Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 may 2013

El altar es cosa de (modistos) españoles

El altar es cosa de (modistos) españoles

Uno de cada 10 trajes de novia que se venden en el mundo es español. Con la Barcelona Bridal Week en marcha, nuestro país se afianza como líder.

Desde que nació en 2005, YolanCris se ha posicionado como referente dentro y fuera de nuestro país. Su arma, según sus creadoras: «La unión de un diseño innovador y una producción tradicional».

6 may 2013

Cenicienta sigue fuera del baile

El informe del llamado comité de sabios para la reforma y mejora de la universidad española viene a ser el vals que abre el enésimo baile de propuestas de cambio para nuestro maltrecho sistema de educación superior
. Muy atrás queda el castizo chotis de las "idoneidades", al amparo de la LRU de 1983, que estabilizó laboralmente hacia 1985 a varios miles de penenes (profesores no numerarios, en la jerga de la época) y consagró la opción por una plantilla mayoritariamente de funcionarios.
Luego vino el rock and roll de la LOU de 2001, precedida por su propio informe Bricall, con su ristra de anglicismos mejor o peor digeridos —excelencias, créditos y evaluaciones— y su voluntad de encarrilar a la universidad por la senda estrecha pero ineludible de la competitividad internacional.
 La reforma de esta LOU en 2007 cambió algunos matices, pero la música siguió siendo la misma, solo que ahora con el contrapunto algo disonante de la polka europeísta de Bolonia.
No cabe duda de que muchas de estas normas han rendido frutos, y contribuido a los logros de nuestra universidad en estos años: un crecimiento importantísimo en el número de alumnos (de unos 650.000 en 1980 a cerca de un millón y medio en 2011), una mejora en la diversidad de las enseñanzas a la que contribuye también el sector privado, una implantación territorial inaudita, unida a un fuerte incremento en la financiación, y visibles mejoras de calidad evaluada de la investigación.
Todo ello aderezado con una notable consideración social de la labor del profesorado universitario, visible en sucesivas tandas de barómetros o sociogramas.
Pese a todo, conscientes de que son necesarias más mejoras en el sistema, o forzados por los ajustes impuestos por la crisis, nuestros gobernantes se lanzan a la cuarta reforma mayor de la universidad (mejor dicho, del Sistema Universitario Español) y de nuevo sigue sonando el rock and roll de la excelencia como música de fondo.
 Esta vez hay un nuevo invitado al baile, aparte de los inexcusables mecanismos de selección del profesorado y evaluación de la excelencia. Se trata de la "gobernanza", espantoso barbarismo que quiere referirse al gobierno de las universidades.
 Sin duda, hay todavía mejoras que hacer, pero una vez más se han olvidado de invitar a Cenicienta al baile. Y como viejo amigo de la dama, puedo asegurarles que Cenicienta empieza a estar hasta más allá de la coronilla.
¿Quién es la Cenicienta de nuestra Universidad?
 Pues, como la del cuento, la que hace el trabajo sucio pero necesario de mantenimiento de la casa, la limpieza, la cocina, la compra, la colada...sin todo lo cual la casa se vendría abajo, o como poco se cubriría de mugre
. Sí, claro, hablo de la docencia. Porque esa universidad que busca la excelencia de los bailes cosmopolitas en las plantas nobles del palacio de las revistas internacionales se olvida de que sin los estudiantes, y lo que tratamos de enseñarles, no habría palacio, ni baile, ni excelencia, ni santo que lo fundó,
Quien quiere dar clases en la universidad no tiene que pasar por ningún curso que le forme para enseñar 
Claro que todo el mundo está de acuerdo en que las dos patas del banco de la universidad son la docencia y la investigación, que ambas se complementan y refuerzan, que de nada sirve la una sin la otra y que tanto montan como montan tanto. Esa es la letra de la canción, pero la música de los hechos nos dice cosas bien distintas.
Nos dice que a diferencia de los profesores de primaria y secundaria, quien quiere dar clases en la universidad no tiene que pasar por ningún curso o examen que le forme para dar clases.
 Es más, se puede ser catedrático de universidad sin haberse plantado ni una sola vez ante los estudiantes (y conozco un caso). Significativo ¿no?
Nos dice que, de nuevo a diferencia de lo que ocurre en otros niveles educativos, a los profesores de universidad no se les exige que pasen por cursos de reciclaje como docentes, y menos aún que produzcan materiales sometidos a evaluaciones exigentes.
 Quienes lo hacen es, sencillamente, porque les da la gana.
Nos dice, además, que profesores que se avergonzarían de no conocer la últimas novedades en su campo de especialidad (y con últimas quiero decir de hace meses) caminan por su carrera docente sin haber oído mencionar siquiera alguna de las referencias básicas de la didáctica para la universidad, como el magnífico Teaching for Quality Learning at University, de John Biggs y Catherine Tang, que va ya por la cuarta edición.
Nos dice, también, que hay un abismo entre la cuantía de los fondos que el sistema universitario en su conjunto y cada universidad en particular destinan a promover las mejoras en la docencia, y los que se destinan a la investigación.
Existe la creencia de que los buenos investigadores hacen automáticamente buenos profesores
Nos dice, sobre todo y esa es la clave, que a diferencia de la investigación, la docencia de los profesores universitarios no es evaluada más que superficialmente.
 Nada ni remotamente parecido a los exigentes criterios de evaluación de la investigación, tanto para la obtención de financiación por proyectos, como para el reconocimiento de los méritos personales, bien sean los conocidos sexenios de la CNEAI (Comisión Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora) para los profesores fijos o las acreditaciones de ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) para los aspirantes a serlo, o a promocionar. Para obtener su reconocimiento deben presentarse méritos contrastables, artículos en revistas internacionales de prestigio, proyectos de investigación competitivos. La docencia, sin embargo, bien sea en los procesos de ANECA o en los quinquenios que reconocen las universidades, se suele computar sencillamente por tiempo: tantos años dando clase por el equivalente a tantos créditos, y ya está.
No se consideran ni exigen publicaciones en el campo de la docencia, ni experiencias innovadoras, elaboración de materiales o siquiera las encuestas de satisfacción de los alumnos.
 En menos palabras: la calidad de los investigadores debe demostrarse, mientras que la docente se nos supone. O se nos regala.
Prueba de ello es que tenemos abundantes estudios, por áreas académicas, del número de sexenios de investigación concedidos o denegados. Sin embargo, no he conseguido encontrar datos agregados sobre los quinquenios de docencia. ¿La causa? Más que probablemente, porque no se deniegan.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Bueno, está claro que las hermanastras emperifolladas a quienes invitan al baile son más fotogénicas, y por eso salen más en la prensa los resultados de investigación que los del buen trabajo docente.
 Existe además la creencia de que la docencia universitaria es una derivada de la investigación, y que los buenos investigadores hacen automáticamente buenos profesores.
 Así pues, ¿por qué dar premios a la limpieza de cocinas, cuando las maestras del minué dominan ambos oficios?
 Lo malo es que no está nada claro que esto funcione así. Primero, porque no estamos seguros de que esta creencia esté fundada. Y, sobre todo, porque el que exista una correlación entre ambas variables no debería llevar a asignar incentivos automáticamente, del mismo modo que aunque sepamos que los jueces deberían ser son en general conductores prudentes, no por ello se les regala el carné de conducir al aprobar la oposición. Es más, muchas de las universidades privadas, al contrario que las públicas, son sumamente exigentes con la docencia de sus profesores, y mucho menos con la investigación. ¿Adivinan por qué? Claro, sin alumnos no hay negocio. ¿Por qué no iba a ser eso igual para las públicas?
Personalmente, tengo la impresión de que la respuesta es otra.
 La docencia y la investigación son ambas actividades muy vocacionales.
Y vocacional significa que la estructura externa de incentivos en realidad pinta muy poco en comparación con los estímulos internos de cada cual. Así pues, la Universidad está llena de estupendos docentes, que lo seguirán siendo aunque no se les reconozca ni se les pague.
Pero no ocurriría lo mismo si no se reconociera ni pagara la investigación.
La diferencia está en el mensaje que los incentivos mandan a aquellos cuya vocación docente no es tan fuerte, o que simplemente prefieren asegurarse su futuro laboral.
Es imprescindible un proceso de evaluación rigurosa de la docencia
Nuestros profesores jóvenes interpretan a la perfección la actual estructura de incentivos: tu currículo investigador se mirará con lupa, mientras que para el docente basta con que hayas dado tus clases. ¿Conclusión? Como están muy bien preparados, y saben que los plazos aprietan, dedican tiempo, energías y talento a aquello que les van a evaluar.
El problema se agrava en los últimos años, porque los méritos de investigación se evalúan de forma cada vez más exigente, y se tienen en cuenta para cuestiones cada vez más alejadas de la propia investigación: presencia en comisiones de selección de profesorado, cargos académicos, representación en comités de calidad.
 Así las cosas, invitar a Cenicienta al baile empieza a ser de justicia, pero también una necesidad estratégica si queremos avanzar en unas universidades que sirvan mejor a los estudiantes, y por tanto a la sociedad.
Esa invitación, por tanto, solo puede concretarse de una forma: un proceso de evaluación rigurosa de la docencia, de modo que los investigadores excelentes compartan la cúspide de la pirámide universitaria con los docentes excelentes. ¿Qué son los mismos? Estupendo, pues serán excelentes por partida doble.
Y de Cenicienta no se preocupen. Seguirá trabajando en las cocinas, canturreando y soñando con que algún día nos inviten al baile.
Mauro Hernández es profesor Historia Económica de la UNED

El arte grita contra el terror machista


'Hidden in the radiant green, a man waits. In hate blinded hands, darkness waits' (1999), obra de Paticia Evans.

Una niña de cuatro años acaba de morir en India tras ser violada…
 En España, continúa el intolerable goteo de mujeres asesinadas por sus maridos…
La pequeña Halima es ejecutada por “razones de honor” a manos de sus familiares en Afganistán...
 El soniquete de los noticiarios no alivia la horrenda sucesión diaria de actos de violencia contra las mujeres en todos los rincones del mundo.
Y el arte tampoco puede ser inmune. No en el caso de Marina Abramovic (Belgrado, 1946). Pionera en tantas cosas, también lo ha sido en combatir estos dramas con sus performances.
  La exposición Contraviolencias. 28 miradas de artistas, que el miércoles abre sus puertas en la Fundación Canal de Madrid, viene a demostrar que la creadora serbia no está sola, al entonar un severo grito colectivo contra el terror machista a través de obras que, en su mayor parte, han sido realizadas expresamente por mujeres (hay dos aportaciones masculinas) para esta cita itinerante organizada por la fundación estadounidense Art Works For Change. Tras pasar por Oslo, Chicago o Tijuana, recala en Madrid antes de continuar viaje hacia Johanesburgo y Nueva York.
 Las salas de la fundación han cambiado su color para la ocasión
. El rosa (del feminismo) y el rojo (de la violencia) se funden para envolver un recorrido de tintes trágicos. Tanto, que los organizadores advierten en una cartela de bienvenida que el contenido puede “herir la sensibilidad del visitante”, según explica Cristian Ruiz, director de exposiciones del Canal.
Un delicado dibujo de Louise Bourgeois (París, 1911-Nueva York, 2010), única artista fallecida de la selección, resulta un buen punto de partida para sumergirse en la denuncia.
Se trata de la silueta de una mujer atrapada en un túnel negro, desnuda, sin brazos y con unas muletas ensartadas en el pecho, sonríe.
 Es la representación más clásica de la callada resignación con la que la mujer arrostra la violencia
. La sonrisa es una máscara cotidiana que demasiado a menudo hace pasar lo intolerable por lo cotidiano inevitable.
Las obras, en su mayor parte, han sido realizadas expresamente por mujeres (hay dos aportaciones masculinas)
Bourgeois ejerce en la exposición de matriarca y referente para varias generaciones de creadoras en una nómina que incluye, entre otras, a Mona Hatoum, Patricia Evans, Luciana Fina o María Magdalena Campos-Pons, y en la que tampoco faltan algunos nombres fundamentales del arte conceptual del último medio siglo. Como Yoko Ono (Tokio, 1933) y su célebre performance Cut piece (Pieza de corte), en la que los espectadores, provistos de tijeras, arrancan trozos de la ropa negra de la artista como en una simbólica violación colectiva
. O Marina Abramovic, autora del vídeo de 12 minutos Épica erótica balcánica (2005) en el que se representa a sí misma desnuda de cintura para arriba, con su espesa melena negra sobre la cara y una calavera con la que se golpea fuertemente entre ambos pechos.
 El trabajo forma parte de su serie de denuncias de la guerra de los Balcanes y cómo en aquella contienda fratricida se empleó el ultraje a las mujeres como arma de destrucción masiva, como parte de un perverso constructo según el cual el cuerpo femenino queda subsumido en la idea de nación, por lo que violarlo equivale a ultrajar a toda la comunidad enemiga.
Sobre violencia y cultura habla también la obra de Maimuna Feroze-Nana (Hyderabad, Pakistán, 1938). Son 22 dibujos con tinta y una escultura de material reciclado que representan a una novia bajo el título de NO. Con esta instalación, la artista denuncia la quema de mujeres que se realiza en Pakistán y países vecinos.
Según un informe de Amnistía Internacional, en 1999, 1.600 novias ardieron hasta la muerte empapadas en queroseno. Fueron investigados 60 casos; solo dos se saldaron con una condena. Feroze-Nana cuenta que sus protagonistas están inspiradas en casos vividos en su propia familia o en otros horrores aireados en Occidente. Cuando la víctima no muere, sangra, se sana y espera. “Corresponde al espectador juzgar si esa espera es la de la paz o de una injusticia aún mayor”.
Como demostración de que el terror machista no distingue entre clases sociales y mucho menos entiende de geografía, Fatou Kande Senghor (Senegal, 1971), cineasta y fotógrafa, propone un bello tríptico, ¿Quién entrega esta mujer a este hombre?, protagonizado por féminas a las que solo se les ven los ojos. Con miradas aterradas o cargadas de tristeza, Senghor narra el drama de las niñas que en muchos países son entregadas en matrimonio como parte de los negocios familiares o por tradición cultural. Con menos de 15 años, las niñas ven interrumpida su adolescencia y su escolarización para convertirse en madres tempranas. Muchas de ellas mueren en el parto.
Uno de los dos hombres que participan en la exposición, Hank Willis Thomas (Plainfield, Estados Unidos, 1976), fotógrafo publicitario, también propone preguntas sin respuestas en ¿Eres el tipo adecuado de mujer? (2007).
 En ella, reflexiona sobre el tratamiento de la feminidad en la publicidad.
 A partir de una serie de anuncios destinados al consumidor de raza negra, los rastros del anunciante quedan eliminados hasta dejar desnuda la imagen
. Lo que queda después de ese proceso de limpieza, es una mera mercancía sexual. La mujer como un simple objeto en venta.

Diez noches de euforia

Mi idea del infierno es sencilla: dirigir una revista musical (de pago).
 La job description: conjugar la potencialidad y la disponibilidad del personal disponible con la necesidad de hacer un producto periodísticamente sólido y, atención, atractivo.
 Es decir, vendible. Pura agonía
. No quiero imaginarme cómo pueden ser ahora las reuniones londinenses para decidir qué se pone en portada.
En el Reino Unido, aunque hayan caído muchas, todavía tienen la mayor oferta mundial de publicaciones dedicadas al pop.
Pero todas parecen desconcertadas. Hasta el New Musical Express, el BOE de lo que se pretende nuevo y excitante, usa las tácticas de esos mensuales dedicados en mayor o menor grado al heritage, al patrimonio cultural de aquella revolución sonora que se visibilizó hacia 1956.
Bajo la presión de las ventas, se tiende a imponer orden en ese medio siglo vertiginoso
. Surgen así los listados omniscientes tipo “los mejores....”. Los mejores álbumes, las máximas canciones, los grandes guitarristas, las portadas más vistosas, los cantantes carismáticos, los discos clásicos olvidados, las portadas esenciales, los vídeos decisivos.
Y hueles la desesperación cuando la revista Q proclama en portada que ha determinado “las diez mejores actuaciones de todos los tiempos”.
 Por favor, intenten no ensañarse con semejante desatino
. Obviamente, la lista está orientada hacia las vivencias... iba a decir que inglesas pero no, las vivencias londinenses.
 Tienen ventaja los conciertos que contaron con presencia de los periodistas de Q o que fueron protagonizados por músicos accesibles para una llamadita.
Y está pensada para lectores que, teóricamente, crecieron escuchando el britpop de sus padres. No se molesten en protestar: los mensajes de indignación están programados.
El cómputo no está jerarquizado, aunque debe considerarse significativo que el último de la lista tenga más espacio que los anteriores.
 Estos son sus diez conciertos que cambiaron la historia del pop:
Oasis. En el 100 Club londinense (24 de marzo de 1994). La intención, según Liam, era enterrar al indie mediocre y “echar a Phil Collins de las listas”. Misión cumplida... al 50%.
Nirvana. En el London Astoria (3 de diciembre de 1989). Teloneros de Mudhoney, dejaron la boca abierta a los punters londinenses que contemplaron la destrucción de la nueva Fender de Cobain.
The White Stripes. En el Boston Arms, norte de Londres (6 de agosto de 2001). La aristocracia hip británica —incluyendo a Kate Moss— sudando a cambio de ser bautizada en el añejo blues-rock.
Madonna. En el Wembley Stadium (20 de julio de 1990).
 Vestida por Gaultier, la Ciccone despertó la ira del Vaticano.
Radiohead. En el barcelonés Zeleste (22 de mayo de 1997). Presentación mundial de Paranoid android. Según Q, el público español no se enteró mucho pero los invitados ingleses vieron “el futuro del rock”.
Orbital. En Glastonbury (25 de junio de 1994).
 Los hermanos Hartnoll legitimaron los espectáculos techno en los grandes festivales. Q dixit.
The Smiths. En la Universidad de Salford (20 de julio de 1986). Reconciliación de Morrissey y compañía con los ardientes fans de Manchester, tras participar en un evento montado por Factory Records.
Public Enemy. En el Hammersmith Odeon londinense (1 de noviembre de 1987). Impresionaba, cómo no iba a impresionar, tanto su sonido abrasivo como la escenificación teatral del black power. Con metralletas de juguete.
The Who. En la Universidad de Leeds (14 de febrero de 1970). Demostración de la teoría de Townshend: se podía alcanzar la “nota universal”, en que banda y músicos ascendían simultáneamente a un estado superior de conocimiento.
U2. En el Estadio de Wembley (11 de agosto de 1993). Reconstrucción de los irlandeses como gran show abrebocas
. Ayudó su inmersión en la realidad más lacerante: la conexión con el Sarajevo martirizado, la presencia de un escritor (Salman Rushdie) condenado a muerte por la teocracia medieval de Jomeini.
 Inevitablemente, todo lo que han hecho luego ha resultado un anticlímax.