Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

9 abr 2013

El ERE de Telemadrid, declarado improcedente


Varios trabajadores y extrabajadores de Telemadrid celebran la sentencia a las puertas del tribunal. / 
"No ajustado a derecho", es decir, improcedente. Así considera el Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) el Expediente de Regulación de Empleo (ERE) llevado a cabo en el ente Radio Televisión Madrid (RTVM) y que supuso el despido de 861 trabajadores a principios de año. En aplicación de la sentencia del TSJM, que es recurrible en casación ante el Tribunal Supremo, Telemadrid tendrá que elegir entre readmitir a los trabajadores o pagarles hasta 45 días por año trabajado, frente a los 20 días que se abonaron con un máximo de 12 meses.
Unos 300 trabajadores, que se habían congregado a las puertas del tribunal, han recibido al mediodía la noticia con vítores y aplausos. El comité de empresa, que había reclamado que el ERE (que daba luz verde al despido de un máximo de 925 personas) se declarara nulo, lo que habría supuesto el reingreso automático de los trabajadores a sus puestos, ha anunciado que va a pedir la readmisión de los despedidos.
El despido masivo no está justificado porque la causa no está bien ponderada
Si la empresa opta, como parece que hará, por la indemnización, tendrá que abonar a cada empleado una cantidad que puede llegar hasta 45 días por año trabajado con el tope de 42 mensualidades en el cómputo hasta que entró en vigor la reforma laboral en febrero de 2012, y de 33 días desde entonces quienes no hayan generado derecho por encima de los 24 meses, según fuentes jurídicas. En todo caso, hay cientos de demandas individuales presentadas en los tribunales, cuyo futuro depende en primer lugar de si hay recurso de casación ante el Supremo. En ese caso, las demandas individuales de los trabajadores seguirían congeladas alrededor de un año. Fuentes jurídicas señalan como muy probable el recurso por parte del ente e incluso bastante probable por parte de los sindicatos.
El presidente de Madrid, Ignacio González, ha mostrado su satisfacción por el fallo y ha aclarado que no conllevará readmisiones sino mayores indemnizaciones. Para el presidente, la sentencia considera que "el ERE es correcto desde el punto de vista de las causas y de la extinción de los contratos", informa José Marcos.
Pero la sentencia, de la que ha sido ponente María del Carmen Prieto Fernández, considera precisamente que la causa económica alegada por el ente público para el despido colectivo no es adecuada ya que "una reducción del presupuesto, que es insuficiente y congénito a un servicio público", no justifica por sí el despido colectivo.
El hecho de que la reforma laboral contemple el despido colectivo objetivo por la existencia de pérdidas actuales o previstas, o una disminución de ingresos durante tres trimestres no impide que sea necesario demostrar que esa situación es nueva, razona la sentencia. La reducción de la dotación presupuestaria que se asigna a Telemadrid para 2013 "no constituye una causa de extinción de despido colectivo para así eludir las consecuencias legales que de dicha decisión se derivan".
Además el TSJM considera que el ERE no se ajusta al principio de proporcionalidad: "El número de despedidos (...) es tan extenso que afecta mayoritariamente al sector de los contratos sometidos al convenio colectivo" y deja fuera "prácticamente los contrato de alto valor en el gasto de personal", es decir, el personal directivo.
La ponente de la sentencia recoge en varios momentos sus dudas sobre las divergencias en los datos económicos aportados, que entienden que puede deberse a la utilización alternativa de cifras que corresponden” al Ente, a la televisión o a la radio “de forma muy confusa”. En todo caso, el texto señala que “la partida que verdaderamente descompensa” el balance del grupo es la deuda, 261,38 millones de los que 131,7 vencen este año.
Pese a que "esos desfases entre lo que se dice, lo que se acredita y lo que hemos constatado no se nos han explicado", se lee en la sentencia, no se concede la nulidad por falta de corrección de la  documentación presentada en el ERE como habían pedido los sindicatos.
Sobre la subcontratación a Telefónica Broadcast Services para la emisión de la señal de Telemadrid antes del ERE, un hecho que habían alegado los demandantes para pedir la nulidad por falta de buena fe en la negociación (que también se desestima), la sentencia no acepta la afirmación de la empresa de que es provisional. “Será provisional con quién” se contrate, pero no puede serlo el porqué.

Muere el escritor y economista José Luis Sampedro.........Se están marchando demasíados


El escritor José Luis Sampedro. / luis magán
Escritor, humanista y economista, la voz de José Luis Sampedro, que saltó las barreras generacionales para convertirse en estandarte del desencanto juvenil en España, se apagó el domingo a los 96 años, en su casa de la calle Cea Bermúdez en Madrid.
El intelectual manifestó su deseo de morir como había vivido, sin estridencias, sin ruido, sin actos de homenaje.
Así, por su expreso deseo, la noticia de su fallecimiento no se ha conocido hasta esta mañana. Quería "irse" de "manera sencilla y sin publicidad", según su viuda Olga Lucas, con la que se había casado en 2003 y gracias a la cual, decía el novelista irónicamente, había encarado "la muerte con toda serenidad; ella hace que mi moribundez sea muy satisfactoria".
 El escritor ha sido incinerado esta mañana, ha confirmado su entorno
. Sampedro es uno de los referentes intelectuales y morales de los indignados del movimiento del 15-M, un compromiso que popularizó enormemente su figura estos últimos años. No en vano fue el presentador en España de otro nonagenario rebelde, Stéphane Hessel, autor de ¡Indignaos!
"Hay dos tipos de economistas; los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres".
 El hombre que explicaba así su profesión tuvo como alumnos en la universidad a futuros ministros de economía de la democracia como Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Pedro Solbes o Elena Salgado pero nunca cambió la influencia de los despachos por el latido de la calle. Senador por designación real en 1977, Sampedro tenía en su apartamento de Mijas Costa (Málaga), donde pasaba parte del invierno, una placa con la inscripción "Avenida de la República".
No obstante, la popularidad de Sampedro no es de ahora, creció como la espuma cuando en 1985 publicó la novela La sonrisa etrusca.
Miles de lectores descubrieron entonces a "un hombre humilde y errante". Con esas palabras de Pío Baroja quiso definirse Sampedro cuando, en junio de 1991 ingresó en la Real Academia Española para ocupar el sillón F. Su discurso llevó por título Desde la frontera y, eso, un hombre de frontera, fue él toda su vida.
Aunque nació en Barcelona el 1 de febrero de 1917, vivió en Tánger (Marruecos) hasta los 13 años. Luego pasaría por Soria y Aranjuez. Si la primera ciudad supuso un viaje "a la Edad Media", la segunda fue "un paraíso". En 1936, con el estallido de la Guerra Civil y mientras trabajaba en Santander, fue movilizado por el ejército republicano. Un año más tarde lo abandonó para sumarse al bando sublevado, al que se consideraba más afín. Las atrocidades de la guerra le alejaron finalmente de ambos bandos. "Quise ser jesuita a los 9 años y anarquista a los 19", solía decir.
Hijo de familia acomodada, hasta entonces se había limitado a estudiar y aprobar unas oposiciones para funcionarios de aduanas. De su experiencia en la guerra se nutrió su novela La sombra de los días (Alfaguara), escrita en 1945 y publicada en los años noventa. “Fui miliciano hasta agosto del treinta y siete, momento en que los nacionales tomaron Santander y me tomaron a mí. Me convertí en soldado nacional y hasta el final, que resultó aún peor que el inicio. Cuando llegaron los que yo suponía míos y empezaron a fusilar a gente, fue cuando me di cuenta de que los que habían ganado no eran los míos", se lee en Escribir es vivir, un libro compuesto en 2005 a partir de la transcripción de las charlas en torno a su obra que dos años antes había impartido en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, la misma ciudad que sirvió de escenario a aquel desengaño.
Octubre, octubre (1981), La sonrisa etrusca (1985), La vieja sirena (1990), Real Sitio (1993) -su favorita-, El amante lesbiano (2000), Escribir es vivir (2003), La senda del drago (2006) y La ciencia y la vida(2008) son algunos de los títulos de una obra que en 2001 fue reconocida con el Premio Nacional de las Letras Españolas. A ellos habría que añadir ensayos como Realidad económica y análisis estructural (1959), Conciencia del subdesarrollo (1973) o El mercado y la globalización (2002).
Esa doble dedicación a los números y a las letras estuvo presente en la vida de José Luis Sampedro desde antiguo. Y a veces de forma, como poco, extravagante
. Así, durante la posguerra alternó su trabajo como asesor en el ministerio de Comercio con la escritura bajo pseudónimo de obras de teatro para espectáculos de revista. Como autor de ficción se estrenó públicamente en 1951 con Congreso en Estocolmo. Tenía 34 años y era la tercera novela que escribía.
 Aquel libro surgió del viaje que en 1949 había hecho a un encuentro de economistas en la ciudad del título. Años después, Sampedro aún recordaba el contraste sideral entre España y Suecia en aquel tiempo. Para hacerlo citaba con ironía la carta que le envió un lector escandinavo para indicarle lo que consideraba un error de bulto: en la novela aparecía una muchacha de 18 años que seguía siendo virgen.
 Con virgen sueca o sin ella, aquella obra fue el aterrizaje en el terreno de la imaginación de un hombre que nunca se resignó a dejar el mundo como lo había encontrado, de un humanista al que solo la sordera de los últimos años consiguió aislar, aunque poco, de ese injusto pero fascinante mundo del que no quería marcharse. Olga Lucas, su viuda, ha explicado a la agencia Europa Press que el escritor había asumido con naturalidad la muerte, "dentro de que no le apetecía morirse".
 "Decía que tenía miedo a fallar, a no saber hacerlo con dignidad, pero no tenía miedo a morirse", ha añadido.
Hasta el final fue un ser peculiar. "Nos dijo que quería beberse un Campari, así que le hicimos un granizado de Campari", ha contado Lucas. "Me miró y me dijo: 'Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos'. Se durmió y al cabo de un rato su murió".
 A José Luis Sampedro, recuerda Lucas, "le daba pavor el circo mediático en torno a la muerte de los famosos". Por eso dejó escrito que solo debían anunciar su muerte "cuando ya estuviera incinerado". Y así ha sido.
OBRAS ECONÓMICAS
Principios prácticos de localización industrial (1957)
Realidad económica y análisis estructural (1959)
Las fuerzas económicas de nuestro tiempo (1967)
Conciencia del subdesarrollo (1973)
Inflación: una versión completa (1976)
El mercado y la globalización (2002)
Los mongoles en Bagdad (2003)
Sobre política, mercado y convivencia (2006)
Economía humanista. Algo más que cifras (2009)
El mercado y nosotros
NOVELA
La estatua de Adolfo Espejo (1939) -no publicada hasta 1994-
La sombra de los días (1947) -no publicada hasta 1994-
Congreso en Estocolmo (1952)
El río que nos lleva (1961)
El caballo desnudo (1970)
Octubre, octubre (1981)
La sonrisa etrusca (1985)
La vieja sirena (1990)
Real Sitio (1993)
El amante lesbiano (2000)
La senda del drago (2006)
Cuarteto para un solista (2011) -escrita en colaboración con Olga Lucas-
CUENTO
Mar al fondo (1992)
Mientras la tierra gira (1993)
OTRAS OBRAS
Escribir es vivir (2005) -libro autobiográfico escrito en colaboración con Olga Lucas-
La escritura necesaria (2006) -ensayo-diálogo sobre su obra novelística y su vida. Edición y diálogo: Gloria palacios. Ed.Siruela.
La ciencia y la vida (2008) -diálogo junto al cardiólogo Valentín Fuster ordenado por Olga Lucas-
Reacciona (2011)

8 abr 2013

Tengo una debilidad.....Iker Casillas

“Iker se está entrenando no bien, muy bien”

Mourinho alaba al portero y utiliza un vídeo para activar a sus jugadores tras el 3-0 de la ida ante el Galatasaray ● Antes, en alusión a Casillas, desliza que un jugador sin competencia en el puesto se siente "tranquilo, protegido, intocable".

 

Mourinho, durante la rueda de prensa. / MURAD SEZER (REUTERS)
Impulsado por la ventaja de la ida (3-0), el Real Madrid está en Turquía para jugar el martes el partido de vuelta de los cuartos de la Champions que le enfrentan al Galatasaray. José Mourinho, el técnico blanco, ha decidido que viajen cuatro porteros, incluido Iker Casillas, que no juega desde que se lesionó en febrero. "Está entrenando bien”, dijo el entrenador el 2 de abril, cuando ya tenía a su disposición al meta internacional.
“Tiene que continuar trabajando bien para esperar que llegue su oportunidad”, añadió.
 En Estambul, le preguntaron por la evolución del campeón mundial y europeo: "Está entrenando no bien, sino muy bien. Eso es bueno para mí y para sus compañeros".
Sin embargo, antes, al entrenador portugués le preguntaron, sin nombrar a Casillas, si un futbolista que no se entrenara bien tendría posibilidades de jugar bajo su mando tanto como lo ha hecho el portero
. "Depende de la posición", contestó Mourinho. "Si tienes competición directa, fuerte, diaria, exigente, que te presiona cada día a estar en el top de tu forma, diría que es imposible. Jugaría el otro. Si es un jugador sin gran oposición, que se siente tranquilo, protegido, que se siente intocable, puede pasar", añadió.
Hemos visto una eliminatoria en la que un equipo ganó 3-0 la ida y perdió 3-0 la vuelta
Ante el resultado de la ida (3-0), el técnico ha elegido un triple camino para activar a sus futbolistas: la alineación del sábado ante el Levante, un vídeo que proyectó hoy y la charla táctica.
"El primer mensaje ha sido jugar contra el Levante, un partido de Liga que teníamos que ganar si queremos terminar segundos... jugarlo dejando fuera a cinco o seis que serán titulares mañana es el mensaje. Eso es decirle [al futbolista]:
 'No juegas porque el partido del martes es fundamental", explicó.
"El segundo mensaje es la reunión de esta mañana, en la que hemos visto una eliminatoria en la que un equipo ganó 3-0 la ida y perdió 3-0 el segundo partido", añadió. "La reunión siguiente ha sido de objeto táctico, preparándonos para un Galatasaray que puede jugar de modos diferentes.
 Nos estamos preparando muy en serio. El mensaje está pasando.
Me sorprendería que mi gente no estuviera preparada para un partido de alta dificultad.
 Confío en que la gente va a estar como tiene que estar".

 

La mujer que fascinó a los británicos

Margaret Thatcher, en la conferencia 'tory' en Brighton en 1981. / Peter Marlow (MAGNUM)

Cuando Margaret Thatcher entraba en la Cámara de los Comunes, un día a la semana, para responder a las preguntas de la oposición, los diputados de su partido se removían en sus duros asientos (los escaños de Westminster deben de ser los más incómodos del mundo), recomponían la figura, se abrochaban el primer botón de la camisa y se enderezaban la corbata, como estudiantes desaplicados a la vista de la directora del colegio.
 La mayoría de ellos sabía que si conservaba su escaño era, mas que por méritos propios, por la increíble atracción que sentían los británicos hacia aquella mujer alta, rubia y delgada, que era capaz de pedirles confianza pese a que durante sus cuatro primeros años de mandato todas sus promesas de ley y orden se habían desvanecido y el desempleo se había multiplicado por tres
. Pero ocurrió que la dictadura militar argentina tuvo la sangrienta ocurrencia de invadir las islas Malvinas y el país entero entró, más bien encantado, en una guerra en el Atlántico sur.
 Una guerra victoriosa, pero guerra al fin y al cabo, que consagró a la señora Thatcher como Dama de Hierro.
Claro que al principio de su carrera no la llamaban así, sino doncella de hierro, apodo que se inventó el Daily Mirror, y que se hizo más digno (Iron Lady) cuando pasó a ser primera ministra.
Se decía que ella se sentía muy satisfecha de esta imagen y que se reía con ganas cuando el presidente norteamericano, Ronald Reagan, dijo públicamente que Maggie era “el mejor hombre de Europa”. Claro que Valéry Giscard d’Estaing, cuya única compensación por haber perdido la presidencia de la República Francesa fue no tener que discutir con ella cuatro veces al año, dijo también un día: “La señora Thatcher no me gusta ni como hombre ni como mujer”.
Las anécdotas reflejaban una realidad
. La primera mujer que alcanzó la presidencia del Gobierno en un país de Europa occidental no fue, en absoluto, una militante feminista. “¿Qué han hecho los movimientos de liberación de la mujer por mí?”, afirmó en una entrevista con una revista norteamericana.
 “Algunas mujeres nos habíamos liberado antes de que a ellas se les hubiera ocurrido pensar en ello”.
Margaret Thatcher se liberó, dicen las malas lenguas, gracias a un marido rico
. A ella le gustaba decir que era hija “de un tendero”, pero lo cierto es que su padre, Alfred Roberts, no era únicamente el propietario de una tienda de comestibles, sino también un político local con suficiente dinero como para pagarle un colegio privado, aunque no para sufragar las ambiciones políticas de su hija.
Maggie —que solía mencionar con cariño a su padre, mientras que hacía pocas alusiones a su madre, Beatrice, o a su hermana mayor, Muriel— recordaba que su padre le pagó unas clases particulares de latín cuando decidió solicitar una beca para Oxford.
 Su profesora se negó a respaldarla, por considerar que era imposible que una joven dedicada a las ciencias aprendiera suficiente latín en tan poco tiempo como para ser admitida en la superclasista universidad. Cuando muchos años después volvió a su colegio para participar en el homenaje que le ofrecían sus antiguos compañeros, la primera ministra aprovechó para tomar una pequeña revancha: corrigió públicamente a su antigua profesora una cita equivocada en latín.
En Oxford, la joven Roberts estudió Natural Sciences (química) y se sacudió un poco “el pelo de la dehesa”. Hasta entonces, la estricta formación metodista de sus padres le había impedido ir a bailar los domingos (de pequeña, ella y su hermana no podían ni jugar en el día del Señor) y frecuentar a jóvenes del sexo opuesto. La universidad le permitió perder el aire de jovencita de provincias algo anticuada y, más aún, encarriló su vida futura.
Maggie ingresó en la Asociación Conservadora de Oxford y conoció a quien sería su mentor político, Keith Joseph, un tory que confió siempre en ella. Algo debía tener la estudiante de Química, porque sus compañeros recordaban que un profesor dijo: “No sé adónde va esta jovencita, pero sin duda llegará”.
A los 23 años se presentó como candidata a un escaño conservador
. No fue elegida, pero había batido una marca: era la candidata más joven de los tories. Compatibilizar política y trabajo y estudiar leyes al mismo tiempo, como le sugirió Joseph, era algo complicado para una mujer joven sin recursos económicos holgados. Afortunadamente conoció a un hombre 11 años mayor que ella, Denis Thatcher, rico industrial, con el que se casó y que puso a su disposición dinero suficiente como para pagar secretaria y criadas que atendieran a los gemelos y para sufragar su carrera política.
El viaje de novios del nuevo matrimonio (París, Portugal y Madeira) fue el primer viaje al extranjero de la futura primera ministra.
El dato fue en su momento poco conocido, pero Denis Thatcher había estado ya casado con anterioridad. Se dice que los hijos de Margaret Thatcher no supieron que su padre estaba divorciado hasta bien mayores, porque su madre se lo ocultó.
Shirley Williams, dirigente del entonces Partido Socialdemócrata, decía que Margaret Thatcher parecía “una segunda reina rodeada de sus cortesanos”. Antiguos miembros de su Gabinete contaban que era difícil romper su aislamiento, y que resultaba peligroso llevarle la contraria en los consejos de ministros, porque ella siempre se las arreglaba para presentar sus propias propuestas como las únicas morales, de forma que las de su contrario, por oposición, quedan relegadas a la categoría de inmorales.
La primera ministra odiaba a los wets (moderados de su partido) y lo pasaba mal en las reuniones semanales del Gabinete. Prefería convocar a los ministros uno a uno o en pequeños grupos.
 Al parecer, la culpa no era solo suya. Los ministros, todos hombres, procedentes de buenos colegios y de universidades de élite, estaban poco acostumbrados a que les mandara una mujer, y cuando se reunían en torno a una mesa prodigaban las bromas y los chistes de mal gusto, del género “¿qué hay de verdad en el rumor de que el primer ministro es una mujer?”, que se le atribuyó precisamente a un exministro.
En cualquier caso, Margaret Thatcher limpió casi por completo de wets su Gabinete en cuanto pudo
. En julio de 1981, después de unos fuertes disturbios en Bristol, Liverpool y Manchester, los echó por la borda.
 Algunos miembros del Gobierno creyeron que la revuelta de los barrios pobres era una señal de que había que dar marcha atrás y suavizar la política económica. Thatcher no admitió las críticas.
 “No hay otra alternativa”, “no tiene usted en absoluto razón” y “el honorable diputado debería saber…” eran sus tres frases favoritas.
Margaret Thatcher tenía una voz preciosa, cálida, fuerte, capaz de dominar sin estridencias cualquier tumulto o griterío. Era un arma importante, porque en el Parlamento británico no se autorizaba entonces la entrada de cámaras de televisión, de forma que los ciudadanos tenían que seguir los debates por la radio.
 “Cuando acudo a la Cámara de los Comunes y oigo la primera pregunta, me digo: Maggie, ahí vienen. Nadie puede ayudarte. Estás sola. Y me gusta”, le contó a un comentarista político.
A la primera ministra le gustaba estar “sola ante el peligro”, y los británicos adoraban saberlo. “Margaret Thatcher encarna el enfoque decidido de los problemas”, “la mujer que no duda en poner en práctica sus ideas y sus valores”, “la primera ministra que sabe decir no sin matices”.
 La prensa popular pulió cada día la imagen de la Dama de Hierro como una persona confiada, valiente y resuelta, casi autosuficiente.
 Ella también cuidaba todos los detalles que podían favorecer el cliché de mujer que sabe infundir respeto.
Tal vez por esa imagen, que según ella le permitía mantener una privilegiada relación con la opinión pública, sus relaciones con la reina no fueron buenas. Isabel II recibía todas las semanas a la primera ministra en el palacio de Buckingham, que es su casa, y lo hacía en un tono doméstico que no le iba a la personalidad de Margaret Thatcher
. Uno se la imaginaba difícilmente tomando té, relajada, hablando de caballos o de pintura con la reina.
 De hecho, los británicos se quedaron fríos cuando el hijo de la Dama de Hierro, Mark, se perdió en el Sáhara con ocasión de un Paris Dakar y su madre apareció sollozando ante las cámaras de televisión.
Esa no es su Maggie. La auténtica era la que escuchaba a su oponente con la cabeza algo ladeada y sus bonitos ojos azules medio entornados, para lanzarse después como un águila, con las garras por delante, sobre su pieza
. La auténtica era la que hacia callar sin remilgos a sus ministros de Asuntos Exteriores o la que discutía sin complejos con los expertos del Banco de Inglaterra hasta imponerles su criterio.
 De sus relaciones con la reina se cuenta una anécdota, posiblemente falsa, que refleja la tensión entre las dos mujeres, ambas de la misma edad. Un día, la primera ministra acudió a un acto, oficial con un traje del mismo color que el que llevaba Isabel II.
 A la mañana siguiente, el secretario de Downing Street pidió al palacio de Buckingham que informara con antelación del vestido de la reina para evitar futuras coincidencias
. La respuesta fue real: “La reina nunca se fija en el color del vestido de sus invitados”.
Algunos de los enemigos de Margaret Thatcher, que eran muchos, incluso dentro de su propio partido, decían que se veía a sí misma como una heroína con una misión que cumplir: luchar contra la intervención del Estado, devolver la brillantez a la iniciativa privada, garantizar la defensa de Occidente y, sobre todo, devolver la confianza a sus compatriotas.
Cuando los argentinos tuvieron la desgraciada idea de invadir las islas, Margaret Thatcher se encontraba en un momento pésimo: su popularidad había bajado varios enteros, el partido había perdido unas elecciones parciales y sus compañeros empezaban a conspirar para desbancarla antes de las nuevas elecciones
. La guerra (nunca se sabrá si Margaret Thatcher ordenó hundir el crucero argentino General Belgrano para impedir cualquier arreglo negociado) constituyó un auténtico éxito personal para la primera ministra.
“Vamos a comprobar ahora de verdad de qué metal está hecha”, dijo en los Comunes el diputado ultraderechista Enoch Powell. Maggie no dejó lugar a dudas: se comportó como si estuviera hecha de acero, decidiendo personalmente qué hacer y cuándo hacerlo, y celebrando reuniones de guerra con generales y almirantes.
Los británicos recompensaron ampliamente el riesgo que había corrido y le devolvieron su apoyo
. Margaret Thatcher les dejó en la boca el buen sabor del trabajo bien hecho.
 El Reino Unido no era solo un país que demostraba su eficacia organizando a la perfección bodas y entierros reales (el periódico norteamericano Boston Globe dijo que la boda del príncipe Carlos se había celebrado con la misma precisión con la que los comandos israelíes realizan sus mejores operaciones), sino una potencia capaz de llegar al fin del mundo y de imponer su fuerza.
De la guerra de las Malvinas, Margaret Thatcher conservó siempre cierto gusto por las expresiones militares: “Un general no abandona el campo de batalla”, “cuando la lucha llega a su punto culminante hay que estar presente”.
 Las encuestas señalaban que los británicos estaban fascinados por su imagen de mujer fuerte de la Biblia. “Cuando quieras que alguien diga algo, pídeselo a un hombre.
 Pero si quieres que alguien haga algo, pídeselo a una mujer”
. La frase era de Margaret Thatcher.