Un total de 30 artistas y escritores fueron invitados en 1971 a
decorar cada uno un abanico para una subasta benéfica. El conjunto fue
adquirido por un coleccionista de la época que, además, encargó a
algunos pintores que se habían quedado fuera del proyecto el mismo
trabajo
. Finalmente reunió 59 piezas.
En noviembre del mismo año se
expusieron por primera vez en la galería Trece de Barcelona. Tras un
período de tiempo de cara al público fueron retirados y recolocados en
colecciones privadas. Ahora, la
Fundación Juan March los ha reunido para ser contemplados en la exposición
59 abanicos de 59 artistas, que mostrará el
Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca hasta el 16 de marzo de 2014.
Rafael Santos Torroella, un reputado crítico de arte de la época
definió la esencia de la muestra en el texto de presentación que
escribió para la exposición en el museo Trece de Barcelona, en 1971:
“Todos los
ismos recientes a través de sus más destacados cultivadores han tenido oportunidad de rendir homenaje nuevamente al
eterno femenino”.
Por la diversidad de artistas que componen el elenco, la exposición
bien pudiera servir de muestrario de todas las corrientes de la época:
desde autores de las vanguardias históricas como José Caballero,
Salvador Dalí o Joan Miró o representantes de la Escuela de París, un
grupo heterodoxo de artistas que trabajaron en la ciudad eterna en el
periodo de entreguerras, como el pintor y escultor catalán Antoni Clavé o
su coetáneo Emilio Grau Sala.
Además, se encuentran representantes del
informalismo, un movimiento pictórico de tendencias abstractas que se
desarrolla en Francia después de la Segunda Guerra Mundial, tanto de la
vertiente catalana, como el pintor Joan Hernández Pijuán o de la
madrileña, en la figura de Manolo Millares.
Rafael Canogar (Toledo, 1935) fue uno de los artistas abstractos
llamados a reinterpretar este objeto. Su propuesta consistía en un
conjunto de manos pintadas en blanco y negro, alzadas y con las palmas
abiertas que rodean la semicircunferencia del abanico.
“No se sabe si
están pidiendo auxilio”, asegura Manuel Fontán, director del museo.
Estas obras hay que situarlas en su contexto. A comienzos de los años 70
comienza a surgir en España una clase social muy crítica con la
dictadura y bastante activa en cuanto a movilizaciones.
El propio
Canogar asegura que se identificaba en esa corriente y por lo tanto
trataba de expresarlo en sus trabajos. Como él mismo reconoce, fue un
periodo en el que su obra era más reivindicativa.
“En mis imágenes se
representaba siempre a un hombre que luchaba por la libertad”, asegura.
En su obra, explica Canogar por teléfono, la intención era denunciar
“una situación de injusticia en cuanto a la falta de libertades y ese
sentir se manifiesta en las marchas estudiantiles”
. El conjunto de manos
alzadas representa la masa clamando por sus derechos. En el centro del
abanico, donde todos los puntos convergen y el dibujo desaparece, el
autor trata de lanzar un segundo mensaje: la masa somos todos, no hay
una cabeza visible.
Además de artistas visuales también dejaron su impronta escritores
como Rafael Alberti o Pablo Neruda.
El poeta chileno escribió en su
abanico:
“Entre morir y no morir me decidí por la guitarra, y en esta
intensa preferencia mi corazón no tiene tregua porque donde menos me
esperan yo llegaré con mi equipaje a cosechar el primer vino de los
sombreros del otoño”.
Además, dibujó en uno de sus lados una flor.
Cualquiera pensaría que el abanico es un elemento representativo y
exclusivo de la cultura española.
Lo cierto es que ya los egipcios de la
época faraónica lo usaban para aliviarse del calor y es muy común en
otros países como Japón o China. En nuestras fronteras ha estado muy
presente desde las representaciones pictóricas femeninas de artistas
como Alonso Sánchez Coello (Valencia, 1531)
. En esta ocasión, explica el
director del museo, Manuel Fontán, los creadores usaron el objeto como
si de un lienzo se tratase. Por lo que no son abanicos decorados, sino
espacios autónomos donde se representan sus obras de arte.