Por: Marcos Ordóñez
1.
Me piden un papel sobre el cincuentenario de los Beatles. ¿Cómo decir
algo que no se haya dicho ya cincuenta mil veces? No esperen un gran
resumen ni un perfecto análisis disco a disco: Manrique es el rey de ese
negociado. Lo que viene a continuación son notas dispersas a pie de
página, o un intento de meter el morro por una puerta un tanto
esquinera. Digamos que si un marciano llegara a la tierra y, por un
extraño azar, me preguntara por los Beatles, le guiaría hacia una imagen
fundacional para mí: aquella secuencia de
Qué noche la de aquel día
en la que Ringo lleva una gorra y una gabardina y pasea por la orilla
del Támesis. Los Beatles se tiran media película corriendo, pero en esa
secuencia Ringo pasea. Y Richard Lester le filma, quizás para establecer
un contrapunto. Eso me da igual. Para mí, en esa secuencia pasa la
brisa, real y metafórica. Ahí tenemos a un joven inglés que en una
película inglesa de los primeros sesenta no pone cara de
angry young man sino, más bien, de
mod somnoliento
.
La película es en blanco y negro pero juraría (por su cara feliz, por
su andar indolente) que ese día hace sol. Un día para levantar cabeza de
una vez, como quien dice. Como quien dice “Dejadme ir a mi aire”. En
esa escena Ringo está anticipándose a su época, caminando ya por su
futuro. Exactamente como los otros tres.
2. Eso fue lo que yo percibí, sin saberlo con claridad, la primera
vez que vi esa escena. No en su día (o en la noche de aquel día), porque
la vi más tarde. Por televisión, a finales de los sesenta: todo un
regalo. Pongamos que vi eso y que noté la brisa. Una brisa nueva,
fresca, limpia, que muy pronto se convertiría en huracán, si no empezaba
a serlo ya. Para ser precisos: la película es un intento de documental,
rodado en 1964, de la brisa creciente del 63.
Dicho esto, cogería de la manita al marciano y le llevaría en dos direcciones. Primero le mostraría un poema de Philip Larkin,
Annus mirabilis, donde dice lo siguiente: “
Sexual intercourse began / in 1963 / between the end of Chatterley ban / and the Beatles first LP”. Le contaría al marciano que “the end of Chatterley ban” quería decir que ese año se levantó la prohibición de
El amante de Lady Chatterley,
de D.H. Lawrence. Y que lo del “sexual intercourse” es un poco figura
retórica aunque no demasiado: claro que se follaba antes del 63, pero
(según Larkin) costaba lo suyo. Mucho intercambio de anillos y mucha
vergüenza, viene a decir. También es cierto que Larkin era feo con
avaricia, pero comprendemos la situación general. Lo importante es que
un poeta laureado, un hombre de posguerra (y no precisamente "moderno")
coloca el levantamiento de la censura y la aparición del primer álbum de
los Beatles en la misma línea y como señales inequívocas de que las
cosas empezaban a cambiar en Inglaterra.
Luego le pondría al marciano
algunas canciones de los Beatles que, a mi entender, brotan de la
escena de Ringo junto al río o enlazan con ella. Esto es lo que llaman
"pensamiento lateral", pero es que lateralmente he entrado. No son sus
canciones más populares, no todas. Yo veo esa escena y pienso, por
ejemplo, en
Fixing a hole. Pienso en las canciones quizás más
inesperadas de los Beatles, canciones que a muy pocos se les hubiera
ocurrido escribir. La lista sería larga. Pienso también en
Norwegian Wood, en
I am the walrus, en
A day in the life, en
Eleanor Rigby. Vale, es muy posible que
Eleanor Rigby hubiera podido escribirla Ray Davies. Y alguna otra.
3. Otra pregunta marciana: ¿Por qué dejaron los Beatles la huella que dejaron?
Respuesta
de terrícola hiperfan: porque fueron los mejores, los más completos,
los más imaginativos, los más populares (es decir, los que comunicaron
mejor). Llegaron cuando tenían que llegar, como si vinieran de otro
planeta (y aquí sería yo el que le preguntaría al marciano). Casi todos
los demás (y aquí me pongo puñetero) emergieron uno o dos años más
tarde. Ellos abrieron la puerta: el primer grupo de rock británico
realmente conocido en todo el mundo, desde Shepherd’s Bush hasta
Tailandia.
Le haría advertir luego un hecho sorprendente: los
Beatles hicieron todo lo que hicieron en solo siete años. Repito: en
solo siete años. Desde
Please Please Me (1963) a
Let It Be (1970).
Decir "sorprendente" es quedarse muy corto.
Lo
de venir de otro planeta viene a cuento porque parece que tanta
genialidad no puede salir de golpe, aunque no salió de golpe ni
muchísimo menos. Llevaban varios años picando piedra intensamente, en
Hamburgo, en el Cavern, y en doscientos diecisiete locales como el
Cavern, en media Inglaterra: así se forjó el acero.
Lo de los siete
años es un tanto extensible: en esos años brotan y dan también lo mejor
de sí mismos los Stones, los Who, Burdon y los Animals, los Kinks, los
Yardbirds y los Them (para citar solo a mis favoritos). Matizo, si
quieren, lo de “lo mejor de sí mismos”, porque el vuelo de Van Morrison
cubre varias décadas, y arranca cuando se separa de los Them, aunque esa
es otra historia.
4.
Ahora viene la pregunta del millón, de nuevo a cargo del marciano. ¿Por
qué pegan tanto, tantísimo, los Beatles, y no alcanzan la misma cota
los soberbios grupos que acabo de mencionar? Vuelvo a arriesgarme a que
los fans de Stones y todos los citados pidan mi cabeza, pero ahí va: la
palabra que antes estaba buscando para calificar a los Beatles era
“idóneos”. A mi entender, el espíritu de esa época solo lo encarnan, a
lo alto y a lo ancho, los Beatles y Dylan. Encarnan, oceánicamente, el
cambio, los nuevos vientos en plenitud.
El resto son importantísimos pero un tanto sectoriales, injustamente o no, a decidir.
Los
Stones son aceite de blues caliente, chulería y sexo, probablemente
mucho más sexo del que jamás rezumaron los Beatles, pero me quedo con su
alegría y con su ensueño. Los Who encarnan la furia juvenil pura y
dura, sin etiquetas, y también con mucha alegría. Los Animals y los Them
llevan con muchísimo merecimiento la antorcha del soul blanco. Los
Kinks, Dios les bendiga, recrean con afecto e ironía una Inglaterra
inventada, cuyos padres posibles serían el señor Pickwick y la señora
Peel. Y los Yardbirds elevan las guitarras eléctricas a las alturas,
juntan rock y rhythm & blues (vale, también los Stones) y sientan
las bases de la psicodelia. Desde luego que las definiciones podrían ser
más amplias: esquematizo para que el marciano lo entienda.
Los
Beatles mezclarán todas las aguas, creando así ríos nuevos (o, para
cerrar la metáfora de antes, el océano que lleva su nombre). Buddy Holly
y Chuck Berry,
music hall y música hindú, arreglos
orquestales, vanguardia electrónica, el ciento y la madre. Aunque todo
eso es admirable, quisiera que el marciano escuchara detenidamente sus
primeros discos y reparase en la frescura, la fuerza, la belleza
irrepetible de sus armonías vocales, la singularidad de sus baladas. Lo
digo porque en seguida tendemos a saltar a
Rubber Soul y nos olvidamos de esas joyas iniciales.
5.
Volvamos a lo de la idoneidad, que yo veo como una forma de alquimia.
A
diferencia de otros grupos (los citados, vaya) eran un cuarteto y eran
figuras individualizadas, y no sólo como intérpretes: cada uno tenía
perfil e historia propia.
Vale que así los lanzaron (recuerdo los
cliches: John el gamberro, Paul el encantador, Ringo el adoptable,
George el melancólico), pero podía no haber colado por mucho marketing
que le echaran. Eso fue lo que más molestó a mucho listo: anda que no me
harté yo de oír lo de “gustan a demasiada gente”. Como dijo el Cordobés
en frase memorable y altamente alcohólica, “por algo tienen que
quererlos, si no sería falso”.
Acepto que la peli del submarino rozó
la caramelización de sus arquetipos si los criticones aceptan que los
riesgos que corrieron fueron más abundantes de lo que parece. Para citar
solo uno: en la cima de su carrera se atrevieron a perder literalmente a
su público dejando de dar conciertos, hartos de que los aullidos
cubrieran su música y sus voces, para encerrarse hasta el final en el
estudio. Ahora que lo pienso, hay un precedente, en el mundo de lo
clásico, y se llama Glenn Gould, que hizo lo propio en 1964. Ellos lo
hicieron dos años más tarde, tras el concierto de San Francisco.
6.
Para ir acabando, le digo al marciano que estamos hermanados: va a
pasarle lo mismo que a mí. Yo entré en los Beatles por el final y fui
remontando el río. El primer disco de ellos que pude comprarme fue
Abbey Road, en 1969: hasta los doce años no tuve capacidad adquisitiva. Técnicamente es el último, porque aunque
Let It Be sale en 1970 se grabó antes, parece ser (ya me lo aclarará Manrique).
Si el paseo de Ringo es el comienzo de la brisa,
Abbey Road
es para mí sol de media tarde y primavera eterna, que les fija para
siempre en el cruce de esa calle.
Así que entré por la puerta grande:
para mí era la de entrada, para ellos la de salida.
Por supuesto que
les había escuchado mucho antes. Era imposible no hacerlo: sonaban por
todas partes, en todas las fiestas, en los chiringuitos de playa y,
sobre todo, en todas las emisoras. ¡Tiempos aquellos en los que la mejor
música era, realmente, la más popular!
Si ustedes son como el
marciano, abaláncense sobre su música: qué inmensa fortuna, estar a
punto de descubrirlos. Esa y no otra es la mejor manera de celebrar su
cincuentenario.