Desde la invención de la Fotografía, en 1839, son
muchos los que han entonado el canto del cisne de la pintura.
Y muchos
más los que consideran que la fotografía no puede retratar la
composición de un cuadro de Rafael, el color de una pintura de Delacroix
o la ternura de la Virgen de la cesta de Correggio.
Pero el tiempo ha
demostrado que ambas manifestaciones artísticas no solo pueden seguir
creciendo, sino que tienen unos lazos tan fuertes que el resultado de la
confrontación es deslumbrante.
Todo ello se puede ver en la exposición
Seducidos por el Arte, que hasta el 15 de septiembre se exhibe en
CaixaForum Madrid. Es una coproducción con la National Gallery que ha
arrasado a su paso por Londres y Barcelona.
El objetivo de la exposición es descubrir la relación
entre los grandes maestros de la pintura con los pioneros de la
Fotografía y los fotógrafos contemporáneos.
El recorrido es un
aleccionador diálogo entre obras de Turner, Gainsborough, Ingres, Vernet
y Fantin-Latour, artistas contemporáneos como Craigie Horsfield, Rineke
Dijkstra, Thomas Struth, Richard Learoyd, Ori Gersht y Beate Gütschow, y
pioneros de la fotografía del siglo XIX como Julia Margaret Cameron,
Gustave Le Gray y Roger Fenton.
En su versión española, la exposición se
ha enriquecido con nombres de artistas jóvenes como Pierre Gonnord con
su gitano Kristov colgado junto al retrato de Giovanni Battista pintado
con Van Dyck hacia 1625 y la sorprendente recreación de los
fusilamientos del 3 de mayo de Goya que José Manuel Ballester expone
junto a La muerte de Sardanápalo (1827) de Delacroix.
Además se ha
añadido una tormenta de Turner procedente de la Tate, dos
dibujos de Ingres del Museo Ingres de Montauban, pinturas procedentes
del MNAC de Luis Egidio Meléndez y del Maestro de Castelsardo y un
paisaje de Nicolas Poussin del Museo del Prado
Hope Kingsley, comisaria de la exposición junto a
Christopher Riopelle, ha organizado un recorrido tan sorprendente como
didáctico.
Quiere mostrar que la relación es tan fuerte, que tanto los
pioneros como los fotógrafos contemporáneos han asumido como propios los
temas básicos de la pintura: el retrato, el cuerpo, las naturalezas
muertas, el paisaje, los temas religiosos y la guerra.
Los retratos individuales o en grupo están en el
origen de la indisoluble relación entre fotografía y pintura. Los
primeros daguerrotipos mostraron que podían devolver una calidad de
imagen mucho más fiel que el grabado más exquisito
. Pero la fidelidad de
la imagen fue considerada insuficiente y los fotógrafos jugaron con las
luces y sombras para desentrañar la personalidad del retratado
siguiendo el ejemplo de Velázquez o van Dyck.
Las poses y las composiciones de los retratos son un
calco del arte antiguo en los trabajos de los pioneros de la fotografía.
Igual sucede con los retratos en grupo o de pareja.
Un buen ejemplo es
el óleo El señor y la señora Andrews (1750), de Thomas
Gainsborough, situado frente a Signo de los tiempos. Inglaterra (1991),
de Martin Parr. En ambas obras, la tensión entre las parejas retratadas
es contemplada con sarcasmo por las artistas.
Otro peculiar ejemplo de retrato mujer peculiar lo constituyen el retrato de La señora Moitessier (1856) de Ingres, frente a Jasmikn con un vestido de Mary Quant (2008), de Richard Learoyd.
Las imágenes de desnudos de hombre o mujer ofrecen
auténticos tesoros en las fotografías más antiguas. Muchas de ellas son
anónimas y realizadas para ser utilizadas por pintores.
Daguerrotipos
coloreados a mano muestran desnudos totales o parciales con posturas que
imitan los modelos de belleza de la escultura antigua.
Una gran parte
están cargados del elegante erotismo que impregna las figuras
principales de el gran óleo El juicio de Paris, de William Etty.
Lejos de la representación humana, puede que sea en el paisaje donde
la relación de las artes sea más auténtica, un género que no tuvo
auténtico protagonismo en la pintura hasta el XVII. Primero reprodujeron
la naturaleza sin artificios, como un espejo de la realidad.
Después ,
han ido tratando de reproducir su fuerza y misterio
. Las acuarelas de
Turner se presentan como un objetivo casi siempre insuperable.
Su
paisaje marino con costa distante, pintado hacia 1840, no solo es un
objetivo difícil de alcanzar, sino que por sí sola, la obra es un
aliciente más que suficiente para disfrutar esta exposición.