Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 oct 2013

El devorador de personajes

Puede ser un policía brutal, un gordo deprimido, un payaso desfigurado. Con un Goya a sus espaldas y otras cuatro nominaciones, Antonio de la Torre se ha convertido en el rostro fetiche del cine español. En su próxima película se sumerge en el horror y da vida a un caníbal..

 

ampliar foto
Antonio de la Torre interpreta a un asesino de mujeres que después se come. / FEDE SERRA / Estilismo: ANA ROJAS

De todas las formas posibles de conseguir el papel protagonista de un asesino de mujeres, con la peculiaridad de que primero las mata y después se las come, el actor Antonio de la Torre optó por la más cotidiana. Tras leer el guion, acudió a la prueba con un filete metido en un tupperware.
 Lo calentó en el microondas de las oficinas de casting y se lo comió delante de Manuel Martín Cuenca, el director y coguionista de este “cuento”, así suele llamarlo, quizá para tomar distancia de un tema tan peliagudo
. Ver a un tío normal cortar un solomillo normal y saborearlo de forma normal puede resultar terrorífico cuando uno es consciente del origen de la carne
. De eso va la película Caníbal: del mal nuestro de cada día.
 La cinta se detiene en esos instantes hogareños en los que, por ejemplo, un tipo de aspecto corriente deposita en el congelador paquetitos de filetes envueltos en film transparente. Para Martín Cuenca, el horror se encuentra en esos pequeños gestos. Pero le faltaba ponerlo en imágenes. Y en eso llegó De la Torre con su tupper: “Se sentó, se comió el filete… Y yo ahí vi la película. La vi”.
De este largometraje, que se estrena el 11 de octubre, se había hablado poco hasta que, hace dos semanas, apareció una crítica en The Hollywood Reporter, tras su pase en el Festival de Cine de Toronto, y acto seguido se coló entre los cuatro largometrajes preseleccionados por la Academia del Cine para representar a España en los Oscar. La pieza de la revista estadounidense menciona el retrato “escalofriante y conmovedor” de un caníbal, la “seguridad y convicción” de la realización de Martín Cuenca y sus resultados “memorables”, y encumbra al protagonista:
 “La mejor interpretación de su carrera”, dice sobre De la Torre, y alaba su capacidad para desmontar el cliché del psicópata creado por Anthony Hopkins en El silencio de los corderos.
La acumulación de adjetivos le hace pronunciar al actor, nada más sentarse en una terraza junto a la Casa de Campo de Madrid, una expresión barriobajera que tiene que ver con el grado de humedad de sus pantalones. Luego rectifica:
 “Estoy contento, claro”. Es media tarde de un jueves, y el actor, como si siguiera metido en la doble vida del personaje de Caníbal –un sastre elegante y solitario en la superficie; un depredador brutal bajo las costuras–, en breves momentos tendrá que salir a la carrera hacia la otra punta de la ciudad para acudir como invitado al programa de televisión El hormiguero 3.0 y promocionar allí otra película, La gran familia española, de Daniel Sánchez Arévalo; este filme también figura entre las preseleccionadas para los Oscar (al cierre del reportaje no se conocía la candidata final). Como si el actor fuera el fetiche.
Antonio de la Torre junto al director del filme, Manuel Martín Cuenca. / FEDE SERRA / Estilismo: ANA ROJAS
En otras palabras, dos de las tres películas que ha estrenado o estrenará De la Torre en 2013 han gustado al menos a los académicos. La tercera es Los amantes pasajeros, de Almodóvar. A Martín Cuenca no le sorprende: “Es increíble ver dónde ha llegado el Antonio de hace 20 años. No hace un papel sin dejarse la piel. No transita por ningún lugar con piloto automático. Ha crecido frase a frase”.
La relación entre ambos se remonta a los días en que ninguno se había labrado aún un nombre. Son de la misma quinta (Martín Cuenca tiene 48 años; De la Torre, 45) y de provincias hermanas (el primero nació en Almería, y el segundo, en Málaga). Han recorrido caminos paralelos (Antonio estudió Periodismo; Manuel, Imagen y Sonido). Y a los veintipocos se dieron cuenta de que querían dedicarse al cine. Coincidieron por primera vez en Hola, ¿estás sola? (1995), en la que Martín Cuenca era ayudante de dirección y De la Torre encarnaba su primer papel (breve) de cine en el que se le veía y se le oía. Ambas cosas juntas no habían sucedido hasta entonces: en Los peores años de nuestra vida (1994) hacía de periodista 3 y se escuchaba su voz, pero quedaba fuera de plano; en Cuernos de mujer (1995) hacía de taxista 1 y se le veía y decía unas frases, pero el director, Enrique Urbizu, le dobló
. A partir de ahí, en palabras del intérprete, “comienza una ristra de personajes de obrero 3, tipo 2, parroquiano, hombre deprimido, tipo al fondo, fracasado 4… Y por eso alguna vez dije: he currado en 30 pelis, pero sumándolas todas no llegan a un protagonista”.
"Al principio no entendía por qué no me llegaban papeles, si yo era muy bueno"
Se volvieron a encontrar en Flores de otro mundo (1999; Antonio, como camionero; Manuel, de di­­rector de casting) y anteriormente, el realizador lo había llamado para su segundo cortometraje, Hombres sin mujeres. Diez años después, cuando llegaron las vacas gordas para ambos, volvió a contar con él en la TV movie El tesoro.
 Y le hizo un hueco en su anterior película,
La mitad de Óscar (2010). Pero De la Torre reconoce que llegó a sentirse “un príncipe destronado”. “No entendía por qué no me daban papeles, si yo era muy bueno. Me preguntaba: ¿Por qué no me dejan saltar al campo? Que me den una oportunidad, aunque sea en el segundo tiempo, verás cómo revoluciono el partido”.
Antes que actor, Antonio fue un periodista deportivo que se fue ganando un puesto fijo en Canal Sur. De adolescente, cuenta, solía imitar a José María García
. El también actor Alberto San Juan fue su primer compañero de mesa en la Facultad de Periodismo. Siguen siendo amigos. En 1992 hasta compartieron piso en Sevilla, cuando daban sus primeros pasos como plumillas. San Juan se volvió a Madrid para estudiar interpretación en la escuela de Cristina Rota. Poco después, De la Torre le siguió los pasos. Pero no abandonó su vínculo con Canal Sur. Durante años compaginó ambos empleos.
En 2007, cuando ganó el Goya al mejor actor de reparto por Azuloscurocasinegro, ópera prima de Daniel Sánchez Arévalo, se lo dedicó a los compañeros del canal, que solían cubrirle la espalda y cambiarle turnos. Dos meses después le hicieron fijo en la tele.
 Pidió una excedencia. Y desde entonces le han nominado cuatro veces al Goya, aunque no ha ganado ninguno. Pero ha recogido galardón en las últimas tres ediciones de los Premios de la Unión de Actores (lo votan sus colegas de profesión).
El papel de la película lo preparó junto a un sastre madrileño y lo complementó inspirándose en los leopardos del zoo de la capital.
Él asegura que, más que un método, lo suyo es una “cuestión de confianza, de voluntad, de estado de ánimo”. Dice que le gusta trabajar un papel de tal modo que si hace de camarero, cualquier camarero se vea reflejado. “Yo siempre digo: no hago personajes, hago personas.
Esta tarde, un policía me ha parado, me ha pedido una foto y me ha dicho: ‘En Grupo 7 parecías un compañero”.
 El personaje de sastre lo preparó dos meses junto a un artesano real. Y la contención del caníbal la buscó entre los leopardos que iba a ver al Zoo de Madrid, a un paso de su piso, en el barrio de Batán (aunque vive en Sevilla con su familia).
Pero eso es el trabajo. Luego, alguien tiene que fijarse en ti. Sacarte al campo
. A él le ocurrió con Sánchez Arévalo. De la Torre protagonizó dos de sus cortos, cuando aquel era un desconocido
. Y un día, el incipiente director le dijo: “Antonio, nadie te ha escrito un papel a la altura de tu talento. Yo lo voy a hacer en mi primera peli
. Así llegó el Goya. “Lo sentí como cuando Valdano le dijo a Raúl: ‘El que quiera comerse el mundo tiene todo el permiso para hacerlo”. Aún faltaban unos años para que llegara su primer papel de “protagonista absoluto que aparece en el 100% de los planos”, como dice Martín Cuenca de su película.
Y en esta ocasión había un filete en el plato.

Larga pasión junto a Shakespeare

El barítono francés Victor Maurel, en el papel de Falstaff durante el estreno de la ópera en La Scala de Milán en 1893. / Apic

Verdi veneró a Shakespeare desde su juventud y se obsesionó por trasladar sus tragedias a la ópera con la mayor fidelidad posible. Cuando leía el libreto del Hamlet de Ambroise Thomas cabeceaba diciendo “¡Pobre papá, qué mal le han tratado!”: aunque adoraba a Schiller y a Victor Hugo, solo a Shakespeare le llamaba “papá”. Se han llegado a contabilizar casi trescientas óperas basadas en piezas del Bardo, pero Verdi fue el único en lograr tres recreaciones del calibre de Macbeth, Otello y Falstaff.
En el amenísimo Verdi’s Shakespeare: Men of Theater (Penguin, 2012), Garry Wills traza tres paralelismos esenciales entre ambos: fueron volcanes creativos (Shakespeare estrena 38 obras y Verdi, 27 óperas) al servicio de un público fiel que les reclamaba sin cesar nuevos trabajos y, sobre todo, fueron hombres de escena, siempre vinculados a sus compañías y escribiendo a la medida de sus intérpretes.
Al principio, Verdi solo podía leer a Shakespeare en italiano. Luego, poco a poco, lo hizo en inglés, ayudado por su mujer, Giuseppina, pero buscó siempre las mejores traducciones de la época. William Weaver cuenta que utilizó y comparó seis versiones para mejorar el libreto de Macbeth, a cargo de Francesco Maria Piave, y al final se decantó por la de Carlo Rusconi.
 Compone la partitura en 1847, a los 34 años, por encargo del Teatro della Pergola, de Florencia. Fue su décima ópera y su primera adaptación shakespeariana, modelada para el barítono Felice Versari.
La gestación de 'Otello' es lenta y trabajosa: a lo largo de diez años dejan y retoman varias veces libreto y partitura
Verdi no estaba contento del trabajo de Piave: le parecía que era poco fiel y demasiado verboso. “Poche parole!”, le insiste en varias cartas. Pide a su amigo y colaborador Andrea Maffei que le ayude a corregir diversos pasajes del libreto, como el coro de las brujas en el acto tercero y la escena del sonambulismo, y se ocupa personalmente de reescribir el aria La luce langue, de Lady Macbeth, releyendo verso a verso, de la mano de Giuseppina, el pasaje original
. Y no solo eso. Como director, investiga la gestualidad de los sonámbulos y trabaja durante meses con la soprano Marianna Barbieri-Nini hasta extenuarla: quiere que cante en una tonalidad “dura, oscura, con algo diabólico” y que en esa escena mantenga el rostro inmóvil, los ojos fijos, sin apenas mover los labios.
Según Maffei, Verdi vio por primera vez un montaje británico de la tragedia en Londres, pocos meses después de la prèmiere de su ópera: al parecer, Shakespeare se montaba muy poco en Italia en aquella época. En 1865, cuando la revisa para el Châtelet de París, ya ha presenciado varias representaciones de Macbeth en Francia, Italia e Inglaterra, y envía un aluvión de notas a su editor francés, con planos para indicarle dónde han de estar situados los cantantes en cada acto.
 También, por supuesto, modifica la partitura: añade coros, elimina un aria. El Macbeth del Châtelet tuvo menos éxito que el primero, y durante un tiempo desapareció del repertorio, pero sigue siendo la versión que más se representa.
En 1893 llega la maravilla de 'Falstaff', a caballo entre la 'commedia lirica' y la ópera cómica que Verdi quiso escribir
Después del enorme éxito de Aída (1871), Verdi decide retirarse. Giulio Ricordi, su editor italiano, sabía que solo una nueva tragedia de Shakespeare podía hacerle volver a la escena, y le presenta al escritor y compositor Arrigo Boito, treinta años más joven que él, con el que llevará a cabo dos de sus obras maestras de madurez: Otello (1887) y Falstaff (1893).
 La gestación de Otello es lenta y trabajosa: a lo largo de diez años dejan y retoman varias veces libreto y partitura, hasta su estreno triunfal en La Scala en 1887. Otello es un magistral dramma lirico en el que Verdi se arriesga a abandonar la división en arias y recitativos alcanzando una deslumbrante fuerza coral y orquestal, con cumbres de arrebatado lirismo.
Estructuralmente hace pensar en la concentración, la velocidad y la astucia narrativa de una adaptación de Hollywood. Verdi y Boito suprimen toda la parte de Venecia: el relato comienza en Chipre con una violenta tormenta marítima, que instala al espectador en el tráfago pasional de los protagonistas.
 Los personajes son más lineales, menos complejos que en el texto de Shakespeare. Yago es un malvado demoniaco (en el que algunos críticos han percibido la impronta del Mefistófeles del propio Boito), que deja muy claras sus intenciones en su memorable Credo.
 El monólogo en el que Otello narraba su vida anterior se transforma en el bellísimo dúo con Desdémona, lleno de nostalgia por los comienzos de su amor, que cierra el primer acto. Queda limado el aspecto rebelde y desafiante de la muchacha, aquí tal vez excesivamente angélica, pero que encarna, como quiso Verdi, esa “línea melódica que nunca ha de cesar, de la primera a la última nota”. Lo que cuenta, pues, es la expresividad dramática de la partitura: música y canto brotan naturales, diáfanos, y culminan en un cuarto acto que probablemente sea uno de los más perfectos de la historia de la ópera.
En 1893 llega la maravilla de Falstaff, a caballo entre la commedia lirica y la ópera cómica que Verdi siempre quiso escribir. Boito trabaja a partir de Las alegres comadres de Windsor y algunas escenas del díptico de Enrique IV. Es el único libreto del que el exigentísimo músico no toca ni una coma porque lo considera “simplemente perfecto”.
 Para muchos, Falstaff es incluso superior a Las alegres comadres, del mismo modo que para Auden era mejor Kiss Me Kate, de Cole Porter y Samuel y Bella Spewack, que La fierecilla domada. Falstaff puede resumirse en tres palabras: ligereza, alegría, felicidad. Felicidad, casi adolescente, de invención melódica y orquestación: cuesta creer que Verdi tenía ochenta años cuando la compuso.
Se presenta, de nuevo, en La Scala, con el barítono francés Victor Maurel en el rol protagonista, y la noche del estreno el telón, último telón para Verdi, sube y baja veinte veces.
A lo largo de su carrera quiso adaptar también La Tempestad, Hamlet y Romeo y Julieta, y en sus últimos años Boito trató, sin suerte, de que abordaran Antonio y Cleopatra.
 Pero su sueño imposible fue El rey Lear, la obra de Shakespeare que más amaba. Salvatore Cammarano murió en 1852 sin concluir el primer libreto, y Antonio Somma escribió cinco versiones entre 1853 y 1856, bajo la constante supervisión del maestro: ninguna le pareció a la altura del original.

Las villas mexicanas de George Clooney, Rande Gerber y Cindy Crawford


Rande Gerber, Cindy Crawford y George Clooney, en el Festival de Venecia en 2011. / GETTY

Son muy buenos amigos desde hace décadas.
 Lo acreditan las muchas fotos que se les han hecho juntos en festivales y fiestas, y siempre en armonía.
 El matrimonio formado por la actriz Cindy Crawford y Rande Gerber y el actor George Clooney se llevan tan bien que incluso se han construido dos casas gemelas en Los Cabos, México, para pasar las vacaciones y los periodos de descanso.
La revista Architectural Digest muestra las dos villas mexicanas en su número de noviembre.

El trío ha llamado al conjunto Casamigos, el mismo nombre con el que bautizaron una marca de tequila que explotan juntos.
“Vamos y venimos de una casa a otra. Tomamos un aperitivo en casa de George y comemos en la nuestra y viceversa”, explica la modelo, de 47 años en la revista. Las dos viviendas comparten jardín.
Al principio, incluso pensaron hacerse una única gran casa para los tres y los dos hijos de Grawford y Gerber, Presley, de 14 años, y Kaya, de 12. Sin embargo, la idea fue desechada: “Es agradable tener un lugar propio al que retirarte por la noche”, dice Gerber.
Una de las imágenes del interior de una de las viviendas que muestra 'Architectural Digest'. / AD

A Europa se le atragantan los pactos para las reformas de pensiones

A Europa se le atraganta todo ultimamente parece que el Mundo es incomestible pero siempre se habla de Europa El Continente del 1º Mundo con más Problemas y los dioses andan por el Olimpo en buca de Castigos.

Varios ancianos de Olmeda de la Cuesta (Cuenca). / EFE

El Gobierno no tiene fácil lograr un pacto para reformar las pensiones.
 Lo pudo comprobar la semana pasada, cuando el Consejo Económico y Social rechazó su propuesta y le pidió que empezara de cero.
 Y lo ha certificado esta semana, cuando se dio de frente con todos los grupos de la oposición.
 Pero si no tiene éxito, desde luego, no será una excepción en Europa. Desde 2008 hasta ahora 22 países han reformado sus sistemas de pensiones, y en la mayor parte de ocasiones, el pacto entre Gobierno y agentes sociales ha sido imposible.
“La fuerte presión para hacer reformas, debido a la crisis económica y la necesidad de reducir el gasto público, ha limitado la posibilidad de que los sindicatos lleguen a influir y, en muchos países, ha acabado con el fracaso de las negociaciones y la ruptura del diálogo social”, analiza un informe de Eurofound, una fundación de la Unión Europea integrada por sindicatos, empresarios y la propia UE, que está en consonancia con imágenes como la de hace un par de semanas en Polonia, donde el Gobierno de Donald Tusk se encontró manifestaciones multitudinarias encabezadas por Solidaridad por su plan de reforma.
 Y el rechazo no solo se da en los representantes de los trabajadores, antes de la CEOE, ya en 2009 los empresarios suecos se disgustaron por varios ajustes que hizo el Gobierno del país escandinavo.
“Es la orientación general”, explica José María Zufiaur, del Consejo Económico y Social europeo (CES), “los Gobiernos siguen las orientaciones de Bruselas en temas que no son de su competencia. Da lugar a reformas impuestas sin consenso social”. Los mayores desencuentros se han dado en países rescatados, excepto en Portugal, donde la reforma hecha cuatro años antes del rescate evitó que la troika —el FMI, el BCE y la UE— impusiera una nueva, aunque eso no le evitó una congelación de pensiones de 2011 a 2013. Entonces se retrasó la edad de jubilación hasta los 65 años y se creó un factor de sostenibilidad ligado a la esperanza de vida.
Portugal se adelantó en cinco años al Libro Blanco de la Comisión Europea.
 En este informe, como en el Ageing Report 2012 también de la Comisión, se apunta el problema demográfico al que Europa enfrentará en las próximas décadas por su envejecimiento que puede elevar el gasto medio en pensiones en la UE para 2060 hasta el 12,5% del PIB (Italia se sitúa ya en torno al 15%). Para contener ese gasto, el Libro Blanco aconseja reformas que “vinculen la edad de jubilación a los aumentos de la esperanza de vida”, “restrinjan el acceso a la jubilación anticipada”, “iguale la edad de jubilación de hombres y mujeres” o se “fomente la constitución de planes de ahorro privado”. La crítica que hace Zufiaur, del CES europeo, a este planteamiento es que “se está aprovechando la crisis” para hacer reformas que él considera “ideológicas”.
Esos consejos se siguieron en Grecia, donde hasta el rescate existía uno de los sistemas más generosos del continente.
 A pesar del rechazo social, entre 2010 y 2012, los diferentes Gobiernos helenos han ido implementando las condiciones de la troika que suponen elevar de 60 a 65 años o aumentar las carreras de cotización para cobrar el 100% de la pensión hasta los 40 años.
Tampoco fue posible el pacto en Irlanda, donde el año que viene la edad de jubilación se elevará a 66 años, en 2021 subirá hasta los 67 y en 2028 se llegará a los 68 años.
 “En Irlanda, la consulta tripartita ha sido un instrumento fuerte en el pasado, pero la crisis económica ha traído la ruptura del vínculo de acuerdos de nivel nacional en políticas clave”, expone Eurofound.
Pero el choque entre Gobiernos y agentes sociales por las reformas de pensiones no se han quedado solo en los países rescatados.
 También en los grandes países de la Unión con reformas recientes —algunas de ellas abortadas en parte, como la de 2010 en Francia— ha sido posible llegar a una entente.
En Italia, como en Suecia o Bélgica, lo que hizo imposible el acuerdo social fueron las prisas.
 “La adopción de medidas ha tenido un ritmo muy rápido y los agentes sociales no han tenido suficiente tiempo para expresar su opinión”, lamenta Eurofound.
Una de las reformas de mayor calado del Gobierno de Mario Monti fue la de pensiones, en línea con muchas de las peticiones de su patronal, Confindustria, pero lejos de los sindicatos. Italia es uno de los países en los que la edad de jubilación de hombre y mujer es distinta ahora y donde se prevé igualarla, concretamente en 2018, donde ambos sexos se retirarán los 66 años.
 Además, siguiendo el modelo sueco, se cambió sustancialmente la naturaleza del sistema al adoptar las cuentas nacionales: un modelo en el que el trabajador tiene una cuenta personal en la que se anotan sus aportaciones al sistema, a través de las cotizaciones, y se le aplica un coeficiente de rentabilidad.
 Llegado el momento de jubilarse, la pensión se calcula según lo acumulado en esa cuenta.
La contestación social en Francia, probablemente el país de Europa donde hay ahora un sistema más generoso, contra los cambios en las pensiones se agotó en 2010, cuando Sarkozy sacó adelante el retraso gradual de la edad de jubilación de 60 a 62 años en 2018. François Hollande llegó al poder prometiendo una derogación de esta reforma, pero solo lo hizo en parte.
 Ahora el presidente francés, siguiendo el dictado de la UE, está tramitando un aumento del periodo de cotización exigido que está encontrando un débil rechazo en la calle.
Las opciones de acuerdo o choque en Europa no acabarán cuando se acabe la tramitación de la reforma que en España ha comenzado su andadura en el Congreso u Hollande saque adelante la suya.
 El envejecimiento de la población en Europa va para largo y, como recuerda Eurofound, “las reformas de pensiones se mantendrán en la agenda de muchos países”.