Con Anne Sexton siempre se empieza por el final.
No es fácil librarse del ritual de muerte que la poeta interpretó el 4 de octubre de 1974, cuando se puso el abrigo de piel que había heredado de su madre, se bebió dos vodkas y con un tercero en la mano entró en el garaje de su casa, encendió el motor y la radio de su Cougar rojo y se quitó la vida. Poco importaba su enorme talento, su fama, su belleza, el éxito de su obra en el ámbito literario y académico
. Tampoco sus dos hijas. Años antes le había reprochado a su amiga Sylvia Plath (ambas habían coincidido en un taller de poesía de Robert Lowell, donde los versos fluyeron tanto como los martinis) que le hubiese robado la gran idea. “¡Ladrona!”, escribió Sexton. “¿Cómo te has metido dentro, / te has metido abajo sola / en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo?”.
Sin embargo, las casi 1.000 páginas que componen sus obras completas, que mañana llegan a las librerías españolas editadas en un solo volumen por Linteo Poesía, traducidas y estudiadas durante dos años por José Luis Reina Palazón en la colección de poesía dirigida por Antonio Colinas, empiezan por donde se debe, por el principio.
Anne Gray Harvey nació el 9 de noviembre de 1928 en el seno de una familia burguesa de Massachusetts. Hija de un exitoso fabricante de lanas, era la pequeña de tres hermanas.
Siempre vivió en buenos barrios de Boston. Decidió dejar los estudios para casarse. Su primer contacto con la depresión fue en el posparto de su primera hija.
Y entre principio y fin un ciclón poético, sexual, doméstico, alcohólico, familiar, médico, químico… Sexton hija, Sexton madre, Sexton mujer.
“La característica de su lírica es el uso del material autobiográfico y su precisa transformación en materia poética”, explica José Luis Reina Palazón. El traductor apunta cómo su poesía muestra desde muy pronto “un comportamiento contradictorio desarrollado desde la niñez”. Por un lado, es una mujer atractiva, alegre y fuerte. Por otro, una mujer convencida de que sufre “un dolor insoportable”, lo que la convierte irremediablemente en un ser marginal.
Ahí entra la enfermedad mental y su tabla de salvación: la poesía.
Sexton fue una mujer reconocida y premiada en su tiempo, becada para escribir sus libros, profesora titular en la Universidad de Boston, ganadora del Pulitzer y luego jurado del prestigioso premio…
Su poesía confesional la convirtió en una de las escritoras más famosas de su país.
Para quien no la conozca son muy recomendables los vídeos en los que aparece en su casa en 1966. Cuando Sexton recita Menstruación a los 40 años tiemblan los relamidos jardines del sueño americano.
Delgada y alta como una modelo, teatral, con sus ojos azules y su pelo negro, su voz de fumadora se pega a la piel como el sudor en verano.
Su amiga la escritora Maxine Kumin relata que al conocerla en un taller de poesía le llamaron la atención las pulseras, los tacones y el perfume francés
. Su poesía se regodeaba en los tabúes del cuerpo femenino y ella, siempre intensa, no dejaba indiferente a nadie. “Quien acude al don de Anne Sexton no puede salvarse de su mensaje amenazador”, escribe Reina Palazón.
“Ese mensaje amenazador”, explica por teléfono el traductor, “es la duda entra la vida y la muerte que la acompañó durante toda su existencia.
Esa dualidad se la expresó en una carta a Saul Bellow y él le respondió con una cita de Herzog: ‘Con un gran aliento, atrapado y mantenido en su pecho, combatió su tristeza por su solitaria vida. ¡No llores, idiota! Vive o muere, pero no envenenes todo…”. Cita que Sexton usaría para abrir su celebrado Vive o muere (1966), en el que ella se decide claramente por la vida.
“Pero el desequilibrio psicológico, que arrancó en el primer posparto, creando en ella una horrible mala conciencia, la siguió acompañando.
Ni siquiera su triunfo total, que llegó después de este libro, los cuatro honoris causa que recibió, o la capacidad de convocatoria de sus recitales, fueron suficientes”.
Anne Sexton escribió que los suicidas tienen un lenguaje especial: “Como carpinteros quieren saber qué herramientas.
Nunca sin embargo por qué construir”. En Cartas para el Doctor Y, que dejó inédito hasta después de su muerte, invoca tozuda su única suerte: “Muerte, / necesito mi pequeña adicción a ti, / necesito esa vocecita que, / hasta cuando asciendo desde el mar, / toda una mujer, completa, / dice mátame, mátame”.
No es fácil librarse del ritual de muerte que la poeta interpretó el 4 de octubre de 1974, cuando se puso el abrigo de piel que había heredado de su madre, se bebió dos vodkas y con un tercero en la mano entró en el garaje de su casa, encendió el motor y la radio de su Cougar rojo y se quitó la vida. Poco importaba su enorme talento, su fama, su belleza, el éxito de su obra en el ámbito literario y académico
. Tampoco sus dos hijas. Años antes le había reprochado a su amiga Sylvia Plath (ambas habían coincidido en un taller de poesía de Robert Lowell, donde los versos fluyeron tanto como los martinis) que le hubiese robado la gran idea. “¡Ladrona!”, escribió Sexton. “¿Cómo te has metido dentro, / te has metido abajo sola / en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo?”.
Sin embargo, las casi 1.000 páginas que componen sus obras completas, que mañana llegan a las librerías españolas editadas en un solo volumen por Linteo Poesía, traducidas y estudiadas durante dos años por José Luis Reina Palazón en la colección de poesía dirigida por Antonio Colinas, empiezan por donde se debe, por el principio.
Anne Gray Harvey nació el 9 de noviembre de 1928 en el seno de una familia burguesa de Massachusetts. Hija de un exitoso fabricante de lanas, era la pequeña de tres hermanas.
Siempre vivió en buenos barrios de Boston. Decidió dejar los estudios para casarse. Su primer contacto con la depresión fue en el posparto de su primera hija.
Y entre principio y fin un ciclón poético, sexual, doméstico, alcohólico, familiar, médico, químico… Sexton hija, Sexton madre, Sexton mujer.
“La característica de su lírica es el uso del material autobiográfico y su precisa transformación en materia poética”, explica José Luis Reina Palazón. El traductor apunta cómo su poesía muestra desde muy pronto “un comportamiento contradictorio desarrollado desde la niñez”. Por un lado, es una mujer atractiva, alegre y fuerte. Por otro, una mujer convencida de que sufre “un dolor insoportable”, lo que la convierte irremediablemente en un ser marginal.
Ahí entra la enfermedad mental y su tabla de salvación: la poesía.
Sexton fue una mujer reconocida y premiada en su tiempo, becada para escribir sus libros, profesora titular en la Universidad de Boston, ganadora del Pulitzer y luego jurado del prestigioso premio…
Su poesía confesional la convirtió en una de las escritoras más famosas de su país.
Para quien no la conozca son muy recomendables los vídeos en los que aparece en su casa en 1966. Cuando Sexton recita Menstruación a los 40 años tiemblan los relamidos jardines del sueño americano.
Delgada y alta como una modelo, teatral, con sus ojos azules y su pelo negro, su voz de fumadora se pega a la piel como el sudor en verano.
Su amiga la escritora Maxine Kumin relata que al conocerla en un taller de poesía le llamaron la atención las pulseras, los tacones y el perfume francés
. Su poesía se regodeaba en los tabúes del cuerpo femenino y ella, siempre intensa, no dejaba indiferente a nadie. “Quien acude al don de Anne Sexton no puede salvarse de su mensaje amenazador”, escribe Reina Palazón.
“Ese mensaje amenazador”, explica por teléfono el traductor, “es la duda entra la vida y la muerte que la acompañó durante toda su existencia.
Esa dualidad se la expresó en una carta a Saul Bellow y él le respondió con una cita de Herzog: ‘Con un gran aliento, atrapado y mantenido en su pecho, combatió su tristeza por su solitaria vida. ¡No llores, idiota! Vive o muere, pero no envenenes todo…”. Cita que Sexton usaría para abrir su celebrado Vive o muere (1966), en el que ella se decide claramente por la vida.
“Pero el desequilibrio psicológico, que arrancó en el primer posparto, creando en ella una horrible mala conciencia, la siguió acompañando.
Ni siquiera su triunfo total, que llegó después de este libro, los cuatro honoris causa que recibió, o la capacidad de convocatoria de sus recitales, fueron suficientes”.
Anne Sexton escribió que los suicidas tienen un lenguaje especial: “Como carpinteros quieren saber qué herramientas.
Nunca sin embargo por qué construir”. En Cartas para el Doctor Y, que dejó inédito hasta después de su muerte, invoca tozuda su única suerte: “Muerte, / necesito mi pequeña adicción a ti, / necesito esa vocecita que, / hasta cuando asciendo desde el mar, / toda una mujer, completa, / dice mátame, mátame”.