Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 jul 2013

“Usted es un ángel”........Hay ángeles de la Guarda....cada uno tenemos el nuestro.....y solo lo reconocemos cuando él quiere.

Un guardia civil visita en la UCI a la mujer que rescató de debajo de un vagón

La herida, intubada y sin poder hablar, se emocionó al reconocerle.

 

Varias personas rescatan a una mujer de un vagón el pasado miércoles. / La Voz de Galicia/Monica Ferreiros (AP)

Un hombre entra en la sala de espera de cuidados intensivos del hospital Clínico, pero no se sienta.
 Camina arriba y abajo, nervioso. Se retuerce las manos. Cuando sale un médico a informar a una familia, se lanza hacia él.
Pregunta por alguien, una mujer. “Está dormida”, musita mientras se da la vuelta y vuelve a su paseo intermitente.
 Es guardia civil y por eso no quiere dar su nombre. Para la familia de Elisa Soler, una mujer venezolana de 52 años que el miércoles viajaba con su hija en el Alvia accidentado, es “un ángel”.
 Aquella noche, tendida en la vía y con la pierna destrozada, fue él quien estuvo a su lado, cogiéndole la mano, hasta que una grúa levantó el vagón que le oprimía la pierna y pudo ser liberada. “Tengo que verla”, repetía ayer el hombre.
Y lo consiguió. “¿Tú eres el que la salvaste? Gracias por todo, de verdad. Es mi sobrina
. Que Dios te dé mucha fuerza y mucha vida”
(dios hace tiempo que está dormido). (lo dijo el Papa cuando anunció que se iba porque tenía dudas. El fue el que dijo ante tanta desgracia en este nuestro mundo, Y Dios duerme....)
El encuentro entre la familia de Elisa y el guardia civil emocionó a quien lo presenció en la sala de espera. “He estado en muchos accidentes, en accidentes horribles, pero nada que se parezca a lo que vimos allí. Muertos encima de vivos, personas pidiendo ayuda por todas partes.
Recuerdo a un chico que estaba atrapado y golpeaba su móvil contra algo metálico para que le oyéramos, porque no podía hablar. Toc, toc”, recordaba ayer el hombre.
 “Ella estaba tendida en la vía. Me agaché y me cogió muy fuerte del brazo. Busca a mi hija, me decía. Se llama Verónica y tiene 15 años. Busca a mi hija. Estuve con ella hasta que llegó la grúa, levantaron el vagón y la evacuaron. Tengo que verla”, repetía.
Haciendo algunas llamadas, recopilando datos, el hombre llegó a saber dónde estaba ingresada la hija de Elisa.
El viernes por la mañana fue a visitarla al policlínico La Rosaleda.
 La encontró con una pierna y un brazo rotos, pero en bastante buen estado.
 “La niña, al saber la historia, le dijo que había sido un ángel, y él respondió que no tanto, porque había muchos a los que no habían podido salvar”, contaba ayer María Antonia, una de las hermanas de Elisa, recién llegada de Colombia para estar junto a su hermana y su sobrina heridas:
“Gracias a lo que él nos ha contado sabemos qué pasó. Suponemos que mi hermana salió volando, despedida del vagón. Estaba atrapada, pero en ningún momento perdió la consciencia. Y debió de aferrarse a él”.
Elisa no puede hablar, porque está intubada; necesita ayuda para respirar. Pero ayer, según contó su hermana María Antonia, hizo que sí con la cabeza para indicar que se acordaba del guardia civil, claro que se acordaba:
 “Le recordó perfectamente. Antes de hacerle pasar, le dijimos que había alguien que quería verla. Se emocionó mucho al verle”.
 A la salida, otra vez en la sala de espera, el hombre estaba emocionado. “¿Te conoció?”, le preguntó Esther. “Sí, sí”, decía él, al borde de las lágrimas.
 “Contestaba con la cabeza que sí o que no. Le dije que había visto a su hija y que estaba bien, que estuviera tranquila. En la vía me pidió que buscara a su hija, pero la niña ya había sido evacuada, aunque yo no lo sabía”, contaba el hombre, aún con los patucos estériles puestos.
Al rato se marchó. Seguía emocionado.
 “Estoy segura de que volverá a visitarla. Se ha ido satisfecho por haberla visto, pero se le ve muy afectado por todo lo que ha sucedido”, reflexionaba María Antonia.
El hospital Clínico, el que ha tratado a los heridos más graves del accidente del Alvia, tenía ayer 46 personas ingresadas, 27 de ellas en unidades de críticos. Ismael hacía guardia en la puerta de la unidad infantil de cuidados intensivos
. Su hija Lucía, de 11 años, se rompió las dos piernas en el accidente. Viajaba con sus tíos, que también resultaron heridos, a Santiago a pasar unos días de vacaciones. “La operaron ayer y está recuperándose. No se acuerda de nada”, decía aliviado.
 Lucía es uno de los tres niños que ayer aún seguían en la UCI pediátrica.

 

26 jul 2013

La mansión de Versace busca la paz

La propiedad donde vivió y fue asesinado el diseñador sale a subasta por 25 millones de dólares

Problemas financieros ensombrecen su historia de fama, lujo y esplendor.

Una imagen de la mansión de Gianni Versace en Miami. / AP

Sirvió de escenario para las más suntuosas fiestas, para desplegar la obsesión de Gianni Versace por las antigüedades y para sepultar su talento.
 El diseñador murió en Miami a los pies de la escalinata de acceso a Casa Casuarina el 15 de julio de 1997. Venía de desayunar en el News Café, a unos pasos de su casa, cuando el chapero Andrew Cunanan le descerrajó dos tiros en la cabeza.
Desde entonces, como respondiendo a una leyenda maldita, el edificio del 1116 de Ocean Drive no ha encontrado la paz.
El 17 de septiembre se subastará por un precio de salida de 25 millones de dólares.
 Es el último episodio tras la desastrosa gestión en la última década de su propietario mayoritario, el magnate de las telecomunicaciones Peter Loftin.
Gianni Versace la compró en 1992 por 2,95 millones de dólares e invirtió 33 millones en adaptarla a la medida de sus sueños. Fue un capricho desde su construcción, en 1930.
 La puso en pie el arquitecto Alden Freeman, nieto de un tesorero de Rockefeller, para habitarla junto a su pareja, el paisajista Charles Boulton.
 La bautizó Casa Casuarina en homenaje al libro de relatos The casuarina tree, del exespía W. Somerset Maugham.
Se inspiraron en el Alcázar de Colón, el edificio colonial que levantó Diego Colón, primogénito del descubridor de América, en Santo Domingo, en 1510.
El idilio del modisto calabrés con esta ciudad de sol eterno comenzó a principios de los noventa. Iba camino de Cuba, y paró allí para visitar a su hermana, Donatella, que estaba supervisando una campaña de Versace fotografiada por Bruce Weber. Cuatro años después de su muerte, Donatella recordaba el flechazo en The New York Times.
“Dábamos un paseo por South Beach y Gianni se paró enfrente
. Dijo: ‘Quiero esta casa’
. Así de sencillo
. Pero no era una casa, ¡era todo un edificio con vecinos dentro!
Y yo le dije: ‘Gianni, ¿cómo piensas conseguirla?’.
Y respondió: ‘No te preocupes, hablaré con mis abogados’. No sé cómo lo hizo, pero la consiguió, como tantas otras cosas en la vida”.
Gianni Versace, con Claudia Schiffer y Naomi Campbell. / AP
Miami se convirtió en leitmotiv de sus colecciones: el art decó, las palmeras, el macarrismo de nueva rica…
 Su propia casa, epicentro de su universo, sirvió de inspiración para una línea de hogar, Versace Home. Gianni serviría de avanzadilla de una generación de celebridades que trasladó su opulento estilo de vida de Hollywood a South Beach.
 Tras él, se mudaron otros: Elton John, Cher, Madonna, Sting… Donatella lo recordaba así:
“Los editoriales de moda pasaron a fotografiarse aquí. Gianni atrajo a todo el mundo: la gente de la música, la moda, los actores... tenía ese poder. En el jardín de Casa Casuarina veías mezclarse a arquitectos italianos, escritores, Richard Avedon, Madonna…”.
La reina del pop presumía de que Gianni siempre le cedía un dormitorio mucho mayor que el suyo propio. Incluso le celebraban los cumpleaños.
 Donatella situó una vez una inmensa tarta flotante para la cantante en su piscina de mosaicos bañados en oro de 24 quilates. Jack Nicholson tenía habitación fija cuando estaba de visita, Elton John acudía a merendar y Naomi Campbell y Kate Moss lo utilizaban como base cada vez que acudían a quemar las noches de South Beach.
Cuando Donatella se decidió a venderla, borró el rastro de las incontables medusas, el logo de Versace, que la poblaban —aunque ahí sigue una gigante, en mosaico, dominando el jardín—-.
 Se la colocó en 2000 por 19 millones de dólares al magnate de las telecomunicaciones Peter Loftin.
 Nunca se había pagado tanto por una propiedad en todo el Estado.
 Y puso a subasta sus pertenencias, que alcanzaron los 10 millones.
Su nuevo propietario trataría de convertirla en un club social, con cuotas a partir de los 50.000 dólares anuales.
 Él mismo se alojó allí durante cuatro años.
Después, la abriría para tours guiados a 50 dólares la entrada.
 Y, finalmente, la transformaría en un exclusivo hotel boutique a unos 2.500 dólares la noche. En 2009, acuciado por problemas financiaros, se lo alquiló al hotelero Barton G. Weiss.
 Pero las cuentas seguían sin salir. Loftin declaró la bancarrota el pasado 1 de julio, tras una prolongada disputa con Weiss y la familia Nakash, dueña de la firma de denim Jordache y acreedora de la deuda. Estos últimos le acusaron de inflar su valor para subir la cifra de venta.
En mayo de 2012 su inmobiliaria dijo que valía 125 millones
. Desde entonces, el precio ha caído en picado.
 Hoy, quien pueda afrontar la puja tendrá el reto de dar nuevo esplendor al sueño de Versace.

 

Polanski se enfrenta al rostro del que abusó

Samantha Geimer, la mujer a la que violó siendo una adolescente, utiliza como reclamo de portada en sus memorias una foto que le sacó el propio director con 13 años.

Portada del libro de memorias de Samantha Geimer.

En la industria del espectáculo rige una regla no escrita que dicta que si has vivido alguna experiencia traumática provocada por alguna celebridad, estás en tu derecho a explotarlo después para conseguir fama, dinero o notoriedad.
 Samantha Geimer se ha resistido a caer en esa tentación
. Hasta hoy. El 17 de septiembre saldrá su autobiografía, The girl: A life in the shadow of Roman Polanski (Atria Books), donde reclama la identidad que le fue arrebatada en su adolescencia.
Para el mundo su historia se congeló hace 35 años, cuando ella tenía 13, el día en que se convirtió en “la chica” (de ahí el título del libro) de la que abusó Roman Polanski.
  La historia ya la conocen: el director la convocó a la casa de Jack Nicholson en Mulholland Drive (Los Ángeles) para realizarle una sesión fotográfica
. La cita derivó en consumo de drogas y sexo en el jacuzzi y le valió al cineasta un largo periplo judicial cuyas consecuencias aún colean.
 Para él y para ella, la eterna secundaria en esta historia.
La edición viene precedida de una pequeña bomba promocional: su foto de portada, un melancólico primer plano de Geimer, fue tomada por el propio Polanski.
 Pertenece a la primera sesión del cineasta con la joven, tres semanas antes del abuso, en la que ya fue coaccionada por el cineasta para posar en top less
. Esta sesión se hizo pública durante la demanda civil interpuesta por ella en 1988, que se saldó con un acuerdo en que el director se comprometió a pagarle medio millón de dólares para resarcirla.
El abogado de Geimer, Lawrence Silver, que ha contribuido al libro, reclamó que Polanski devolviera todas las fotos que había tomado de su víctima.
 La publicación de una de esas imágenes hoy en la portada fue uno de los reclamos de Geimer para escribir estas memorias
. Su intención, como ella misma comentó cuando anunció que las estaba escribiendo, ha sido reclamar que es “más que una víctima sexual.
 Ofrezco mi historia hoy sin rabia, pero con un propósito: reclamar mi propia identidad”.
Tras el episodio, en 1978, Polanski huyó a Europa antes de que se dictara sentencia y el juez dictó una orden de busca y captura efectiva en 188 países.
  Aun así, el realizador se movió desde entonces libremente entre Francia y Suiza. En 2009, cuando acudía a un homenaje en el festival de cine de Zúrich, fue arrestado a petición de las autoridades estadounidenses. Suiza se negó a deportarlo y cumplió unos meses de arresto domiciliario en su chalé de la estación de esquí de Gstaad, recibiendo múltiples muestras de apoyo por parte de otros colegas de la cultura. Samantha Geimer, entretanto, solicitaba que se retirasen los cargos y reiteraba públicamente que ella ya le había perdonado.

 

Los 70 años de Mick Jagger: entre la gloria y el fracaso


Jagger, durante el concierto de los Rolling Stones en el último festival de Glastonbury. / Matt Cardy (Getty
Mick Jagger tenía 25 años cuando grabó la canción que resumiría su trayectoria profesional. You can’t always get what you want enhebra viñetas de su cotidianidad en 1968: mujeres peligrosas, manifestaciones violentas, drogas duras.
 Pero lo que queda en la memoria es el majestuoso estribillo, amplificado por el London Bach Choir: “No siempre puedes conseguir lo que quieres/ pero si lo intentas, a veces podrías descubrir que/ consigues justo lo que necesitas”.
Asombra la carga profética de la letra
. En el año de la Revolución, Jagger adelanta las decepciones políticas, avisa que la heroína se va a cobrar un altísimo precio, sugiere ajustar a la baja nuestras expectativas.
 Y lo dice alguien que, en ese momento, parece tener el mundo en la palma de la mano.
En 1963, Michael Phillip Jagger había acudido a su tutor en la London School of Economics para solicitar un año sabático: “tenemos un grupo musical y me gustaría probar, con la tranquilidad de saber que me reservarían mi puesto si necesito volver”. Era buen estudiante y se le aseguró que podría reincorporarse: “Le entiendo, Mister Jagger, yo también viví mi época bohemia”.
Más que una aventura bohemia, Jagger pretendía ser un misionero, difundir la buena nueva del rhythm and blues, aquella música afroamericana que en Europa era patrimonio de minorías.
 Lo que nadie podía imaginar es que, siguiendo la pista de los Beatles, se lanzarían a componer unas canciones que atraparían la imaginación de su generación, a ambos lados del Telón de Acero.
 Cantos de frustración (Satisfaction), reclamaciones de independencia (Get off of my cloud), retratos ácidos de los adultos (Mother’s little helper), patologías del presente (Paint it black)...
De repente, ya no eran simples melenudos, aptos para ser ridiculizados.
 Se habían convertido en cabecillas de una masa amenazadora, vagamente conocida como La Juventud. Potencialmente, poseía peso político: Tom Driberg, una de las luminarias del Partido Laborista, se empeñó en alistar a Jagger, garantizándole un puesto en el Parlamento.
Claro que su elegibilidad quedó afectada por los sucesos de 1967
. Detenido en una redada antidrogas en la casa campestre de Keith Richards, le cayeron tres meses
. Salió de la cárcel gracias a un editorial de The Times, que denunciaba la malévola venganza del establishment. Jagger aprendió la lección.
Consumiría porros y rayas durante las siguientes décadas pero evitaría los opiáceos y, en general, preferiría no comprar: tomaba lo que estaba disponible.
 Y alrededor de los Stones se disfrutaba del material de mejor calidad, cocaína farmacéutica y otras exquisiteces.
Sus simpatías por la revolución se enfriaron.
 El desastre de Altamont, en 1969, evidenció que, si la contracultura no era capaz de montar un concierto multitudinario pacífico, parecía ingenuo esperar la construcción de una maravillosa sociedad paralela. Además, Jagger comprobó que se sentía más cómodo entre la beautiful people de Londres que en una comuna hippy.
Guapo, ingenioso y seductor, Mick se hizo un hueco en la jet set internacional.
 Allí intimó con lo que llaman old money: familias ricas de siempre.
 Y puso la oreja. Los Stones tenían graves carencias económicas: habían sido despojados por un manager-tiburón, que terminó apropiándose de sus grabaciones de los años sesenta.
 Se enfrentaban, además, a impuestos confiscatorios: en determinados ingresos, la Hacienda británica se quedaba hasta con el 98%. Han leído bien: noventa y ocho por ciento.
Mick Jagger y Keith Richards en el Wembley Empire Pool, septiembre de 1973. / Michael Putland (Getty Images)
En ese momento, Jagger hizo lo mismo que cuando ha necesitado un entrenador personal o un negro para su (frustrada) autobiografía: una rigurosa selección de candidatos
. En un banco londinense de inversiones, encontró al príncipe Rupert Lowenstein, que se transformaría en asesor financiero del grupo. Inmediatamente les convirtió en exiliados fiscales: en la Costa Azul materializaron el doble Exile on Main Street. Lowenstein establecería el entramado de empresas que les permitió establecer su discográfica-editorial y explotar la demanda de directos.
De su mano, Jagger inventó el modelo de empresa que sería imitada en el futuro por todas las superestrellas, del rock o de cualquier otra música.
 Control de su legado discográfico, que viajaría con ellos en su peregrinar por las diferentes multinacionales. Nuevo trato con los promotores de conciertos: quedaban al servicio de los Stones, privilegio por el que recibían un mínimo porcentaje.
 Pactos con patrocinadores. Merchandising.
Cuesta reconocerlo, pero las maquinaciones de Jagger trenzaron la red de seguridad que permitiría a Keith Richards desarrollar su monumental leyenda de kamikaze.
Según el tópico, Keith es el corazón de los Stones.
 Resulta menos popular el inevitable corolario: sin el cerebro de Jagger, ese corazón se habría parado hace tiempo o estaría reducido a una caricatura.
No hay un rollingstone bueno y otro malo: todas las decisiones comerciales de Mick fueron ratificadas por el guitarrista.
Los pecados de Jagger son compartidos por el resto de la banda.
Pensemos en la crueldad con compañeros, relegados a la sombra (el pianista Ian Stewart) o directamente despedidos (Brian Jones).
 O la tacañeria para reconocer colaboraciones en la composición: casi todo sale firmado por Jagger-Richards, aunque partiera de la inspiración de Ry Cooder o Mick Taylor.
Sin olvidar el calvario de Ronnie Wood, quince años de asalariado antes de ser aceptado como miembro de pleno derecho.
Cara a la galería, Mick sí cometió un grave desliz. Evidenció su escepticismo respecto a la visión fundamentalista del rock. En 1975 se fue de la lengua en la revista People:
 “Yo solo quería hacer esto durante dos años. Imaginaba que la banda se dispersaría un día, que diríamos adiós.
 Continuaría componiendo y cantando pero la verdad es que preferiría estar muerto a seguir interpretando Satisfaction cuando tenga 42 años”.
Calculó mal. Ya sabemos que ha estado cantando Satisfaction al borde de los setenta años, fracasados sus esfuerzos para construirse una ocupación legítima fuera de los Stones.
 Como actor, no ha tenido fortuna, a pesar de estrenarse con una genuina película de culto (la turbia Performance, 1968).
 Tardó en entender las incertidumbres del cine, que además requiere grandes inversiones si quieres, por ejemplo, comprar los derechos de La naranja mecánica, la novela de Anthony Burgess
. En 1995, montó su propia productora, Jagged Films, que no ha podido realizar los proyectos más ansiados: el retrato de un potentado tipo Rupert Murdoch, una aproximación a la industria musical que dirigiría Scorsese.
Aparte, han pasado desapercibidos sus papeles más valientes, en películas como Bent (1997) o Servicio de compañía (2001).
Algo similar ocurre con sus discos en solitario, que solo llegan a un público decreciente.
 De hecho, su última aventura musical, el proyecto SuperHeavy (2011), pasó cual estrella fugaz.
 Los pocos que se enteraron pensaron que se trataba de un capricho de millonario, aunque debería haber despertado al menos curiosidad: en el grupo figuraban Damian Marley, hijo de Bob, y A. R. Rahman, celebrado compositor de Bollywood.
Aquí sale a la superficie algo que es vox populi en el negocio de la prensa musical británica.
 Una portada con Keith Richards sube las ventas; lo mismo con Jagger, se salda con una bajada estrepitosa. Un síntoma de la exitosa reinvención pública de Richards, desde luego, pero también del desencuentro de Mick con los medios.
Si está relajado y el temario desborda lo musical, Jagger puede ser el entrevistado ideal.
 Sin embargo, lo habitual son los cortes al periodista, la exhibición de un cinismo blindado, la evasión como táctica preferida.
Los periodistas, se queja, pretenden remover el pasado
. Y Jagger vive para el futuro
. A diferencia de Richards, se esfuerza en captar música nueva, que le sirva para remozar la suya propia.
 El concepto nostalgia le suena a pecado: habitualmente, los Stones salen de gira con canciones frescas, aunque no sean las que el respetable quiere escuchar; ellos insisten en demostrarse a sí mismos que están creativamente vivos.
Jagger también tiene vetado todo lo que se refiere a su conducta amorosa.
 Que no ha sido ejemplar.
 Nunca ha entendido el concepto de veda, mucho menos el de lealtad: en los buenos tiempos se insinuaba a todas, incluyendo novias o mujeres de sus amigos; Bryan Ferry, Eric Clapton, hasta Richards han sufrido su afán depredador. ¿Y qué ofrece?
 Aseguran algunas damas que rara vez se han encontrado con un hombre semejante, que entiende las necesidades femeninas, físicas y emocionales
. Sin embargo, esa sabiduría no se traslada a sus letras: de la misoginia inicial ha saltado a extravagantes declaraciones de indefensión masculina, sin olvidar la cuota de mujeres fatales.
A estas alturas ¿qué le motiva? A diferencia de los artistas negros que le inspiraron, podría jubilarse y mantener el nivel de vida de su extensa prole.
 Pero conserva rastros del compañerismo que le llevó a fundar el grupo: mientras Keith Richards quiera seguir pateando escenarios, ahí estará él.
Sin olvidar el orgullo de reiventarse bajo los focos, de mantenerse como un atleta, de cantar Satisfaction con un mínimo de dignidad.
 Y recuerden: su madre murió con 87 años, su padre con 93.
 Genéticamente, Mick Jagger tiene cuerda para rato.