La sensación de que ya acabó mi historia.
Esparragueras y tomates
silvestres al lado de los escombros que vierten en la ladera.
Un anciano
se sentó frente a mí y dijo, claro y lento: "Buenas tardes."
Me acordé
de mi padre, en el pueblo de la Sierra, cuando se sentaba a charlar con
hombres como el que compartía mi mesa en la terraza de Okay. Era el suyo
el entusiasmo de quien retornaba a la tierra natal.
Su pasión por los
cultivos y el campo encontraba un eco en aquellos hombres con boina y
las monedas justas para tomarse un manzanilla al llegar la noche. Tantos
huecos, en su propia historia de desterrado, que creería recobrar
durante aquellos encuentros.
Terminaba una manifestación, cuando bajé por Sanllehy, reclamado la
plaza que hace años hubo en lo que ahora es un ruedo de altas paredes de
hormigón.
Pocas veces, quizás, entré en mi historia. Todo eso ha quedado atrás. El
mar azul violeta en el camino de vuelta a casa y los cargueros con las
luces encendidas fondeados al otro lado del puerto, casi buscando la
sombra protectora de Montjuïc.
Ya sin historia, fondeado en la mar grande.
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