Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

2 oct 2013

Fallece Juan José Linz, gran experto en sociología política

El Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1987 murió ayer a los 87 años en un hospital de New Haven (Connecticut).

El sociólogo Juan José Linz.

Juan José Linz, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 1987, falleció ayer, a los 87 años.
 Tras una intensa trayectoria que lo llevó a ejercer como profesor en varias universidades estadounidenses y a convertirse en maestro de numerosos sociólogos y politólogos.
Según informa la Fundación Príncipe de Asturias, Linz murió en un hospital de New Haven, la ciudad del estado de Connecticut en la que residía desde hacía muchos años.
Hijo de padre alemán y madre española, Linz recibió el Príncipe de Asturias por sus aportación a la sociología política contemporánea, como demuestran sus publicaciones sobre "el estudio del funcionamiento y estabilidad de las democracias, los regímenes autoritarios y fascistas, la transición a las democracias, las actitudes electorales y los partidos políticos", según se afirmaba en el acta del jurado del citado galardón.
Nacido en Bonn, Alemania, en 1926, Linz estudió Derecho en la Universidad de Madrid y alternó esos estudios con los de Sociología y Ciencias Políticas. Gran parte de su carrera la desarrolló en Estados Unidos.
Tras completar su formación en la universidad de Columbia, en 1961 fue profesor de Stanford y Berkekey, para pasar, en 1968, a la de Yale, de la que fue catedrático durante muchos años
. Este último año ejerció también la docencia en la Universidad Autónoma de Madrid.
Enseñó, además, en las universidades alemanas de Heidelberg, Munich, la Humboldt de Berlín y en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. En 1981 fue galardonado en Roma con el premio Europa-81 de ensayo por su libro La caída de los regímenes democráticos.
En 1992 el Nobel de Medicina Severo Ochoa le hizo entrega del V Premio de la Fundación CEOE, concedido "por su contribución al desarrollo de la investigación sociológica sobre la economía y la empresa".
Linz fue miembro de la Academia Americana de las Ciencias y las Artes, de la Academia Europea y de la Academia Británica; presidente de la Asociacion Mundial para el Estudio de la Opinion Publica, miembro de la ejecutiva de la Asociación Internacional de Sociología y presidente del Comité de Sociología Política de la misma.
Fue también miembro de honor de la Federación Española de Sociología desde 1992. Perteneció al consejo de redacción de distintas revistas especializadas. Investido doctor honoris causa por las universidad de Granada, Georgetown, Marburgo, Aútónoma de Madrid y Oslo. En 1996 le fue otorgado en Uppsala el Premio Johan Skytte en Ciencia Política.
Sus investigaciones y publicaciones han versado sobre regímenes totalitarios y autoritarios, sociología comparada del fascismo, la quiebra de las democracias, las transiciones a la democracia, los tipos de regímenes democráticos especialmente el presidencialismo, los nacionalismos, religión y política, la sociología electoral, las élites políticas, locales, empresariales e intelectuales y la historia social de España.
Sus obras se han publicado en inglés, italiano, alemán, portugués, francés, ruso, turco, japonés y coreano. Destacan: An Authoritarian Regime: The case of Spain, Totalitarian and Authoritarian Regimes, Some notes Toward a Comparative Study of Fascism in Sociological Historial Perspective, La quiebra de las democracias, Political Space and Fascism as a Late-Comer, Problems of Democratic Transition and Consolidation.
También fue autor de Democracia presidencial o parlamentaria ¿qué diferencia implica?, El sistema de partidos en España, Informe sobre el cambio político en España 1975-1981, Élites locales y cambio social en la Andalucía rural, Conflicto en Euskadi, Early State Building and Late Peripheral Nationalism against the State".

 

1 oct 2013

Aquella brisa que fue huracán (Cuatro o cinco cosas sobre los Beatles)

Por: | 01 de octubre de 2013
Los Beatles, con lo puesto

1. Me piden un papel sobre el cincuentenario de los Beatles. ¿Cómo decir algo que no se haya dicho ya cincuenta mil veces? No esperen un gran resumen ni un perfecto análisis disco a disco: Manrique es el rey de ese negociado. Lo que viene a continuación son notas dispersas a pie de página, o un intento de meter el morro por una puerta un tanto esquinera. Digamos que si un marciano llegara a la tierra y, por un extraño azar, me preguntara por los Beatles, le guiaría hacia una imagen fundacional para mí: aquella secuencia de Qué noche la de aquel día en la que Ringo lleva una gorra y una gabardina y pasea por la orilla del Támesis. Los Beatles se tiran media película corriendo, pero en esa secuencia Ringo pasea. Y Richard Lester le filma, quizás para establecer un contrapunto. Eso me da igual. Para mí, en esa secuencia pasa la brisa, real y metafórica. Ahí tenemos a un joven inglés que en una película inglesa de los primeros sesenta no pone cara de angry young man sino, más bien, de mod somnoliento. La película es en blanco y negro pero juraría (por su cara feliz, por su andar indolente) que ese día hace sol. Un día para levantar cabeza de una vez, como quien dice. Como quien dice “Dejadme ir a mi aire”. En esa escena Ringo está anticipándose a su época, caminando ya por su futuro. Exactamente como los otros tres.

 
2. Eso fue lo que yo percibí, sin saberlo con claridad, la primera vez que vi esa escena. No en su día (o en la noche de aquel día), porque la vi más tarde. Por televisión, a finales de los sesenta: todo un regalo. Pongamos que vi eso y que noté la brisa. Una brisa nueva, fresca, limpia, que muy pronto se convertiría en huracán, si no empezaba a serlo ya. Para ser precisos: la película es un intento de documental, rodado en 1964, de la brisa creciente del 63.
Dicho esto, cogería de la manita al marciano y le llevaría en dos direcciones. Primero le mostraría un poema de Philip Larkin, Annus mirabilis, donde dice lo siguiente: “Sexual intercourse began / in 1963 /  between the end of Chatterley ban / and the Beatles first LP”. Le contaría al marciano que “the end of Chatterley ban” quería decir que ese año se levantó la prohibición de El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence. Y que lo del “sexual intercourse” es un poco figura retórica aunque no demasiado: claro que se follaba antes del 63, pero (según Larkin) costaba lo suyo. Mucho intercambio de anillos y mucha vergüenza, viene a decir. También es cierto que Larkin era feo con avaricia, pero comprendemos la situación general. Lo importante es que un poeta laureado, un hombre de posguerra (y no precisamente "moderno") coloca el levantamiento de la censura y la aparición del primer álbum de los Beatles en la misma línea y como señales inequívocas de que las cosas empezaban a cambiar en Inglaterra.
Luego le pondría al marciano algunas canciones de los Beatles que, a mi entender, brotan de la escena de Ringo junto al río o enlazan con ella. Esto es lo que llaman "pensamiento lateral", pero es que lateralmente he entrado. No son sus canciones más populares, no todas. Yo veo esa escena y pienso, por ejemplo, en Fixing a hole. Pienso en las canciones quizás más inesperadas de los Beatles, canciones que a muy pocos se les hubiera ocurrido escribir. La lista sería larga. Pienso también en Norwegian Wood, en I am the walrus, en A day in the life, en Eleanor Rigby. Vale, es muy posible que Eleanor Rigby hubiera podido escribirla Ray Davies. Y alguna otra. 

Los Beatles estrenan galones

3. Otra pregunta marciana: ¿Por qué dejaron los Beatles la huella que dejaron?
Respuesta de terrícola hiperfan: porque fueron los mejores, los más completos, los más imaginativos, los más populares (es decir, los que comunicaron mejor). Llegaron cuando tenían que llegar, como si vinieran de otro planeta (y aquí sería yo el que le preguntaría al marciano). Casi todos los demás (y aquí me pongo puñetero) emergieron uno o dos años más tarde. Ellos abrieron la puerta: el primer grupo de rock británico realmente conocido en todo el mundo, desde Shepherd’s Bush hasta Tailandia.
Le haría advertir luego un hecho sorprendente: los Beatles hicieron todo lo que hicieron en solo siete años. Repito: en solo siete años. Desde Please Please Me (1963) a Let It Be (1970).
Decir "sorprendente" es quedarse muy corto. 
Lo de venir de otro planeta viene a cuento porque parece que tanta genialidad no puede salir de golpe, aunque no salió de golpe ni muchísimo menos. Llevaban varios años picando piedra intensamente, en Hamburgo, en el Cavern, y en doscientos diecisiete locales como el Cavern, en media Inglaterra: así se forjó el acero.
Lo de los siete años es un tanto extensible: en esos años brotan y dan también lo mejor de sí mismos los Stones, los Who, Burdon y los Animals, los Kinks, los Yardbirds y los Them (para citar solo a mis favoritos). Matizo, si quieren, lo de “lo mejor de sí mismos”, porque el vuelo de Van Morrison cubre varias décadas, y arranca cuando se separa de los Them, aunque esa es otra historia.


4. Ahora viene la pregunta del millón, de nuevo a cargo del marciano. ¿Por qué pegan tanto, tantísimo, los Beatles, y no alcanzan la misma cota los soberbios grupos que acabo de mencionar? Vuelvo a arriesgarme a que los fans de Stones y todos los citados pidan mi cabeza, pero ahí va: la palabra que antes estaba buscando para calificar a los Beatles era “idóneos”. A mi entender, el espíritu de esa época solo lo encarnan, a lo alto y a lo ancho, los Beatles y Dylan. Encarnan, oceánicamente, el cambio, los nuevos vientos en plenitud.
El resto son importantísimos pero un tanto sectoriales, injustamente o no, a decidir.
Los Stones son aceite de blues caliente, chulería y sexo, probablemente mucho más sexo del que jamás rezumaron los Beatles, pero me quedo con su alegría y con su ensueño. Los Who encarnan la furia juvenil pura y dura, sin etiquetas, y también con mucha alegría. Los Animals y los Them llevan con muchísimo merecimiento la antorcha del soul blanco. Los Kinks, Dios les bendiga, recrean con afecto e ironía una Inglaterra inventada, cuyos padres posibles serían el señor Pickwick y la señora Peel. Y los Yardbirds elevan las guitarras eléctricas a las alturas, juntan rock y rhythm & blues (vale, también los Stones) y sientan las bases de la psicodelia. Desde luego que las definiciones podrían ser más amplias: esquematizo para que el marciano lo entienda.
Los Beatles mezclarán todas las aguas, creando así ríos nuevos (o, para cerrar la metáfora de antes, el océano que lleva su nombre). Buddy Holly y Chuck Berry, music hall y música hindú, arreglos orquestales, vanguardia electrónica, el ciento y la madre. Aunque todo eso es admirable, quisiera que el marciano escuchara detenidamente sus primeros discos y reparase en la frescura, la fuerza, la belleza irrepetible de sus armonías vocales, la singularidad de sus baladas. Lo digo porque en seguida tendemos a saltar a Rubber Soul y nos olvidamos de esas joyas iniciales.

Quintaesencia británica


5. Volvamos a lo de la idoneidad, que yo veo como una forma de alquimia.
 A diferencia de otros grupos (los citados, vaya) eran un cuarteto y eran figuras individualizadas, y no sólo como intérpretes: cada uno tenía perfil e historia propia.
 Vale que así los lanzaron (recuerdo los cliches: John el gamberro, Paul el encantador, Ringo el adoptable, George el melancólico), pero podía no haber colado por mucho marketing que le echaran. Eso fue lo que más molestó a mucho listo: anda que no me harté yo de oír lo de “gustan a demasiada gente”. Como dijo el Cordobés en frase memorable y altamente alcohólica, “por algo tienen que quererlos, si no sería falso”.
Acepto que la peli del submarino rozó la caramelización de sus arquetipos si los criticones aceptan que los riesgos que corrieron fueron más abundantes de lo que parece. Para citar solo uno: en la cima de su carrera se atrevieron a perder literalmente a su público dejando de dar conciertos, hartos de que los aullidos cubrieran su música y sus voces, para encerrarse hasta el final en el estudio. Ahora que lo pienso, hay un precedente, en el mundo de lo clásico, y se llama Glenn Gould, que hizo lo propio en 1964. Ellos lo hicieron dos años más tarde, tras el concierto de San Francisco.

Abbey Road, primavera eterna


6. Para ir acabando, le digo al marciano que estamos hermanados: va a pasarle lo mismo que a mí. Yo entré en los Beatles por el final y fui remontando el río. El primer disco de ellos que pude comprarme fue Abbey Road, en 1969: hasta los doce años no tuve capacidad adquisitiva. Técnicamente es el último, porque aunque Let It Be sale en 1970 se grabó antes, parece ser (ya me lo aclarará Manrique).
 Si el paseo de Ringo es el comienzo de la brisa, Abbey Road es para mí sol de media tarde y primavera eterna, que les fija para siempre en el cruce de esa calle.
Así que entré por la puerta grande: para mí era la de entrada, para ellos la de salida.
Por supuesto que les había escuchado mucho antes. Era imposible no hacerlo: sonaban por todas partes, en todas las fiestas, en los chiringuitos de playa y, sobre todo, en todas las emisoras. ¡Tiempos aquellos en los que la mejor música era, realmente, la más popular!
Si ustedes son como el marciano, abaláncense sobre su música: qué inmensa fortuna, estar a punto de descubrirlos. Esa y no otra es la mejor manera de celebrar su cincuentenario.

Hoteles ahuyentadores.....................Javier Marías

Ilustración de Sonia Pulido

El primer aviso fue hace un par de años. Hacía una gira de promoción de un libro por Alemania, y en Fráncfort (si no me confundo, los escritores somos a veces como viajantes de comercio) me metieron en un hotel “original y supermoderno”.
 Mi sorpresa fue tan grande como desagradable al descubrir que la habitación, cómoda y amplia, carecía de cuarto de baño propiamente dicho.
 Sólo había un minúsculo gabinete para los menesteres más prosaicos, a los que un caballero no debe referirse ni tampoco una dama; bien es verdad que ya no quedan apenas caballeros ni damas, ni siquiera en las columnas de opinión de los periódicos
. Como desde la infancia tengo por costumbre bañarme por las mañanas, y no ducharme (un baño rápido, no crean, necesito sumergirme entero para darme cuenta de que estoy vivo y despejarme), busqué con aprensión, como loco, una bañera, pero no la había.
 Sí, al menos, un lavabo en una esquina de la habitación misma, como si hubiéramos vuelto a los cuartos de pensión antigua, sólo que aquel hotel era más bien lujoso y “a la última”.
 Y luego, en medio de la estancia, muy cerca de la cama, se erigía una especie de cabina telefónica que era una ducha
. No sólo quedaba fatal allí plantada, sino que le hacía a uno temer que, de hacer uso de ella, acabaría mojándolo todo: suelo, muebles, sábanas, un desastre.
 Supuse que habría algún medio de cerrarla herméticamente, pero la mera idea me causaba claustrofobia. ¿Y si conseguía que no se saliese el agua pero luego era incapaz de salir yo mismo de la cabina?
 Llamé en seguida a recepción y solicité que me cambiaran a otra habitación, con cuarto de baño separado y bañera. Debí haber imaginado la respuesta: “No tenemos ninguna así.
Lo moderno es prescindir de esas cosas”. Si no recuerdo mal, a la mañana siguiente “fingí” que me daba mi imprescindible baño en la espantosa cabina telefónica que rozaba la cama, y desde luego, al salir de ella, y pese al cuidado que puse, empapé parte del suelo estupendo.
Es ridículo que un autodenominado hotel de lujo prohíba el lujo de fumar a quien tal vez va a pagar más de 300 euros por noche
Cada vez me encuentro con más dificultades para encontrar habitaciones –en hoteles buenos e incluso en alguno buenísimo– que reúnan las condiciones que antes ofrecían casi todos, hasta los regulares. Por un lado está lo del fumar, ya me conocen. Este verano, en España, he debido descartar no pocos por ese motivo, y algún empleado ha tenido la osadía de decirme: “Es que por ley no podemos”. Falso. La ley permite que los hoteles, si así lo deciden, dispongan de cuartos para fumadores.
 Pero como muchos son serviles con sus talibánicos turistas americanos, alemanes y nórdicos, han resuelto prescindir de ellos. Y claro, es ridículo que un autodenominado hotel de lujo prohíba el lujo de fumar a quien tal vez va a pagar más de 300 euros por noche. Lo de la ausencia de bañera empieza a extenderse. Algunos brindan un jacuzzi circular en medio de la habitación (no en el cuarto de baño, reducido siempre a la mínima expresión), que le roba espacio e indefectiblemente la afea, y con el que uno se tropieza en cuanto se mueve. Ya puestos a suprimir comodidades, también se sacrifica el bidet a menudo. Como ustedes saben, esa pieza es desconocida para los bárbaros del norte: no la hallarán en Alemania, en Gran Bretaña, en Holanda ni en los Estados Unidos. Es más, todos hemos visto películas de este último país en las que los personajes, al encontrarse con uno de esos refinados artilugios en Francia, Italia o España, se llevan las manos a la cabeza, se preguntan como paletos para qué diablos sirve e incluso se escandalizan suponiendo que su único uso posible es obsceno. “Some French perversion”, deducen esos personajes.
 Cierto que el bidet fue un invento francés, y que, si se quiere, es un lujo, por lo que no tiene sentido que los hoteles de lujo de nuestra área geográfica, más civilizada en lo relativo a la higiene, opten por no ofrecer a sus clientes dicho lujo. Tal vez piensan que los turistas septentrionales podrían abominar de su mera visión y largarse.
Es lo que hice yo este verano al llegar a un hotel “original” y costoso en el que no había nada de lo habitual y proponían, en cambio, una de esas grandes camas comunes, al aire libre, para disfrutarla en plan “chill out” en compañía de otros huéspedes.
 La verdad, no sé a quién le apetece echarse en un lecho ya ocupado por otros, con un vaso en la mano, y –como puede ocurrir– bajo un aguacero
. Cuando me largué de ese hotel y llamé a otro, me disculpé con quien me atendió por hacerle preguntas absurdas (pero ya necesarias en el futuro): a) ¿Hay habitaciones de fumador? b) ¿Hay cuarto de baño fuera de la habitación, o está mezclado con ella? c) En ese cuarto de baño, ¿hay bañera? d) ¿Hay bidet en él? e) ¿Hay espacio para el neceser o ha de dejarlo uno en el suelo? f) En la habitación, ¿hay un jacuzzi que le impida moverse? g) ¿Hay cama privada en ella o es de compartir? h) De hecho, ¿hay cama?
Los hoteleros se quejan de la crisis.
 Quizá lo primero que tendrían que hacer es volver a ofrecerlo todo, lo normal, lo habitual, además de lo superfluo y las “originalidades”.
 Lo que solían brindar hasta los de medio pelo. De otra manera, habrá muchos más clientes que seguirán mi ejemplo y se largarán al ver una cabina de ducha encima de la cama.
elpaissemanal@elpais.es

La estética es medicina..........................Vicente Verdú

Es duro decirlo, pero no es la ética sino la estética quien avanza, paso a paso, para apuntalar este mundo que se desmorona. Ya parece que no hay dinero para casi nada, pero se ha reforzado, en notables porciones, una parte importante del buen gusto.
 Tampoco ha desaparecido, sin duda, el mal gusto y la extrema ordinariez, pero cada vez se hace más evidente que los nuevos negocios que logran triunfar —grandes o pequeños— se caracterizan por poseer un buen estilo y despertar interés por la belleza que inculcan a sus locales o a sus mercancías.
H&M no se ha conformado con ganar mucho a partir de sus diseños y bajos precios sino que ha creado COS, una cadena que luce mejorando superlativamente la dignidad estética de su oferta y de paso de toda su querida clientela
. Y algo semejante, en otro sector, podría decirse de Petra Mora, una creación de Bimba & Lola que en el ramo de la alimentación (dulces y postres) ha mimado los envases con un gusto que redondea el gozo de la compra.
En muebles, Habitat es ya aburrida e Ikea, que acaso no lo había dado todo de sí, ha decidido popularizarse hasta caer con frecuencia en la nada. La firma Hay, sin embargo, forma parte de los nuevos brotes que, en este caso, añade, recreando el mueble danés de los cincuenta-sesenta, calidad estética a una silla, un sofá o una alfombra, sin exagerar el precio.
Vivir entre la fealdad es igual a vivir entre basuras
. Birrias y desechos han formado parte del arte en los últimos lustros del siglo XX, justo cuando la prosperidad era igual a la acumulación y Damien Hirst, entre muchos otros, componía su obra con bolsas de Doritos, pieles de plátanos, condones y envases de plástico.
 La rudología sería así la rama del arte que trata apasionadamente el detritus y que, próxima al feísmo, ha ocupado buena parte del arte contemporáneo, cuando el dinero líquido y abundante cubría la sociedad de barrocos excrementos.
¿Una nueva y sana moralidad ahora? El descrédito de la ética ha propiciado el importante quehacer de la estética y desde Muji a Le pain quotidien, desde las cosas, una a una, a los espacios envolventes, el conjunto industrial y comercial se ha estilizado. Estilizado en su doble acepción de compostura y despojamientos superfluos.
Locales de copas, de prendas deportivas, de artefactos informáticos, han ido transformando sus establecimientos, antes solo instrumentales, en ámbitos emocionales.
No siempre sucede así, desde luego, pero si, por ejemplo, pensamos en el fenómeno de las bicicletas, ¿cómo no quedar deslumbrados de su explosivo renacimiento no ya sólo ecológico sino, especialmente, ecoestético?
Una nueva tienda de bicicletas en Barcelona, París o Madrid, desde Slowroom a Ciclos Noviciado, es tan estimulante como visitar una buena galería de arte
. O más, porque el arte se ha filtrado con ímpetu incluso más fuerte que en los también deprimidos años treinta, en los utensilios domésticos y en los coches, en las motocicletas, las mochilas o los carritos de bebés, productos que han mejorado en su función ergonómica pero, sobre todo, en su morfología de seducción.
Claro que la fealdad permanece y sigue trabajando a destajo
. Amenaza incluso con rodearnos en cadena, puesto que pronto llegarán los almacenes norteamericanos Forever 21, colmo del más infame low cost.
 ¿O qué decir ahora mismo de los abyectos bocadillos que venden a bordo de los aviones o de los torturadores uniformes que visten las empleadas de El Corte Inglés?
La fealdad se pega con temible facilidad sobre la arquitectura de bares y casas particulares, pero acaso pocas veces se ha tenido una conciencia más limpia para la acción arquitectónica que hoy, en los pocos edificios sociales que se proyectan.
 Pero además no se trata ahora, como antes, de trabajar a través de un severo compromiso político, ético o humanista sino, en buena parte, hay que decirlo, mediante la encantadora y curativa potencia de su estética.