9 may 2013
Las cuentas de Fitzgerald, ‘online’
De manera telegráfica, en segunda persona primero, y en primera
después, Francis Scott Fitzgerald apuntó en su libro de cuentas no solo
los vaivenes económicos de su trabajo, sino también el recuento
emocional de su intensa y corta vida. Junto a febrero de 1897 (es decir,
seis meses después de nacer) escribe sobre sí mismo: “el niño ríe por
primera vez”.
En la última entrada, escueta, resume así el estado de las cosas: “Zelda se rompe, novela terminada. Empiezan los tiempos duros. Mala salud todo el rato”.
Tiene 37 años.
Los investigadores de la Biblioteca Thomas Cooper, en la Universidad de Carolina del Sur, han abierto por primera vez a los lectores de todo el mundo las páginas de este libro de contabilidad en el que el escritor apuntó, por ejemplo, los casi 2.000 dólares de adelanto que obtuvo por El gran Gatsby.
"El libro de cuentas es la joya de la colección Matthew J. and Arlyn Bruccoli, la mejor que existe de libros y recuerdos de Fitzgerald y una de las mejores del mundo dedicadas a un solo autor", apunta la directora de las colecciones especiales y libros raros de la Thomas Cooper, Elizabeth Sudduth.
Ellos han querido que el manuscrito online viese la luz coincidiendo con el próximo estreno de la nueva versión cinematográfica de Gatsby, dirigida por el australiano Baz Luhrmann e interpretada por Leonardo DiCaprio y Carey Mulligan.
Así, mientras en las pantallas de medio mundo suena el redoble de las últimas palabras de la novela —“seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado”—, los pormenores de la vida del escritor estarán a mano de los estudiosos y seguidores de uno de los mayores y más injustos naufragios de la historia de la literatura.
“Resulta sorprendente el detalle de sus cuentas y también lo profesional que era su relación con su trabajo de escritor, algo que se aleja del cliché del alcohólico dando tumbos”, explica en conversación telefónica Park Bucker, profesor de literatura en la Thomas Cooper y uno de los investigadores del manuscrito. "Es también muy interesante ver la cantidad de ingresos que le supusieron sus colaboraciones en revistas, algo que Hemingway le reprochó mucho, pero que le permitían vivir mucho mejor que cualquiera de sus novelas. También es interesante cómo, casi a la manera de un blog, recuenta sus actividades e impresiones.
Cualquier estudioso de Fitzgerald verá que el libro está lleno de conexiones muy interesantes con sus novelas y relatos”.
Con 19 años, escribe: “Un año de terrible decepciones. Final de los sueños universitarios.
Todo mal y fue solo mi culpa”. Con 23 años, parece que la cosa se endereza con el amor.
Se casa con Zelda. “El mejor año de mi vida”, apunta.
Dos años después, su fatal destino le devuelve a la casilla del fracaso: “Un mal año. Sin trabajo…”.
El libro de cuentas, escrito con la delicada caligrafía del escritor ("a la hora de transcribir no tan fácil de entender", apunta Bucker), permite hurgar en sus colaboraciones, anticipos y derechos.
También en los que Zelda recibió por sus propios escritos. Al pasar las páginas, vemos menguar hasta casi la mitad los ingresos. Las listas de relatos compiten con las listas de nombres de amigos y conocidos, con las de fiestas y resacas. Dos palabras, deuda y enfermedad, se empiezan a repetir casi tanto como los repentinos tachones.
Es el minucioso recuento de un fracaso limpio y perfecto.
En la última entrada, escueta, resume así el estado de las cosas: “Zelda se rompe, novela terminada. Empiezan los tiempos duros. Mala salud todo el rato”.
Tiene 37 años.
Los investigadores de la Biblioteca Thomas Cooper, en la Universidad de Carolina del Sur, han abierto por primera vez a los lectores de todo el mundo las páginas de este libro de contabilidad en el que el escritor apuntó, por ejemplo, los casi 2.000 dólares de adelanto que obtuvo por El gran Gatsby.
"El libro de cuentas es la joya de la colección Matthew J. and Arlyn Bruccoli, la mejor que existe de libros y recuerdos de Fitzgerald y una de las mejores del mundo dedicadas a un solo autor", apunta la directora de las colecciones especiales y libros raros de la Thomas Cooper, Elizabeth Sudduth.
Ellos han querido que el manuscrito online viese la luz coincidiendo con el próximo estreno de la nueva versión cinematográfica de Gatsby, dirigida por el australiano Baz Luhrmann e interpretada por Leonardo DiCaprio y Carey Mulligan.
Así, mientras en las pantallas de medio mundo suena el redoble de las últimas palabras de la novela —“seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado”—, los pormenores de la vida del escritor estarán a mano de los estudiosos y seguidores de uno de los mayores y más injustos naufragios de la historia de la literatura.
“Resulta sorprendente el detalle de sus cuentas y también lo profesional que era su relación con su trabajo de escritor, algo que se aleja del cliché del alcohólico dando tumbos”, explica en conversación telefónica Park Bucker, profesor de literatura en la Thomas Cooper y uno de los investigadores del manuscrito. "Es también muy interesante ver la cantidad de ingresos que le supusieron sus colaboraciones en revistas, algo que Hemingway le reprochó mucho, pero que le permitían vivir mucho mejor que cualquiera de sus novelas. También es interesante cómo, casi a la manera de un blog, recuenta sus actividades e impresiones.
Cualquier estudioso de Fitzgerald verá que el libro está lleno de conexiones muy interesantes con sus novelas y relatos”.
Con 19 años, escribe: “Un año de terrible decepciones. Final de los sueños universitarios.
Todo mal y fue solo mi culpa”. Con 23 años, parece que la cosa se endereza con el amor.
Se casa con Zelda. “El mejor año de mi vida”, apunta.
Dos años después, su fatal destino le devuelve a la casilla del fracaso: “Un mal año. Sin trabajo…”.
El libro de cuentas, escrito con la delicada caligrafía del escritor ("a la hora de transcribir no tan fácil de entender", apunta Bucker), permite hurgar en sus colaboraciones, anticipos y derechos.
También en los que Zelda recibió por sus propios escritos. Al pasar las páginas, vemos menguar hasta casi la mitad los ingresos. Las listas de relatos compiten con las listas de nombres de amigos y conocidos, con las de fiestas y resacas. Dos palabras, deuda y enfermedad, se empiezan a repetir casi tanto como los repentinos tachones.
Es el minucioso recuento de un fracaso limpio y perfecto.
Golpe del Supremo a las ‘cláusulas suelo’
El Tribunal Supremo ha analizado las cláusulas suelo de las
hipotecas para ver si este tipo de condiciones son abusivas.
Y ha concluido, en una resolución que supone un varapalo para la práctica bancaria habitual, que, aunque en general son “lícitas”, para no ser consideradas abusivas deben ser “comprensibles” y “transparentes”.
El alto tribunal hace una interpretación amplia de estos términos, señalando que el requisito va mucho más allá de que el tenor literal de la cláusula sea claro.
Exige además que el consumidor pueda comprender la importancia de lo que está firmando: un límite a que la cantidad que paga cada mes baje si lo hace el euríbor. La sentencia declara nulas, por no cumplir estas condiciones, las cláusulas impugnadas en este caso concreto —del BBVA, Cajas Rurales Unidas y NCG—, añadiendo que se trata de cláusulas que las tres entidades han incorporado a múltiples hipotecas.
El Supremo, que condena a las entidades a eliminar esas cláusulas de
los contratos y a cesar en su utilización, rechaza sin embargo la
retroactividad de la sentencia por el riesgo de que se generen
“trastornos graves con trascendencia en el orden público económico”,
según argumenta.
La resolución no afectará a los pagos ya efectuados ni a “las situaciones definitivamente decididas” por resoluciones judiciales firmes. Las entidades no tendrán, por tanto, que devolver nada a pesar de que el tribunal considera que las cláusulas eran abusivas.
Fuentes del BBVA se limitaron a incidir en que la sentencia “no cuestiona la validez de las cláusulas suelo” y no afecta a las cantidades pagadas, pero no explicaron cómo van a cumplir la resolución.
Las cláusulas suelo son condiciones muy habituales que el banco introduce en algunos préstamos hipotecarios para que, bajen lo que bajen los tipos de interés, el deudor tenga un tope mínimo —de tipo de interés o de referencia— que pagará en todo caso
. A veces, pero no siempre, ese contrato incluye también una cláusula techo que establece un tope máximo, algo que suele parecer una contraprestación que da el banco a cambio de que el deudor acepte la cláusula suelo.
El alto tribunal —en una sentencia dictada por el Pleno de la Sala de lo Civil pero cuyo fallo fue avanzado el pasado 20 de marzo— no considera comprensibles este tipo de cláusulas solo por el hecho de estar escritas de forma clara en algún lugar del contrato, sino que entiende que debe examinarse este en su conjunto para ver si el consumidor pudo realmente darse cuenta de la importancia que tenía esa condición dentro del contrato.
La resolución, que tiene su origen en una petición de la Asociación de Usuarios de los Servicios Bancarios (Ausbanc), señala que las cláusulas impugnadas, si se examinan “de forma aislada”, sí cumplirían “las exigencias legales para su incorporación a los contratos”. Pero la información global que ofrecieron las entidades era inadecuada e insuficiente.
El Supremo afirma que, por un lado, las condiciones impugnadas eran cláusulas “definitorias del objeto principal del contrato”. A pesar de ello, las entidades les daban "un tratamiento impropiamente secundario”. Es decir, dentro del contrato, el consumidor no podía percibir lo relevante que iba a ser esa cláusula suelo para su préstamo hipotecario —y para las cuotas que iba a pagar a partir de ese momento—.
La información, en general, no era “suficientemente clara”, según el alto tribunal. Además, las cláusulas suelo se habían unido al contrato sin informar al consumidor de forma “previa, clara y comprensible” de lo que le habrían costado “otras modalidades de préstamo de la propia entidad”, impidiendo que el cliente pudiera hacer una comparación y decidir en consecuencia.
La sentencia añade que en los contratos analizados se creaba “la apariencia” de que las bajadas del euríbor bajarían la cuota hipotecaria, algo que no era real. Y señala que se creaba también la “apariencia” de que el suelo tenía “como contraprestación inescindible” la fijación de un techo, lo que tampoco era cierto.
En el caso de las cláusulas utilizadas por el BBVA, además, el Supremo entiende que se ubicaban “entre una abrumadora cantidad de datos” entre los que quedaban “enmascaradas” y que diluían “la atención del consumidor”. El cliente, finalmente, no sabía lo que estaba firmando.
Y ha concluido, en una resolución que supone un varapalo para la práctica bancaria habitual, que, aunque en general son “lícitas”, para no ser consideradas abusivas deben ser “comprensibles” y “transparentes”.
El alto tribunal hace una interpretación amplia de estos términos, señalando que el requisito va mucho más allá de que el tenor literal de la cláusula sea claro.
Exige además que el consumidor pueda comprender la importancia de lo que está firmando: un límite a que la cantidad que paga cada mes baje si lo hace el euríbor. La sentencia declara nulas, por no cumplir estas condiciones, las cláusulas impugnadas en este caso concreto —del BBVA, Cajas Rurales Unidas y NCG—, añadiendo que se trata de cláusulas que las tres entidades han incorporado a múltiples hipotecas.
La entidad debe informar demanera muy directa de que la cláusula limita la rebaja de la cuota mensual del crédito
La resolución no afectará a los pagos ya efectuados ni a “las situaciones definitivamente decididas” por resoluciones judiciales firmes. Las entidades no tendrán, por tanto, que devolver nada a pesar de que el tribunal considera que las cláusulas eran abusivas.
Fuentes del BBVA se limitaron a incidir en que la sentencia “no cuestiona la validez de las cláusulas suelo” y no afecta a las cantidades pagadas, pero no explicaron cómo van a cumplir la resolución.
Las cláusulas suelo son condiciones muy habituales que el banco introduce en algunos préstamos hipotecarios para que, bajen lo que bajen los tipos de interés, el deudor tenga un tope mínimo —de tipo de interés o de referencia— que pagará en todo caso
. A veces, pero no siempre, ese contrato incluye también una cláusula techo que establece un tope máximo, algo que suele parecer una contraprestación que da el banco a cambio de que el deudor acepte la cláusula suelo.
El alto tribunal —en una sentencia dictada por el Pleno de la Sala de lo Civil pero cuyo fallo fue avanzado el pasado 20 de marzo— no considera comprensibles este tipo de cláusulas solo por el hecho de estar escritas de forma clara en algún lugar del contrato, sino que entiende que debe examinarse este en su conjunto para ver si el consumidor pudo realmente darse cuenta de la importancia que tenía esa condición dentro del contrato.
La resolución, que tiene su origen en una petición de la Asociación de Usuarios de los Servicios Bancarios (Ausbanc), señala que las cláusulas impugnadas, si se examinan “de forma aislada”, sí cumplirían “las exigencias legales para su incorporación a los contratos”. Pero la información global que ofrecieron las entidades era inadecuada e insuficiente.
El Supremo afirma que, por un lado, las condiciones impugnadas eran cláusulas “definitorias del objeto principal del contrato”. A pesar de ello, las entidades les daban "un tratamiento impropiamente secundario”. Es decir, dentro del contrato, el consumidor no podía percibir lo relevante que iba a ser esa cláusula suelo para su préstamo hipotecario —y para las cuotas que iba a pagar a partir de ese momento—.
Un interés variable que era fijo
El Supremo critica además que, en estos supuestos, lo elevado del suelo que fijaban los bancos convertía de hecho el préstamo “teóricamente a interés variable”, en un “préstamo a interés fijo, variable exclusivamente al alza”. Es decir, la cláusula convertía la hipoteca en un préstamo que subía si lo hacía el euríbor, pero que variaba muy poco si este bajaba.La información, en general, no era “suficientemente clara”, según el alto tribunal. Además, las cláusulas suelo se habían unido al contrato sin informar al consumidor de forma “previa, clara y comprensible” de lo que le habrían costado “otras modalidades de préstamo de la propia entidad”, impidiendo que el cliente pudiera hacer una comparación y decidir en consecuencia.
La sentencia añade que en los contratos analizados se creaba “la apariencia” de que las bajadas del euríbor bajarían la cuota hipotecaria, algo que no era real. Y señala que se creaba también la “apariencia” de que el suelo tenía “como contraprestación inescindible” la fijación de un techo, lo que tampoco era cierto.
En el caso de las cláusulas utilizadas por el BBVA, además, el Supremo entiende que se ubicaban “entre una abrumadora cantidad de datos” entre los que quedaban “enmascaradas” y que diluían “la atención del consumidor”. El cliente, finalmente, no sabía lo que estaba firmando.
Muere el actor Alfredo Landa, mito del cine español
El icono del landismo, premio al mejor actor en Cannes con 'Los santos inocentes', ha fallecido hoy en Madrid a los 80 años.
Hubo un tiempo en que el acorazado Landa parecía invencible
. Por cine, televisión y por carácter. Él solo tiraba de una industria, la del cine, y él bautizó a un estilo: el landismo.
A ver quién iguala eso. O sus 120 películas, la mayor parte de ellas de protagonista, y su medio siglo delante de las cámaras (porque debutó tarde, a los 29 años).
Y el Premio de interpretación en Cannes y dos goyas, y otro de Honor… Todo eso se ha apagado hoy en Madrid a los 80 años.
Y aunque ahí están trabajando grandes como José Sacristán o Concha Velasco, compañeros de esa generación bragada en películas de tipos peludos y suecas macizas, de orgullo de patria y de desconcierto ante lo nuevo, la desaparición de ese señor achaparrado, firme, de manos grandes, avisa: se acaba una época.
Landa casi salta la banca en su nacimiento, un día 3 del mes tres del 33, a las tres de la tarde, y en Madrid ha vivido durante años en el portal 3 de su calle.
Nació en Pamplona y su familia –su padre era Guardia Civil, que hubiera querido un abogado en casa- se trasladó a San Sebastián siendo él niño. Y de allí salió para ser actor.
En Donostia descubrió la interpretación, en el Teatro Español Universitario, allí le picó el gusanillo. “Recuerdo un día, volviendo de noche a casa después del ensayo, que empecé a repetirme sin parar: ‘Yo tengo que ser cómico, tengo que ser cómico”.
Pero su madre no quería saber nada de cómicos. “Yo avisé a mi madre: 'Mamá, si no me dejas irme, me quedo y acabo la carrera de Derecho, pero si a los 40 años soy un infeliz, te echaré la culpa a ti”.
Así que con 7.000 pesetas y una carta de recomendación para el director del Teatro Nacional de Cámara -“tras haber ganado el premio nacional al mejor actor en el TEU”- se metió en el tren rumbo a Madrid en 1958.
En Madrid escaló poco a poco en el mundo del teatro, un universo bullicioso, pero de hambre y mucha cutrez. José Sacristán lo recuerda: “Yo al landismo le tengo mucho respeto, y a Alfredo Landa más. Yo era el meritorio de la compañía titular del teatro Infanta Isabel y él ya estaba allí. Él ya había hecho Nacida ayer, que había sido previamente incluso una gran película. Ya tenía nombre.
Yo defiendo el landismo y sus alrededores.
Con el tiempo la gente ve que Landa es un actor inmenso, inmenso.
Sin ponernos exquisitos, hay que poner las cosas en su sitio y hacer justicia: para mí el landismo era que me sonara el teléfono, comer, trabajar…”.
En una de esas salas, el Teatro María Guerrero, captó la atención del director José María Forqué. "Forqué y Pedro Masó se fijaron en mí en el María Guerrero donde estaba haciendo Eloísa está debajo de un almendro
. Masó le preguntó a Forqué: 'Oye, ¿quién coño es el bajito ese, que no le conozco de nada?’.
Forqué cogió el programa y le dijo: "Uno que se llama Alfredo Landa".
Y tres días después me soltó Pedro Masó: 'Bueno, usted va a empezar en el cine por la puerta grande", con 10.000 pesetas por tres semanas. Así debutó con Atraco a las tres en 1962 junto a consagrados como José Luis López Vázquez y Gracita Morales.
A Landa siempre le encantó la comedia: "Esa chica tiene una mirada que no la tiene nadie.
Es el género mejor, el más importante, también el más difícil. Yo estrené 40". Sacristán decía algo parecido: "Siempre ha existido una mirada por encima de mucho pijo, de mucho indocumentado sobre la comedia.
Yo no tiro nada, y leí hace poco revistas de cine de hace cuatro décadas con críticas de llamémosles ilustres que crujían aquellas películas y nos ponían de vuelta y media.
Y ahora venga a reivindicar. Salvando las distancias, Preston Sturges ha contado más cosas de nuestra sociedad que Francesco Rossi".
No fue Landa quien inventó el término, pero desde luego siempre se enorgulleció de él: "Yo no creé esa palabra, pero estoy agradecidísimo al tío que la ideó.
Lo asumo, lo asumo. El landismo ha marcado y, aunque muchos se han referido a él peyorativamente, hoy se habla de él como un fenómeno de la sociedad", afirmaba.
Ahí estaba el españolito compungido, el superviviente pillo ante la supremacía extranjera, el tipo que hacía dinero con el pelo en pecho y que ante una sueca intentaba demostrar un don de lenguas y una hombría imposibles
. Y Landa se metía ahí, con su ritmo sincopado, con su fluidez natural para declamar sus diálogos, para hacer creíble cualquier chorrada que le hubieran escrito.
Y sí, el cine le amó con locura, pero él amó al teatro: llegó a interpretar dos veces al día Ninette y un señor de Murcia, y lo compaginaba con el rodaje del filme de Fernán Gómez sobre la obra.
El escenario lo dejó en 1977 con el musical Yo quiero a mi mujer.
Del landismo destacan Cateto a babor, No desearás al vecino del quinto, Vente a Alemania, Pepe (una comedia con un personaje tristísimo como protagonista), El arte de casarse, Los subdesarrollados, Una vez al año ser hippy no hace daño, París bien vale una moza, Las leandras, Cuando el cuerno suena...
Y el misil Landa seguía ahí: "Sí, soy visceral, y tengo mala leche de vez en cuando
. Pero me enfado poco, aunque en el cine me cabreaba muy bien".
Tendría carácter, pero más aún talento. En 1976 entra en el drama con El puente, de Juan Antonio Bardem. De repente, algunos empiezan a descubrir lo que para otros era obvio: Landa era un actor grande, inmenso, intuitivo pero dúctil. Y llegó José Luis Garci, con Las alegres praderas, El crack, El crack II, Canción de cuna... Su German Areta de El crack es modélico. Pero su Paco el bajo de Los santos inocentes es doloroso, nacido desde las entrañas, desde un sitio al que empezó a recurrir en sus últimas décadas de trabajo. En Cannes obtuvo junto a Paco Rabal el premio a la mejor interpretación. Es tiempo de películas como La vaquilla, de Luis García Berlanga (al inicio de su carrera ya había aparecido en El verdugo), Tata mía, El bosque animado, La marrana (por estas dos películas de José Luis Cuerda obtuvo sendos Goya), Sinatra, El río que nos lleva, y sus últimos trabajos con Garci: La luz prodigiosa, Historia de un beso y Tiovivo c. 1950. Luz de domingo fue la última y con ella decidió retirarse. "Un día vi en un programa de televisión a alguien a quien yo admiraba mucho, y le vi mal. Y me cacé diciéndole a la televisión: 'Retírate, hombre'
. Y me volví y me dije: 'Bueno, ¿y tú qué?'. Y me miré al espejo y me dije: 'Pues tengo que pensarlo". Fue candidato al Goya al mejor actor la misma noche en que recibía el premio de Honor
. Al recoger el galardón, en mitad de su discurso, se ofuscó: "Me levanté. En la pantalla empezó a desfilar toda mi vida, todas mis películas.
Salieron a recibirme Pepe Sacristán y Miguel Angel Rellán, aplaudiendo.
Al darme la vuelta vi a 3.000 personas puestas en pie, aplaudiendo también.
Y perdí el control de mis nervios. Lo que me pasó allí arriba no me había pasado jamás, no me venían las palabras".
Su salud fue a peor, los médicos le quitaron sus dry martinis
-"Hago el mejor el mundo"- y sus gin tonics. "A veces me he puesto a considerar mi vida y me he preguntado: 'Y si no hubieses sido actor, ¿qué coño habrías sido?'.
Y me he contestado: '¡Habrías sido un gilipollas!".
. Por cine, televisión y por carácter. Él solo tiraba de una industria, la del cine, y él bautizó a un estilo: el landismo.
A ver quién iguala eso. O sus 120 películas, la mayor parte de ellas de protagonista, y su medio siglo delante de las cámaras (porque debutó tarde, a los 29 años).
Y el Premio de interpretación en Cannes y dos goyas, y otro de Honor… Todo eso se ha apagado hoy en Madrid a los 80 años.
Y aunque ahí están trabajando grandes como José Sacristán o Concha Velasco, compañeros de esa generación bragada en películas de tipos peludos y suecas macizas, de orgullo de patria y de desconcierto ante lo nuevo, la desaparición de ese señor achaparrado, firme, de manos grandes, avisa: se acaba una época.
Landa casi salta la banca en su nacimiento, un día 3 del mes tres del 33, a las tres de la tarde, y en Madrid ha vivido durante años en el portal 3 de su calle.
Nació en Pamplona y su familia –su padre era Guardia Civil, que hubiera querido un abogado en casa- se trasladó a San Sebastián siendo él niño. Y de allí salió para ser actor.
En Donostia descubrió la interpretación, en el Teatro Español Universitario, allí le picó el gusanillo. “Recuerdo un día, volviendo de noche a casa después del ensayo, que empecé a repetirme sin parar: ‘Yo tengo que ser cómico, tengo que ser cómico”.
Pero su madre no quería saber nada de cómicos. “Yo avisé a mi madre: 'Mamá, si no me dejas irme, me quedo y acabo la carrera de Derecho, pero si a los 40 años soy un infeliz, te echaré la culpa a ti”.
Así que con 7.000 pesetas y una carta de recomendación para el director del Teatro Nacional de Cámara -“tras haber ganado el premio nacional al mejor actor en el TEU”- se metió en el tren rumbo a Madrid en 1958.
En Madrid escaló poco a poco en el mundo del teatro, un universo bullicioso, pero de hambre y mucha cutrez. José Sacristán lo recuerda: “Yo al landismo le tengo mucho respeto, y a Alfredo Landa más. Yo era el meritorio de la compañía titular del teatro Infanta Isabel y él ya estaba allí. Él ya había hecho Nacida ayer, que había sido previamente incluso una gran película. Ya tenía nombre.
Yo defiendo el landismo y sus alrededores.
Con el tiempo la gente ve que Landa es un actor inmenso, inmenso.
Sin ponernos exquisitos, hay que poner las cosas en su sitio y hacer justicia: para mí el landismo era que me sonara el teléfono, comer, trabajar…”.
En una de esas salas, el Teatro María Guerrero, captó la atención del director José María Forqué. "Forqué y Pedro Masó se fijaron en mí en el María Guerrero donde estaba haciendo Eloísa está debajo de un almendro
. Masó le preguntó a Forqué: 'Oye, ¿quién coño es el bajito ese, que no le conozco de nada?’.
Forqué cogió el programa y le dijo: "Uno que se llama Alfredo Landa".
Y tres días después me soltó Pedro Masó: 'Bueno, usted va a empezar en el cine por la puerta grande", con 10.000 pesetas por tres semanas. Así debutó con Atraco a las tres en 1962 junto a consagrados como José Luis López Vázquez y Gracita Morales.
A Landa siempre le encantó la comedia: "Esa chica tiene una mirada que no la tiene nadie.
Es el género mejor, el más importante, también el más difícil. Yo estrené 40". Sacristán decía algo parecido: "Siempre ha existido una mirada por encima de mucho pijo, de mucho indocumentado sobre la comedia.
Yo no tiro nada, y leí hace poco revistas de cine de hace cuatro décadas con críticas de llamémosles ilustres que crujían aquellas películas y nos ponían de vuelta y media.
Y ahora venga a reivindicar. Salvando las distancias, Preston Sturges ha contado más cosas de nuestra sociedad que Francesco Rossi".
No fue Landa quien inventó el término, pero desde luego siempre se enorgulleció de él: "Yo no creé esa palabra, pero estoy agradecidísimo al tío que la ideó.
Lo asumo, lo asumo. El landismo ha marcado y, aunque muchos se han referido a él peyorativamente, hoy se habla de él como un fenómeno de la sociedad", afirmaba.
Ahí estaba el españolito compungido, el superviviente pillo ante la supremacía extranjera, el tipo que hacía dinero con el pelo en pecho y que ante una sueca intentaba demostrar un don de lenguas y una hombría imposibles
. Y Landa se metía ahí, con su ritmo sincopado, con su fluidez natural para declamar sus diálogos, para hacer creíble cualquier chorrada que le hubieran escrito.
Y sí, el cine le amó con locura, pero él amó al teatro: llegó a interpretar dos veces al día Ninette y un señor de Murcia, y lo compaginaba con el rodaje del filme de Fernán Gómez sobre la obra.
El escenario lo dejó en 1977 con el musical Yo quiero a mi mujer.
Del landismo destacan Cateto a babor, No desearás al vecino del quinto, Vente a Alemania, Pepe (una comedia con un personaje tristísimo como protagonista), El arte de casarse, Los subdesarrollados, Una vez al año ser hippy no hace daño, París bien vale una moza, Las leandras, Cuando el cuerno suena...
Y el misil Landa seguía ahí: "Sí, soy visceral, y tengo mala leche de vez en cuando
. Pero me enfado poco, aunque en el cine me cabreaba muy bien".
Tendría carácter, pero más aún talento. En 1976 entra en el drama con El puente, de Juan Antonio Bardem. De repente, algunos empiezan a descubrir lo que para otros era obvio: Landa era un actor grande, inmenso, intuitivo pero dúctil. Y llegó José Luis Garci, con Las alegres praderas, El crack, El crack II, Canción de cuna... Su German Areta de El crack es modélico. Pero su Paco el bajo de Los santos inocentes es doloroso, nacido desde las entrañas, desde un sitio al que empezó a recurrir en sus últimas décadas de trabajo. En Cannes obtuvo junto a Paco Rabal el premio a la mejor interpretación. Es tiempo de películas como La vaquilla, de Luis García Berlanga (al inicio de su carrera ya había aparecido en El verdugo), Tata mía, El bosque animado, La marrana (por estas dos películas de José Luis Cuerda obtuvo sendos Goya), Sinatra, El río que nos lleva, y sus últimos trabajos con Garci: La luz prodigiosa, Historia de un beso y Tiovivo c. 1950. Luz de domingo fue la última y con ella decidió retirarse. "Un día vi en un programa de televisión a alguien a quien yo admiraba mucho, y le vi mal. Y me cacé diciéndole a la televisión: 'Retírate, hombre'
. Y me volví y me dije: 'Bueno, ¿y tú qué?'. Y me miré al espejo y me dije: 'Pues tengo que pensarlo". Fue candidato al Goya al mejor actor la misma noche en que recibía el premio de Honor
. Al recoger el galardón, en mitad de su discurso, se ofuscó: "Me levanté. En la pantalla empezó a desfilar toda mi vida, todas mis películas.
Salieron a recibirme Pepe Sacristán y Miguel Angel Rellán, aplaudiendo.
Al darme la vuelta vi a 3.000 personas puestas en pie, aplaudiendo también.
Y perdí el control de mis nervios. Lo que me pasó allí arriba no me había pasado jamás, no me venían las palabras".
Su salud fue a peor, los médicos le quitaron sus dry martinis
-"Hago el mejor el mundo"- y sus gin tonics. "A veces me he puesto a considerar mi vida y me he preguntado: 'Y si no hubieses sido actor, ¿qué coño habrías sido?'.
Y me he contestado: '¡Habrías sido un gilipollas!".
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