo– las que no aspiran a ser “documentos”. Al fin y al cabo la realidad se cuela por todas partes, querámoslo o no, por lo que empeñarse en meterla con sus pormenores es una redundancia que además condena a la obra en cuestión a envejecer a velocidad de vértigo. Está más viva y nos dice más de Francia la estilización de Proust que el naturalismo de Zola, con todas sus “comprobaciones”
. Ahora veo House of Cards, esa serie política con Kevin Spacey, y me llama la atención un pequeño episodio que revela mucho: una joven va en su coche; al pasar junto a un depósito de agua con forma de melocotón inmenso, envía un SMS a su novio con la gracia que se le ha ocurrido (“Cuando lo ves, ¿no te recuerda a un culo gigante?”), y se estrella.
Un político rival primero, pero luego también los padres de la joven y la comunidad en pleno se lanzan a culpar del accidente a Spacey, por haberse opuesto en su día a que se derribara “el melocotonoide”, como es llamado.
 La responsable de su muerte no es en modo alguno la joven, por haberse distraído y puesto a manipular el móvil mientras conducía. La culpa es del depósito, por estar ahí, tan llamativo, y de quien impidió que se demoliera, y a nadie parece caberle la menor duda de eso.
Sólo a Spacey, que sin embargo no osa argumentar públicamente lo que es de sentido común.
 De hacerlo, habría sido linchado o poco menos.
Me temo que ese episodio refleja, sin subrayados, lo que está aconteciendo en nuestras sociedades, que reclaman una minoría de edad y una tutela permanentes para los ciudadanos
. Hace más de veinte años (he utilizado ese ejemplo en otros artículos) leí en Time lo siguiente: un ladrón se cuela en un aparcamiento, roba un coche, sale a toda pastilla y se empotra en un árbol; queda malherido y ha de pasar en el hospital varios meses; entonces demanda al aparcamiento por no haber tenido la vigilancia suficiente para haberle impedido robar el automóvil; de haber sido más cuidadosos, él no lo podría haber afanado, no habría salido escopetado ni habría sufrido roturas múltiples.
El juez de turno admite a trámite la demanda, lo cual ya es asombroso.
Todo lo estadounidense nos acaba llegando, sobre todo lo pésimo.
 Leo una carta en el diario que, a propósito de la tragedia del Madrid Arena, dice esto: “Ayer escuché por radio los testimonios de algunos jóvenes que denunciaban indignados que nadie les pidió el DNI a la entrada ni les pusieron trabas para pasar con recipientes de bebidas de hasta cinco litros …” Hay motivos para estar “indignado” con la organización de aquella fiesta y con la alcaldesa Botella.
 Pero la palabra choca en ese contexto, porque me imagino que en su momento esos jóvenes se frotaban las manos ante tantas facilidades y negligencias, y también choca que al redactor de la carta le parezca natural esa indignación a posteriori.
 ¡Tenían que habernos pedido el DNI y habernos prohibido el acceso!
¡Y habernos obligado a dejar fuera nuestros cinco litros! Recuerda demasiado a la actitud del ladrón americano: ¡cómo es que se me permitió robar un coche!
 A este paso, y salvando las insalvables distancias, los violadores excarcelados tras la invalidación de la doctrina Parot mal aplicada, podrán exclamar airados: ¿cómo es que no me pararon cuando forcé a dieciocho mujeres?
La culpa no es mía.
 Si acaso de ellas, por existir y salir a la calle.
Y lo mismo los terroristas de ETA: ¿cómo es que la policía no estuvo atenta y pude colocar una bomba? ¡Tenían que haberme interceptado!
 Si yo fuera Director de Tráfico, estaría temblando, porque cualquier individuo siniestrado podría espetarme: ¿cómo es que colocaron ustedes un cartel que ponía “Madrid 50 km”? Me distraje intentando dilucidar qué significaba esa misteriosa abreviatura, “km”
. A quién se le ocurre tamaña imprudencia, ponernos jeroglíficos mientras conducimos.
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