Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 abr 2013

El príncipe Felipe a los jueces: “Sois merecedores de la mayor confianza”

El Príncipe de Asturias ha felicitado hoy a los nuevos jueces en la ceremonia de entrega de despachos, que se celebra cada año en Barcelona: "Los miembros de la carrera judicial sois merecedores de la mayor confianza", ha dicho don Felipe, que ha sido recibido con una larga ovación por los 231 jueces que integran la promoción, en la que son mayoría las mujeres (63%). Un día después de conocerse la imputación de su hermana, la infanta Cristina, el Príncipe ha instado a los jueces a desarrollar su trabajo "con prudencia y fortaleza".
La labor de los jueces, ha subrayado, "cobra aún mayor trascendencia en momentos complejos, como los actuales, que exigen a todos afrontar con valentía retos y desafíos, y que demandan eficacia, seguridad y confianza".
Los nuevos profesionales, ha remachado el Príncipe en un breve discurso, están "perfectamente preparados" y serán "rigurosos y comprometidos" con "la fundamental tarea de impartir justicia". Su labor esencial debe ser la "protección de los derechos de los ciudadanos".
Al acto han asistido algunas de las máximas autoridades del país: la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, el fiscal general del Estado, Eduardo Torres Dulce, y el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Gonzalo Moliner, entre otros.
 Moliner también ha destacado el "momento crucial" que atraviesa la sociedad, por lo que ha pedido a los jueces que aporten "confianza, transparencia y seguridad" a los ciudadanos.
"Hoy asistimos a un protagonismo de los tribunales de innegable dimensión. La justicia y sus jueces son objeto de una atención y consideración social que, en el fondo, conlleva la convicción de que suponen una verdadera garantía en la prevalencia del derecho", ha dicho el presidente del Supremo antes de entregar, junto al resto de autoridades, los despachos a los jueces.
Los recién incorporados a la carrera judicial tienen una media de 30 años y han necesitado casi cinco años para preparar y aprobar la oposición. La comunidad que más jueces aporta (46) es Andalucía.

3 abr 2013

Lady Di pensaba que el rey Juan Carlos era un viejo verde

Juan Carlos I

Lady Di pensaba que el rey Juan Carlos era un viejo verde

Andrew Morton, escritor que en su momento hizo temblar la monarquía británica con aquella biografía de Lady Di donde confesaba cómo su matrimonio era cosa de tres, ha cargado ahora su pluma contra la Casa Real española.
No contento con haber contado las 69 posiciones de la boca de Monica Lewinsky o la homosexualidad de Tom Cruise, ahora presenta un libro para sacar a relucir las miserias de las cuatro mujeres de nuestra corona; la reina Sofía, Letizia Ortiz y las infantas Elena y Cristina.
Uno de los capítulos que más juego le ha dado a Morton para escribir ha sido las relaciones de Don Juan Carlos con la reina Sofía, haciendo hincapié en la desmesurada hambre de sexo de la que goza nuestro monarca, del que llega a decir que se ha tirado a unas 1.500 mujeres ¡menos lobos, Caperucita!
Aunque no todas sucumbieron a sus encantos, una de ellas la princesa Diana de Gales, que debió pensar que ya tenía bastante con levantarse junto a dos orejas hablantes como para acostarse con el fantasma del Borbón.
Tal fue el ímpetu que puso su majestad en conquistarla durante sus vacaciones en Mallorca, que Diana se sintió acosada y pidió ayuda a Carlos para que le liberara del, palabras textuales, “viejo verde”. Carlos como buen infiel pasó del tema y Lady Diana se tuvo que refugiar en los brazos de la reina haciendo causa común con ella.
¡Ay qué triste es la vida de las esposas de los príncipes azules que se vuelven ranas!

La noche que Lady Di se vistió de hombre para visitar un bar gay

La actriz cómica Cleo Rocos rememora en un libro una increíble anécdota de Diana de Gales

Aún casada con Carlos de Inglaterra, la princesa salió de marcha con Freddie Mercury y otros.

 

Freddie Mercury y Diana de Gales, en la época en que solían salir de marcha juntos.

Incluso los personajes más célebres pueden soltarse la melena sin ser reconocidos
. Lo prueba Diana de Gales, que a finales de la década de los ochenta pasó una noche en un bar gay disfrazada con ropa masculina sin que nadie sospechase de su identidad.
 La revelación viene de mano de la actriz cómica Cleo Rocos, que en su nuevo libro, The Power of Positive Drinking, describe una de las noches que pasó con Lady Di, Freddie Mercury y el showman británico Kenny Everett, uno de los favoritos de la princesa.
Todo empezó con el grupo bebiendo champán mientras veían capítulos de la serie Las chicas de oro en la casa de Everett. La noche se fue caldeando cuando decidieron bajar el volumen de la televisión y doblar ellos mismosel programa improvisando diálogos subidos de tono.
A la princesa de Gales, que por entonces tenía 27 años, le fue asignado el personaje de Dorothy. Lo estaba pasando tan bien que quiso continuar la noche junto a sus amigos en Vauxhall Tavern, un pub de ambiente en el sur de Londres.
Dejemos que la chica se divierta”, sentenció el cantante de Queen ante los ruegos de Lady Di, que moría de ganas de visitar un bar gay y camufló su identidad con una chaqueta militar, unas gafas de sol y el pelo escondido bajo una gorra de cuero.
Intentaron disuadirla, alegando que no era un lugar adecuado para ella, que estaba “repleto de hombres peludos” y que a veces estallaban peleas.
Pero, según Rocos, la madre del heredero al trono británico tenía “el día travieso” y estuvo suplicando a Mercury hasta que este cedió.
 “Dejemos que la chica se divierta”, sentenció el cantante de Queen. Lady Di prometió quedarse solo para una copa y camufló su identidad con una chaqueta militar, unas gafas de sol y el pelo escondido bajo una gorra de cuero.
 La pandilla dio su aprobación tras decidir que pasaba perfectamente por “un modelo masculino vestido de manera excéntrica” y tomaron un taxi.
En el local nadie la reconoció, lo que encantó a la princesa. “Tenía el aspecto de un joven muy guapo”, escribe Rocos en su libro. Diana pidió una cerveza y un vino blanco y, cuando los terminó, el clan al completo la acompañó hasta su casa en el palacio de Kensington. Al día siguiente, devolvió la ropa con el mensaje “¡Tenemos que repetir!”.
Se cree que la anécdota tuvo lugar en 1988, cuando Lady Di todavía estaba casada con el príncipe Carlos. La pareja se separó en 1992 y se divorció en 1996, un año antes de que Diana falleciera en un accidente de tráfico en París.
 Tanto Mercury como Everett fallecieron durante la década de los noventa por complicaciones del sida que padecían.
La imagen actual del bar donde acudió Diana de Gales vestida de hombre. / CORDON

El Salto del Angel, Lo incomunicable


Lu cong 10 Invocar el enigma y el misterio de la vida, y de cada existencia singular, puede resultar insuficiente para hacernos cargo de aquello que no acabamos de comprender y sin embargo nos constituye.
Y no parece fácil ni explicarlo, ni describirlo.
 Decir que cada quien guarda su secreto no aclara demasiado.
 Entre otras razones, porque el asunto no es ahora lo que se oculta a los ojos y al sentir ajenos. La cuestión es no pocas veces lo que se hurta a nuestra propia consideración.
 Cuando no hay mucho que decir y todo parece estar dicho, sin embargo es como si algo bien decisivo quedara ausente de cualquier explicitación.
No es que nos lo guardemos para nosotros
. Es que ni siquiera propiamente lo poseemos.
 Es muy  improbable, sin que sea necesariamente de modo sofisticado o grandilocuente, no haber sentido que estamos desbordados por lo que somos, y no sólo por lo que nos pasa, y es frecuente no saber apenas de uno mismo
. Es como si sólo nos dijéramos cuando reconocemos que, puestos a sorprender, somos los primeros sorprendidos.
La falsa tendencia a considerar que esta experiencia es producto de una profunda elaboración teórica ignora que es de una contundencia y de una cotidianidad tan constantes y radicales que en muchos ámbitos ni siquiera es preciso argumentar para convencer. Nos ocurre.
 Y a quien le sucede no precisa demasiadas aclaraciones.
 Pero sí algunas.
No es una extravagancia saber que no nos tenemos del todo y que quizá no nos tendremos nunca. Y ello no sólo constituye nuestra soledad, sino nuestra identidad y nuestra diferencia. Resulta tan trivial, que prácticamente tiene tendencia a desaparecer. Es lo que ocurre con algunas evidencias, que son todo un secreto.
La reiterada cita de Wittgenstein acerca de lo que no se puede hablar, considerando que hay que callarlo, mientras Adorno insiste en que precisamente de ello ha de hablarse, encuentra interlocución en Eco, quien a su modo vendría a decir que de lo que no se puede hablar hay que narrarlo. La cosa es si cabe hacerse. Que Hegel haya puesto, como suele, el asunto en un desafío absoluto, al subrayar que no hay lo inexpresable, no nos alivia ni nos evita ciertas cuestiones.
Ni siquiera está claro que nosotros mismos no seamos en cierto modo de lo que no hay. Y ello es un estímulo
. Entonces, lo determinante es el modo de respuesta, que siempre es un modo de decir.
Ni lo sabemos ni lo podemos todo al respecto, pero precisamente esta escisión es la clave de cualquier comunicación.
Lu cong 60
Aunque contemos cuanto sabemos con todo tipo de detalles, sin pretender ocultar nada, a pesar de que, como suele decirse, nos sinceremos, por más que, entregados, no busquemos guardar ni lo más mínimo, no se expide lo que no resulta transmisible
. Entre otras razones, porque ni siquiera es un contenido conformado y definido. Podría pensarse que, en cualquier caso, se desvela en cada palabra. Y no faltarán quienes buscan dilucidar en lo dicho un sentido que ni reside ni se agota en ello.
Ni se limita a la relación o a la emoción, ni al sentimiento, ni a las impotencias del concepto, ni siquiera sólo a nuestra capacidad. Ni se resuelve con más sinceridad, ni se aclara con más detenimiento. No es cosa de una mayor competencia o voluntad. Sin duda influyen, pero no resuelven la cuestión.
Ni siquiera la desplazan. Quizá precisamente lo incomunicable nos impulse una y otra vez a tratar de comunicarnos.
Y no se diluye con que lo hagamos impecablemente. Más bien con ello se ratifica hasta qué punto el asunto parece no agotarse en la intención de quien considera que basta dar con la expresión adecuada. A veces tratamos de otorgar lo que ni siquiera poseemos, con la confianza de que al hacerlo se nos desvele o se nos presente a nosotros mismos.
Se insiste con razón en lo que un rostro revela. A su vez ofrece un silencio singular. Es una presencia que a la par desvela una peculiar ausencia. Suya, muy suya, sólo suya, y que curiosamente no le pertenece en absoluto. Es como si anunciara lo vivido y al mismo tiempo lo deseado, lo inviable, lo no sucedido, en un espacio inclasificable, como aquello que no se deja recoger en un relato, lo inenarrable, pero que lo perfila y lo concreta.
 No es preciso ni agudizar la vista ni la descripción tratando de captar lo que se impone sin requerir muchas explicaciones. Pero tal imposición tiene más que ver con un impacto que con una concepción. Nos comunica bien lo incomunicable como incomunicable.
No es que simplemente se sugiera, es que en ocasiones lo que se dice no se identifica sin más con lo que se comunica. Y no sólo porque ello implica al otro, a los otros, sino porque no se ajusta al control que el propio lenguaje trata de imponer.
 Sin embargo, se vislumbra de tal modo que no se reduce únicamente a lo que no se transmite, ni a lo que se acalla, sino que es tal su contundencia que constituye una nueva forma y figura. Cada quien es asimismo lo incomunicable en él y por él.
 No es idéntico en todos los casos y en cierto modo en ello reside no poco del atractivo individual. No lo que esconde o acalla, tantas veces inocuo  o, por muy decisivo que parezca, de poco interés.
 Se trata de lo que nunca podría decir, y en este sentido ni ocultar, aunque sólo se preserva con lo que singularmente es. Lo incomunicable forma parte de su insustituible palabra, de lo que nadie vivirá en su lugar. Y gracias a ella pervive. Y viceversa, por serlo, da permanentemente que decir.
Lu cong 5
El afán de desvelar lo que no está oculto y es palmaria superficie, como un enigma sin secreto, el ansia de entenderlo y de explicarlo todo, confirma una vez más la impotencia de un modo de proceder sensato pero insuficiente.
 Cada descubrimiento, cada invención, no sólo generan nuevas tareas, problematizan las labores y abren  nuevas posibilidades, confirman que lo que da que decir ni  se agota ni se clausura con lo dicho.
Atribuir a la falta de espontaneidad o de sinceridad el no exponer permanentemente todo no es una simple desconsideración para con la intimidad o la confidencialidad, es ignorar hasta qué punto no vivimos en la absoluta posesión del contenido y del sentido. Incluso hay quienes creen que sólo es real lo que ellos conocen de primera mano o cosas semejantes.
 Cualquier otra perspectiva, otro alcance u otra orientación les parecen no sólo improbables sino inviables, cuando no falsos. Ellos son la medida de todas las cosas, y más aún, de todo lo factible y de todo lo posible.
No se trata de encontrar en lo inabarcable o en lo inefable una coartada para silenciar o ignorar la verdad. Pero incluso en la más generosa entrega a ella, ha de reconocerse su resistencia a ser masticada y deglutida, ingerida como lo que sucede, hasta convertirlo todo en asumible para nuestro provecho
. En la sociedad de la permanente transmisión nacen otras opacidades y otras soledades.
La supuesta pura y absoluta transparencia y circulación se enfrenta con nuevos reductos, no pocos creados por ese afán, y se encuentra con la impenetrabilidad de lo que en cada quien y en cada vida no se deja atrapar por la entronización de lo comunicable.
LU CONG 15
(Imágenes: Pinturas de Lu Cong)