Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

8 sept 2013

¿CON CUAL TE QUEDAS?



La Piedra de La Paciencia.

Título:La piedra de la paciencia
Autor:Atiq Rahimi
Traducido por:Elena García-Aranda
Colección:Nuevos Tiempos. 144.
ISBN:978-84-9841-288-8
Código de almacén:7521144
Edición:3ª, 2010
Encuadernación:Rústica con solapas (Disponible en EPUB)
Páginas:120
Dimensiones:140 x 215
Tema:Novela contemporánea - literatura extranjera
Idioma de publicación:Español
Idioma de traducción:Francés

SubirSINOPSIS
En la mitología persa, sangue sabur, «la piedra de la paciencia», es una piedra mágica a la que uno le cuenta sus desgracias, sus sufrimientos, sus miserias, para confiarle todo lo que no nos atrevemos a revelar a los demás…
 La piedra escucha, absorbe como una esponja todas las palabras, todos los secretos, hasta que un buen día explota… Y ese día, uno queda liberado.
En esta novela, localizada «en alguna parte de Afganistán, o en cualquier otro lugar», la piedra de la
paciencia es un hombre tendido en un colchón en el suelo, en estado vegetativo a causa de una bala alojada en la nuca.
 A su lado, su mujer reza por él, le atiende y le habla, mientras en las calles pasan los carros de combate y se suceden los disparos. 
No sabe si puede oírla, pero la mujer le reprocha haber consagrado su vida a la Guerra Santa, y le desvela, llena de rabia y desesperación, lo que nunca se atrevió a decirle: sus deseos, miedos y frustraciones, y sus secretos más ocultos. La piedra de la paciencia explotará…
Escrita en un lenguaje bellísimo, poético y descarnado, La piedra de la paciencia, justamente galardonada en el 2008 con el prestigioso Premio Goncourt, es un grito contra la sinrazón de las guerras, el fanatismo y la opresión a las mujeres en cualquier parte del mundo.
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Compro oro................Manuel Vicent

El mendigo solo buscaba esa clase de tesoros que nadie en el mundo te puede arrebatar.

Podía ser un poeta loco aquel mendigo de barba florida, semejante a Walt Whitman, que se paseaba por una calle muy concurrida con un gran cartel colgado del cuello, donde con letras mayúsculas había escrito: compro oro. 

Toda la ciudad estaba plagada con esta clase de anuncios que incitaban a vender el oro que muchas familias guardan en las gavetas de la cómoda o en la caja fuerte de los bancos, pero el mendigo no servía de reclamo para ninguna casa de empeños. Este mendigo era dueño de un extraño negocio.

 No le interesaban los relojes, pulseras, collares, monedas, lingotes y medallas que muchos empeñan o malvenden para remediar alguna necesidad en tiempos de crisis.

 Al mendigo la crisis económica le traía sin cuidado. Un día se le acercó alguien para ofrecerle sus muelas de oro: “No tengo nada que comer. Se las cambio por un pollo frito”, suplicó.

 El mendigo le dijo: “Solo busco el oro que no tiene precio”. Este hombre-anuncio podría comprar el oro que se extiende en el mar en un centelleante amanecer, el oro cegador que deja en los rastrojos la siega del trigo en agosto, el oro que madura en los membrillos por San Martín en noviembre, el oro podrido de las hojas muertas de otoño que se lleva el viento.

 Como era un viejo enamorado también hubiera comprado la trenza de oro que le partía la espalda a aquella muchacha que se llamaba María Berenguela y cada uno de los pelillos de melocotón que brillaban al trasluz en sus brazos y muslos tostados en la playa este verano.

 El mendigo solo buscaba esa clase de tesoros que nadie en el mundo te puede arrebatar, el de los cofres de los piratas que solo existían en los cuentos de niños; también mendigaba el oro de cualquier sillar románico cuando el sol lo enciende a media tarde y la luz de oro que emerge de algunos cuadros de Klimt o de Matisse, el de las letras capitulares de los códices de vitela, pero no el oro de las mitras de los papas ni el de las coronas de los reyes.

 Compraba el oro que nos envuelve como una dádiva, el que se nos hace sabios al contemplarlo: el mosto que fluye de la uva al final de la vendimia y que el crepúsculo dora en la copa de vino que tienes en la mano, ese oro que vuelve siempre a brillar sobre la vida cuando sale el sol cada mañana.

7 sept 2013

Atiq Rahimi, cine contra el espanto

El escritor y director afgano exiliado en París explica cómo y por qué adaptó para la gran pantalla su cuarto libro

Con ‘La piedra de la paciencia' ganó el premio Goncourt.

El escritor y cineasta afgano Atiq Rahimi, en París. / DANIEL MORDZINSKI

Atildado, elegante, con el sombrero bien calado. Atiq Rahimi (Kabul, 1962) pasea por París destilando majestuosidad.
De buena cuna (padre gobernador cuando en Afganistán había rey), educado en el Liceo Francés de Kabul, su vida cambió cuando huyó del ejército soviético a través de las montañas y se adentró en los mundos literarios que acabaron poblando sus novelas.
 Su familia fue diezmada por los mujaidines, él se convirtió en exiliado político en su Francia de adopción.
 Hoy, las cosas han cambiado mucho: Rahimi ganó el premio Goncourt —la más prestigiosa de las recompensas literarias en Francia—con La piedra de la paciencia, su cuarto libro, y el segundo que él mismo dirige en la versión cinematográfica que ayer se estrenó en España. “Permíteme la broma: llevo los libros al cine para saber por qué los escribí. ¿Si obtuve la respuesta? Claro, por eso estamos aquí”. Bien, ¿y cuál era esa respuesta? “Escribí la novela para hacer una película”. Y Rahimi ríe, jaleando su propia travesura.
Ya más serio, explica: “Cuando uno escribe, crea personajes, y no sabe de dónde vienen. Nacen del subconsciente. Pero con una película, debes dominar esos personajes. Porque llega el actor, te pregunta y tienes que darle una respuesta; lo mismo el decorador, el iluminador…
 Debes responderles y ahí entiendes las cosas que escribiste. Cada arte saca distintos sentimientos. La película me dejó dar más recorrido a la ambigüedad de la protagonista.
 En un libro hay que explicarlo, analizarlo, buscas palabras que expliquen los sentimientos.
En el cine debes concretarlo, retratarlo, dar con los sentimientos que correspondían a las palabras. Es un movimiento inverso”. De ahí que sintiera que necesitaba tocar a la mujer protagonista: “En mi novela el narrador describe y la chica habla. En el filme, el punto de vista es ya el femenino, lo que permite que salgamos a otros personajes”.
La piedra de la paciencia está protagonizada por una joven que, abandonada por todo el mundo, se queda sola en su casa cuidando de su marido, en coma tras recibir un balazo en el frente en mitad de una batalla. No se dice el lugar, es sencillamente un país islámico.
No conocemos los nombres de los personajes
. Sí sabemos que llevan diez años casados, y que en esas tres semanas ella le está contando más cosas que en toda la década anterior, vomitándole sus sentimientos.
“Busqué a Jean-Claude Carrière, porque es un excepcional guionista y porque conoce el farsí —lengua en la que se habla en el filme—, y la literatura de esta cultura, porque su mujer es persa
. Yo escribí la novela en francés… porque la primera frase me salió así. Sigue en ese idioma para entender porqué no lo hacía en mi lengua materna, y descubrí que mi subconsciente estaba huyendo de la autocensura que me provoca el farsí”.
Pero el cine empuja a un decorado preciso, a una realidad. “Efectivamente, volví al persa. Este arte te impone la Historia con mayúsculas, y el aspecto político del cine entra así en la pantalla: no puedes escapar de la Historia. Mis productores se plantearon hacerla en inglés… Pero Carrière me dijo: ‘¡Cómo iba a hablar un mulá en inglés!’.
 Una contradicción en la que otros ni hubieran reparado. Es como el personaje de la mujer. Yo no la escribí: ella me dirigió, era su rehén. Tuve que cambiar de idioma, de sexo…
 En fin, cuando llegó la película ya había vivido esa experiencia, y encima conté con una actriz tan libre y grande como Golshifteh Farahani. El libro es femenino, la película es masculina; la novela es muy política, el filme es más social. Cambié en el proceso”.
El escritor afgano Atiq Rahimi. / Daniel Mordzinski
En medio de un país desgarrado, de unos personajes moribundos, aún hay sitio para la esperanza: “Afganistán, mi patria, es un lugar raro, difícil, misterioso, complejo, contradictorio.
 Y eso forma parte de su encanto. Ha tenido civilizaciones colosales, albergó la cultura grecobudista, que solo se dio en mi país…
 Y todo eso está ahí. Cuando voy allí, me pregunto para qué he ido. Cuando estoy en Francia, lo extraño. Me ocurre porque es una nación imposible”.
El escritor y cineasta colabora en Kabul en el canal de televisión Tolo TV, imparte talleres de guion, da clases de documental…
 “Albert Camus describió a un hombre que destruye su casa y quema su cosecha solo por el esfuerzo de no cortar el trigo. De alguna manera así es Afganistán, con su elemento autodestructivo, tal vez porque no hemos encontrado nuestro lugar en el mundo ni en la historia
. Por eso se da el desgarro, y no existe una unidad nacional y cultural. A Afganistán se le ama y se le odia”.
A pesar de autoadaptarse continuamente, no tiene claro que vuelva a hacerlo con su último trabajo, Maldito sea Dostoievski. “Es cuestión de un proyecto artístico. Llevo la historia hasta el límite, explorando todas sus posibilidades. De Tierra y cenizas hice libro, obra de teatro, película… y hasta una ópera. Incluso hice varias pinturas… Otros hacen camisetas y chapas [risas].
 Yo me implico en las versiones si siento que puedo descubrir facetas nuevas de mis historias.
 Porque la verdad es muy compleja y no se puede abarcar con una primera mirada”.