Con un coste aproximado de 530 millones de euros (pese a que en un
principio se prometió que serían 200) por fin está terminada y se abre
hoy la nueva ópera de San Petersburgo:
el Mariinski II.
Son 80.000 metros cuadrados construidos frente a los 23.000 del antiguo
teatro inspirador, que lo mira enfrente con apenas la separación del
hilo de agua que es el canal Kriulov. Al final, el estudio de
arquitectos canadienses Diamond Schmitt de Toronto ha sido el encargado
de firmar un proyecto que hasta 2003 iba a ser responsabilidad de
Dominique Perrault.
En el centro de toda la operación está su inspirador, el director musical del Mariinski,
Valeri Guerguiev,
que, casualidad o no, hoy cumple 60 años y 25 al frente de la ópera de
San Petersburgo. Guerguiev contrató a dedo a Diamond Schmitt después de
ver el espléndido complejo teatral Las cuatro estaciones, que este
arquitecto había construido en Toronto. Guerguiev ha dicho: “No quería
un arquitecto que viniera aquí a aprender a construir un teatro, sino
alguien que ya supiera hacerlo bien”.
El resultado es un precioso
coliseo a la italiana de clara madera de haya por dentro, con paredes de
láminas traslucidas de ónix. Del techo una discreta iluminación se
completa con cascadas de swarovski y una monumental escalera helicoidal
suspendida prácticamente en el aire domina el amplio vestíbulo. Mármoles
y otras piedras duras vinieron desde la lejana Asia e interiormente un
escenario de más de 65 metros de profundidad lo ponen en la cabeza de
los más poderosos teatros de la actualidad con siete plantas por encima
del rasante y tres más soterradas.
Con este Mariinski II se completa un triángulo de excelencia entre el
teatro antiguo y la sala de conciertos inaugurada en 2006.
El propio
Guerguiev apuntó que actualmente cuenta con 2.500 trabajadores entre
artistas y técnicos pero que espera llegar a los 3.000 para mantener
abiertos estos centros los 365 días del año.
Ahora el festival de las
noches blancas será el prólogo de la programación en firme que empezará
el próximo mes de septiembre.
Mucha gente en San Petersburgo se opuso y consideró quimérica esta
obra faraónica pero hoy ningún peatón de la Venecia del Norte puede
dejar de volverse ante la ligera mole de cristal que refleja el cielo y
los colores pasteles de la ciudad de los zares.
Dentro de la gran sala sinfónica con capacidad para 2.000
espectadores ya encontramos un primer guiño reverencial al antiguo
Mariinski.
Y probablemente el más evidente: el telón de boca es una
copia exacta del original del siglo XIX del otro teatro, con su
suntuosidad entre el oro viejo y los brocados de seda turquesa.
Esta noche, la gala contará entre otras figuras con los invitados
Plácido Domingo
y René Pape y con la plantilla integral de los coros y orquestas de la
casa.
El ballet que también participará está encabezado por sus dos
figuras de más relieve: la indiscutida Uliana Lopatkina y Vladimir
Bashkirov.
Y está confirmada la asistencia del presidente ruso Vladimir
Putin, que ha hecho este proyecto suyo desde el principio.
Como un
teatro no puede vivir sin sus anécdotas míticas ya se dice en los
pasillos que Guerguiev lloró cuando probó la acústica y que Putin ama el
antiguo Mariinski desde su memoria juvenil, cuando estudiaba derecho en
la universidad de Leningrado.
De ahí su afinidad con la ciudad y su
teatro