Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 may 2013

¡Qué imputada!

Te digo yo que la infanta Cristina se va de rositas, y aquí nos quedamos mi sombrero y yo muertos de risa. Compuesta y sin cuesta.

No creo porque Undargarín no se va ya a Qatar, entonces las cosas cambian puede ser más tarde.

La infanta Cristina salía el martes de su trabajo en La Caixa. / EFE

¡Jesús, María y José! No, no me he convertido al catolicismo de repente, y eso que tengo al obispo Reig Plà haciéndome escrache todos los santos findes cortándome el tráfico de mi pueblo con sus procesiones. No, a Dios gracias sigo siendo agnóstica, hiperbólica y humana.
Lo que pasa es que me estoy acordando del hijo, la madre y el padre de algunas señorías. ¿Tú te crees que, justo ahora que había pillado un tocado rollo Philip Treacy para cubrir la Declaración del Milenio, va la Audiencia de Palma y me desimputa a la Infanta? A ver, que yo soy acérrima de la presunción de inocencia y a presuntuosa no me gana nadie, pero que te tengan un mes de reloj que si sí, que si no, para luego dejarte compuesta y sin Cuesta no es de recibo.
Ese es el problema: no tengo el ticket y no puedo devolverlo.
 El pamelón, digo. Ideal de la eutanasia, tenías que verlo: una alegoría de la Galaxia Gutenberg con satélites incluidos para asegurarme plano en la tele y de paso darles en los morros a los agoreros que dicen que el papel ha muerto
. Clavadito a uno que llevó Pippa Middleton en una boda de un primo sexto en Escocia, no te digo más que eso
. Pero ahora, o me invitan a un bodón hiperpijo como el de María Colonques, heredera del imperio Porcelanosa, donde hay que ir alicatada hasta el cráneo, o me como el planetario con proteínas.
 Las patatas ni mentarlas, que estoy otra vez con la dieta Dukan y el efecto yoyó lo inventé yo en persona.
Hablando de hidratos de carbono, yo ya me olía la tostada.
 Desde que papá Juan Carlos cogió el embolado por los cuernos y fichó a un padre de la Constitución, qué menos, como abogado de la hija pródiga, a Cristina se la veía otra cara.
No sé: menos seca, más humana, menos rara.
 A ella, y al marido, todo hay que decirlo. Como si estuvieran o estuviesen muchísimo más tranquilos.
 A ver, que yo no digo que nadie presionara a nadie, ni mucho menos que prevaricara, para varices las mías. Pero que el auto de marras se lava las manos, le da a la Infanta una de cal y otra de arena y le pasa la patata caliente al juez Castro, lo ve hasta esta lega en la materia.
 Y vale ya, que he dicho que no voy a nombrar los alimentos prohibidos, o se me hace la boca agua y engordo dos kilos por retención de líquidos.
Que pida más datos a la Agencia Tributaria por si hubiera delito fiscal, sugieren los magistrados de la Audiencia a su colega, los muy ladinos
. O sea, que el que tiene la pelota en el tejado es Montoro el Acusica, pero como ande tan fino como con Bárcenas, te digo yo que Cristina se va de rositas, y aquí nos quedamos mi sombrero y yo muertos de risa. Ahora, que si es a Catar, yo que tú ataba corto a Iñaki, princesa.
 Vale que la jequesa Mozah está mayor y ha parido siete hijos del jeque, pero tiene obras públicas que adjudicar por un tubo y pinta de dejarse querer más que Madina y Talegón juntos. Y dicho esto, me voy a misa. Sí, qué pasa, tampoco creo en meigas y haberlas haylas
. Ahora mismo le pongo una vela a San Expedito, el santo de las causas urgentes, como manda el telediario de La 1, y lo mismo estreno tocado antes del verano.
 Si no es en la Cuesta, en la comunión de mi sobrino.

 

10 may 2013

Newman Paul Newman y Joanne Woodward vistos por Ana Bustelo. Un 'devocionario' para cinéfilos


Newman
Paul Newman y Joanne Woodward vistos por Ana Bustelo.
Advierte Daniel Krauze en el prólogo de Pequeño diccionario de cinema para mitómanos amateurs: "Hay libros enciclopédicos que no son más que un juguete. Todos los hemos visto alguna vez, decorando anaqueles de aeropuertos, secciones de los más vendidos en librerías y hasta tiendas de ropa para hipsters: ejemplares de edición lujosa que solo pretenden entretener, brincando de la A a la Z con el único propósito de hacernos perder el tiempo de manera amena, sin que tengamos que leerlos durante más que unos minutos. A pesar de que este diccionario es, sin duda, algo divertido, claramente no es un juguete".
Es el "devocionario" particular de Miguel Cane, en el que repasa -como si de una compilación de "vidas de santos" se tratase- a mitos cinematográficos como los que siguen:
Lynch
David Lynch (1946)
Magnífico chico americano rubio y ojiazul, que ayudaba a mamá con las labores del hogar y se iba de pesca con papá; Eagle Scout con sueños muy extraños que a veces transforma en películas y otras, en dibujos. De donde él es, los pájaros cantan una bonita y siempre hay música en el aire. Es vecino de Mulholland Drive, en Los Ángeles, y ha visto El crepúsculo de los dioses (1950) más de cien veces y El mago de Oz (1939) doscientas.
Farrow
Mia Farrow (1945)
A esta criatura extraordinaria su linaje no solo la hace Hollywood Royalty (su padre, el australiano John Farrow, fue cineasta y guionista ganador de un Oscar), también la emparenta con el reino salvaje (su madre, la estrella irlandesa Maureen O'Sullivan, fue célebre compañera de Tarzán de los monos). Son pocas las figuras que pueden presumir de haber hecho historia antes de los veinticinco años: su plumaje es de esos.
Anderson
Wes Anderson (1969)
Creador de hermosas fábulas fracturadas (véase Moonrise Kingdom como ejemplo de esto) que por su estilo tan coherente y personal se ha ganado, pese a su prodigiosa juventud, el título de auteur. Nativo de Texas, de un particular y exquisito sentido de la composición de escenas (y de la moda), ha generado un notable seguimiento de culto mediante una filmografía más bien compacta, pero plena de personajes, momentos y set-pieces que lo justifican con creces.
Lansbury
Angela Lansbury (1925)
Esta leyenda del teatro cuenta con toda una galería de creaciones en las tablas, principalmente en el género musical, y en TV siempre será la gran Jessica Fletcher de Se ha escrito un crimen, que entró en los hogares de todo el mundo a resolver asesinatos durante doce temporadas ininterrumpidas. En celuloide tiene (entre muchas muy notables) dos interpretaciones mitológicas: la primera, en El mensajero del miedo (John Frankenheimer, 1962), es como Mrs. Eleanor Iselin, mujer elegante, perfecta anfitriona de Washington D.C. [...] La segunda, menos glamurosa pero adorada por muchos, es como Miss Eglantine Price, protagonista de La bruja novata (1971).
Tati
Jacques Tati (1907-1982)
Excepcional comediante que muchos consideran heredero directo de Harold Lloyd y Buster Keaton. Procedente del music-hall, alcanzó la fama con la creación de su célebre personaje Monsieur Hulot y su primera cinta: Las vacaciones del Sr. Hulot (1953), en la que con humor mordaz satirizaba los hábitos de los veraneantes en una idílica localidad costera (Saint-Marc-Sur-Mer). Pronto encontró su filón en hacer parodia del hombre sencillo atrapado en las "modernidades" de la civilización urbana -elementos como la arquitectura modernista, la tecnología y la despersonalización opuestos a la candidez de su personaje- en la aclamada Mon oncle (1958), su primera película en color que recibió premios en Francia y el extranjero, incluyendo el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

El absurdo de la guerra


“Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo”, escribió Manuel Chaves Nogales en su clarividente prólogo de A sangre y fuego. Contienda, miedo, mentira. Algo de eso hay también en La mula, novela de Juan Eslava Galán que habla de humanismo y también de absurdo; de piedad y terror; de violencia y amistad; de ideales y confusión, de españoles convencidos con su causa y de otros que simplemente pasaban por allí y que, obligados por las circunstancias, actuaron según su modo y manera, con la fuerza del sentido común.
LA MULA
Dirección: Anónimo.
Intérpretes: Mario Casas, María Valverde, Secun de la Rosa, Jesús Carroza, Maite Sandoval.
Género: tragicomedia. España, 2013.
Duración: 100 minutos.
Comienza la película y, desde sus trincheras, cada bando grita las excelencias de la comida de la noche anterior. ¿Es La vaquilla, de Luis G. Berlanga? No, es La mula, de Michael Radford, alias Anónimo por culpa de otra guerra incruenta, esta económica y artística alrededor de la producción. En principio, sorprende que las dos películas arranquen exactamente igual. También que tengan a un animal como metáfora de una España apaleada. ¿Qué las separa, que las iguala? Las iguala su capacidad para reírse, a pesar de todo, y el rechazo de cualquier maniqueísmo. Las separa que el humor de Berlanga es ácido, atroz, punzante, negrísimo, y el de Eslava es más amable, más compasivo, de sabio del terruño. Así, La mula entronca con aquellas maravillosas películas alrededor de la guerra y el fascismo creadas en Italia por gente como Mario Monicelli o Luigi Comencini, a La gran guerra, Todos a casa y La marcha hacia Roma, a aquellas historias de cobardes y descaminados, de falsos héroes, de supervivientes que a veces eran más honorables que cualquier orgulloso guerrero.
De ambientación primorosa y meritorio trabajo con el acento jiennense, casi siempre conseguido por el trío protagonista, con vocales muy abiertas y destierro de eles, eses y eres finales, La mula probablemente tiene otra película dentro de la película. Y sin embargo, a pesar del desbarajuste fotográfico (secuencias nítidas mezcladas con otras de grano durísimo), hubiese sido una pena que este trabajo de Radford quedara en el limbo. Porque, como dice el estupendo Mario Casas en un desgraciado momento, lo que queda al final es el absurdo: “¡Me cago en la puta guerra, Chato!”.

Mentiras arriesgadas Jordi Costa


Un fotograma de la película 'El impostor'.

En el proceso que, poco a poco, está acercando el cine de no ficción al gran público —o, por lo menos, a un público no necesariamente minoritario— parece ir cobrando relieve un modelo de documental empeñado en mimetizar las formas del cine de ficción en sus vertientes más espectaculares. Son documentales apoyados, por regla general, en una gran historia, pero, también, intoxicados de un sentido del espectáculo lindante con el amarillismo —cuando no directamente entregado a él—, aspecto que compromete de manera más o menos grave la ética del discurso. El impostor del británico Bart Layton lleva ese tipo de estrategias tan al paroxismo que se convierte, incluso, en un fascinante objeto de estudio: su tema es la impostura, pero la impostura parece ser también el principal dogma de fe de su credo estético.
EL IMPOSTOR
Dirección: Bart Layton
Intérpretes: Adam O´brien, Anna Ruben, Cathy Dresbach, Alan Teichman, Iván Villanueva.
Género: documental, Reino Unido, 2012.
Duración: 95 minutos.
Layton cuenta un relato fascinante, pero, en lugar de proporcionar las herramientas al espectador para desentrañar un enigma, decide sumar capas de simulacro al mismo, acercándose a unos registros enfáticos cercanos a esas divertidas reconstrucciones del programa Cuarto milenio que nadie debería tomarse demasiado en serio. El impostor del título es Frederic Bourdin, suplantador de identidades que da su gran golpe al hacerse pasar por el hijo perdido de una familia americana, que le acoge con los brazos abiertos, pese a las divergencias de aspecto y edad con el desaparecido. Layton convierte a Bourdin en cómplice de su virtuoso juego, sincronizando sus palabras a cámara con gestos del actor que interpreta su papel en los fragmentos dramatizados. El cineasta llega hasta tal punto a fundirse con su objeto de estudio que la película acaba sugiriendo, con más placer por el giro de guion que compromiso con la ambigüedad, dando validez a lo que quizá no fue más que una cortina de humo creada por el propio Bourdin.