Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

29 mar 2013

El presidente de Chipre descarta tener “intención” de salir del euro

Anastasiadis critica a los socios de la eurozona por el "experimento" del rescate a Chipre

Los bancos abren con normalidad en la segunda jornada tras el cierre de 10 días.

Cola a la entrada de una sucursal del Laiki Bank en Nicosia. / PATRICK BAZ (AFP)

El presidente de Chipre, el conservador Nikos Anastasiadis, ha querido despejar hoy la intranquilidad suscitada por el rescate del país en círculos financieros e instituciones internacionales con un mensaje muy claro: Chipre no abandonará la moneda única.
 “No tenemos ninguna intención de salirnos del euro”, ha dicho Anastasiadis este viernes en la conferencia anual del sindicato de la función pública, que se ha celebrado en Nicosia.
No obstante, ha aprovechado la ocasión para criticar a sus socios de la Eurozona por imponer a su país “demandas sin precedentes que han forzado a Chipre a convertirse en un experimento”, en referencia a la obligación de los depositantes de los bancos a cargar con parte del rescate, imponiendo quitas a los ahorradores que tengan más de 100.000 euros en depósitos, acciones u obligaciones.
La permanencia en la eurozona, sin embargo, no está libre de obstáculos, subrayó. “Asumí un Estado en bancarrota [al tomar posesión hace un mes] y ahora lo que toca es hacer reformas difíciles” para reducir el gasto público, dijo, sin referirse expresamente a una reducción de salarios de funcionarios, en un país donde el sector público es el mayor empleador.
“En ningún caso se va a jugar con el futuro de Chipre”, añadió.
Con su mensaje, y enarbolando el ejemplo de sus propias medidas de austeridad –bajarse el sueldo un 25%-, Anastasiadis salía al paso también de las voces más críticas con el rescate en el interior de Chipre, como la del presidente del Parlamento, el socialdemócrata Yannis Omiru, que ha hecho suyo el discurso popular: sí al euro, no a las imposiciones de la troika.
 En la misma conferencia de funcionarios, Omiru defendió la viabilidad del país dentro de la eurozona, pero no a cualquier precio. “Chipre no debe tolerar cadenas” de la troika, dijo; “me pregunto si lo correcto es aceptar condiciones humillantes, rayanas en la esclavitud de los chipriotas y de Chipre, o sería mejor buscar soluciones alternativas”.
El frente interno no ha concedido ni un segundo de respiro a Anastasiadis tras la aprobación in extremis del rescate, el lunes pasado.
 A las críticas de Omiru, a quien como representante del Legislativo correspondería en teoría un papel más institucional y menos político, se suman las del resto de partidos en la oposición. El centrista Diko acusó ayer a Gobierno y bancos de conocer de antemano las condiciones del rescate de la troika y actuar en consecuencia. El comunista AKEL ha solicitado un referéndum sobre la permanencia del país en el euro. Todos ellos rechazaron en el Parlamento el primer rescate acordado, que imponía una tasa sobre todos los depósitos, tanto los superiores como los inferiores a 100.000 euros.
El discurso de Anastasiadis coincide con la valoración del Instituto Internacional de Finanzas (IIF), que reúne a los principales bancos del mundo, según el cual la posibilidad real de una salida de la zona euro es evidente.
 “Chipre tiene todas las cargas derivadas de estar en el euro, pero ninguna de sus ventajas”, informaron a última hora del jueves fuentes del IFF en Washington. Lo mismo, pero con otras palabras, que opinan muchos chipriotas, líderes políticos incluidos.
Tras la excepcionalidad de la jornada de ayer, marcada por la reapertura de las sucursales tras casi dos semanas de cierre y la aplicación de medidas de control de capitales, la normalidad ha presidido este viernes el funcionamiento de los bancos.
 Todas las oficinas han abierto con el horario habitual y solo eran perceptibles mínimas colas ante algunas sucursales del Laiki Bank, el banco más afectado por la crisis.

 

Nunca tan pocos (y tan raros) engañaron tanto a Hitler

Ben Macintyre rastrea la increíble historia de los superespías que desorientaron a los nazis el Día D.

Imagen del desembarco de Normandia en dia 6 de Junio de 1944. / Robert F. Sargent. (Archivos Nacionales de Canada)

No eran soldados, sino un abigarrado grupo de personas extravagantes y exasperantes, en su mayoría de moralidad escasa y de lealtad dudosa, y costaban mucho dinero
. Pero se jugaron la piel y contribuyeron decisivamente a ganar la guerra. La alambicada historia de los agentes dobles empleados por el servicio secreto británico para engañar a los alemanes en la II Guerra Mundial y distraer su atención de las playas de Normandía ha sido contada muchas veces, pero nunca hasta ahora de manera tan completa y apasionante (y con tanto sentido del humor) como lo hace en su nuevo libro el notable especialista en el espionaje en esa contienda Ben Macintyre.
Considerado por su popularidad como el Antony Beevor de la II Guerra Mundial librada en las sombras, el autor de otros títulos de referencia sobre el tema como El agente Zigzag y El hombre que nunca existió publica ahora en España, también en Crítica, La historia secreta del Día D, subtitulado La verdad sobre los superespías que engañaron a Hitler.
El libro está dedicado especialmente a los cinco espías que formaron el núcleo de la Doble Cruz, un alambicado sistema de agentes dobles creado para confundir a los alemanes y que fueron los que consiguieron que los nazis creyeran a pies juntillas que la verdadera invasión de Europa se realizaría en Calais y no en Normandía.
Esa singular “arma secreta” de agentes que trabajaban para unos (los británicos) haciendo creer a los otros (los nazis) que lo hacían para ellos eran, describe Macintyre, Elvira Chaudoir (peruana bisexual, jugadora e inestable), Roman Czerniawski (ex piloto de caza polaco, fervorosamente patriota e inconsciente), Lily Sergeyev (francesa voluble), Dusko Popov (serbio seductor) y Juan Pujol (catalán excriador de pollos). ¿Fueron realmente tan decisivos? “No hay duda de que marcaron la diferencia. Es difícil calcular cuántas vidas aliadas salvaron, pero fueron muchas”, explica en Madrid Macintyre, un hombre tan inteligente y simpático como sus libros. “Eisenhower, Montgomery, los propios mandos alemanes, todos admitieron la relevancia de esos agentes en el éxito de la invasión del Día D”.
Le pregunto cuál es su personaje favorito de los cinco agentes dobles
. Sonríe encantado. “Diré dos: Chaudoir, alias Bronx, es la más intrigante y fascinante, playgirl, bisexual, se mete en el espionaje por accidente y luego casi traiciona los planes por la muerte de su perrito. El otro, por supuesto, es Pujol, alias Garbo, por su bravado y por su uso de la inteligencia y de la palabra como armas, es un loco genial que decide por sí solo aplastar a los alemanes con el engaño”. Las técnicas de espionaje de la II Guerra Mundial, con sus palomas (Macintyre dedica un capítulo inolvidable a su uso), radiotransmisiones, túneles y tintas invisibles, “nos pueden parecer ahora algo amateurs y hasta inocentes”, continúa el autor. “Pero los británicos, Churchill el primero, se tomaban el asunto muy en serio.
 Estaban muy interesados en la contrainteligencia y el uso de gente con mentalidades retorcidas como sacacorchos que pudieran mirar al otro lado de la esquina”.
Los servicios secretos ingleses, señala Macintyre, se dieron cuenta de que la inteligencia alemana era muy vulnerable al contraespionaje. “Los alemanes eran muy literales, pensaban en línea recta y era fácil engañarles, tendían a aceptar datos de sus agentes sin cuestionarlos”.
 Había, continúa, otras razones por las que era fácil que los alemanes creyeran las mentiras. “Había una enorme corrupción en el seno de muchas de las secciones de la Abwehr, el servicio secreto militar alemán. Por otro lado, parte de la Abwehr trabajaba también contra Hitler”. Macintyre considera que los británicos contaban con otras ventajas para el contraespionaje: el sentido del humor y la capacidad de asimilar a gente extravagante en sus filas. “Definitivamente, algo muy peculiar de la inteligencia británica es su virtuosismo para reclutar y aprovechar a gente sin aparente valor y hasta muy rara. Eso tiene que ver con el gusto británico por la teatralidad y lo melodramático. Además, nos encanta la mentira. Es muy británico vivir vidas dobles”.
Ben Macintyre, escritor
El escritor recuerda que muchos de los personajes del servicio secreto británico eran novelistas frustrados y grandes espías fueron novelistas: Graham Greene, Somerset Maugham, Ian Fleming… “En Madrid en 1941 los agentes británicos eran dos novelistas con obra publicada, tres no publicados y un poeta”.
El investigador está de acuerdo en que las grandes batallas —Stalingrado, El Alamein, Kursk, Midway— han dejado en segundo plano la historia del espionaje en la II Guerra Mundial.
“Pero hay una nueva corriente de estudios que está sacando a la luz mucha nueva información de esa guerra secreta librada lejos de los tanques y los cañones.
 Sin menospreciar a los hombres del frente, la batalla del espionaje es apasionante y está llena de difíciles decisiones morales, es muy humana en ese sentido”.
Macintyre se muestra muy comprensivo con la inmoralidad de esa guerra. “A mí me enseñaron que Gran Bretaña ganó la guerra porque éramos nobles y buenos. Actualmente sé que ganamos en buena medida porque éramos malos y mentíamos”.
¿Llevamos todos un espía dentro? “Todos somos dobles agentes, unos más que otros. Todos tenemos una sombra, y amamos la idea de estar en medio de la gente escondiendo un secreto. Por eso nos gustan las historias de espías”.
El libro subraya la belleza del engaño. “Adoro el ensamblaje de una mentira complicada como la que se tejió para desviar la atención de Hitler de Normandía, hay una estética indudable en una buena mentira”.
En las historias de los cinco superespías, como en general en ese mundo, el espionaje va de la mano con las relaciones amorosas. “Son experiencias muy similares. Un doble agente en el fondo es como un amante infiel, traiciona a su controlador con otro secreto, es igual que un amor adúltero.
 La traición, la lealtad, la honestidad, la conveniencia, son temas que se pueden aplicar a los dos mundos, el amor y el espionaje”.

 

28 mar 2013

Un Mar que cambió de color

Estuve junto a un mar que cambió de azul

A negro aceituna,

Que se agitaba y respiraba

Y se volvía a calmar.

No entiendo nada de  ondas marítimas

Pero el contexto me insinuaba

Su pretensión de que evocara

Las rastras de la desidia,

Porque también odio mi poesía.

Más  mi alma tuvo el deseo de no pensar.

Preferí  estarme quieta. Cerré los ojos.

Me dijo de una mujer en mi sitio

De extraños cabellos blancos

Que escribía poemas

Cuando apenas articulaba dos palabras.

Ahora que lo recuerdo, estuvo bien

Que al menos por unos minutos

Ese mar me callara.

Cerebro de delincuente


El mapa del cerebro todavía es un arcano. / getty

Los 96 reclusos forman en fila india. Es su último día en prisión, pero antes de salir a la calle tienen que pasar por una última prueba: el detector de futura criminalidad.
 De uno en uno entran en la sala donde los médicos les colocan una especie de casquete
. Sentados frente a un ordenador, los todavía reos tienen que responder a preguntas y usar unos videojuegos.
 Parece un examen del carné de conducir.
 Pero no les vale haberse entrenado ni saberse las respuestas.
Al otro lado del cristal, un monitor va procesando sus estímulos cerebrales
. Al ver los resultados de uno de ellos en pantalla, el doctor Khiel lanza una mirada cómplice al alcaide: “Este”, apunta. No necesita decir más. El director de la cárcel se vuelve hacia su ayudante: “Toma nota. El recluso 4.567 quedará libre, pero con vigilancia especial.
 Antes de que pasen cuatro años lo volveremos a tener aquí”. No es una película. Y, si lo fuera, no sería muy original, porque Spielberg, en su adaptación del relato Minority report de Philip K. Dick (1956), ya usó un argumento similar.
 Pero si quisiéramos hacer una nueva versión de la película, la frase de que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia” no se podría usar. Más bien, para ser justos con los derechos de propiedad intelectual, en los títulos de crédito debería figurar otra que dijera: “Basada en una historia sacada de Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) en su versión recogida por Science y Nature”. No es poca cosa como fuente de inspiración: se trata de tres de las publicaciones científicas más importantes del mundo.
Las bases reales de este supuesto guion se están escribiendo en estos momentos.
 Las pruebas de neuroimagen son una herramienta cargada de posibilidades entre los investigadores. En este caso se utilizaron para medir la probabilidad de reincidir de un grupo de convictos. Y en ciencia, ya se sabe, después del primer paso vienen los demás. Y la idea de predecir el comportamiento —más aún el criminal— por métodos científicos es tentadora.
Ya lo intentó Cesare Lomboso en el siglo XIX, con su intento de identificar y clasificar a los delincuentes en particular o a las personas en general por su aspecto. La teoría, nunca comprobada, tuvo bastante éxito, y sus coletazos llegaron hasta Antonio Vallejo Nájera e incluso a Gregorio Marañón. El franquismo en España intentó usar algo similar para identificar a rojos y otros desafectos, con sentencias en las que “la mirada” o “el prognatismo” se asociaban a comportamientos perseguibles.
En este caso, se utilizó neuroimagen para ver qué pasaba en una diminuta porción del cerebro, el córtex del cíngulo anterior (CCA). En concreto, los investigadores de la ONG Mind Research Network de Albuquerque (Nuevo México) consiguieron el permiso para estudiar el cerebro de 96 hombres justo antes de salir de prisión. Los sometieron a una serie de preguntas y pruebas en las que tenían que poner en juego su sistema de toma de decisiones o inhibir sus respuestas más impulsivas. Con la resonancia magnética midieron la actividad del CCA de cada uno durante el proceso.
Esta fue solo la primera parte del ensayo. Aunque todos habían sido condenados y todos respondían a los mismos estímulos, la actividad del CCA era variable. En unos se detectaba el aumento propio de un funcionamiento acelerado; en otros, nada.
Un estudio con 96 presos identifica alteraciones asociadas al crimen
El experimento se completó con un seguimiento de la reincidencia de estos voluntarios durante cuatro años. Y el resultado llegó al cruzar los datos de aquella primera prueba de neuroimagen con su registro delictivo: aquellos que mostraban una menor actividad en el CCA tenían unas tasas de reingreso en prisión 2,6 veces mayor que los demás. Más aún: la proporción subía a 4,3 veces si se tomaban solo delitos no violentos. Y todo ello después de descartar el efecto en el futuro comportamiento de los investigados de factores como la adicción a sustancias.
El supuesto doctor Khiel de la historia (un nombre no tan ficticio porque Kent Khiel es el neurólogo de la ONG que ha dirigido el trabajo) tenía, por tanto, una base seria para advertir al alcaide del riesgo potencial de quienes iba a poner en libertad.
La tentación inmediata de esta historia sería hacer la prueba de la neuroimagen a todo el que vaya a dejar la cárcel. En función del resultado, ya se sabría a quién habría que poner especial vigilancia. Quizá, llegado al extremo, se podría pensar en no excarcelarlo. Aún más, siguiendo el giro que dio Spielberg a la historia, ni siquiera habría que esperar a que las personas delincan por primera vez: se les podría detener antes de que lo hicieran. Pero los propios autores del estudio descartan que esto pueda usarse tal cual. Con los pies en la tierra, Khiel, el neurólogo real que ha dirigido el trabajo, es categórico: “No es algo para aplicar ya”.
Sin embargo, el estudio no deja indiferente a los científicos. Miquel Bernardo, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica (SEPB), empieza por destacar la importancia de las publicaciones en las que se ha presentado. No es un guion destinado a consumo masivo y a ser disfrutado con un cubo de palomitas. Pero, en su papel de representante del mundo de la ciencia, a renglón seguido, advierte contra la traslación tal cual de los resultados de las técnicas de neuroimagen. Estas “han creado expectativas muy esperanzadoras y optimistas para la predicción y tratamiento de conductas y enfermedades mentales”, pero este entusiasmo “va por oleadas” y “ahora se está enfriando”, advierte, de una manera similar a lo que ocurrió con el Proyecto Genoma de hace más de 10 años, que causó una fiebre por identificar genes relacionados con todo, desde obesidad a autismo, y ahora mismo esas informaciones, valiosas sin duda, pasan ya desapercibidas.
La tentación sería aplicar estos métodos con fines de orden público
Lo ideal, indica el experto, sería que se pudiera asociar un área del cerebro de manera unívoca a una conducta, pero el comportamiento humano es tan complejo que eso no es posible, por lo que todos estos estudios hay que tomarlos como “ayudas o pistas”, pero “nunca de manera definitiva”, dice Bernardo. “Lo que está claro es que en el cerebro está el sustrato de la conducta humana”. Con algo más de poesía, el neurocientífico colombiano Rodolfo Llinás decía en una entrevista concedida a este periódico en 2009 que “el alma está en el cerebro”.
Según este estudio, la variación en la actividad cerebral puede asociarse a la comisión de delitos pasados o futuros, pero la psicóloga forense Rocío Gómez Hermoso cree que tal y como este está diseñado el estudio no sirve para discriminar si la neuroimagen refleja una causa o un efecto. “Si es un efecto del comportamiento anterior, no serviría de nada”.
Lo que está detrás de estos intentos es la base de las disquisiciones sobre el comportamiento humano desde hace 30 siglos: si nacemos de una manera o nos hacemos. Se puede aplicar a prácticamente todo: inteligencia, orientación sexual, propensión a delinquir, bondad —el hombre como lobo para el hombre de Hobbes o el buen salvaje al que la sociedad corrompe de Rousseau— o la creatividad. Trasladado al lenguaje de hace medio siglo, es el debate entre genotipo, lo innato, y fenotipo, lo adquirido. Santiago Ramón y Cajal lo complicó todo más y lo llevó al mundo más científico al describir la plasticidad del cerebro: este determina lo que hacemos, pero cambia según lo que nos pasa.
Desde su desarrollo, la neuroimagen se ha usado para medir qué pasa en el cerebro en todo tipo de situaciones: al sentir hambre o ira, al estar sano o enfermo, al leer, al recordar, al conducir, y también en otras donde parece que el aparataje necesario (una especie de secador de pelo que es el encargado de medir qué partes del cerebro se activan —o no— en cada momento) es más complicado de aplicar, como al practicar sexo o arbitrar un partido de fútbol.
Una psicóloga forense descarta el ensayo frente a las técnicas actuales
Obviamente, Khiel no había elegido estudiar el CCA al azar.Ya en pruebas más generales se había visto que el CCA, como indica en un artículo John Allman, del California Institute of Techonology (Caltec), era un área de “interfaz entre la emoción y el conocimiento”, con competencias sobre el “autocontrol emocional, la resolución de problemas, el reconocimiento de errores y una respuesta adaptativa a condiciones cambiantes en yuxtaposición con las emociones”. Por todo esto, no se ha estudiado todo el cerebro. La elección del área sobre la que se investigó, el CCA, es lógica. “Está relacionada con la impulsividad y el autocontrol”, resume Bernardo. “Una desregulación de este área significaría vulnerabilidad ante cierto tipo de conductas”, añade.
No es que los científicos tengan especial predilección por el CCA (aunque su riqueza potencial lo justificaría). Cada emoción y actividad se corresponde con una o varias zonas del cerebro, desde respirar a pensar en física cuántica. O, al menos, eso es lo que creemos. Y es que el sistema neurológico es, seguramente, el más desconocido del cuerpo humano. Su núcleo, encerrado por los fuertes huesos del cráneo, es el cerebro, el órgano más misterioso. Resulta casi imposible de manipular en vivo. Como si se le pudiera aplicar el principio de incertidumbre de Heisenberg, medirlo implicaría alterarlo. Y de ahí el auge de las técnicas de imagen, como la resonancia, que son las que más se acercan a ver cómo funcionan sus engranajes sin tener que entrar dentro de él.
Por eso, Bernardo cree que la lectura positiva que se puede sacar de este trabajo, más que lo “exótico” de sus planteamientos —el juego mental sobre el posible guion que saldría de la historia—, es que se avanza en dirección hacia unos “nuevos biomarcadores”. Si en otras enfermedades, como el cáncer, se buscan proteínas o células que indiquen lo que le pasa al paciente, en el caso de las enfermedades mentales las técnicas de imagen pueden ser un agente fundamental, “y no solo para predecir conductas, sino, más importante, para definir tratamientos”, añade el psiquiatra. “Tiene una utilidad funcional y estructural para validar diagnósticos, tratamientos y efectuar pronósticos”.
Centrada en el trabajo, Rocío Gómez Hermoso, psicóloga forense desde 1995, señala las debilidades que ve en el estudio
. Aunque reconoce lo atractivo que puede resultar, “concluir algo de un trabajo tan incipiente es problemático”, afirma.
 Para la psicóloga de vigilancia penitenciaria, hay tres inconvenientes grandes en el artículo. “Son solo 96 personas, que son pocas, solo se las sigue durante cuatro años y falta comparar con el resultado que darían en la prueba personas que no hubieran estado en prisión”
. “Tampoco sabemos la tipología exacta ni a violencia de sus delitos”. “De hecho, los propios autores reconocen que no saben cómo pueden influir otros elementos”, indica la psicóloga.
La resonancia es más útil para seguir tratamientos, dice un psiquiatra
Contra los fuegos artificiales de una tecnología muy llamativa pero con resultados controvertidos, Gómez Hermoso ofrece la realidad del día a día de su trabajo. “Estamos haciendo un estudio con 150 personas que hemos evaluado, y hemos acertado —tanto para indicar que van a reincidir como que no— en el 96% de los casos”.
Para ello, Gómez Hermoso y su equipo han recurrido a la metodología tradicional: “Medir mediante entrevistas, la observación y las guías de valoración, básicamente la asunción de la autoría y su responsabilidad; analizar si existen o no rasgos psicopáticos”
. Por eso, asegura: “Ni tenemos el equipamiento para hacer esas mediciones de neuroimagen, ni lo necesitamos”.
O, por lo menos, no lo necesita de momento.