Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 oct 2013

Aquella brisa que fue huracán (Cuatro o cinco cosas sobre los Beatles)

Por: | 01 de octubre de 2013
Los Beatles, con lo puesto

1. Me piden un papel sobre el cincuentenario de los Beatles. ¿Cómo decir algo que no se haya dicho ya cincuenta mil veces? No esperen un gran resumen ni un perfecto análisis disco a disco: Manrique es el rey de ese negociado. Lo que viene a continuación son notas dispersas a pie de página, o un intento de meter el morro por una puerta un tanto esquinera. Digamos que si un marciano llegara a la tierra y, por un extraño azar, me preguntara por los Beatles, le guiaría hacia una imagen fundacional para mí: aquella secuencia de Qué noche la de aquel día en la que Ringo lleva una gorra y una gabardina y pasea por la orilla del Támesis. Los Beatles se tiran media película corriendo, pero en esa secuencia Ringo pasea. Y Richard Lester le filma, quizás para establecer un contrapunto. Eso me da igual. Para mí, en esa secuencia pasa la brisa, real y metafórica. Ahí tenemos a un joven inglés que en una película inglesa de los primeros sesenta no pone cara de angry young man sino, más bien, de mod somnoliento. La película es en blanco y negro pero juraría (por su cara feliz, por su andar indolente) que ese día hace sol. Un día para levantar cabeza de una vez, como quien dice. Como quien dice “Dejadme ir a mi aire”. En esa escena Ringo está anticipándose a su época, caminando ya por su futuro. Exactamente como los otros tres.

 
2. Eso fue lo que yo percibí, sin saberlo con claridad, la primera vez que vi esa escena. No en su día (o en la noche de aquel día), porque la vi más tarde. Por televisión, a finales de los sesenta: todo un regalo. Pongamos que vi eso y que noté la brisa. Una brisa nueva, fresca, limpia, que muy pronto se convertiría en huracán, si no empezaba a serlo ya. Para ser precisos: la película es un intento de documental, rodado en 1964, de la brisa creciente del 63.
Dicho esto, cogería de la manita al marciano y le llevaría en dos direcciones. Primero le mostraría un poema de Philip Larkin, Annus mirabilis, donde dice lo siguiente: “Sexual intercourse began / in 1963 /  between the end of Chatterley ban / and the Beatles first LP”. Le contaría al marciano que “the end of Chatterley ban” quería decir que ese año se levantó la prohibición de El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence. Y que lo del “sexual intercourse” es un poco figura retórica aunque no demasiado: claro que se follaba antes del 63, pero (según Larkin) costaba lo suyo. Mucho intercambio de anillos y mucha vergüenza, viene a decir. También es cierto que Larkin era feo con avaricia, pero comprendemos la situación general. Lo importante es que un poeta laureado, un hombre de posguerra (y no precisamente "moderno") coloca el levantamiento de la censura y la aparición del primer álbum de los Beatles en la misma línea y como señales inequívocas de que las cosas empezaban a cambiar en Inglaterra.
Luego le pondría al marciano algunas canciones de los Beatles que, a mi entender, brotan de la escena de Ringo junto al río o enlazan con ella. Esto es lo que llaman "pensamiento lateral", pero es que lateralmente he entrado. No son sus canciones más populares, no todas. Yo veo esa escena y pienso, por ejemplo, en Fixing a hole. Pienso en las canciones quizás más inesperadas de los Beatles, canciones que a muy pocos se les hubiera ocurrido escribir. La lista sería larga. Pienso también en Norwegian Wood, en I am the walrus, en A day in the life, en Eleanor Rigby. Vale, es muy posible que Eleanor Rigby hubiera podido escribirla Ray Davies. Y alguna otra. 

Los Beatles estrenan galones

3. Otra pregunta marciana: ¿Por qué dejaron los Beatles la huella que dejaron?
Respuesta de terrícola hiperfan: porque fueron los mejores, los más completos, los más imaginativos, los más populares (es decir, los que comunicaron mejor). Llegaron cuando tenían que llegar, como si vinieran de otro planeta (y aquí sería yo el que le preguntaría al marciano). Casi todos los demás (y aquí me pongo puñetero) emergieron uno o dos años más tarde. Ellos abrieron la puerta: el primer grupo de rock británico realmente conocido en todo el mundo, desde Shepherd’s Bush hasta Tailandia.
Le haría advertir luego un hecho sorprendente: los Beatles hicieron todo lo que hicieron en solo siete años. Repito: en solo siete años. Desde Please Please Me (1963) a Let It Be (1970).
Decir "sorprendente" es quedarse muy corto. 
Lo de venir de otro planeta viene a cuento porque parece que tanta genialidad no puede salir de golpe, aunque no salió de golpe ni muchísimo menos. Llevaban varios años picando piedra intensamente, en Hamburgo, en el Cavern, y en doscientos diecisiete locales como el Cavern, en media Inglaterra: así se forjó el acero.
Lo de los siete años es un tanto extensible: en esos años brotan y dan también lo mejor de sí mismos los Stones, los Who, Burdon y los Animals, los Kinks, los Yardbirds y los Them (para citar solo a mis favoritos). Matizo, si quieren, lo de “lo mejor de sí mismos”, porque el vuelo de Van Morrison cubre varias décadas, y arranca cuando se separa de los Them, aunque esa es otra historia.


4. Ahora viene la pregunta del millón, de nuevo a cargo del marciano. ¿Por qué pegan tanto, tantísimo, los Beatles, y no alcanzan la misma cota los soberbios grupos que acabo de mencionar? Vuelvo a arriesgarme a que los fans de Stones y todos los citados pidan mi cabeza, pero ahí va: la palabra que antes estaba buscando para calificar a los Beatles era “idóneos”. A mi entender, el espíritu de esa época solo lo encarnan, a lo alto y a lo ancho, los Beatles y Dylan. Encarnan, oceánicamente, el cambio, los nuevos vientos en plenitud.
El resto son importantísimos pero un tanto sectoriales, injustamente o no, a decidir.
Los Stones son aceite de blues caliente, chulería y sexo, probablemente mucho más sexo del que jamás rezumaron los Beatles, pero me quedo con su alegría y con su ensueño. Los Who encarnan la furia juvenil pura y dura, sin etiquetas, y también con mucha alegría. Los Animals y los Them llevan con muchísimo merecimiento la antorcha del soul blanco. Los Kinks, Dios les bendiga, recrean con afecto e ironía una Inglaterra inventada, cuyos padres posibles serían el señor Pickwick y la señora Peel. Y los Yardbirds elevan las guitarras eléctricas a las alturas, juntan rock y rhythm & blues (vale, también los Stones) y sientan las bases de la psicodelia. Desde luego que las definiciones podrían ser más amplias: esquematizo para que el marciano lo entienda.
Los Beatles mezclarán todas las aguas, creando así ríos nuevos (o, para cerrar la metáfora de antes, el océano que lleva su nombre). Buddy Holly y Chuck Berry, music hall y música hindú, arreglos orquestales, vanguardia electrónica, el ciento y la madre. Aunque todo eso es admirable, quisiera que el marciano escuchara detenidamente sus primeros discos y reparase en la frescura, la fuerza, la belleza irrepetible de sus armonías vocales, la singularidad de sus baladas. Lo digo porque en seguida tendemos a saltar a Rubber Soul y nos olvidamos de esas joyas iniciales.

Quintaesencia británica


5. Volvamos a lo de la idoneidad, que yo veo como una forma de alquimia.
 A diferencia de otros grupos (los citados, vaya) eran un cuarteto y eran figuras individualizadas, y no sólo como intérpretes: cada uno tenía perfil e historia propia.
 Vale que así los lanzaron (recuerdo los cliches: John el gamberro, Paul el encantador, Ringo el adoptable, George el melancólico), pero podía no haber colado por mucho marketing que le echaran. Eso fue lo que más molestó a mucho listo: anda que no me harté yo de oír lo de “gustan a demasiada gente”. Como dijo el Cordobés en frase memorable y altamente alcohólica, “por algo tienen que quererlos, si no sería falso”.
Acepto que la peli del submarino rozó la caramelización de sus arquetipos si los criticones aceptan que los riesgos que corrieron fueron más abundantes de lo que parece. Para citar solo uno: en la cima de su carrera se atrevieron a perder literalmente a su público dejando de dar conciertos, hartos de que los aullidos cubrieran su música y sus voces, para encerrarse hasta el final en el estudio. Ahora que lo pienso, hay un precedente, en el mundo de lo clásico, y se llama Glenn Gould, que hizo lo propio en 1964. Ellos lo hicieron dos años más tarde, tras el concierto de San Francisco.

Abbey Road, primavera eterna


6. Para ir acabando, le digo al marciano que estamos hermanados: va a pasarle lo mismo que a mí. Yo entré en los Beatles por el final y fui remontando el río. El primer disco de ellos que pude comprarme fue Abbey Road, en 1969: hasta los doce años no tuve capacidad adquisitiva. Técnicamente es el último, porque aunque Let It Be sale en 1970 se grabó antes, parece ser (ya me lo aclarará Manrique).
 Si el paseo de Ringo es el comienzo de la brisa, Abbey Road es para mí sol de media tarde y primavera eterna, que les fija para siempre en el cruce de esa calle.
Así que entré por la puerta grande: para mí era la de entrada, para ellos la de salida.
Por supuesto que les había escuchado mucho antes. Era imposible no hacerlo: sonaban por todas partes, en todas las fiestas, en los chiringuitos de playa y, sobre todo, en todas las emisoras. ¡Tiempos aquellos en los que la mejor música era, realmente, la más popular!
Si ustedes son como el marciano, abaláncense sobre su música: qué inmensa fortuna, estar a punto de descubrirlos. Esa y no otra es la mejor manera de celebrar su cincuentenario.

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