13 abr 2013
La sensación de......
La sensación de que ya acabó mi historia.
Esparragueras y tomates
silvestres al lado de los escombros que vierten en la ladera.
Un anciano
se sentó frente a mí y dijo, claro y lento: "Buenas tardes."
Me acordé
de mi padre, en el pueblo de la Sierra, cuando se sentaba a charlar con
hombres como el que compartía mi mesa en la terraza de Okay. Era el suyo
el entusiasmo de quien retornaba a la tierra natal.
Su pasión por los
cultivos y el campo encontraba un eco en aquellos hombres con boina y
las monedas justas para tomarse un manzanilla al llegar la noche. Tantos
huecos, en su propia historia de desterrado, que creería recobrar
durante aquellos encuentros.
Terminaba una manifestación, cuando bajé por Sanllehy, reclamado la
plaza que hace años hubo en lo que ahora es un ruedo de altas paredes de
hormigón.
Pocas veces, quizás, entré en mi historia. Todo eso ha quedado atrás. El
mar azul violeta en el camino de vuelta a casa y los cargueros con las
luces encendidas fondeados al otro lado del puerto, casi buscando la
sombra protectora de Montjuïc.
Ya sin historia, fondeado en la mar grande.
El incierto legado de Sara
La estrella amasó un enorme patrimonio: propiedades inmobiliarias, arte, joyas, cuentas
Sigue viva una querella por estafa contra quien fue su administrador
La estela de la diva rodea de misterio la cuantía, el destino y los beneficiarios de su fortuna.
La noche del 31 de agosto de 2001, Sara Montiel y su novio de
entonces, el polémico cubano Tony Hernández, cenaron pechugas de pollo a
la plancha y ensalada verde.
Pasadas las once, los dos se sentaron frente al televisor para “hacer la digestión” mientras veían una película.
A unos metros de distancia, dos hombres altos, fornidos y armados con punzones los observaban en silencio
. Estaban decididos a llevar a cabo su fechoría y no tardaron en abrir con sigilo el ventanal de la terraza para entrar en el salón.
Pero la pareja no se dio cuenta hasta que los tenían encima.
“¡Sara, dónde está la caja fuerte!”, gritó uno de los atracadores, “con acento moro y así, llamándome por mi nombre”, le diría después la actriz a la policía. “Tranquilos”, respondió ella, “os lo voy a dar todo. La vida está antes que nada”.
Y los llevó a su dormitorio. “Los brillantes los tengo en el banco. Pero se llevaron millones de pesetas y un montón de joyas”, añadió en su declaración.
Presurosos, los asaltantes salieron con el botín por la verja del edificio contiguo. “Tanto llevaban que les pareció una tontería que se les cayera un collar de perlas”.
Para nadie era un secreto que Sara Montiel fue en su momento la artista mejor pagada de España.
Y ella misma, en cada acto público (y privado) al que asistía, se encargaba de reafirmar tal aseveración. Tocados, pendientes, collares, anillos, pulseras… adornaban sin falta su figura.
Disfrutaba contando dónde había comprado esas finas y valiosas prendas.
O quién se las regalaba. Incluso a partir de ellas narraba anécdotas con estrellas de cine, intelectuales y empresarios. Pero lo hacía con toda naturalidad, como corresponde a una diva: sin petulancia socarrona, alimentando el mito que la envolvía. En el guion de su propia vida, Sara Montiel siempre actuaba como una señora rica, fina y distinguida.
Pero las cosas empezaron a torcerse cuando en febrero de 2010 anunció
que Francisco Fernández, su administrador, la había estafado y la
prensa rosa lanzó una pregunta: “¿Saritísima está en la ruina?”.
Se dijo una y otra vez que Fernández le había robado hasta 15 millones de euros, pues ella echó en falta nueve en sus cuentas bancarias españolas y otros seis en supuestas cuentas suizas.
La querella que la actriz y cantante interpuso fue, sin embargo, por 350.000 euros.
Hace más de dos decenios, Francisco Fernández comenzó a trabajar como asistente de Jaime Borrás, “hombre de confianza” de José Tous Barberán, el empresario mallorquín que estuvo casado durante casi 30 años con Sara Montiel.
Cuando Borrás murió, Fernández tomó el relevo como gestor de Tous.
Poco después, en agosto 1992, Pepe Tous murió a causa de un feroz cáncer de colon e hígado, y heredó a su viuda y a sus hijos adoptivos (Thais y Zeus) dos teatros, un bingo, una plaza de toros, una librería, un barco, un chalé y un piso en Mallorca, entre otras propiedades.
Y una cantidad de millones de pesetas jamás revelada.
Ante la querella, no tardaron en desatarse los dimes y diretes.
Desde entonces, Francisco Fernández no ha perdido la oportunidad de pasearse por los canales de televisión para contar su versión de lo ocurrido.
Ha dicho que Sara Montiel lo ha “calumniado” porque “sus hijos ya son mayores y le estarían pidiendo la herencia de su padre, y al no podérsela dar, tendría que justificar por qué”. Según Fernández, la protagonista de El último cuplé vendió la mayoría de las propiedades que le dejó su marido y “despilfarró” el dinero que obtuvo.
“No es que esté arruinada, porque todavía tiene mucho patrimonio. Pero tendría que venderlo para tener liquidez”.
Rocío Fernández Domínguez es la abogada de la intérprete de Fumando espero.
Afirma que “la querella [contra Francisco Fernández] es un procedimiento que sigue vivo. Hoy día, el juzgado sigue practicando diligencias.
Se han mandado oficios a los bancos para que nos informen acerca del patrimonio de este señor.
Luego esperamos pasar al juzgado de lo penal o a la Audiencia Provincial. Quizá todo esto tarde todavía un año o año y medio más”.
Sara Montiel decía que jamás le pasó por la mente gastarse la herencia de sus hijos (“son infamias”) y varias veces aclaró que no estaba en la ruina
. No obstante, en septiembre de 2011, el portal inmobiliario Idealista publicó un vídeo en el que ella misma mostraba su casa con la intención de venderla por poco más de tres millones de euros.
Pero hasta el momento, según Carmen Grey, su amiga y representante, nadie ha comprado la propiedad.
Se trata de un ático ubicado en el séptimo piso de un edificio del
madrileño barrio de Salamanca; el microcosmos de todos los bienes
materiales de la última diva
. En 250 metros cuadrados se reparten un salón comedor (“tras los cristales / de alegres ventanales”), cuatro dormitorios, cinco baños, una cocina y un cuarto de servicio.
Y la terraza, con piscina incluida (“que no es un charco”), ocupa otros 150 metros. Varios de los muebles son antiguos (como “un sillón Luis XVI auténtico”).
Un montón de cuadros (incluido algún barceló de la primera época) y fotografías luchan por el espacio de las paredes rojas.
En las vitrinas, o sobre el suelo, o sobre las alfombras persas, o sobre las mesas y mesillas se mezclan decenas de esculturas, portarretratos, jarrones y figurillas.
Aquí vivía con sus dos hijos y aquí murió la mañana del pasado lunes.
En total tenía siete pisos (que alquilaba) en Madrid, Palma de Mallorca y Barcelona. Y un chalé en la isla de Tabarca, donde solía veranear.
No se sabe con certeza cuántas joyas poseía, pero en varias ocasiones lucía collares de brillantes y esmeraldas, sortijas y brazaletes con aguamarinas, zafiros, turquesas, rubíes y topacios.
Si hizo películas taquilleras (“por las que cobraba, como mínimo, un millón de dólares”), discos superventas, obras de teatro y conciertos en los que se colgaba el cartel de “entradas agotadas”, ¿por qué no iba a darse esos lujos? “Su colección de arte iba a ser valorada en estos días, no sé si con la intención de vender algo”, comenta uno de sus amigos, quien pide que no revelemos su identidad.
También tenía planeado exponer su colección de 150 vestidos en enero de 2014 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Antes, en noviembre de este año, iba a ser la “estrella invitada” en el Segundo Festival de Cine Español en Berlín, en el que se iba a proyectar una selección de su filmografía, que sigue generando regalías. “Las cantidades que recaudan nuestros socios son confidenciales.
Sara Montiel tenía registradas 34 obras cinematográficas y el porcentaje que le correspondía se calculaba dependiendo de dónde se emitiera la película, el horario y el índice de audiencia que obtuviera”, explica Fernando Neyra, director de comunicación de Artistas e Intérpretes, Sociedad de Gestión (AISGE). En la Sociedad de Artistas, Intérpretes o Ejecutantes de España (AIE) tampoco revelan la cifra que han generado los derechos de sus discos.
¿Serán únicamente sus hijos quienes heredarán todo su dinero y sus bienes? ¿O alguien más está incluido en el testamento?
“Eso es algo que no puedo decir”, responde la abogada Rocío Fernández Domínguez. “Yo sé que ella ordenó sus últimas voluntades, pero lógicamente no voy a revelar cuáles son”
. Antonio Bernal es el otro abogado de Sara Montiel y explica que, “de momento, es incierto decir algo. Tienen que pasar 15 días después de la muerte de una persona para que el Registro de Últimas Voluntades, dependiente del Ministerio de Justica, diga si hay testamento.
O varios testamentos. En este caso, el válido sería el último.
Pero yo no vaticino ningún problema. Tenía dos hijos y a los dos los quería por igual”. Carmen Grey, la representante de la artista, agrega que Thais y Zeus “se llevan muy bien”. “Además”, añade, “a pesar de lo que otros digan, siempre tuvieron una buena relación con su madre y ella los amaba.
Les habrá dejado a cada uno su parte y ya está”.
Sin embargo, otras versiones aseguran que la relación entre los hijos es complicada.
. Ana Mendoza, su ama de llaves desde hace dos décadas, contesta al teléfono con una mezcla de cansancio y tristeza. “La niña [Thais] está durmiendo. Zeus no está.
Aquí todo está muy solo”.
Cientos de objetos y reliquias de la artista permanecen mudosa la espera de su destino.
¿Y qué hay de las cuentas en Suiza? “Sara nunca hablaba de eso, no sé
si existen”, dice Pedro Villora, quien ayudó a redactar a la artista
sus memorias tituladas Vivir es un placer (Plaza & Janés,
2000).
En 2010, cuando fue demandado por estafa, Francisco Fernández contó que “en un testamento de 2008, ahora revocado, puesto que luego hizo otro, Sara les dejaba a sus hijos únicamente los pisos.
Las joyas, los muebles y los cuadros eran para terceras personas”.
¿Habrá alguna batalla por la herencia?
Pasadas las once, los dos se sentaron frente al televisor para “hacer la digestión” mientras veían una película.
A unos metros de distancia, dos hombres altos, fornidos y armados con punzones los observaban en silencio
. Estaban decididos a llevar a cabo su fechoría y no tardaron en abrir con sigilo el ventanal de la terraza para entrar en el salón.
Pero la pareja no se dio cuenta hasta que los tenían encima.
“¡Sara, dónde está la caja fuerte!”, gritó uno de los atracadores, “con acento moro y así, llamándome por mi nombre”, le diría después la actriz a la policía. “Tranquilos”, respondió ella, “os lo voy a dar todo. La vida está antes que nada”.
Y los llevó a su dormitorio. “Los brillantes los tengo en el banco. Pero se llevaron millones de pesetas y un montón de joyas”, añadió en su declaración.
Presurosos, los asaltantes salieron con el botín por la verja del edificio contiguo. “Tanto llevaban que les pareció una tontería que se les cayera un collar de perlas”.
Para nadie era un secreto que Sara Montiel fue en su momento la artista mejor pagada de España.
Y ella misma, en cada acto público (y privado) al que asistía, se encargaba de reafirmar tal aseveración. Tocados, pendientes, collares, anillos, pulseras… adornaban sin falta su figura.
Disfrutaba contando dónde había comprado esas finas y valiosas prendas.
O quién se las regalaba. Incluso a partir de ellas narraba anécdotas con estrellas de cine, intelectuales y empresarios. Pero lo hacía con toda naturalidad, como corresponde a una diva: sin petulancia socarrona, alimentando el mito que la envolvía. En el guion de su propia vida, Sara Montiel siempre actuaba como una señora rica, fina y distinguida.
Su colección de arte iba a ser valuada en estos días, quién sabe si con la intención de vender algo"
Se dijo una y otra vez que Fernández le había robado hasta 15 millones de euros, pues ella echó en falta nueve en sus cuentas bancarias españolas y otros seis en supuestas cuentas suizas.
La querella que la actriz y cantante interpuso fue, sin embargo, por 350.000 euros.
Hace más de dos decenios, Francisco Fernández comenzó a trabajar como asistente de Jaime Borrás, “hombre de confianza” de José Tous Barberán, el empresario mallorquín que estuvo casado durante casi 30 años con Sara Montiel.
Cuando Borrás murió, Fernández tomó el relevo como gestor de Tous.
Poco después, en agosto 1992, Pepe Tous murió a causa de un feroz cáncer de colon e hígado, y heredó a su viuda y a sus hijos adoptivos (Thais y Zeus) dos teatros, un bingo, una plaza de toros, una librería, un barco, un chalé y un piso en Mallorca, entre otras propiedades.
Y una cantidad de millones de pesetas jamás revelada.
Ante la querella, no tardaron en desatarse los dimes y diretes.
Desde entonces, Francisco Fernández no ha perdido la oportunidad de pasearse por los canales de televisión para contar su versión de lo ocurrido.
Ha dicho que Sara Montiel lo ha “calumniado” porque “sus hijos ya son mayores y le estarían pidiendo la herencia de su padre, y al no podérsela dar, tendría que justificar por qué”. Según Fernández, la protagonista de El último cuplé vendió la mayoría de las propiedades que le dejó su marido y “despilfarró” el dinero que obtuvo.
“No es que esté arruinada, porque todavía tiene mucho patrimonio. Pero tendría que venderlo para tener liquidez”.
Rocío Fernández Domínguez es la abogada de la intérprete de Fumando espero.
Afirma que “la querella [contra Francisco Fernández] es un procedimiento que sigue vivo. Hoy día, el juzgado sigue practicando diligencias.
Se han mandado oficios a los bancos para que nos informen acerca del patrimonio de este señor.
Luego esperamos pasar al juzgado de lo penal o a la Audiencia Provincial. Quizá todo esto tarde todavía un año o año y medio más”.
Sara Montiel decía que jamás le pasó por la mente gastarse la herencia de sus hijos (“son infamias”) y varias veces aclaró que no estaba en la ruina
. No obstante, en septiembre de 2011, el portal inmobiliario Idealista publicó un vídeo en el que ella misma mostraba su casa con la intención de venderla por poco más de tres millones de euros.
Pero hasta el momento, según Carmen Grey, su amiga y representante, nadie ha comprado la propiedad.
En el testamento de 2008, ahora revocado, les dejaba a sus hijos, Thais y Zeus, únicamente los pisos"
. En 250 metros cuadrados se reparten un salón comedor (“tras los cristales / de alegres ventanales”), cuatro dormitorios, cinco baños, una cocina y un cuarto de servicio.
Y la terraza, con piscina incluida (“que no es un charco”), ocupa otros 150 metros. Varios de los muebles son antiguos (como “un sillón Luis XVI auténtico”).
Un montón de cuadros (incluido algún barceló de la primera época) y fotografías luchan por el espacio de las paredes rojas.
En las vitrinas, o sobre el suelo, o sobre las alfombras persas, o sobre las mesas y mesillas se mezclan decenas de esculturas, portarretratos, jarrones y figurillas.
Aquí vivía con sus dos hijos y aquí murió la mañana del pasado lunes.
En total tenía siete pisos (que alquilaba) en Madrid, Palma de Mallorca y Barcelona. Y un chalé en la isla de Tabarca, donde solía veranear.
No se sabe con certeza cuántas joyas poseía, pero en varias ocasiones lucía collares de brillantes y esmeraldas, sortijas y brazaletes con aguamarinas, zafiros, turquesas, rubíes y topacios.
Si hizo películas taquilleras (“por las que cobraba, como mínimo, un millón de dólares”), discos superventas, obras de teatro y conciertos en los que se colgaba el cartel de “entradas agotadas”, ¿por qué no iba a darse esos lujos? “Su colección de arte iba a ser valorada en estos días, no sé si con la intención de vender algo”, comenta uno de sus amigos, quien pide que no revelemos su identidad.
También tenía planeado exponer su colección de 150 vestidos en enero de 2014 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Antes, en noviembre de este año, iba a ser la “estrella invitada” en el Segundo Festival de Cine Español en Berlín, en el que se iba a proyectar una selección de su filmografía, que sigue generando regalías. “Las cantidades que recaudan nuestros socios son confidenciales.
Sara Montiel tenía registradas 34 obras cinematográficas y el porcentaje que le correspondía se calculaba dependiendo de dónde se emitiera la película, el horario y el índice de audiencia que obtuviera”, explica Fernando Neyra, director de comunicación de Artistas e Intérpretes, Sociedad de Gestión (AISGE). En la Sociedad de Artistas, Intérpretes o Ejecutantes de España (AIE) tampoco revelan la cifra que han generado los derechos de sus discos.
¿Serán únicamente sus hijos quienes heredarán todo su dinero y sus bienes? ¿O alguien más está incluido en el testamento?
“Eso es algo que no puedo decir”, responde la abogada Rocío Fernández Domínguez. “Yo sé que ella ordenó sus últimas voluntades, pero lógicamente no voy a revelar cuáles son”
. Antonio Bernal es el otro abogado de Sara Montiel y explica que, “de momento, es incierto decir algo. Tienen que pasar 15 días después de la muerte de una persona para que el Registro de Últimas Voluntades, dependiente del Ministerio de Justica, diga si hay testamento.
O varios testamentos. En este caso, el válido sería el último.
Pero yo no vaticino ningún problema. Tenía dos hijos y a los dos los quería por igual”. Carmen Grey, la representante de la artista, agrega que Thais y Zeus “se llevan muy bien”. “Además”, añade, “a pesar de lo que otros digan, siempre tuvieron una buena relación con su madre y ella los amaba.
Les habrá dejado a cada uno su parte y ya está”.
Sin embargo, otras versiones aseguran que la relación entre los hijos es complicada.
Un hogar en silencio
Unas horas después del entierro de Sara Montiel, la casa donde murió permanece apagada. Ana Mendoza, su ama de llaves desde hace dos décadas, contesta al teléfono con una mezcla de cansancio y tristeza. “La niña [Thais] está durmiendo. Zeus no está.
Aquí todo está muy solo”.
Cientos de objetos y reliquias de la artista permanecen mudosa la espera de su destino.
En 2010, cuando fue demandado por estafa, Francisco Fernández contó que “en un testamento de 2008, ahora revocado, puesto que luego hizo otro, Sara les dejaba a sus hijos únicamente los pisos.
Las joyas, los muebles y los cuadros eran para terceras personas”.
¿Habrá alguna batalla por la herencia?
Narciso herido y drogado
Sergéi Polunin, chico de oro del ballet, ha plantado por segunda vez a un gran montaje londinense. La espantada oculta una turbulenta historia de inseguridad, cocaína y autolesiones.
A principios de febrero de 2012, el bailarín Sergéi Polunin apareció en el escenario del Sadler’s Wells de Londres en el espectáculo Men in motion para bailar el Narcisse
de Kazán Goleizovski.
Fue emocionante y veloz, parecía huir de la luz y del éxito.
Ya todo el mundo hablaba insistentemente de él. Ahora ha dejado plantadas las actuaciones en el London Coliseum de Expreso de medianoche, un ballet del danés Peter Schaufuss creado en 2000 y basado en el filme homónimo de Alan Parker.
Schaufuss, desconcertado por la espantada de Polunin, reconoce que “el papel de Billy Hayes es perfecto para él”. Lo ha sustituido por Johan Christensen.
Polunin ha viajado en privado hasta Moscú.
En Londres, con flema británica, se ha dicho algo con chanza trágica: los camellos de Covent Garden tienen mucho trajín entre ir y venir de los garitos indie a la Royal Opera House.
Hablan sin mencionarlo del “ruso loco de los tatuajes”, es decir, Sergéi Polunin, que, por cierto, siempre que puede recalca que él no es ruso, sino de Ucrania.
Pero como todo hijo pródigo, el mantra de renegar de sus orígenes viene en el mismo lote que el de divo o genio disfuncional.
Se rechaza todo: maestros, compañías, destino.
Este chico ya ha sido príncipe y mendigo sin solución de continuidad.
No es el primero, no será el último.
La droga también hace estragos entre los artistas del ballet; los mata rápido o los destruye lentamente, el caso es que los separa de su arte y de su vida, de su entorno y de las cosas que han amado desde niños. Lejana en el tiempo nos parece la muerte por sobredosis de Patrick Bissell, estrella del American Ballet Theatre de Nueva York, pero son historias que están ahí.
En una época no tan remota los cisnes cayeron como moscas; en la caída iban también sus caballeros
. Hoy todo es, a la vez, más público y más oscuro.
Como decía esta semana Judith Mackrell en The Guardian, la contaminación creciente de la subcultura de las celebridades con la alta cultura del ballet hace estragos. Sergéi Polunin sale en los telediarios y es carne de cañón en los programas de telerrealidad o los tabloides
. Todos se preguntan lo mismo, aunque con distintas entonaciones: ¿Qué pasa en realidad con Polunin?
Sergéi Polunin, sin previo aviso, abandonó su compañía, el Royal Ballet de Londres, el 14 de enero de 2012.
Había llegado a Reino Unido a los 13 años desde Kiev con una beca de la escuela real británica; nació en el deprimido sur, en Kherson, una pequeña ciudad “donde el ballet no existe”, según sus palabras.
También hace poco dijo, rememorando sus días de internado: “Me hubiera gustado, de niño, portarme mal, jugar al fútbol…”.
Ahora se tejen cábalas sobre su estabilidad mental. Y sobre su destino: su permanencia legal en Reino Unido está ligada a su trabajo en el Royal Ballet.
Monica Mason, la entonces directora del Royal Ballet, tenía debilidad por el joven ucranio; había heredado también a Iván Putrov (Kiev, 1980), ambos virtuosos y amigos. Putrov dejó el Royal Ballet en 2010 y fue el organizador de Men in motion en febrero, y allí eclipsó a todos.
Polunin subió como la espuma y, siendo aún solista, fue imagen de la temporada de la Royal Opera House Covent Garden en vallas y programas, saltando sobre un horizonte nocturno de tormenta con castillo gótico incluido en el paisaje
. Nadie vio en ello un presagio, pero ahora las fotos que se ven del rebelde tienen otra vez algo tenebrista. Tatuajes y cortes, ojeras y descuido.
Se dice también que todo es el despecho de un hombre enamorado y rechazado.
La brújula han sido sus tuits, y como muestra, esta perla: “Si usted quiere dar placer a la gente, conviértase en prostituta”. O el tatuaje de su ingle: “Yo no soy humano, yo no soy un dios”.
Hay una larga lista de bailarines que lloraron su tragedia y enajenación sobre el manado de su propia sangre. “Polunin va de otro palo”, dice un colega de tatuajes en la televisión británica; mucha gente se apunta a opinar, siempre hay una alcachofa dispuesta a recoger declaraciones.
Asegura el joven bailarín de 23 años que no está loco y que en las escarificaciones ha encontrado un “canal emocional”, pero reconoce que hay un fuego en su cabeza.
La búsqueda de emociones fuertes le hizo profundizar en la herida, y no metafóricamente.
También ha tenido infecciones, en la piel y los pulmones.
Por fuera y por dentro. Había declarado antes que dejaría de bailar a los 26 años.
La pendiente vertiginosa de las drogas está acelerando el calendario y sus ideas.
Sin rubor, ha aceptado en varias entrevistas que lleva un tiempo bailando acompañado de la cocaína.
Lo dramático es que el “muchacho de oro” del Royal Ballet recibía apelativos como el de heredero de Nureyev. Como escribe Tanya Gold en The Sunday Times, ahora Polunin ha decidido bailar con sus demonios.
Es exagerado decir que su baile es perfecto.
Se atiene más a la realidad catalogarlo como que iba hacia la perfección.
Dominaba su físico. Su elegancia es intrínseca, natural, tan espontánea que crea una especie de turbación. En escena, nunca parecía sobreactuado o falso.
Al contrario.
Su historia también es la del patito feo que se convierte en cisne, con un salto poderoso pero líquido, sin aparente esfuerzo.
También sabía ser pasional.
Ahora es un desgastado fantasma apolíneo.
Se sabe a sí mismo un evanescente objeto de deseo, disfruta dejándose retratar desnudo.
Ya lo dijo Vaslav Nijinski (que también nació en Kiev) de sí mismo: “No me tiene nadie, que me tengan todos”.
Cuando Sergéi Polunin llegó a la escuela del Royal Ballet con 13 años gracias a una beca, era delgaducho y distraído, pero con talento.
Creció y su físico adquirió un molde específico de la danza clásica y de la categoría llamada noble
. Ni muy alto ni muy bajo, tampoco demasiado musculoso, elástico y dulcemente dúctil en las secuencias de virtuosismo.
Una perla rara y valiosa
. Eso lo vieron enseguida la crítica europea y la fervorosa balletomanía.
Un compañero del Royal Ballet dice ahora de Polunin: “Da la sensación de que no quiere mirar atrás nunca, y eso da miedo”. El muchacho atravesó depresiones y fue llevado a un psiquiatra.
La tormenta en su cabeza arreció cuando, con su panda de discoteca, puso una tienda de tatuajes en el norte de Londres y comenzó a faltar a ensayos y deberes.
El revuelo de la semana pasada por su abandono de los ensayos de Expreso de medianoche es una viñeta más de esta tragedia anunciada.
Fue emocionante y veloz, parecía huir de la luz y del éxito.
Ya todo el mundo hablaba insistentemente de él. Ahora ha dejado plantadas las actuaciones en el London Coliseum de Expreso de medianoche, un ballet del danés Peter Schaufuss creado en 2000 y basado en el filme homónimo de Alan Parker.
Schaufuss, desconcertado por la espantada de Polunin, reconoce que “el papel de Billy Hayes es perfecto para él”. Lo ha sustituido por Johan Christensen.
Polunin ha viajado en privado hasta Moscú.
En Londres, con flema británica, se ha dicho algo con chanza trágica: los camellos de Covent Garden tienen mucho trajín entre ir y venir de los garitos indie a la Royal Opera House.
Hablan sin mencionarlo del “ruso loco de los tatuajes”, es decir, Sergéi Polunin, que, por cierto, siempre que puede recalca que él no es ruso, sino de Ucrania.
Pero como todo hijo pródigo, el mantra de renegar de sus orígenes viene en el mismo lote que el de divo o genio disfuncional.
Se rechaza todo: maestros, compañías, destino.
Este chico ya ha sido príncipe y mendigo sin solución de continuidad.
No es el primero, no será el último.
La droga también hace estragos entre los artistas del ballet; los mata rápido o los destruye lentamente, el caso es que los separa de su arte y de su vida, de su entorno y de las cosas que han amado desde niños. Lejana en el tiempo nos parece la muerte por sobredosis de Patrick Bissell, estrella del American Ballet Theatre de Nueva York, pero son historias que están ahí.
En una época no tan remota los cisnes cayeron como moscas; en la caída iban también sus caballeros
. Hoy todo es, a la vez, más público y más oscuro.
Como decía esta semana Judith Mackrell en The Guardian, la contaminación creciente de la subcultura de las celebridades con la alta cultura del ballet hace estragos. Sergéi Polunin sale en los telediarios y es carne de cañón en los programas de telerrealidad o los tabloides
. Todos se preguntan lo mismo, aunque con distintas entonaciones: ¿Qué pasa en realidad con Polunin?
Sergéi Polunin, sin previo aviso, abandonó su compañía, el Royal Ballet de Londres, el 14 de enero de 2012.
Había llegado a Reino Unido a los 13 años desde Kiev con una beca de la escuela real británica; nació en el deprimido sur, en Kherson, una pequeña ciudad “donde el ballet no existe”, según sus palabras.
También hace poco dijo, rememorando sus días de internado: “Me hubiera gustado, de niño, portarme mal, jugar al fútbol…”.
Ahora se tejen cábalas sobre su estabilidad mental. Y sobre su destino: su permanencia legal en Reino Unido está ligada a su trabajo en el Royal Ballet.
Monica Mason, la entonces directora del Royal Ballet, tenía debilidad por el joven ucranio; había heredado también a Iván Putrov (Kiev, 1980), ambos virtuosos y amigos. Putrov dejó el Royal Ballet en 2010 y fue el organizador de Men in motion en febrero, y allí eclipsó a todos.
Polunin subió como la espuma y, siendo aún solista, fue imagen de la temporada de la Royal Opera House Covent Garden en vallas y programas, saltando sobre un horizonte nocturno de tormenta con castillo gótico incluido en el paisaje
. Nadie vio en ello un presagio, pero ahora las fotos que se ven del rebelde tienen otra vez algo tenebrista. Tatuajes y cortes, ojeras y descuido.
Se dice también que todo es el despecho de un hombre enamorado y rechazado.
La brújula han sido sus tuits, y como muestra, esta perla: “Si usted quiere dar placer a la gente, conviértase en prostituta”. O el tatuaje de su ingle: “Yo no soy humano, yo no soy un dios”.
Hay una larga lista de bailarines que lloraron su tragedia y enajenación sobre el manado de su propia sangre. “Polunin va de otro palo”, dice un colega de tatuajes en la televisión británica; mucha gente se apunta a opinar, siempre hay una alcachofa dispuesta a recoger declaraciones.
Asegura el joven bailarín de 23 años que no está loco y que en las escarificaciones ha encontrado un “canal emocional”, pero reconoce que hay un fuego en su cabeza.
La búsqueda de emociones fuertes le hizo profundizar en la herida, y no metafóricamente.
También ha tenido infecciones, en la piel y los pulmones.
Por fuera y por dentro. Había declarado antes que dejaría de bailar a los 26 años.
La pendiente vertiginosa de las drogas está acelerando el calendario y sus ideas.
Sin rubor, ha aceptado en varias entrevistas que lleva un tiempo bailando acompañado de la cocaína.
Lo dramático es que el “muchacho de oro” del Royal Ballet recibía apelativos como el de heredero de Nureyev. Como escribe Tanya Gold en The Sunday Times, ahora Polunin ha decidido bailar con sus demonios.
Es exagerado decir que su baile es perfecto.
Se atiene más a la realidad catalogarlo como que iba hacia la perfección.
Dominaba su físico. Su elegancia es intrínseca, natural, tan espontánea que crea una especie de turbación. En escena, nunca parecía sobreactuado o falso.
Al contrario.
Su historia también es la del patito feo que se convierte en cisne, con un salto poderoso pero líquido, sin aparente esfuerzo.
También sabía ser pasional.
Ahora es un desgastado fantasma apolíneo.
Se sabe a sí mismo un evanescente objeto de deseo, disfruta dejándose retratar desnudo.
Ya lo dijo Vaslav Nijinski (que también nació en Kiev) de sí mismo: “No me tiene nadie, que me tengan todos”.
Cuando Sergéi Polunin llegó a la escuela del Royal Ballet con 13 años gracias a una beca, era delgaducho y distraído, pero con talento.
Creció y su físico adquirió un molde específico de la danza clásica y de la categoría llamada noble
. Ni muy alto ni muy bajo, tampoco demasiado musculoso, elástico y dulcemente dúctil en las secuencias de virtuosismo.
Una perla rara y valiosa
. Eso lo vieron enseguida la crítica europea y la fervorosa balletomanía.
Un compañero del Royal Ballet dice ahora de Polunin: “Da la sensación de que no quiere mirar atrás nunca, y eso da miedo”. El muchacho atravesó depresiones y fue llevado a un psiquiatra.
La tormenta en su cabeza arreció cuando, con su panda de discoteca, puso una tienda de tatuajes en el norte de Londres y comenzó a faltar a ensayos y deberes.
El revuelo de la semana pasada por su abandono de los ensayos de Expreso de medianoche es una viñeta más de esta tragedia anunciada.
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