Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

24 oct 2013

Gracias por el bosón (y también por la cerveza)

La charla de los Nobel y Príncipe de Asturias Higgs y Englert desborda el entusiasmo en la facultad de Ciencias de Oviedo.

Los físicos François Englert (izquierda) y Higgs (centro) brindan con el director general del Centro Europeo de Física de Partículas (CERN), Rolf-Dieter Heuer (derecha), en Oviedo. / PACO PAREDES

Thanks for the boson”. El jovencito que exhibía la pancarta ante los descubridores de la elusiva partícula era solo uno de los cientos que se han congregado este mediodía en la facultad de ciencias de Oviedo para escuchar a los dos premio Nobel de Física y príncipe de Asturias de Investigación Científica, Peter Higgs –que dio nombre al bosón-, y François Englert
. Los estudiantes han respondido masivamente a la convocatoria de la charla magistral de los galardonados, que ha tenido lugar en una de las aulas en la planta baja, y la gran mayoría la han seguido apiñados ante las ventanas abiertas o en unas pantallas dispuestas en una carpa en el patio
. La comprensión de lo que vertían los sabios ha sido variable.
 Un estudiante con aire de personaje de The Big Bang Theory y una camiseta que detallaba en fórmulas químicas la composición orgánica del usuario confesó no haberse enterado de nada, mientras que una jovencita apuntó que ella “así así” y que eso no lo habían abordado aún en clase.
Tras la charla, Higgs –cuyo simpático aspecto de hobbit hace que sea irresistible apodarlo Bilbo Bosón- y Englert han firmado la pizarra a su espalda, en la que estaba escrita la fórmula del hallazgo –aquí no se ha cometido el error de borrarla como pasó en Barcelona en una visita de Einstein- , y ha quedado para la anécdota que Englert ha corregido una errata colocando una rayita sobre el signo psi. Nadie se había dado cuenta del error.
Al acabar se ha desbordado el entusiasmo del público mientras los científicos convertidos en estrellas brindaban con la cerveza Higgs Boson Ale, concebida y elaborada para reconocer la carrera de Peter Higgs, que eso sí es impulsar la ciencia, ¡qué diablos!
El acto adquirió un cierto tono de novela de Douglas Adams –el autor de El autoestopista galáctico- con los Nobel levantando los vasos y entonando un canto al bosón, a la ciencia y a lo que hiciera falta
. Ha sido muy emotivo su reconocimiento de que el futuro de la ciencia está en los estudiantes que los aguardaron pacientemente para aplaudirlos, vitorearlos, retratarse con ellos y hasta pedirles autógrafos
. Este reportero se coló junto a las autoridades y en un alarde de empirismo científico pudo probar la susodicha cerveza, que, más allá de sus valores científicos, estaba fresquita.
Otra noticia del día ha sido la llegada de Annie Leibovitz, premio de Comunicación y Humanidades, que, contradiciendo su fama de mal carácter, ha tenido el detalle de retratarse con los fotógrafos de prensa y hasta ha besado a alguno.
Por la mañana, la premiada en la categoría de Ciencias Sociales, la socióloga Saskia Sassen, catedrática de la materia en la Universidad de Columbia (EE UU) ha anunciado que donará los 50.000 euros de su premio a una serie de organizaciones de ayuda a los desfavorecidos, especialmente de Asturias.
 Una veintena de colectivos asturianos agrupados en Marea Ciudadana habían pedido a Sassen que renunciara al premio, dado el interés de la estudiosa en los grupos excluidos y minorías que luchan contra el sistema. La socióloga ha explicado que respeta el premio y lo acepta, pero que con su decisión de donarlo se suma a los que reclaman más recursos para los “desventajados” y los “violentamente empobrecidos” en una crisis que, ha cuantificado, deja más de 9 millones de hogares perdidos.
En castellano con acento argentino, la estudiosa, nacida en 1949 en La Haya y considerada uno de los principales científicos sociales del mundo, ha hablado de su concepto del nomadismo (“levanto mi tienda donde quiera que esté, cuando estoy en un lugar estoy en un lugar”) y ha dicho que su etapa comunista duró muy poco y que es una creyente en los mercados
. Ha explicado que el problema con estos es que se han “distorsionado” y el 60 % es comercio internacional entre diferentes filiales de las mismas empresas.
 Ha achacado la crisis del Estado de bienestar al empobrecimiento de los Estados y ha subrayado que la ciudadanía se tiene que movilizar.
 “Hay que hacer ciudadanía, la ciudadanía no se consume, se hace”, ha dicho en una versión sociológica del famoso “no te preguntes que puede hacer tu país por ti”, etcétera.
 Ha advertido contra la expulsión de masas enteras de la población fuera de los espacios económicos y de la exclusión a la que, ha denunciado, se ven abocados cada vez más miembros de la clase media, cuyo empobrecimiento le parece un punto especialmente grave de la crisis actual. Sassen ha imaginado una próxima “urbanización de la geopolítica internacional”, en la que las ciudades creen una red paralela a los Estados.
Si la rueda de prensa de Saskia Sassen ha estado llena de complejos conceptos sociológicos, la de Higgs, Englery y Rolf Heuer, director general del también premiado CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) ha exigido también lo suyo, y sin desayunar.
 Se ha empezado preguntándole a Higgs por Dios, que es una manera de bordear la dificultad de las partículas elementales. “No soy creyente, pero no tengo nada contra el que existan diferentes opiniones según las creencias de cada uno”, ha dicho el científico.
“Las dificultades han venido cuando se traspasan y se invaden los territorios de los otros”. Higgs ha considerado que es “perfectamente posible” tener creencias religiosas y a la vez ser científico. El premiado admitió que fue “desafortunado” que el reconocimiento por la confirmación de la existencia del bosón no recayera en todas las “varias personas” que contribuyeron al hallazgo sino en Englert y él, y citó específicamente al fallecido Robert Brout.
 El científico ha valorado que el jurado del Príncipe de Asturias haya incluido al CERN en el premio, para ampliar el reconocimiento. Englery ha matizado entonces que el comité del Nobel tiene sus reglas y si decidió premiar al trasfondo teórico y no a la parte experimental “fue su decisión”.
A la espinosa pregunta de qué interés puede tener la nueva partícula para el ciudadano de a pie, Heuer ha reconocido que no es capaz de señalar una aplicación inmediata pero que la ciencia básica busca el conocimiento y a algunos descubrimientos no se les ve la utilidad hasta al cabo de 50 o 60 años. “En algún momento habrá aplicaciones, pero no sabemos cuándo ni dónde”
. Los científicos sin embargo han subrayado que el descubrimiento nos revela “porqué podemos existir”, lo que hay que convenir no es ninguna bagatela. “Necesitamos el mecanismo de Higgs para darle a las partículas fundamentales masa. Así que nos da la razón de porqué existimos”.

 

Jornada de grandes maestros bajo la mirada de la Regenta

Muñoz Molina, Haneke y Olazábal, galardonados con los Príncipe de Asturias, pasean por Oviedo.

El director del Centro Europeo de Física de Partículas, Rolf Heuer, saluda a la directora de la Fundación, Teresa Sanjurjo. / J. l. cereijido (EFE)

Días de grandes encuentros en Asturias, propiciados por los premios que llevan el nombre del Príncipe. Sin salir de Oviedo, puedes coincidir con Michael Haneke contemplando el prerrománico de Santa Maria del Naranco o en la catedral con Antonio Muñoz Molina, que ayer, más tarde, protagonizó una emotiva sesión ante un millar de personas (Gente que escribe, gente que lee) con 61 clubs de lectura, agradecidos y entusiastas, en el Palacio de Exposiciones y Congresos
. También ha sido posible ver jugar a otro de los galardonados, José Maria Olazábal, un torneo de mini golf en Avilés, y pedirle consejo para esos amigos que no acaban de pillar un swing natural.
“Estamos todos exultantes, es nuestro gran momento”, me dice al coincidir con él en un semáforo camino de los actos el gaitero Juan Iglesias, al que no hay que ser muy perspicaz para identificar pues va ataviado de eso, de gaitero, en versión de gala. Iglesias lleva desde 1999, explica, “tocando la gaita” y desde el 2002 participa en las ceremonias de los premios.
 Comenta que muchos premiados se asombran pues desconocían la tradición gaitera asturiana y que lo que más le gusta interpretar en estas solemnes ocasiones es muñeiras y sobre todo el himno de Asturias.
¿Piensa en el lector cuando escribe?, le preguntaron a Muñoz Molina las representantes del club de lectura Una habitación propia, de Avilés, formado solo por mujeres y que lee solo a mujeres, aunque han hecho una única excepción con el novelista ubetense
. “Siempre se escribe para alguien. Escribir es una necesidad de expresión y a la vez de comunicación”.
 El tedio y el entusiasmo de la creación literaria, sus misterios –porqué hay autores que no vuelven a escribir o hacen cosas espantosas después de maravillarnos, la dificultad de los diálogos, los tics de los personajes, o la creación de escenarios como Macondo, Yokmapata o Mágina, la “maqueta del mundo” de Muñoz Molina, fueron apareciendo en un coloquio brillante e intenso, que desveló muchas claves del autor, como su obsesión por el control del lenguaje y la precisión, que dijo es influencia de la cultura estadounidense
. O el proceso instintivo por el que el asesino de Plenilunio llegó a ser pescadero.
Antonio Muñoz Molina confesó: “Siempre se escribe para alguien”
En la “muy noble, muy leal, benemérita, invicta, heroica y buena ciudad de Oviedo”, como reza su escudo, todo aparece impregnado del aura de los premios.
 En la visita a la estatua de la Regenta, tan obligada como los saludos a la de Molly Malone en Dublín, es imposible no recordar las palabras de Muñoz Molina que por la mañana nos decía que le hubiera encantado escribir la novela de Leopoldo Alas (además de El corazón de las tinieblas, de Conrad).
 La pobre mujer, por cierto, la buena de Ana Ozores, pena su bovarismo cruelmente frente a la catedral y en una plaza que lleva el nombre de Alfonso II el Casto (¡). En la plaza Porlier ha sido instalado un gran retrato de Haneke –“Heineken”, como lo ha bautizado aquí un fotógrafo, confundiéndolo sin duda con el esperado acto cervecero a la salud del bosón de Higgs que se celebra hoy- tan ceñudo como el original.
 Y en el parque del Campo de San Francisco, bajo los altos plátanos y castaños, entre los parterres donde medran las urracas puede visitarse la exposición al aire libre La ciencia en imágenes, de la Sociedad Max Plank para el Avance de la Ciencia (premio de cooperación internacional), con grandes y sorprendentes fotos de cosas como nanoconos de gel de silicio o una vena en la médula espinal de una rata. Clarín, siempre atento, atalaya la exposición desde el alto busto de su monumento.
Haneke, de riguroso negro, estuvo ayer algo desabrido en su encuentro con la prensa. Reconoció que no tenía ni idea previa de la existencia de los premios asturianos; declaró que a él el Oscar, psé: se lo mira con distancia y como parte “inevitable” del negocio del cine, y dijo que del cine español no opina porque no lo conoce suficiente. Se negó a dar también su opinión sobre el caso Priebke, el capitán de las SS al que nadie quiere ni muerto, pretextando que no es la persona indicada para preguntarle (¿pero acaso no es el director de La cinta blanca?) y que no está en Oviedo para hablar de política.
 Lástima, ¡lo que hubiera dicho su finado paisano Bernhard!, con el que comparte pesimismo crónico. Haneke se ganó enemigos tan poco recomendables como Stevan Seagal o Van Damme, o la mayor parte del cine estadounidense, ya que estamos, al declarar que el cine de acción “entontece”, lo que por otro lado nadie le discutirá en el caso de los dos grandes artistas del mamporro citados
. Preguntado sobre si se ve haciendo cine de acción o comedias respondió de lo primero que “nunca” y que rechaza ese tipo de cine, y de lo segundo que su abuela ya se lo preguntó y que no cree. “No se puede pedir peras al olmo”.
Michael Haneke contó que intenta que la violencia provoque “desazón”
Del futuro del cine apuntó que no es profeta y no puede decir qué ocurrirá en diez o veinte años, pero ve imposible sustituir la experiencia compartida de la gran pantalla.
Explicó que se siente más cómodo haciendo cine, que es, dijo, su dominio principal, por delante de la escritura, el teatro o la televisión
. Ante los adjetivos de incómodo y provocador que se le han aplicado dijo que no es responsable de las etiquetas que le ponen y que en todo caso no hace películas para provocar. Simplemente quiere “reflejar la realidad más allá de la superficie”.
De su tratamiento frío de la violencia explicó que le parece el adecuado y criticó en cambio la manera en que se refleja en el cine de masas, como un artículo de consumo y disfrute de los espectadores, algo peligrosamente atractivo. “Yo intento que la violencia provoque desazón y asco”.
Entrañable encuentro en el vestíbulo del hotel Reconquista con Olazábal, príncipe de Asturias de los Deportes, cuyo aspecto curtido y rudo contrasta con el polo rosa que luce y con su amabilidad. Le pregunto por la literatura golfística –hoy la Regenta jugaría al golf- y recomienda cualquier libro de John Jacobs, el autor de 50 lecciones magistrales de golf. Como película, la de Robert Redford, La leyenda de Bagger Vance, con Will Smith. Como para sentarlo a hablar de cine con Haneke.
 Le pregunto qué piensa antes de embocar el pat, si deja la mente en blanco en plan zen o así. “No, siempre, en cualquier golpe, tengo una idea en la mente.
 No necesito tener tres o cuatro pero sí una. Una noción, un concepto, de lo que quieres hacer”. Olazábal cree que su premio, que él coloca en la estela del que recibió Seve Ballesteros, es un reconocimiento a la popularización del golf. “Hay aún camino por recorrer pero esto ayuda a que no se lo vea como el deporte elitista que ya no es. En este premio se valoran otros aspectos, otros valores más allá de los deportivos estrictamente. El golf enseña a ser humilde, a respetar, a pensar positivamente y aceptar las normas. A entender que es difícil lograr la perfección pero que tras cada fracaso has de saber volver a levantarte”. ¿Un consejo a los muchos golfistas desanimados para mejorar?
“Pasar más tiempo entrenando. Parece obvio pero hay mucha gente que llega al club, se cambia de zapatos y sale al campo, sin calentamiento, sin estiramientos, sin dar unas bolas antes.
Entonces se cogen vicios difíciles de solventar”. Habla Olazábal del ritmo del swing y te parece que habla de conceptos poéticos, como Muñoz Molina con la literatura, Haneke con el cine… Maestros todos.

 

Otra vida para vivirla contigo

León Tolstói escribió que todas las familias felices se parecen entre sí, pero las infelices lo son cada una a su manera
. Con las historias de amor sucede algo parecido.
 Los amores fáciles comparten un color, un ritmo, una melodía que puede ser diferente, pero expresa siempre la misma armonía.
 Los amores complicados, a cambio, son como las flores de un rosal salvaje
. Ninguna espina se repite, pero todas hacen daño.
Esta es la historia de un amor que iba a ser fácil y termina doliendo como una espina clavada en la piel, tan liviana en apariencia, tan afilada y profunda en realidad que el simple intento de extraerla la hace aún más puntiaguda, más feroz, más dolorosa.
La historia de un amor como no hay otro igual, un bolero encarnado en los tiempos felices de la normalidad, en los que un hombre puede amar a otro hombre como otros hombres han amado siempre a las mujeres
. Sin miedo, sin culpa, sin vergüenza.
 Con la convicción de que el viento de la historia sopla a favor de quienes nunca hasta ahora habían podido aspirar a los amores fáciles. A su favor.
Esta novela de Mendicutti es el testimonio de un país donde todos los amores son iguales
Eso es lo que siente el escritor Ernesto Méndez cuando conoce a Víctor Ramírez
. Él, un hombre maduro, ecuánime, instalado en la serenidad de una vida plena en la que no cree echar nada de menos, sucumbe al polifacético y arrollador encanto del concejal de Igualdad de su pueblo, un chico joven, guapo, brillante y lleno de energía, que se le acerca envuelto en una flamante bandera arcoíris, la enseña del orgullo de los homosexuales que ya no están dispuestos a seguir escondiéndose.
Víctor, tocado por la gracia, repleto de talentos, aparece ante Ernesto como el símbolo de una vida nueva, un sueño cumplido por el que vale la pena arriesgarse.
 Y se arriesga. Y comprueba que vale la pena. Y se sigue arriesgando.
Y la sigue valiendo.
 Y cuando descubre que casi nada es lo que parece, la memoria del vértigo logra mantener el sueño intacto. Que siga doliendo, es lo de menos.
Otra vida para vivirla contigo es, además de la letra de un bolero, una historia de amor con espina y, al mismo tiempo, mucho más que una historia de amor.
 Eduardo Mendicutti ha escrito una novela inaugural que contempla la realidad española de hoy mismo desde perspectivas que nadie había frecuentado hasta ahora.
 El matrimonio, el adulterio, el noviazgo, la infidelidad, los ritos y costumbres sociales de la nueva normalidad universal que todos –homosexuales y heterosexuales– acabamos de estrenar irrumpen en el oscuro amor de antaño para producir efectos misteriosos, paradójicos, capaces de encoger el corazón del lector, de helar sus sonrisas, y hasta sus carcajadas.
 En ese territorio amable y peligroso a la vez, donde la apariencia liviana, casi crujiente, del relato nos seduce e inquieta a partes iguales, se produce el encuentro entre dos siglos, dos maneras de entender la vida, la lucha, la dignidad. También, por supuesto, el amor.
Cuando conoce a Víctor Ramírez, Méndez admira su audacia, su coraje, el descarado desparpajo del concejal guerrillero que se lanza sobre los micrófonos para proclamar su identidad sexual a los cuatro vientos
. La intimidad teje un relato distinto, donde quien más tiene que perder está dispuesto a jugárselo todo, mientras un muchacho nada con la ropa puesta sin dejar en ningún instante de sonreír a la cámara. Ernesto, un hombre maduro, curtido en las trincheras de las pasiones clandestinas, no necesita micrófonos para afirmar que está enamorado.
 Su profundidad, la conciencia de estar viviendo algo extraordinario, choca con la liviana superficialidad de su amante, para quien el amor es algo distinto, más blando, más suave, más pálido.
 Metáfora implacable de los tiempos que vivimos, Ernesto Méndez, mayor, elegante, discreto, es sin duda el más valiente de los dos, el más digno destinatario de esa anhelada normalidad que, sin embargo, se volverá en su contra para herirle por dentro como la espina más feroz de una rosa perfecta.
Afirmar que una novela de Eduardo Mendicutti es estupenda resulta una obviedad.
 Añadir que es original, brillante, divertida e intensa, tampoco sorprenderá, a estas alturas, a ninguno de sus lectores.
 Pero en Otra vida para vivirla contigo hay mucho más que un buen argumento en manos de un autor que borda el español mientras lo escribe
. Este es el testimonio de un país donde todos los amores son iguales.
 La desigual historia de un amor parecido a los de toda la vida.
 Complicado, eso sí, a su propia manera, como las familias infelices según Tolstói.
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Los que vieron morir a JFK

Medio siglo después, Dallas es aún el lugar maldito donde mataron a John F. Kennedy.

Cinco testigos presenciales de aquel día ayudan a reconstruir las últimas horas del presidente.

 

Oswald, el asesino de Kennedy, esposado. / MONDADORI (GETTY)

"Lamento su pérdida”. Fueron solo tres palabras
. Pero la enfermera Phyllis Jean tardó años en acordarse de que las había pronunciado
. Y no lo habría hecho si no se lo hubiese recordado uno de los médicos del hospital Parkland Memorial. Era la una de la tarde del 22 de noviembre de 1963, y el doctor William Kemp Clark decretaba la muerte del paciente del quirófano 1 del servicio de urgencias.
 “Señora, su marido ha muerto”, le dijo entonces a aquella mujer de traje rosa salpicado de sangre que no se había alejado de la camilla donde reposaba el cuerpo de su esposo ni había separado su mano de sus pies. El paciente, John Fitzgerald Kennedy, el trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, acababa de fallecer en Dallas.
 Y Jean se acercó a su mujer, la primera dama, Jackie Kennedy, la miró a los ojos y pronunció aquellas tres palabras de pésame.
Ha tardado casi medio siglo en contar su historia.
 En compartir su experiencia
. En recordar y verbalizar todos los detalles de aquel día.
Una jornada de trabajo que preveía rutinaria.
 Por la mañana, en la unidad de cuidados intensivos. El turno de tarde, en la de obstetricia.
 Pero todo se trastocó cuando Jean pasó por urgencias antes de salir a almorzar para saludar a sus colegas de la recepción
. Aquel era, de hecho, un día con menos pacientes de lo habitual.
La ciudad se había volcado para recibir al presidente en su visita al Estado de Texas y miles de personas lo aclamaban en las calles.
 “Entonces nos anunciaron que se había producido un accidente en la caravana presidencial. En ese momento se abrieron las puertas y todo se convirtió en un caos”, recuerda por teléfono.
 “Aún resuenan en mi cabeza los gritos entre los agentes del servicio secreto y del FBI por decidir quién debía vigilar el interior del hospital… Aún los veo increparse y empujarse unos a otros por lo que había sucedido”, relata.
Primero introdujeron al gobernador demócrata John Connally, sentado en una camilla, escupiendo con cada espiración sangre del pulmón que le había perforado la bala que antes había alcanzado al presidente en el cuello.
Después, tumbado, inerte, Kennedy. Jean fue requerida en el quirófano 1
. Llevaba menos de un año de trabajo en el hospital, pero conocía la unidad de urgencias.
 Y en cuanto entró a aquella habitación de apenas 12 metros cuadrados, donde vio a Jackie Kennedy inmóvil frente a su esposo, negándose a esperar fuera, lo supo.
“El presidente estaba muerto”, afirma.
 La enfermera percibió el color grisáceo azulado de la piel y el azul aún más intenso del contorno de la boca. Se concentró en los ojos, entreabiertos, que dejaban ver una mirada fija y unas pupilas dilatadas.
 Trató, sin éxito, de encontrarle el pulso
. Y cuando uno de los doctores le apartó el cabello para poder evaluar la herida de la cabeza, lo confirmó definitivamente. “Tenía un agujero como la palma de mi mano
. Había perdido mucho tejido cerebral”, explica la antigua enfermera, que hoy vive jubilada en la ciudad texana de Irving.
 “Los doctores sabían que era imposible. Pero lo intentaron. No porque fuera el presidente o porque su mujer estuviera allí
. Habríamos hecho lo mismo con cualquier paciente. Pero creo que Dios es quien tiene el control. Y en este caso, nosotros no pudimos hacer nada”.
Jean ha callado su historia prácticamente el medio siglo transcurrido desde que Kennedy fue asesinado, aquella mañana en Dallas, por Lee Harvey Oswald, que fue detenido solo una hora y media después y que moriría dos días más tarde también asesinado, por Jack Ruby, el dueño de un cabaré local
. Primero calló por miedo. Explica que los trabajadores que ese día estuvieron en urgencias recibieron durante las semanas siguientes llamadas y cartas anónimas con amenazas en las que les culpaban por la muerte del presidente de EE UU.
 Algunas de sus compañeras enfermeras dejaron el trabajo e incluso abandonaron el Estado. Ella también las recibió, pero continuó en el centro hasta 1965.
 Sin embargo, jamás compartió su historia con nadie. Hasta que hace dos años una sobrina suya la convenció para que la contara
. Para que participara en las charlas que en ocasiones organiza el Sixth Floor Museum, el museo dedicado al asesinato del presidente que se encuentra en la sexta planta del antiguo Depósito de Libros de Dallas.
El edificio en el que Harvey Oswald, aquella mañana de noviembre de 1963 que conmocionó al mundo, se escondió hasta que llegó la caravana del presidente.
 La misma planta por la que se asomó con su rifle Mann­licher y disparó tres balas en ocho segundos.
 La primera vez falló. La segunda alcanzó al presidente en la garganta e hirió a Connally. Y la tercera acertó a Kennedy en la cabeza.
El lugar donde hoy se puede visitar, vallada por cristales, una recreación del aspecto que aquel día tenía el rincón polvoriento y atestado de cajas marrones de libros desde el que Harvey Oswald entró en la historia y por cuyas ventanas se ve, en la calle Elm, la equis marcada con pintura blanca que señala el punto exacto donde se encontraba el Lincoln Continental negro descubierto que trasladaba al presidente.
Mi padre vio a un hombre de blanco en la ventana que no parecía oswald, pero nadie le interrogó”. Tina Pender, testigo.
Ahora Jean da un paso más y comparte su testimonio públicamente
. Quiere que la gente la escuche porque dice sentir que, “como testigo de aquel acontecimiento, uno de los más importantes en la historia de mi país, tengo el deber de dejar que se sepa al menos lo que yo vi y viví aquel día”. La enfermera, de voz cálida pero entrecortada, reconoce que según lo cuenta le resulta más fácil repetirlo.
 Y que al hacerlo siente, sobre todo, un “alivio por haber sido capaz finalmente de romper una barrera personal”.
 Pero confiesa que todavía hoy, 50 años después, no sabe qué sucedió realmente aquel día.
 “Yo soy una de las personas que creen en las teorías de la conspiración”, admite.
“Hay demasiadas preguntas sin respuesta… Lee Harvey Oswald era un tipo pequeño intentando labrarse un gran nombre. No pudo hacerlo solo”.
Jean no es la única que piensa así. Hoy, un 59% de los estadounidenses, según un sondeo realizado el pasado mes de abril por la agencia informativa Associated Press y la empresa GfK, cree aún que hubo varias personas implicadas en el asesinato de Kennedy.
Frente a ellos, solo un 24% considera que Harvey Oswald actuó en solitario, como determinó la Comisión Warren, que investigó el atentado por orden del presidente Lyndon B. Johnson durante 10 meses, en 1964. Y todavía hay un 16% que duda al responder.
 Sin embargo, los números han cambiado notablemente.
En 2003, cuando se cumplieron 40 años del crimen, tres de cada cuatro norteamericanos creían en la conspiración.
Muchos más de los que lo hacían en 1966, cuando tres años después de la tragedia era uno de cada dos, de acuerdo con la encuesta que entonces realizó la empresa Gallup.
La muerte de Kennedy fue el magnicidio más impactante del siglo XX. Comparable al asesinato en 1914 del archiduque Francisco Fernando de Austria, que espoleó la Primera Guerra Mundial.
 Y la noticia que cambió para siempre la función de un nuevo medio de comunicación, la televisión, al que hasta aquel momento solo se recurría como entretenimiento
. Incluso Dallas parece hoy, a ojos del visitante, haberse quedado anclada en aquella mañana.
 Atrapada en una escena del crimen que es el principal atractivo turístico de la ciudad.
 El próximo 22 de noviembre, la urbe honrará al presidente en el aniversario de su muerte, en una de las contadas ocasiones en que lo ha hecho, con una ceremonia en la que, sin embargo, no participará ningún político relevante.
 Dice su alcalde, el demócrata Mike Rawlings, que no es “por vergüenza”, que la ciudad, la más progresista de Texas – donde Barack Obama ha ganado sus dos elecciones–, “hace años que lo superó”. Añade que el objetivo de la celebración es hacer “algo íntimo” dirigido por líderes locales de la comunidad y para sus habitantes, “pero que podrá ver el mundo entero”.
 Sin embargo, 50 años después Dallas se mantiene como ese lugar maldito donde mataron al que los estado­unidenses consideran su presidente favorito.
Y con un crimen que perciben aún sin resolver.
“Yo no creo que sepamos qué sucedió realmente. Hay muchas teorías. Pero no he querido meterme en ellas. No concibo ninguna pregunta concreta para la que me gustaría tener respuesta”, afirma, con cierta resignación, Tina Pender, que nació en Dallas y tenía 13 años el día que Kennedy murió.
Ella estaba allí, en la esquina de las calles Houston y Elm, cuando le dispararon. Su padre portaba una cámara de fotos
. Ella, un tomavistas de ocho milímetros con el que grababa a la primera dama, que saludaba desde el coche. “Recuerdo que estaba fantástica. Parecía mirar directamente a mi objetivo”, rememora. Entonces escuchó los disparos. Primero pensó que eran petardos.
 Pero su padre, exmilitar, supo que no lo eran y que alguien acababa de disparar a Kennedy.
El alcalde y el jefe de policía decidieron sacar a oswald a pie para calmar a los periodistas. y entonces ruby lo mató” Pierce Allman, periodista que cubrió el asesinato
“Cuando todo pasó, recuerdo haber vuelto a casa en el coche con mis padres, todos en silencio, escuchando la radio
. Y haber seguido en silencio ya en la vivienda, con la radio también encendida, mientras anunciaban su muerte y mi madre preparaba sándwiches en la cocina.
 Yo no sabía qué pensar, pero no dije nada.
Después, esa tarde regresé al colegio, porque era el plan previsto. Fue una sensación muy rara”, cuenta. Pender no preguntó nada sobre lo sucedido a sus padres.
Ni siquiera con el paso de los años. “Mi padre apenas podía hablar de ello. Fue muy doloroso para él. Y yo no sacaba nunca el tema”.
Hoy no tiene preguntas sobre el caso. Pero confiesa que sí se guardó muchas que le hubiera gustado hacer a sus padres antes de que fallecieran.
 “Él dijo que había visto a un hombre con un traje blanco en la ventana que no parecía Harvey Oswald, pero nadie del FBI ni de la policía le interrogó nunca”. Y explica que para que no le suceda a ella lo mismo ha escrito recientemente un libro, al que ha dedicado tres años, en el que cuenta su historia personal. “Quiero que cuando yo no esté, mi familia tenga información mía sobre lo que sucedió.
Algunos parientes, después de leerlo, me han reconocido que no sabían por lo que yo había pasado. Contarlo es algo muy bueno. Estoy aliviada y contenta”.
“¿Sabe? Yo he soñado con haberme encontrado a Oswald varias veces…”. Pierce Allman habla con una prodigiosa voz de radio, grave, modulada y de dicción impecable. Por algo fue reportero radiofónico y de televisión antes de dejar el periodismo para ser profesor. El 22 de noviembre de 1963 aún lo era. Trabajaba para la emisora de radio local WFAA. Pero no le correspondía cubrir la caravana.
 Sin embargo, la tarde anterior había visto a los Kennedy por televisión en el recibimiento en Fort Worth y le habían impresionado:
“Eran lo más parecido a una pareja de la realeza que puede haber en Estados Unidos”
. Por eso decidió acercarse hasta la plaza Dealey.
 Quería observarlos de cerca. “Estaba frente al Depósito de Libros.
 Recuerdo que cuando llegó el coche presidencial ni me percaté de que el gobernador Connally también iba a bordo. Me quedé fascinado con la señora Kennedy. Estaba maravillosa”, ensalza.
 A partir de ahí, “todo sucedió muy rápido”. Tres disparos. Gritos. Allman recuerda a Jackie saltando sobre su marido “no para salir del coche, como algunas personas dijeron después, sino para sujetarle la cabeza.
 Ella chillaba: ‘¡Han matado a John!’. Y uno de los agentes del servicio secreto apuntaba con el pulgar hacia abajo a sus compañeros y gritaba: ‘¡Vamos, vamos, vamos!”.
 Un policía en moto le instó a echarse al suelo. Pero enseguida Allman supo que debía incorporarse y buscar un teléfono, recuerda. Tenía que llamar a la emisora y contar lo que estaba sucediendo.
Bordeó el edificio. Entró y preguntó a un hombre que salía dónde podía encontrar un aparato. Aquel hombre se lo indicó. Después telefoneó a la emisora.
“Recuerdo que cuando entré en antena no sabía bien qué contar
. No quería decir que habían disparado al presidente, porque en aquel momento no se conocían bien los hechos ni sus consecuencias como para dar aquella noticia en la radio.
 He olvidado qué conté y cómo descubrí lo que había sucedido, pero sí sé que no dije que habían disparado a Kennedy”. El vestíbulo del edificio era un enjambre. Agentes de diferentes cuerpos de seguridad que entraban y salían. Voces. Órdenes
. Allman pasó más de una hora allí, en contacto con su emisora.
 Desde aquel teléfono contó en antena que habían encontrado un rifle cuando vio a los policías bajar con el arma. “Aquello era un caos.
 Más aún porque entonces matar al presidente todavía no era un crimen federal como ahora, sino un homicidio local, y por tanto era competencia de la policía”, recuerda.
 Estuvo pegado al aparato hasta que un hombre que se identificó como oficial de inteligencia del Ejército le preguntó, por primera vez en todo ese tiempo, quién era y con quién hablaba. Después le pidió que colgara y se marchara. Lo hizo.
 Y volvió a la emisora, donde trabajó durante tres días y tres noches, en retransmisiones en directo y en programas en todo el mundo que les llamaban para pedirles información.
El jurado de Dallas que decidió sobre el asesinato de Oswald. / DONALD UHBROCK
Dos semanas después, Allman, que declararía también en 1976 ante el Comité de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos (HSCA, según sus siglas en inglés), que tres años después haría público su informe final apuntando una “posible conspiración” sin concretar, recibió una llamada del servicio secreto. Dos agentes le visitaron en su casa y le pidieron que reconstruyera su historia
. Lo hizo, como sigue haciéndolo hoy, con la minuciosidad del periodista que escribe una crónica.
 Aquellos agentes le revelaron entonces que, con toda probabilidad, la persona a la que había preguntado por el teléfono público había sido Harvey Oswald.
“Pero yo hoy sigo sin saber si era cierto o no”, se resigna. “Sigo preguntándome qué habría pasado si hubiese mirado antes al edificio, y si al cruzarme con Oswald le hubiese reconocido.
Sigo preguntándome qué habría podido hacer o si hubiera hecho algo. Aunque sé que son cosas que no tienen sentido y no se pueden pensar”, añade
. ¿Y como periodista, qué le habría preguntado? “He soñado que Oswald salía del edificio. Que yo le paraba. Y que le decía: ‘Tú eres el tipo de la ventana’. Porque creo que solo habría sido capaz de decirle eso: ‘¡Tú eres el tipo de la ventana, el hombre del rifle…!”.
Allman se prepara ahora para celebrar el aniversario de forma especial. Asegura que no le importa compartir su historia
. Y cuenta que, como se había casado solo un mes antes de la muerte del presidente, está preparando una celebración doble para este año.
“Vendrán amigos y también colegas de aquella época con los que recordaremos lo que sucedió
. Muchos, aunque no hablen de ello, no lo olvidan. Sobre todo porque, como me sucede a mí, a pesar de que todo fue muy rápido, lo viven a cámara lenta.
 Yo aún puedo verlo todo, escucharlo…
En aquel momento no fuimos conscientes de la enormidad que había sucedido. Pero en cuestión de diez segundos el mundo había cambiado”.
Con esos excompañeros reporteros y locutores todavía analiza hoy la historia de Harvey Oswald. Sobre todo cómo fue la presión de la prensa la que, según cree, condujo a su muerte. “Éramos 200 o 300 reporteros que queríamos ver a Oswald, hacerle preguntas…
El plan original de la policía era llevárselo en coche desde el ayuntamiento, donde estaba encerrado en el sótano
. Pero se publicaron informaciones cuestionando la actuación de la policía y había rumores entre la prensa de que había sido maltratado. Al final, el alcalde y el jefe de policía decidieron sacarlo a pie, para calmar a todos los periodistas.
 Y entonces lo mató Jack Ruby”, se lamenta.
“Jack había tenido contactos con gente de la Mafia, pero él no estaba metido en nada así.
 Yo lo conocí durante cuatro años”. Antes de convertirse en el ayudante del sheriff en Dallas, Eugene Boone había trabajado en la sección de anuncios del periódico Dallas Times Herald. Allí llegaba todas las semanas Ruby, siempre achuchado de dinero, siempre obligado a pagar por adelantado, para publicar un anuncio de Carousel, su cabaré
. “Continuamente intentaba hacer algo inusual o llamativo para atraer público a su local. El negocio no le iba bien y además tenía la sensación de que los hermanos Abe y Barney Weinstein, que tenían otros dos cabarés, querían dejarle fuera del negocio”, recuerda Boone.
Hoy, cinco décadas después, no le queda ninguna duda sobre que el asesino de Harvey Oswald, el hombre que con un revólver Colt de 38 milímetros descerrajó un tiro en el estómago a quemarropa al presunto asesino de Kennedy, también actuó solo, como estableció la Comisión Warren. “Creo que Jack era un partidario del presidente.
 Y que pensó que podría matar a Oswald, ningún jurado le condenaría y se convertiría así en un héroe y en la gran atracción que su club necesitaba”.