¿Se imagina un país en el que el Partido Comunista, en el Gobierno
hasta el mes pasado, se opusiera a que los más ricos pagaran parte de su
fortuna para superar una crisis monumental? ¿O uno que estuviera a
punto de quebrar pese a haber descubierto fabulosos yacimientos de gas
que podrían equivaler a la producción nacional de cinco años? ¿Y uno en
el que sus 800.000 habitantes hubieran logrado paralizar una decisión
tomada por los líderes más poderosos de Europa? Pues ese lugar existe.
Es un país contradictorio y extraño llamado Chipre.
“Aquí no estamos discutiendo sobre el sector financiero. Lo que está
en juego es nuestra forma de vida.
Si los inversores extranjeros se van,
todo el sistema se viene abajo”.
Quien habla es Evdokia Papadopoulou,
una joven recién licenciada en Ciencias Políticas que el pasado martes
se manifestaba frente al Parlamento. Estaba furiosa porque Europa
hubiera forzado a Chipre a expropiar el 6,75% de las cuentas de los
pequeños ahorradores como ella; pero también le enervaba la posibilidad
de que los grandes oligarcas —en su mayoría rusos; muchos con negocios
no del todo limpios— también tuvieran que poner el 10% de su dinero a
cambio del rescate exterior.
“¿Acaso somos el único país del mundo en el
que se lava dinero?”, se preguntaba una profesora de primaria.
Como estas dos mujeres, la inmensa mayoría de los chipriotas —el 91%,
según una encuesta publicada esta semana— se oponía a la quita en los
ahorros pactada en la madrugada del sábado 16 de marzo por los Gobiernos
de la zona euro, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario
Internacional (FMI). Los diputados del pequeño país hicieron caso a sus
ciudadanos y dieron un sonoro corte de mangas a Europa al rechazar las
condiciones que se presentaban como indisolublemente ligadas al préstamo
de 10.000 millones
. “No bail in, no bailout (si no hay quita, no hay
rescate)”, llegó a decir un miembro de la delegación alemana en el
Eurogrupo de la semana pasada, en el que los cuchillos volaron en todas
las direcciones.
"¿Acaso somos el único país del mundo en el que se lava dinero?"
Fuentes que participaron en las negociaciones aseguran que el
presidente del país, el conservador Nikos Anastasiadis, sabía que la
negociación iba a ser muy dura, pero que no contaba con que le obligaran
a expropiar depósitos.
De vuelta a Nicosia, ni uno solo de los 56
parlamentarios votó a favor del acuerdo alcanzado en Bruselas, que el
presidente había presentado como la única salida frente al caos.
Había
que elegir entre el diktat europeo o la bancarrota y la consiguiente
salida del euro, dijo. Una vez encajado el golpe de que ni siquiera los
20 diputados de su partido le hicieran caso,
Anastasiadis dijo
comprender y respetar los motivos del no.
Este rechazo frontal no se explica solo por la comprensible renuencia
de los ciudadanos a que les quiten de la noche a la mañana una parte de
sus ahorros.
En la sociedad chipriota se ha instalado el convencimiento
de que las condiciones impuestas por la canciller Angela Merkel —que en
las celebraciones del carnaval ortodoxo ha ocupado un puesto de honor
como centro de todas las dianas— no servirían para sacar al país del
hoyo, sino para hundirlo más.
“La quita va a espantar a todos los inversores internacionales. El
PIB chipriota, que se apoya fundamentalmente en las finanzas, se
hundirá. ¿Qué pasará cuando no cumplamos los objetivos de déficit que
nos marca Bruselas? ¿Nos ofrecerán un segundo rescate a cambio de
quitarnos más dinero del banco? ¿Y así hasta cuándo?”, se preguntaba
esta semana el abogado Simos Angelides.
Pronto se notarán los efectos de lo ocurrido esta semana.
Un
empresario exportador contaba el pasado viernes, en un encuentro
organizado por The Economist al que acudió la élite económica del país,
que piensa bajar inmediatamente un 30% los salarios a todos sus
empleados.
“El FMI pronosticaba para este año una caída del PIB del
3,5%. Ahora, no creo que el descenso se aleje mucho del 15%”, aseguraba
la analista Fiona Mullen en el mismo acto, en el que un ponente proyectó
una ilustración del mapa de Chipre hundido en el Mediterráneo y rodeado
de tiburones acompañado de la frase “justo cuando parecía que estaba
seguro”.
El premio Nobel de Economía y gloria nacional, Chris
Pissarides, algo más optimista, dijo que confía en que el sector
financiero se recupere a medio plazo.
La sociedad cree que las condiciones de la UE no sacarán al país del hoyo
Muchos recuerdan estos días la gran tragedia nacional —la invasión
turca que en 1974 obligó a desplazar a una cuarta parte de la población y
cimentó el muro que aún hoy divide en dos el pais—. “La diferencia es
que entonces el enemigo estaba claro y ahora no”, dice en la cafetería
de la televisión pública el presentador Panicos Hadjipanayis.
El temor extendido en la pequeña isla del Mediterráneo es que haya
empezado un proceso imparable de deterioro de sus condiciones de vida.
Tienen, además, cerca el ejemplo de sus vecinos griegos, con los que
comparten idioma. Los dos rescates europeos que ha tenido Grecia,
recuerdan los chipriotas, no han hecho más que ahondar la recesión, que
ya va por el quinto año, y disparar el paro hasta el 27%.
“Todos tenemos
amigos allí. Y vemos cómo ahora miran hasta el último céntimo”, comenta
una joven profesora.
Grecia, además de como espejo en el que nadie quiere mirarse, sirve
también como motivo de exculpación. Porque fue la quita de la deuda
helena la que terminó de hundir un país que ya arrastraba grandes
desequilibrios. El hipertrofiado sector financiero chipriota —que llegó a
suponer el 800% del PIB— acumulaba hace dos años 4.700 millones de
euros en títulos de deuda helena.
Nadie se hace ahora responsable de la iniciativa sobre los depósitos
Visto en perspectiva, es paradójico recordar que los dos grandes
momentos negros para Chipre en esta crisis nacen de la voluntad alemana
por imponer algo, que a primera vista, sonaba razonable, pero que a la
postre ha terminado por tener efectos catastróficos.
La primera fue la
epifanía que tuvo Merkel con el entonces presidente francés, Nicolas
Sarkozy, en Deauville: a partir de entonces, no serían solo los
contribuyentes los que tendrían que cargar con los rescates. Los
inversores deberían echar una mano.
El segundo responde a una filosofía muy parecida, pero en este caso
afecta ya no a los inversores, sino a los ahorradores, tal y como
decidió el Eurogrupo hace una semana. Es cierto que a los pocos días dio
marcha y recomendó respetar la norma que asegura total tranquilidad a
los europeos con menos de 100.000 euros en el banco.
Pero el daño ya
estaba hecho.
Hará falta que pase mucho tiempo para que griegos,
portugueses, italianos y españoles olviden las imágenes de las largas
colas frente a los cajeros.
Es en este punto en el que se acumulan las críticas a la gestión del
rescate chipriota, que ya es el cuarto en la Eurozona (el quinto si se
cuenta el de la banca española).
“La quita a los pequeños ahorradores
fue un error mayúsculo. La culpa es de todos los participantes en el
Eurogrupo: chipriotas, el resto de socios del euro, Comisión Europea,
BCE y FMI.
Todos dieron su visto bueno, da igual a iniciativa de quién”,
dice Zsolt Darvas, de Bruegel, en referencia a la estrategia del “yo no
he sido” que esta semana han seguido varios de los que participaron en
el desaguisado. “Es la decisión más catastrófica desde el inicio de la
crisis. Rompe el contrato social entre ciudadanos, instituciones y
bancos”, añade Cinzia Alzadi, de CEPS.
Pero los problemas de Chipre no vienen solo de Atenas o del resto de
Europa.
El modelo económico que le permitió crecer a buen ritmo durante
la pasada década —turismo, transporte marítimo y ladrillo, pero sobre
todo una banca desproporcionada que ofrecía intereses muy altos,
impuestos muy bajos y muy pocos remilgos a la hora de aceptar dinero de
procedencia ilícita— ya había gripado antes de que empezaran los
problemas en Grecia.
Se añadían a los desequilibrios de una balanza de
pagos comercial deficitaria, una competitividad decreciente, un fuerte
aumento de la deuda privada y una sobreexposición de los bancos al
sector inmobiliario y la deuda griega
. El accidente de Vassilikos —la
mayor central eléctrica del país, que acabó con la vida de 13 personas y
costó al país el 10% del PIB— y la quita griega fueron la puntilla.
Pissarides asemeja el modelo bancario chipriota al de Luxemburgo
El ministro de Finanzas alemán es de los que insisten en la idea de
que los chipriotas se han buscado sus problemas. “Su modelo ha
fracasado. El país es incapaz de financiarse y sus bancos son
insolventes”, respondió Wolfgang Schäuble esta semana cuando le
preguntaron si Alemania va a dejar caer por solo 5.800 millones a la
economía más pequeña del euro.
Alemania, a diferencia del BCE y de la Comisión, considera que no hay
riesgo de que los problemas de Chipre se contagien al resto de la unión
monetaria.
Una de las condiciones del Eurogrupo para el rescate es que
Nicosia reduzca su sector bancario hasta acercarlo a la media europea.
El Nobel Pissarides, en cambio, defiende que no hay nada intrínsecamente
malo en el modelo de crecimiento chipriota. “Luxemburgo depende más que
nosotros del sector financiero y no he oído a nadie decir que sea un
problema. Cuando pregunto a inspectores de la troika por qué el modelo
de crecimiento chipriota es insostenible no saben qué responder”,
asegura el también profesor de la London School of Economics.
Chipre se enfrenta a un futuro endemoniado.
Pase lo que pase con el
rescate, la confianza en su banca ha recibido un golpe mortal. El BCE
amenaza con cortar la liquidez a sus entidades si no llega ya a un
acuerdo con la troika. La solución rusa parece descartada y no se
vislumbra otra salida que restringir la movilidad de capitales —en otras
palabras, alargar el corralito— y aplicar una quita a los grandes
ahorradores.
Es decir, matar a la gallina que tantos huevos de oro daba
hace poco.
Tan solo cinco años después de unirse al club del euro, el
sueño de la prosperidad y modernidad que vendría de la mano de Europa
parece roto. Dos de cada tres ciudadanos quiere volver a la libra
chipriota.
Y casi todos se arrepienten de haberla abandonado un día.